Día tras día aparecen estudios sobre los efectos del cambio climático en la producción de alimentos, y son preocupantes. Por ejemplo, según cálculos muy recientes, en entornos cálidos como el sur de Europa, partes de África y el sur de Asia, el aumento de las temperaturas reducirá el rendimiento promedio de los vegetales en un […]
Día tras día aparecen estudios sobre los efectos del cambio climático en la producción de alimentos, y son preocupantes. Por ejemplo, según cálculos muy recientes, en entornos cálidos como el sur de Europa, partes de África y el sur de Asia, el aumento de las temperaturas reducirá el rendimiento promedio de los vegetales en un 31%. En el caso de los granos, si la temperatura terrestre aumenta dos grados, los países más importantes en su producción, EEUU, Brasil, Argentina y Ucrania, experimentarán unas pérdidas en rendimientos agrícolas de un 7%. Si el aumento llega a los cuatro grados, las pérdidas de su producción serán de un 86%.
¿Y Catalunya? Lógicamente, las temperaturas más altas y los menores regímenes de lluvia también provocarán menores rendimientos productivos. Por ese motivo es habitual en publicaciones, congresos o jornadas encontrar informaciones y escuchar debates sobre cómo adaptar la agricultura a esta nueva realidad. Normalmente se hablan de propuestas técnicas enfocadas en los avances de la genética para obtener semillas más resistentes y ganado mejor adaptado o en los avances en el uso y aplicación de abonos sintéticos más eficientes para no perder productividad. Pero desde mi punto de vista, es una mirada corta que no resolverá la vulnerabilidad alimentaria en estos seguros nuevos escenarios.
Y todo por una única razón, porque Catalunya es una gran potencia agrícola pero solo diseñada desde intereses económicos y sin ninguna relación entre agricultura y alimentación. Bien podemos afirmar que no producimos en función de lo que comemos. En concreto, según recogió el agrónomo Pep Tuson, se producen unas cuatro veces más de cereales que los que se consume en nuestra dieta pero aún así importamos grandes cantidades para poder engordar todos los animales de la gigante industria pecuaria catalana. Toneladas de carne de las cuales solo consumimos aproximadamente la mitad producida, el resto se dedica a la exportar. Con tantas tierras dedicadas a cereales la producción de leguminosas y de hortalizas es deficitaria para nuestro consumo actual y estamos obligados también a importar garbanzos, lentejas o patatas. Finalmente, en el apartado de frutas, la observación de los datos nos advierte de un gran despropósito pues importamos y exportamos por igual.
Por eso, trabajar científica y políticamente en adaptar cultivos de frutales a las sequías o acondicionar las granjas de cerdos, no tendrán ninguna repercusión en nuestra soberanía alimentaria. Nos mantendrá igualmente dependientes de importar alimentos de los mercados internacionales, de forma que los descensos productivos globales nos podrán seguir afectando. Tanto por el descenso final de materia prima y alimentos, tanto por una mayor volatilidad de los precios. Si queremos no depender de incertidumbres climáticas o de las inclemencias del mercado donde debemos poner energía es en reorganizar nuestra agricultura en producir comida, no divisas.
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