Recomiendo:
0

Postextractivismos en Colombia: entre la violencia y la paz

Fuentes: Rebelión

En Colombia, al igual que en otros países latinoamericanos, se han expandido los llamados extractivismos, tales como la explotación de minerales o hidrocarburos. Con ellos se desencadenaron todo tipo de impactos sociales y ambientales, y la conflictividad ciudadana se disparó. Es bajo esas circunstancias que se han planteado alternativas que buscan ir más allá de […]


En Colombia, al igual que en otros países latinoamericanos, se han expandido los llamados extractivismos, tales como la explotación de minerales o hidrocarburos. Con ellos se desencadenaron todo tipo de impactos sociales y ambientales, y la conflictividad ciudadana se disparó. Es bajo esas circunstancias que se han planteado alternativas que buscan ir más allá de los extractivismos, para no seguir repitiendo la historia de alimentar los mercados internacionales con materias primas mientras quedan en nuestras tierras todos sus efectos negativos.

Ese tipo de exploraciones recibe la denominación de posextractivismos. Es un conjunto de propuestas que por un lado cuestionan a los extractivismos, sea en sus impactos locales como en los efectos en otros ámbitos, como la política o la cultura, y por el otro lado postulan abandonar ese tipo de desarrollo, presentando medidas que sean concretas, efectivas y replicables. Esto permite una transición hacia una verdadera erradicación de la pobreza, la calidad de vida y la conservación de la naturaleza.

Los debates sobre los extractivismos surgieron en los países andinos, a inicios de la década de 2010, especialmente en Perú. Estaba claro que emprendimientos como la minería o el fracking, no se podían resolver por meros ajustes tecnológicos. Son necesario cambios más profundos en cómo se entiende la economía, la política y hasta la cultura.

No sorprende que como en Colombia se repite toda la problemática de los extractivismo, en ciertos momentos asomaron debates sobre alternativas para poder superarlos (1). Pero los antecedentes del país, y su actual coyuntura, hace que se enfrenten particularidades distintas a lo observado en el resto de América del Sur.

En este breve artículo se comparten algunas ideas sobre postextractivismos, intentando considerar esas particularidades, y que por cierto no pretende agotar la cuestión sino llamar la atención sobre la importancia avanzar en ese esfuerzo.

El empuje extractivista colombiano

En Colombia se promueven los extractivismos, tanto sobre minerales como hidrocarburos, pero también en la agricultura. Recordemos que los extractivismos son un tipo de apropiación de recursos naturales, caracterizado por grandes volúmenes o intensidad, y por destinarse sobre todo a exportarlos como materias primas (2).

En efecto, las materias primas han representado más de la mitad de las exportaciones colombianas, alcanzando máximos en el orden del 85% del total en los años 2012 a 2014. Esta es una condición muy similar a la de otros países andinos, como Perú o Bolivia.

Esa canasta de materias primas exportadas está concentrada en unos pocos productos; por ejemplo en 2015, el 37% de las exportaciones fueron petróleos, y le siguen el carbón con el 12%. Esto genera mucha dependencia, aunque la situación colombiana es menos grave que la de otras naciones, como Ecuador o Venezuela, donde es todavía más concentrada y por ello son más vulnerable a la globalización.

Estos extractivismos generan una enorme variedad de «impactos directos» que se expresan localmente. Incluyen contaminaciones de todo tipo, con los casos icónicos del mercurio en la minería ilegal o el carbón de El Cerrejón, deforestación, afectación del agua, reconfiguración de territorios, etc. A ellos se suman impactos sociales, como pérdida de medios de vida tradicionales, desplazamientos, y por supuesto distintos tipos de violencias (3).

Si bien estos impactos son bien conocidos en América Latina, el caso colombiano es particular porque cuenta con una de las mejores sistematizaciones, y que además fue producida por una agencia estatal independiente, la Contraloría General de la República (4). Sus cuatro volúmenes cubren prácticamente toda la problemática, y por lo tanto no tiene ninguna seriedad insistir en que los extractivismos no tienen impactos o que la denuncia de sus efectos es una exageración de activistas sociales o ambientales.

En paralelo se encuentran los llamados «efectos derrame» de los extractivismos. Estos responden a cambios en las políticas públicas para favorecer algún proyecto pero con efectos que se «derraman» a todo los sectores y en todo el territorio. El instrumento de licencias ambientales «express» se ha vuelto un ejemplo internacional de un efecto derrame extractivista, ya que para atraer a algunos inversores se termina reduciendo y debilitando el control y gestión ambiental en todo el país y en todos los sectores.

Una presentación mínima del postextractivismo para Colombia

Los postextractivismos buscan enfrentar estas situaciones. Se los puede concebir como un cuestionamiento a los extractivismos que nutre la exploración de alternativas a ellos. La particularidad es que esas alternativas se expresan en medidas concretas, efectivas, replicable y entendibles por la opinión pública. Su meta es una erradicación real de la pobreza, asegurar la calidad de vida de las personas y conservar la naturaleza (5).

Por un lado se presentan medidas de urgencia ante aquellos emprendimientos que producen los los impactos más graves en el ambiente, la salud y la calidad de vida en las comunidades, y para los cuales no existen soluciones tecnológicas disponibles. Estos deben ser clausurados, más allá de cualquier beneficio económico o comercial.

En este frente se dispone de un amplio abanico de instrumentos, muchos de los cuales se inician con un efectivo cumplimiento de las exigencias y normas actualmente vigentes. Es que muchos extractivismos son posibles por no cumplir esos requerimientos, sea por controles inadecuados, faltas de sanciones, redes de corrupción, etc.

Por otro lado se proponen cambios sustanciales en las dimensiones económicas y productivas. En una etapa inmediata se apunta a reducir los extractivismos en las exportaciones, los que no deberían superar el 50% del comercio exterior total, y tampoco pueden estar concentrados en uno o dos productos. Dicho de otro modo, debe disminuir el volumen de recursos naturales extraído.

Ante estas ideas postextractivistas surgen inmediatamente todo tipo de cuestionamientos. Unos insisten en que esas medidas son incompatibles con la vida moderna, y otras alertan que provocaría gravosas pérdidas económicas. Por ejemplo es común escuchar que la minería es indispensable para la vida actual, proveyendo los metales que se encuentran en todo tipo de productos. Se da un paso más, y se afirma que cualquier alternativa postextractivista nos obligaría a regresar a la edad de piedra.

La respuesta ante esos cuestionamientos es que confunden «minería» con «extractivismo». El postextractivismo no está en contra de la minería ni de otros usos de los recursos naturales, no postula una naturaleza intocada. Su objetivo está en una apropiación que sea indispensable y no dispendiosa, y por ello debe estar específicamente enfocada en asegurar la calidad de vida de las personas y terminar con la pobreza, y no en el mero consumismo. Es por esta razón que la definición de extractivismo es clave, y no cualquier uso de los recursos naturales, ni siquiera aquellas con impactos ambientales, cumplen esa condición. Pero además, los mayores sectores extractivos de Colombia no están enfocados en la calidad de vida de los colombianos sino en nutrir una demanda global, que esencialmente satisface las necesidades del consumismo del norte.

Lo que es presentado como un éxito exportador en verdad es una pérdida neta de patrimonio. En efecto, usando los nuevos indicadores físicos de la balanza comercial (exportaciones de materia medidas en toneladas contra las importaciones), se observa que Colombia registra un déficit desde 1990. Hacia 2011, el país tenía una pérdida neta de unos 100 millones de toneladas por año, lo que implica un gravoso comercio desigual: el país debe exportar 5 toneladas de materias primas para importar una tonelada de manufacturas u otros bienes con valor agregado (6).

Las medidas económicas y productivas para el postextractivismo se dividen en varios grupos. Unas buscan hacer visibles para la economía los costos de los extractivismos en las dimensiones sociales y ambientales, los que usualmente termina pagando toda la sociedad. Esto tiene varias consecuencias, tales como una corrección de los precios de los commodites que se exportan, que serán muchos más caros.

Se asume que ese aumento hará caer las exportaciones, con menores ingresos económicos. El postextractivismo responde que esto se compensa desde varios frentes. Por un lado, los commodities que se sigan exportando serán mucho más caros. Por otro lado, la reducción de la extracción también supone menores gastos (del Estado y la sociedad) en cubrir los costos de los impactos, como el daño a la salud o la pérdida de suelos. Además, es necesaria una reforma tributaria. En la actualidad, el estado captura una proporción muy baja de la renta minera y petrolera, las empresas gozan de muchos beneficios (como las deducciones por inversiones, por depreciación de activos, etc.), y son conocidos los casos de subfacturación para evadir varios tributos como se ha mostrado para el carbón (7). Esto hace que otro componente sea una reforma tributaria que apunte a impuestos justos y efectivos.

Otras medidas que operan en el mismo sentido atacan los subsidios que el Estado otorga a los extractivismos. Es que casi siempre se olvida que los extractivismos gozan de asistencias financieras directas, reducciones o devoluciones de impuestos, energía o agua barata, etc. La información que se acumula en varios países muestra que el Estado termina financiando a mineras y petroleras. Ante esto, el postextractivismo plantea desmontar esos subsidios, y utilizar buena parte de esos fondos en sostener una diversificación en otros sectores productivos.

En el caso de Colombia, como en otros países, existen enormes oportunidades para diversificaciones en la agricultura, pero enfocadas en prácticas orgánicas o ecológicas. Con ello se consume menos energía y agua, se producen alimentos más sanos, y a la vez requiere mano de obra adicional (lo que servirá para tomar a trabajadores que deban dejar emprendimientos extractivistas). Una reformulación de la agropecuaria de este tipo además permitiría romper con la creciente problemática colombiana de tener que hacer exportaciones extractivistas para poder importar alimentos, cumpliendo así otra meta del postextractivismo (asegurar la calidad de vida).

Estas medidas se deben complementar con otras, espcialmente en el terreno de la integración regional y la globalización. No pueden ser descritas en detalle aquí, pero al menos queda asentado que son parte esencial de los postextractivismos.

Insistencia conservadora y el papel de las empresas

El postextractivismo en Colombia debe abordar al menos dos aspectos clave que le son propios: por un lado, están insertados en políticas conservadoras desde hace mucho tiempo, y por otro, han proliferado bajo la violencia armada, y ahora bajo el proceso de paz. Cualquier alternativa debe atender esas particularidades.

Comenzando por la primera de esas cuestiones, el gobierno de Alvaro Uribe sentó bases para extractivismos de inspiración neoliberal, mientras que las administraciones de Juan Manuel Santos, si bien introdujo algunos cambios instrumentales, representa a los llamados «extractivismos conservadores reajustados». En estos pueden haber cambios, como incorporar ciertas formas de responsabilidad empresarial y un discurso verde, pero no se abandona el protagonismo del mercado.

Bajo políticas conservadoras y con extractivismos en manos de empresas privadas, es comprensible que muchos postularan que la mejor alternativa era recuperar el papel del Estado apostando, por ejemplo, a mineras o petroleras estatales. Se miraba empresas estatales como PDVSA de Venezuela o Petrobras de Brasil, todas ellas bajo gobiernos progresistas (las administraciones Chávez y Lula respectivamente).

Esa es una opción que permitiría lidiar con algunos problemas, como contener la subordinación del Estado a los intereses de las corporaciones transnacionales, o lograr que queden en el país las ganancias del extractivismo. Sin duda es una idea que sigue teniendo muchas adhesiones políticas.

Pero el problema es que bajo ese esquema no se detienen los extractivismos ni sus consecuencias. Esta es una de las advertencias claves de la reflexión sobre postextractivismo. Es que allí donde se ensayó un extractivismo progresista, con mayor presencia estatal, podría haber habido algunas ventajas económicas (lo que es discutible), pero se mantuvieron buena parte de los impactos locales ambientales, sociales y territoriales propios de los extractivismos. Las empresas estatales petroleras no tuvieron mejor desempeño ambiental y de todas maneras para operar se asociaron a corporaciones extranjeras. Desde el punto de vista de las comunidades locales, los impactos son los mismos, más allá de si el responsable es una compañía estatal, nacional o extranjera. La propia esencia del extractivismo, por el tipo de apropiación que hace de los recursos naturales, impone todas esas consecuencias.

Lo mismo ocurre con los efectos derrame, ya que las empresas estatales de todos modos deben vender los recursos naturales extraídos en el mercado global, lo que les obliga a competir bajo las reglas y dinámicas del capitalismo. Entonces, ellas también buscan medidas como las licencias ambientales express o recibir subsidios desde el gobierno.

El análisis comparado internacional muestra que ese extractivismo estatista repitió problemas análogos a los observados en Colombia. Por ejemplo, en Bolivia, la administración de Evo Morales ha rebajado las exigencias ambientales y sociales, y subsidia la exploración y explotación de hidrocarburos dentro de áreas protegidas y territorios indígenas.

Los extractivismos se pueden instrumentalizar bajo dos estilos, unos más conservadores y otros más progresistas, y no se niegan esas diferencias, ni que el balance de costos y beneficios sea distinto. Pero lo que se subraya que todo ellos siguen siendo extractivismos, desencadenando impactos similares. Existe un núcleo central de ideas, conceptos y políticas que permanece incambiado, en elementos tales como la apropiación masiva de la naturaleza y la subordinación como exportadores de materias primas.

Es importante agregar aquí una nota de precaución. Es que el mal desempeño de los progresismos en varios terrenos no debe anular sus aciertos en otros, ni ser convertido en una excusa para regresar a un extractivismo todavía más conservador. Esas tensiones están presentes en Colombia donde ante la debacle del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, no falta quienes la aprovechan para criticar las intervenciones estatales y reclamar más libre mercado. Eso abre las puertas a reforzar todavía más los extractivismos conservadores.

Considerando todo esto, el horizonte de los postextractivismos no está en elegir entre distintos tipos de extractivismos, sino en ir más allá de esas ideas compartidas por todos ellos. Dicho de otro modo, es una alternativa a cualquier tipo de extractivismo, sea conservador o progresista.

Esto hace que los postextractivismos promuevan una regulación social tanto del mercado como del Estado. Esta posición no siempre es fácil de entender, especialmente en los países donde prevalecieron por décadas perspectivas conservadoras y neoliberales. Sin duda es importante recuperar las regulaciones de la sociedad sobre el mercado, colocándole límites, transparentando las reales transferencias de dinero, señalando las externalidades, etc. En esa tarea hay roles importantes para el Estado, e incluso para empresas estatales. Pero también hay que reconocer que los ensayos de empresas estatales al estilo progresista escapaban a la regulación social, abusaban de pagos a las comunidades locales para ganar sus favores, o bien se enfrentaban a ellas. Los postextractivismos también defenderán empresas estatales, pero bajo una estructura y dinámica distinta, y siempre bajo regulación ciudadana.

Alternativas bajo la violencia y la paz

El otro componente clave para el caso colombiano es su larga historia de guerra interna, con todas sus consecuencias en la vida política nacional, y el proceso de paz que ahora ofrece todo tipo de oportunidades.

Los extractivismos conservadores se implantaron bajo la guerra, y como esa era una problemática apremiante, comprensiblemente muchos sostenían que la prioridad era buscar la paz y se debía dejan para después temas el ambiente o el ordenamiento territorial. El proceso de paz ofrece las condiciones para adentrarse en toda esta problemática con más energía, libertad y pluralidad, y esto abre oportunidades para transiciones postextractivistas.

Si bien las consecuencias del conflicto armado no se han perdido, e inevitablemente afectarán los debates postextractivistas, es posible compartir algunas ideas. En primer lugar, debe apuntarse que la cuestión ambiental no ha sido plenamente incorporada en los planes de paz, como ha sido señalado por varios analistas. Los postextractivismos deben remontar esto ya que cualquier alternativa debe atender las cuestiones ecológicas.

En segundo lugar, el conflicto armado generó muchos daños ambientales pero a la vez impidió el avance de la apropiación de los recursos naturales en distintas áreas. Hoy existe un riesgo real, también señalado por varios analistas, que el acceso del Estado a territorios que antes estaban en manos de las FARC, desencadene un aumento de la presión extractiva. Hay muchas razones para esto, destacándose que el gobierno necesitará fondos para sostener la desmovilización y puede buscarlos en rubros como minería o petróleo. A su vez, las empresas ahora estarían dispuestas a ingresar en esos sitios en la medida que se consolide la paz. De la misma manera, no debería sorprender que grupos desmovilizados busquen en la minería aluvial u otros extractivismos una vía para sostenerse económicamente.

Es más, si se toman en cuenta las experiencias de otros países, no sería raro que alguna autoridad estatal comience a justificar los extractivismos como necesarios para la paz bajo la conocida excusa de sus supuestos réditos económicos. Entonces, los debates sobre postextractivismos deberán ser muy afinados para no quedar atrapados bajo etiquetas como las de impedir la pacificación.

Todo esto abre opciones para exploraciones, concesiones o emprendimientos mineros y petroleros, o por el avance agropecuario, sobre los páramos y otras zonas andinas, en la Amazonia, el Chocó y otras regoines. En muchas de esas zonas están ubicadas reservas forestales, áreas protegidas o son tierras en manos de comunidades indígenas. Se ha advertido que más del 90% de los municipios con prioridad en el posacuerdo, tienen alguna figura de protección o de regulación, y que en los municipios más afectados por el conflicto, en el 80% ya hay títulos mineros otorgados (8). Esto explica enormes riesgos sobre la biodiversidad y las comunidades locales (especialmente indígenas y campesinos), y mayores efectos derrames como la desterritorialización.

Pero más allá de esas cuestiones, hay otra todavía más compleja. Las herencias políticas y culturales del conflicto y la propia tónica de los gobiernos conservadores han hecho que varios sectores sociales aceptaran como natural un alto nivel de violencia y repetidos incumplimientos de los derechos humanos. El Estado ha ejercido controles militarizados, y persisten hostigamientos a líderes locales, y la cifra de asesinatos es escandalosa (26 homicidios de líderes defensores de la tierra en 2015; la tercer cifra más alta del mundo; 9).

Los extractivismos no sólo avanzan bajo estas condiciones de violencia, sino que las aprovechan para implantarse en contra de la resistencia local. Hay extractivismos como la megamineria a cielo abierto o el fracking, donde la violación de derechos no es una consecuencia sino una condición previa y necesaria para poder implantarlos.

Bajo condiciones de violencia se vuelve muy dificultoso, riesgoso, y hasta imposible plantear opciones alternativas. Este es un enorme escollo para las alternativas, ya que presentarlas y discutirlas necesita de un marco democrático y de la salvaguarda de los derechos de las personas que las postulan. Cualquier avance en una agenda postextractivista requiere desmontar esa naturalización de la violencia, y desde allí surgen sus medidas de emergencia que protejan a los grupos locales y sus líderes, y el apoyo a la democratización de las decisiones.

Las oportunidades para los postextractivismos

Frente a esas severas restricciones también hay muchas oportunidades. Comencemos por señalar que la movilización ciudadana frente a los extractivismos se ha potenciado en todo el país, y existe un creciente consenso sobre sus impactos negativos. Todo esto alimenta la necesidad de buscar alternativas.

Las iniciativas ciudadanas de promover consultas locales son otro aporte sustantivo. Ellas contribuyen a democratizar el debate y las decisiones, y a su vez ejemplifican una de las medidas propias del postextractivismo. El papel de la Corte Constitucional también debe ser valorado, demostrando las consecuencias positivas que tiene un ejercicio independiente y concreto de la justicia. Estos componentes pueden potenciar transiciones basadas en las justicias ambiental y ecológica.

A su vez, en el país hay innumerables iniciativas ambientales y sociales locales que han florecido incluso bajo el conflicto, y que en condiciones de paz no sólo representan ejemplos de alternativas posibles sino que se podrían ampliar y replicar (10).

Finalmente, asoman desde distintos sitios otros componentes propios de los postextractivismos incluso más radicales. Por ejemplo, la demanda de moratorias mineras o petroleras se ha debatido en países vecinos como Ecuador y Perú, pero parecería alejada al estado del debate actual en Colombia. Pero es interesante observar cómo diferentes analistas llegan casi a esa conclusión en el país. Por ejemplo en un reciente intercambio sobre las consultas ante la minería (11), M. Hofstetter (Uniandes) hace en parte una defensa de la minería (confundiendo extractivismo con minería) pero admite una moratoria en la minería de oro, una extracción innecesaria. Juan Camilo Cárdenas (también de la Uniandes) le replica, y lo interesante es que afirma que «m ientras no hagamos una contabilidad correcta» de todos los costos, «es mejor esperar». Esos dos componentes, la clarificación de los costos y las moratorias en algunos tipos de emprendimientos, son medidas centrales en los postextractivismos.

También existen varias propuestas de marcos genéricos para incorporar el ambiente en el proceso de paz, las que brindan muchos insumos para los postextracivismos (12). Pero es necesario insistir en una de las particularidades en esta perspectiva, su insistencia en medidas concretas, entendibles y replicables. Por ello es necesario ofrecer algunas precisiones.

La primera es que muchos sin duda estarían de acuerdo con amplios llamados como cambiar la matriz exportadora, y de hecho el postextractivismo tiene el mismo reclamo. Pero en lo que insiste es en precisar con creciente detalle cómo puede lograrse esas metas, cómo serían sus políticas públicas, sus planes de acción, y sus instrumentos de gestión. Es que no es raro que los llamados genéricos por la justicia resulten simpáticos, pero ante esa falta de precisión buena parte de la opinión pública escoge no arriesgarse y recae una y otra vez en los extractivismos. Por esto los postextractivismos tienen que ofrecer medidas concretas, siempre que sea posible referidas a sus implicancias económicas o a ejemplos concretos, y tienen que ser entendibles por el público.

La segunda se enfoca en articular con precisión los instrumentos con estrategias y políticas. Es que en muchas ideas alternativas se ofrecen sobre todo instrumentos en forma aislada, sin evaluar si su aplicación no genera políticas implícitas que al poco tiempo serán una traba. Por ejemplo, es común presentar como alternativa a los extractivismos los planes de ordenamiento territorial, y sin duda son muy valiosos, pero no aseguran un tránsito postextractivista. Es que pueden haber consultas ciudadanas donde un ordenamiento territorial legitime, pongamos por caso, una minería intensa (y existe evidencia sobre esto en países vecinos). Por lo tanto, no basta con presentar al ordenamiento territorial, sino que éste debe derivarse de planes de acción que a su vez respondan a mandatos en políticas públicas como es la salvaguarda de los derechos de la naturaleza.

Otro ejemplo común es presentar como alternativa a los extractivismos instrumentos como pagos por servicios ambientales, cuantificar el capital natural y otras herramientas de la llamada economía verde. Por ejemplo, la propuesta de Naciones Unidas para incorporar el ambiente y el ordenamiento territorial en el proceso de paz tiene aciertos notables (como fortalecer la institucionalidad ambiental o revisar la participación estatal en las rentas mineras), pero termina reclamando «promover modelos de desarrollo local sostenible y crecimiento verde que también se basen en el uso sostenible del inmenso capital natural de la nación». De manera muy similar, la reciente propuesta de desarrollo rural y paz, tiene varias ideas compartibles, pero al abordar las iniciativas económicas cae otra vez en asumir que pueden haber tecnologías «sostenibles» para los extractivismos y en los «mercados verdes».

Ante este tipo de propuestas, el postextractivismo las analiza con detalle. Insiste en que instrumentos pagos por servicios ecosistémicos o ideas como capital natural no son neutros. Si se los aplica y se los usa, se genera una política pública que acepta la mercantilización de la naturaleza, y esto desemboca en que más temprano que tarde se volverá imposible cumplir con los mandatos de conservación, se recae en las clásicas tensiones entre economía y ecología, y persistirán los extractivismos.

Instrumentos como los pagos por servicios ecosistémicos pueden ser positivos en un inicio, pero no permiten dar otros pasos adicionales para salir de los extractivismos. Usar instrumentos propios de entendimientos políticos de una naturaleza como conjunto de bienes y servicios que pueden ser transados en los mercados es justamente la base de los extractivismos. Por ello, es un instrumento que en el mediano plazo violaría un mandato central del postextractivismo que es asegurar la protección de la Naturaleza.

Los postextractivismos hacen este ejercicio una y otra vez, evaluando si cada instrumento permite avanzar hacia alternativas más profundas y abarcadoras. A su vez, su racionalidad es inversa, ya que se parte de los mandatos y principios en las políticas y desde allí se derivan planes de acción con sus instrumentos. Siguiendo con el ejemplo, el postextractivismo tiene como uno de sus pilares la protección de la naturaleza (entendida como derechos propios en ésta), y ese es un mandato independiente de si alguien puede pagar o no por ello.

Como puede verse, los postextractivismos son un campo en pleno nacimiento, dando sus primeros pasos, aunque descansa sobre una rica diversidad de saberes y experiencias, desde las comunidades locales a las reflexiones académicas. No es un mero ejercicio intelectual, sino que es un esfuerzo necesario y urgente para lidiar con el avance de los extractivismos y todos sus impactos.

Referencias

1. Un ejemplo muy reciente es Pineda Ruíz, F. Minería y petróleo: las consultas populares y el futuro de Colombia del siglo XXI. Las 2 Orillas, 15 junio 2017.

2. Una biblioteca con artículos, reportes y libros sobre extractivismos, incluyendo sus definiciones e impactos, se puede encontrar en: www.extractivismo.com

3. Un ejemplo de los impactos y conflictos en Pérez-Rincón, M.A. y colaboradores. Caracterizando las injusticias ambientales en Colombia: estudio para 115 casos de conflictos socio-ambientales, Cinara, Univalle, Cali, 2016.

4. Minería en Colombia. Volumen 1: Fundamentos para superar el modelo extractivista. Vol. 2: Derechos, Políticas Públicas y Gobernanza. Vol. 3: Daños ecológicos y socio-económicos y consideraciones sobre un modelo minero alternativo. Vol. 4: Control público, memoria y justicia socio-ecológica, movimientos sociales y posconflicto. Contraloría General de la República, Bogotá, 2013.

5. Una biblioteca con textos y otros recursos sobre postextractivismo está disponible en: www.transiciones.org

6. Samaniego, P. y colaboradores, Commercial and biophysical déficits in South America, 1990-2013, en Ecological Economics, 2017.

7. Ver por ejemplo el detallado análisis de Rudas Lleras, G. y J.E. Espitia Zamora, Participación del Estado y la sociedad en la renta minera, en Minería en Colombia, Vol. 1, 2013.

8. Morales, L. La paz y la protección ambiental en Colombia: propuestas para un desarrollo sostenible. Diálogo Interamericano, Washington, 2017. ONU. Consideraciones ambientales para la construcción de una paz territorial estable, duradera y sostenible en Colombia, Bogotá, 2014.

9. Global Witness, En terreno peligroso, Global Witness, Londres, 2016.

10. Ejemplos de iniciativas ambientales bajo el conflicto en Guerra, sociedad y medio ambiente, M. Cárdenas y M. Rodríguez B. (eds), Foro Nacional Ambiental, Bogota, 2004.

11. ¡No más minería! ¿O sí?, M. Hofstetter, La Silla Vacía, 27 marzo 2017. ¿Cuál minería? Respuesta a Marc Hofstetter, Juan Camilo Cárdenas, La Silla Vacía, 3 abril 2007.

12. Un ejemplo es Rodríguez Garavito, C., y colaboradores. La paz ambiental. Retos y propyestas para el posacuerdo. Documentos 30, DeJusticia, Bogotá, 2017.

13. Estas propuestas están citadas en la referencia 8.

La primera versión de este artículo se publicó en Palabras al Margen (Colombia), no 108; 1 julio 2017.

Eduardo Gudynas es investigador principal en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), en Montevideo. Twitter: @EGudynas

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.