Meses atrás los editores Sergio Gálvez y Fernando Hernández, con la ayuda, investigación y trabajo de historiadores que llevan ya escritas muchas páginas brillantes sobre el tema, nos han honrado con la publicación del libro «Presas de Franco«. En seis capítulos y una serie de fotografías ilustrativas nos retratan su penar en las prisiones -el […]
Meses atrás los editores Sergio Gálvez y Fernando Hernández, con la ayuda, investigación y trabajo de historiadores que llevan ya escritas muchas páginas brillantes sobre el tema, nos han honrado con la publicación del libro «Presas de Franco«. En seis capítulos y una serie de fotografías ilustrativas nos retratan su penar en las prisiones -el principal instrumento de represión-, el penar de aquellas combatientes de la dictadura: «sentadas en los petates o en el santo suelo hay muchas mujeres jóvenes, y con ellas un enjambre de niños. Son pálidos, delgaditos, muchos de ellos están llenos de pupas. Estos niños, menores de cinco años, viven día y noche encerrados, hambrientos, temblando ante las funcionarias, presenciando «sacas», oyendo los fusilamientos al amanecer y todo esto se refleja en su mirada. Tienen una expresión en los ojos que hace daño», relatará Mercedes Núñez en el libro Cárcel de Ventas.
El capítulo 5, dedicado a «Cárceles«, encierra un apartado titulado «Prisión central de mujeres de Saturrarán (1938-1944)». Quiere ser un aperitivo y resumen breve de un próximo libro, ya semiterminado, sobre la cárcel de Saturrarán del archivero de la parroquia Ntra. Sra. de la Asunción de Mutriku, Xavier Basterretxea Burgaña, y la profesora de la Escuela Lea Artibai de Markina-Xemein, Arantza Ugarte Lopetegi. Se habla de la represión y de la resistencia femenina a la dictadura franquista, que tuvo un carácter específico. Las represaliadas por el franquismo sufrieron por rojas y por mujeres.
Una orden publicada el 29 de diciembre de 1937 dispuso que los edificios del Seminario de Saturrarán (Mutriku-Gipuzkoa) se convirtieran en Prisión Central de Mujeres. «Estos edificios del seminario, donde instalaron a las mujeres y que habían servido de cuartel a las tropas republicanas, anarquistas, nacionalistas y luego a las fascistas, se encontraban en un estado lamentable: los techos hundidos, las paredes sucias y agrietadas, los cristales rotos, las tuberías atascadas y sin mobiliario. Las presas que llegaron a lo largo de los primeros meses de 1938 se encontraron con este panorama desolador y con una férrea disciplina impuesta por las monjas de la Merced, que se encargaban del orden interior de la prisión», cuenta la presa gallega Isabel Ríos.
Las 120 mujeres y los 57 niños/as, que murieron en esta prisión entre 1938-1944 víctimas, entre otras cosas, del hambre, del tifus, de la bronquitis, difteria y sarampión, nos hablan de la bestial dureza de aquella cárcel franquista y de dictadura, de la que tan sólo queda en pie «algún trozo de pared y dos placas», que nos recuerdan que allí se alzó una prisión de inhumanidad y castigo para mujeres, en la que colaboraron con maltrato e ira de su Dios de cruzada 25 monjas de la Merced y un cura de la santa Iglesia católica, apostólica y romana. Carmina Merodio recuerda: «No querían que comiéramos para mantener a los cerdos, que luego los vendían. Al director y a la superiora sor María Aránzazu Vélez de Mendizabal les echaron de allí porque cogían hasta la comida de los niños, la leche condensada, y todo lo vendían fuera». La alimentación era mala y escasa: un bollo de pan para todo el día, una pastilla de chocolate para el desayuno, caldo con alguna patata para la comida y lentejas para la cena. Los víveres que traían las presas quedaban confiscados y se trasladaban en grades canastas a la cocina de las monjas, que traficaban con el dinero y la comida de las reclusas y de sus hijos. Asunción Rodríguez Pulgar sostiene en una entrevista que «las monjas especulaban con la comida. Vendían en estraperlo la comida de las presas. Arroz, sacos de azucar… los sacaban por el monte de noche hacia Galdona». ¡Las malditas monjas de las cárceles de la dictadura española, que tanto daño hicieron a presas y a niños!
Según el padrón del Ayuntamiento de Mutriku en 1940 en la prisión de Saturrarán había 1.666 personas: 4 oficiales de prisiones, 53 militares, 25 monjas, 1 sacerdote y 1.583 reclusas, y según relato de Josefa García Segret hubo momentos que llegaron a concentrarse unas 1.700 presas. Pudieron ser más de 2.000 las mujeres que, en algún momento, padecieron el tormento de esta cárcel.
Como nos recordaban en Sartaguda el 10 de mayo, muchas mujeres recibieron por aquel entonces y años posteriores un castigo ejemplar e inaudito: muchas fueron hacinadas en cárceles inmundas, tratadas como alimañas, se les rapó la cabeza, se les obligó a beber aceite de ricino, fueron paseadas por calles, caminos y plazas para sentir el escarnio de los vecinos mientras se iban cagando por las patas. La menstruación se convirtió en un problema, «obtener agua caliente para limpiar un paño higiénico en pleno invierno no era gratuito sino moneda de cambio, humillación y chantaje… La menopausia precoz fue ridiculizada por monjas y funcionarias, presentada y atribuida a un castigo -probablemente divino- merecido por su condición política».
El 30 de marzo de 1940 el Ministerio de Justicia publicó una Orden disponiendo: «las reclusas tendrán derecho a amamantar a sus hijos y a tenerlos en su compañía en las prisiones hasta que cumplan la edad de tres años». Luego les arrebataban los hijos a aquellas madres, que sangraban de dolor y pena. Para muchas fue la puntilla. Según cifra proporcionada por el Gobierno en 1944, 12.000 fueron los niños, hijos de presas, arrancados de sus madres. Siguiendo las tesis del comandante Antonio Vallejo Nájera había que segregar y separar a los hijos de las madres para salvarles de ellas y reeducarles, porque «las rojas y marxistas eran psicópatas antisociales», un grupo de descerebradas. ¿No les suena esta jerga en nuestros días cuando desde determinados medios u organismos se habla de los/las militantes de ETA o, como otros dicen, de la banda terrorista ETA? Naturalmente, Vallejo Nájera interviene también en los campos de concentración Nazis de la Segunda Guerra Mundial.
Hoy que también en el estado español y muchas otras naciones «civilizadas y demócratas» del mundo se sigue denigrando, humillando y chantajeando a los presos y presas políticos, quiero rendir con estas líneas un recuerdo agradecido a aquellas mujeres que, por alzarse contra la dictadura, nos enseñaron dignidad desde una cárcel de muerte y oprobio, la de Saturrarán de Mutriku. Y me ronda por la cabeza una pregunta inocente, ¿por qué fue y sigue siendo esta cárcel de mujeres tan desconocida para tantas gentes del entorno?