El filósofo Nicola Lococo nos ofrecía el 6 de este mes en Gara la aclaración ofrecida a un alumno de bachillerato sobre la diferencia entre hipérbaton e hipérbole. Pretexto es «el motivo o causa simulada o aparente que se alega para hacer una cosa o para excusarse por no haberla ejecutado». En clase me enseñaron […]
El filósofo Nicola Lococo nos ofrecía el 6 de este mes en Gara la aclaración ofrecida a un alumno de bachillerato sobre la diferencia entre hipérbaton e hipérbole. Pretexto es «el motivo o causa simulada o aparente que se alega para hacer una cosa o para excusarse por no haberla ejecutado».
En clase me enseñaron que las famosas y devastoras guerras, denominadas de los Treinta Años entre 1618 y 1648, fueron guerras de religion o, dicho de otro modo, guerras grosso modo entre católicos y protestantes. Y fueron bastantes años después cuando observé que la religíón tan sólo fue pretexto o causa aparente, pero no causa principal ni determinante. Una vez más la explicación dada era, lisa y llanamente, un timo, en este caso el de la estampita. En aquel tiempo sencillamente no se enfrentaban católicos contra protestantes.
«Sólo al inicio hubo en cierta manera grupos belicosos homogéneos desde un punto de vista confesional, pero que fueron transformándose cada vez más en ejércitos de confesionalidad mixta. La gran guerra no se desató desde un inicio sólo por cuestiones religiosas, por conveniencias clericales sino, sobre todo, por la codicia nacional, social y económica de príncipes y eclesiásticos, por cuestiones de poder muy mundano y rastrero, lo que llevó a los frentes a un revoltijo considerable».
Está claro que no se luchaba ya fundamentalmente por la religión, y este pretexto, el que no se trataba de un guerra confesional, se puede ilustrar con el ejemplo del cardenal Richelieu. Este cardenal de la Iglesia romana y primer ministro de Francia, una gran potencia católica, apoyó al rey protestante Gustavo Adolfo de la Suecia protestante con elevadas sumas de dinero y, al final, incluso con numerosas unidades del ejército, al objeto de arruinar al emperador católico. Armand Jean du Plessis, duque de Richelieu (1585-1642), el cardenal más conocido y más destacado de Francia y desde 1624 el primer ministro (principal ministre) del cristianísimo rey Luis XIII -el famoso príncipe eclesiástico católico- fue quien combatió a la todavía poderosa casa de los Habsburgo, a la Viena católica y al Madrid católico, y de modo consciente prolongó la guerra en Alemania para debilitar tanto a Madrid como a Viena, sus enemigos y, de paso, a su propio aliado, a Suecia; para así luego, convirtiéndose cada vez más en fuerza preponderante, colocar en el tablero de Europa, en el lugar de la hegemónica casa de los Habsburgo, ya debilitada, a la robustecida casa borbónica. Sólo aparentemente se combate por diferencias confesionales, que sin duda a veces jugaron también su papel e, incluso, un papel importante, pero desde hacía tiempo no un papel preponderante, tal como en su tiempo se quiso, por parte de algunos, mostrar al mundo. Muchos contemporáneos vieron ya en la religión un mero pretexto, un subterfugio de otros motivos: de autoafirmación política, de adquisición de poder, de nuevas posibilidades de dominio.
Igual que, a mi modo de ver, también ha sido pretexto y un timo la cara de pena y defensa de la vida a la que, con dolor sentido, hemos asistido días atrás a la muerte del empresario Uría. Quiero analizar brevemente el pretexto de tres grupos: Empresarios, Iglesia y gobierno e instituciones políticas.
El gran empresariado, al que el gobierno socialista y el parlamento español han abierto desvergonzadamente la caja de ahorros y caudales de los ciudadanos, viene guardando un escrupulosísimo silencio ante la salvaje matanza de trabajadores, que se viene dando en sus empresas. Alcanzando las 102 en nuestra tierra en este año que fenece. ¡Ni un lamento; alguna de ellas incluso acaecida en obras del Tren de Alta Velocidad! Ni tan siquiera menciono la bestial explotación, que llevan a cabo, como denuncian los sindicatos mayoritarios de nuestra tierra Ela y Lab, en horarios, condiciones, sueldo y contratos temporales de los mismos. ¡Que nos retrotrae a décadas pasadas! Hablo únicamente de su silencio de muerte ante, en muchos casos aquí sí, el destripe de obreros al pie de sus fábricas de trabajo. No; se duelen únicamente por la muerte de uno de los suyos, de uno de su tribu, pero no por la muerte de un hombre. ¿Donde estaban cuando la muerte de los casi 50 obreros de sus factorías? El grito de los empresarios en defensa de la vida ante el cadáver del señor Uría es timo. Y sigue siendo verdad en nuestra tierra aquella máxima, expuesta en una pancarta de Durango, junto a la Feria del Libro y firmada por la CNT: «Cría ricos y te comerás sus crisis. ¡No votes, bótales!»
El obispo Uriarte ofició la misa. Y de nuevo se hicieron realidad aquellos versos de Atahualpa Yupanki: » Hay un asunto en la tierra/más importante que Dios/. Y es que nadie escupa sangre/ pa que otro viva mejor./¿Que Dios vela por los pobres?/ Talvez sí, y talvez no/. Pero es seguro que almuerza/en la mesa del patrón». ¿Usted, que a veces dice defender la vida, por qué nunca ha oficiado una misa con prédica condenatoria ante uno de esos casi cincuenta obreros, fallecidos en este año? ¡Mire si ha tenido ocasión y motivo! También su defensa de la vida me suena a timo. Desde luego nada raro revisando la historia de la Iglesia católica, llena de oraciones y atiborrada de indulgencias por la guerra, antes y ahora, y en donde se agredecen a Dios con mucha frecuencia las matanzas de los enemigos con repiques de campanas y «te deum» solemnes. ¡No necesito recordarle la miserable postura de la Iglesia en defensa de la vida en la guerra de 1936 y su postura en nuestros días ante los huesos de los asesinados en las cunetas! Por otra parte no hay por qué encrisparse, es la postura normal.
¿Y qué decir del gobierno socialista? Tan criminal como el anterior. Ellos desconocen la colaboración del gobierno español con USA en el tema del campo de concentración de Guantánamo y, por supuesto, el interrogatorio llevado a cabo por guardiaciviles-funcionarios españoles en el mismo, al igual que desconocen el apoyo de su partido hermano en la aniquilación Palestina. Un partido socialista, que creó el Gal para, desde la legalidad vigente, desde el gobierno y sus funcionarios, asesinar a abertzales con el silencio cómplice, entre otros, del PNV. Hace poco nos recordaba el presidente del parlamento, el señor Bono, que ellos, los demócratas, solicitaban que la policía y la guardia civil nos visitara (me imagino que de noche y embozados) a los votantes de la izquieda abertzale; y otra de sus estrellas, el señor Ibarra de Extremadura, aquel que haciendo oídos sordos a las reclamaciones de gentes que pedían que la plaza de toros de Badajoz fuera monumento nacional y de recuerdo de los alrededor de 6000 asesinados en su coso por los fascistas, mandó destruir sin miramiento alguno, y, sin embargo, clama que o los presos políticos encarcelados se rinden o, de lo contrario, sean legalmente aniquilados como hizo su partido hermano en Alemania con la Rote Armee Fraktion ¡Todo un gesto de vitalidad y cristianismo!; un partido socialista que se ha amilanado y callado ante la matanza impune en Irak y Afganistán con la colaboración activa y mendaz del gobierno del PP de Aznar, un partido socialista que se ha alzado chulesco ante la consulta por la autodeterminación de un pueblo y que ante los familiares, que han solicitado permiso para enterrar a sus muertos de la guerra fascista del 36, sólo ha sabido mediante el recurso a tribunales fascistas calmar su tembleque de manos y esconder sus vergüenzas de partido. Un partido que dice ser salvaguarda de derechos humanos y que, sin embargo, viene siendo denunciado año tras año por Amnistía Internacional y, sobre todo, por muchos presos de practicar en sus comisrías la vieja tortura española. Su grito de vida ante la muerte de Uría es cínico, es mentira y pretexto. Con la ayuda de algunos medios de comunicación, a modo de pelotón de fusilamiento, trata de decirnos: los criminales somos gente honrada.
Frente a todo ello me uno a los que buscan sinceramente caminos de paz, no desde la España una y el colonialismo, no como pretexto, sino desde el reconocimiento de pueblo, desde el afianzamiento de Euskal Herria, desde el dolor sincero expresado tantas veces en nuestro pueblo ante tantas muertes violentas, como el manifestado últimamente en Azpeitia y antes en otros muchos lugares de trabajo con un crespón negro inmerso en una ikurriña izada a media asta, en este caso, por un alcalde de ANV.