De un tiempo a esta parte, la publicación del patrimonio de los parlamentarios y otros cargos políticos viene a ser una de las noticias recurrentes de la prensa española. Con ello, los medios de comunicación parecen hacerse eco del creciente malestar ciudadano acerca de los privilegios de lo que se ha dado en llamar «la […]
De un tiempo a esta parte, la publicación del patrimonio de los parlamentarios y otros cargos políticos viene a ser una de las noticias recurrentes de la prensa española. Con ello, los medios de comunicación parecen hacerse eco del creciente malestar ciudadano acerca de los privilegios de lo que se ha dado en llamar «la clase política» (expresión desafortunada, por cierto, que desprovee de su verdadero significado al concepto de «clase»). En webs, foros y redes sociales, este tipo de información goza de gran popularidad, razón por la cual no es extraño que los medios se hagan eco de ella.
Pero lo realmente curioso, es el modo como algunos lectores supuestamente «antisistema» aceptan alegremente este tipo de noticias, sin hacer de ellas una lectura verdaderamente crítica. ¿Dónde quedó la manipulación mediática? ¿Cuándo una noticia resulta ser objetiva y cierta, de entre todas aquellas que consideramos sistemáticamente como sesgadas, y al servicio de los intereses de la derecha y del capital?
Algo en lo que no ponemos el acento siempre, es en definir cómo se produce dicha manipulación mediática, que siendo real, no es a veces bien entendida. La manipulación mediática no consiste en ocultar conscientemente los datos, en publicar cifras inexactas sobre una manifestación o una huelga, por ejemplo, o en expresar como objetividades hechos que se pasan por el tamiz de una ideología concreta. Más a menudo, la manipulación consiste en ocultar mostrando, en favorecer una visión parcial que deja en segundo lado otra perspectiva acerca de los hechos que están teniendo lugar. Por emplear la jerga política estadounidense, la manipulación consiste, sobre todo, en el talento de los medios para situar «en la agenda» unos temas determinados, dejando otros en la sombra.
Y esto es, precisamente, lo que hace la prensa cuando ofrece un tratamiento nunca antes visto del patrimonio de los políticos profesionales. Es cierto que estas noticias se publican porque hacen vender periódicos, o porque su índice de visitas en Internet sube como la espuma. He ahí los intereses objetivos más candentes de los medios de comunicación. Pero al servir esos objetivos, y al optar por ofrecer una visión de la realidad que es más «popular» hoy día, ocultan una parte de la verdad.
Cuando los medios hacen carnaza con un artículo sobre el patrimonio de los políticos, las masas mileuristas estallan de rabia. Se olvidan entonces de que esas cantidades declaradas son una minucia al lado de las enormes cantidades de dinero en las manos de los grandes empresarios y de los que cortan el bacalao, los directivos del IBEX 35. ¿Cuál es en la actualidad el problema principal, el que debe figurar en la agenda política de la izquierda? ¿La corrupción política, o los intereses a los cuales sirven los políticos corruptos (que coinciden con los intereses del gran capital nacional e internacional)?
Cierto es que buena parte de los altos cargos políticos de este país ocupan u ocuparán puestos en los consejos de dirección de las empresas del IBEX 35, y los que no también se encuentran de algún otro modo ligados a la empresa privada. Pero esa sigue sin ser la cuestión principal : todos estamos diciendo que los políticos están comprados, sobornados, que son unos mangantes, y que no representan los intereses de la sociedad. Pero insistimos en quedarnos en la cáscara del asunto, en denostar (no sin envidia) al supuesto sobornado, y evitamos plantearnos a qué intereses concretos sirven las políticas que nuestros gobiernos y nuestros órganos legislativos vienen llevando a cabo en este país. Si todos los políticos son unos vendidos, vamos a ver quién los está comprando. Si son unos corruptos, vamos a ver cuáles son los poderes que los corrompen. Si un buen porcentaje de nuestros parlamentarios se están enriqueciendo con el mercado inmobiliario o especulando en la bolsa, vamos a perseguir esas conductas en toda la sociedad, y vamos a impedir que se enriquezcan de ese modo no sólo ellos, sino también los grandes especuladores que no tienen tiempo o interés para dedicarse a la vida pública. Y para terminar, vamos a favorecer a las formaciones políticas que no se encuentran al servicio de esos intereses.
Esto no se hace, porque este punto de vista no está en la agenda. No se concibe, o se concibe como imposible y utópico. Y evidentemente, interesa más desprestigiar a toda la «clase política» para neutralizar la actividad de los partidos y de los políticos honrados que no están jugando al juego del gran capital español e internacional. No es difícil, cuando todos están tan enfadados y la doxa común va en ese sentido.
Para terminar, unas palabras cuya dureza espero que se me disculpará (la considero necesaria). El «cabreo» de la ciudadanía con los políticos se debe a la frustración de una mayoría social tras la debacle de un modelo económico basado en la especulación: es el modelo inmobiliario-financiero del Partido Popular (que le ha valido un amplio apoyo social de clase obrera: a este modelo le deben mucho los trabajadores de «furgoneta blanca») que ha contado con la connivencia del PSOE. Este modelo, que aunaba el crecimiento económico basado en el ladrillo con la oferta masiva de créditos para las familias por parte de los bancos, es el que ha colapsado, mandando al paro a millones de trabajadores y frenando toda la economía nacional.
El descontento en este país se debe, fundamentalmente, a la pérdida de poder adquisitivo de la clase trabajadora. Pero ese descontento no es, en absoluto, un descontento con el sistema (aunque potencialmente puede serlo). Lo que ahora demanda la clase trabajadora, es un gobierno con la capacidad y la resolución para acometer las medidas necesarias que hagan regresar aquel milagro por el cual un joven de 16 años podía abandonar los estudios inmediatamente para encontrar trabajo, sin problemas, en la construcción, y cualquier familia obrera podía permitirse una serie de «lujos» (casa, cochazo, etc.) inauditos.
Durante los disturbios de Londres de este verano, la gente de los barrios marginales entraba a robar en tiendas de móviles o en almacenes de Apple. El contenido de estos motines dista mucho de ser revolucionario: lo que esta gente demandaba era aquello, justamente, que la sociedad y el discurso público les habían prometido, y ahora la realidad les niega. Los amotinados de Londres, como los «apolíticos» de España (de cuya ideología no terminan de distanciarse, aunque hacen loables intentos, nuestros indignados quincemayistas), piden más y mejor de las migajas que el sistema les ha venido dando. Por eso, hay mucho de pose vacía en aquellos pseudoizquierdistas que creen hallar una esperanza en este tipo de descontentos y estallidos sociales.
Hasta aquí las palabras duras (se verá que tampoco lo han sido tanto). ¿Qué es lo que cabe esperar? Cuando veamos que el sistema no se repone, que esto va a peor, las masas tendrán que darse cuenta de que ninguno de los partidos del sistema les va a traer aquel pasado que aún añoran. Al contrario, lo que vienen son duras políticas de reajuste y nuevas mordazas que van a redefinir las condiciones de la fuerza de trabajo para el futuro. Esto no ha hecho más que comenzar, pues lo que se avecina es una recomposición social de la clase obrera. ¿Qué es lo que podemos hacer ante todo esto? Lo que poco a poco, en sus márgenes de acción, hace (lo que queda de) la izquierda: seguir de cerca este proceso, concienciar, movilizar, estar ahí. Y que en un momento dado, se diga de nosotros que ahí hemos estado. A veces, uno no puede evitar la sensación de que el tiempo presente lo vivimos como un pasado. A lo que aspiramos es a ser la memoria del porvenir. Por eso es tan importante ser críticos con nosotros mismos, y con todos los movimientos sociales que surjan a nuestro alrededor. Dejar de lado los oportunismos fáciles (por ejemplo, no podemos dar la razón en todo al 15-M: nuestro apoyo debe ser muy crítico). Cada acción que llevemos a cabo debe ser consciente, organizada y justa. Hoy por hoy, tenemos que delinear la prehistoria de otra cosa, de algo que aún no se ha puesto en pie, pero lo hará.
Blog del autor: http://enuntrenenmarcha.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.