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Primero la clientela

Fuentes: Rebelión

Se está pidiendo un pacto de Estado tras las elecciones del 20-D en España. Pero aquí cada cual se debe a su clientela, el cliente siempre tiene la razón y del cliente dependen el sustento y eso a lo que llaman poder, algo que raras veces se ejerce de verdad porque a la clientela no […]

Se está pidiendo un pacto de Estado tras las elecciones del 20-D en España. Pero aquí cada cual se debe a su clientela, el cliente siempre tiene la razón y del cliente dependen el sustento y eso a lo que llaman poder, algo que raras veces se ejerce de verdad porque a la clientela no se le ha explicado bien qué es ejercer el poder de verdad, la clientela en el fondo es la tapadera para que los candidatos a lo que sea no se destrocen físicamente como en el paleolítico, estamos en un neopaleolítico con smarphone, todo funciona como en el mercado: le vendo al cliente mi cacharro pero le oculto información para que me lo compre antes y con facilidades.

El Pablo Iglesias del siglo XXI hasta propone para presidente a una persona ajena a la clientela del voto. Sugiero dos: Ana Patricia Botín, para que dé la cara y no se esconda más tras la lámpara maravillosa del Santander, y Amancio Ortega que para eso es uno de los tres hombres más ricos del mundo. Ella o él, al cincuenta por ciento, para ir acorde con los tiempos y eso de las cuotas de género… femenino. Y que gestionen España como hacen con sus empresas, a ver si nos expandimos tanto y tenemos tantísimos beneficios y algún que otro puesto de trabajo, a ser posible no precario.

El Pablo Iglesias a caballo entre los siglos XIX y XX aún asusta desde su retrato con su barba blanca a los barones del PSOE. Por tanto, siendo una derecha liberal, el PSOE se siente de izquierdas pero como Felipe González mandó al carajo a Marx y declaró en Estados Unidos que prefería morir en una calle ruidosa de una ciudad de aquel país a hacerlo en el silencio del metro comunista de Moscú, el PSOE es la izquierda pero dentro de un orden, el del mercado neoliberal, he aquí cómo se pueden tener dos o tres naturalezas al mismo tiempo pero, claro, todo menos ese radicalismo de Podemos que no respeta a España como unidad de destino en lo universal que diría el fascista Primo de Rivera.

Por tanto, no hay que pactar con el PP porque es «la derecha» (cuando Rajoy y el PP también han sido víctimas del postmodernismo socialdemócrata) ni tampoco con Podemos porque es la izquierda que alienta el separatismo. Si lo hace, el PSOE perdería la clientela de la izquierda moderada. Y si Podemos deja a un lado lo del referéndum catalán perdería la suya en, al menos, Cataluña y en el País Vasco porque allí están sus clientes más inquietos, unos esperando la consulta (que ratificaría la no independencia porque el referéndum ya se hizo en las autonómicas pasadas) y otros, en Euskadi, aguardan a ser los siguientes en esto del referéndum para ver si me voy o no me voy de Castilla la Vieja y sus reinos. Es curioso, un asunto que tenía que haber arreglado la llamada clase hegemónica allá por el siglo XIX e inicios del XX, pretende arreglarlo el movimiento bautizado como radicalismo populista, eso demuestra la clase de clase dominante que posee España.

El PP es el que menos teme por su clientela porque los pactos o el pacto, sea el que sea, siempre se haría sobre la base del huevo, es decir, el pacto consistiría en llegar a un acuerdo gastronómico: hacemos el huevo frito, duro, pasado por agua o escalfado. Si acaso le podemos poner algo de tomate pero poco y nada de pique que eso excita. El pacto nunca va a echar leña al fuego ni va a apagar la hoguera de las vanidades de Wall Street, de la UE o del FMI, por tanto, qué más da. Por cierto, a los de Ciudadanos no hay más que ponerles el papel del pacto y lo firman, para eso son las juventudes del PP, renovadas. Y a IU, como está la pobre en plan dúo y veremos si dinámico, lo mejor que le podría pasar es que se rompiera la baraja y otra vez se acudiera a la clientela porque peor imposible, creo yo, nunca se sabe.

Sea como fuere, que se dice en periodismo, la clientela está ahí, se ha equivocado una vez más porque vota de cualquier manera pero siempre tiene la razón, para eso existen unos listos que viven -y bien- gracias a ella y a su falta de preparación. Votar, no a programas, sino a un aporreado en Pontevedra, hijo adoptivo de la Merkel, a un muchacho de gimnasio diario con pantalones ajustados, a un señor con coleta que no tiene un partido sino cinco, al menos, o a un quinto con aspecto de tuno, conduce a estos follones superestructurales que distraen pero, oh, ¡asustan a los mercados!

Y el caso es que la clientela, se haga lo que se haga, no se acordará de nada en el futuro y volverá a votar a la botella en lugar de al líquido que contenga, lo que ocurre es que la botella teme romperse y dejar de existir, en realidad no mira por su clientela sino por sí misma.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.