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Prólogo del libro Recordar es sobrevivir, de Renán Vega Cantor

Fuentes: Rebelión

Hacer memoria e historia sobre el pasado reciente de Colombia bajo una perspectiva crítica, supone enfrentar las prácticas sociales genocidas que ha utilizado el Estado a través del terror, para silenciar el pensamiento divergente, negar los procesos de lucha popular, romper el tejido social y, finalmente, imponer el olvido y la amnesia colectiva como sustento de la impunidad. Esta nueva publicación que nos ofrece el historiador y ex integrante de la Comisión Histórica del Conflicto, Renán Vega Cantor, bajo el título Recordar es Sobrevivir enfrenta valerosamente este gran desafío para trazar en sus páginas retazos de una memoria colectiva reciente y esbozar las pinceladas de una historia presente en abierta ruptura con las narrativas hegemónicas.

Pocos analistas sociales están equipados para acometer con éxito esta difícil tarea, la cual demanda varias de las cualidades que reúne el autor de este libro y que le confieren un sello particular a su labor académica: una prolífica producción intelectual; un alto rigor en términos de respaldo teórico y empírico de sus investigaciones; una estrecha conexión entre lo que dice, escribe y hace; una preocupación pedagógica que no se circunscribe a las aulas de clase; un compromiso con procesos de educación popular; una convicción ético-política de no transigir en la búsqueda de la verdad y, sobre todo, una obra que no se ocupa de exaltar y agradar a los poderosos. Méritos que en su momento le valieron el reconocimiento del Premio Libertador al pensamiento crítico al lado de destacados intelectuales latinoamericanos entre los que cabe mencionar a Enrique Dussel, Bolívar Echevarría y Juan José Bautista.

En efecto, la obra de Renán Vega es una historia que le da voz a los vencidos, a las clases subalternas, a los ninguneados por las historias institucionales, a quienes han vivido relegados en los márgenes de la sociedad. Se trata de un relato histórico construido “desde abajo” que encuentra sus principales mentores en los desarrollos del marxismo británico a partir de historiadores como Edward Thompson, Eric Hobsbawm, George Rudé, Raphael Samuel, Peter Burke. Autores de cuyas obras ha asimilado planteamientos, métodos y conceptos, no para reproducirlos mecánicamente sino para aplicarlos creativamente a la comprensión de nuestras realidades. Así lo ilustra su voluminosa obra sobre Gente muy Rebelde donde a lo largo de cuatro extensos tomos, y respaldado en una abundante y variada consulta de fuentes, estudia las protestas y movilizaciones obreras, indígenas, campesinas, de mujeres y artesanos.

Este temprano y permanente interés por la historia popular lo ha llevado a participar en procesos históricos de recuperación de la memoria, como lo hace en su libro Sangre y Cemento: Huelga y masacre de trabajadores en Santa Bárbara (1963) realizado en coautoría con Andrés Jáuregui. Tal como lo evoca Renán en las primeras páginas de Recordar es sobrevivir, se trató de una investigación que fue prefigurada tempranamente cuando el autor tuvo la oportunidad de presenciar un evento de conmemoración de los 13 años de este crimen de Estado.  En aquel lejano acto realizado en el marco de la huelga de trabajadoras de Vanitex (1976) ‒nos cuenta Renán‒ escuchó el testimonio de uno de los sobrevivientes de esta repudiable masacre, lo que suscitó en él su interés por indagar más a fondo sobre estos hechos a partir de la vivencia de sus protagonistas. Desde entonces, dicha preocupación por recuperar la “voz de los sin voz”, será una constante en sus escritos; de lo cual da cuenta su reciente investigación Siempre de pie, nunca rendidos. Los corteros de caña de azúcar en el Valle del Cauca presencia y luchas (1860- 2015), de la que hizo parte también el sociólogo de la Universidad de Dublín, José Antonio Gutiérrez.

En la incansable labor de recobrar esta historia obrera Renán ha desarrollado propuestas metodológicas para darle protagonismo a los sectores populares. Así, al cumplirse un siglo de la creación de la Unión Sindical Obrera de la Industria del Petróleo (USO) ‒uno de los sindicatos más grandes y combativos del país‒ viene impulsando la Biblioteca “Diego Montaña Cuéllar”, que ha posibilitado la reedición de obras clásicas de la historiografía social, entre otros: Aquí Nadie es Forastero. La Formación de una cultura radical. Barrancabermeja 1920-1950, del historiador Mauricio Archila, así como libros de su coautoría entre los que destacan: Obreros, Colonos y Motilones; y La huelga de la dignidad. El paro petrolero de agosto de 1971 en Barrancabermeja, escrito con Mario Aguilera y Angela Núñez, respectivamente.

Quedaría incompleto este breve recorrido por su obra si no aludiéramos a sus preocupaciones por pensar problemas globales contemporáneos relacionados con la actual crisis civilizatoria, los sofismas ambientales del capitalismo, el imperialismo ecológico, las guerras climáticas que se avecinan, los límites de la tecnociencia,  las transformaciones del mundo del trabajo, los nefastos efectos del modelo extractivista y los aportes del Marxismo y el ecofeminismo para contrarrestar la crisis ambiental. Reflexiones que han cristalizado en libros como, Un mundo incierto, un mundo para aprender y enseñar: las transformaciones mundiales y sus incidencias en la enseñanza de las ciencias sociales; El capitaloceno: crisis civilizatoria, imperialismo ecológico y límites naturales; Capitalismo y despojo: perspectiva histórica sobre la expropiación universal de bienes y saberes,  pero que también han encontrado un espacio privilegiado para el diálogo y el debate teórico-práctico en la Revista CEPA, publicación semestral que bajo su dirección se ha convertido en un referente de reflexión y praxis del pensamiento crítico no sólo en nuestro país, sino en toda Nuestra América.

Decía el filósofo colombiano Cayetano Betancur en su sociología de la simulación y la autenticidad que

Hay épocas culturales en que predomina la lealtad, la fidelidad, la veracidad, la sinceridad como formas que mantienen muchas de las relaciones comunitarias o casi todas ellas. En otras, en cambio, ser leal, ser fiel, veraz, sincero es desentonar un tanto en el conjunto de la vida que se mueve en torno y hallar a través de cada una de las circunstancias un cúmulo de dificultades y una porción de tropiezos que llevan al sujeto portador de estos valores, a sentirse descentrado y como fuera del tiempo y del espacio vitales que lo contienen[1].

Sin duda, Renán es uno de estos intelectuales cuya sinceridad y veracidad desentona en una sociedad de la simulación, que discurre en el mundo de la mentira, de la falsedad, de la apariencia, del engaño, del encubrimiento y de la impostura. Realidades que permean a los medios de comunicación, la academia, la política y la vida cotidiana de los colombianos. Situaciones magistralmente puestas en escena por el mismo Renán en su libro Colombia: El macabro reino de la simulación.

Y es que el autor de Recordar es sobrevivir no responde a los estereotipos del intelectual mediático que busca reconocimiento económico y simbólico, a cambio de renunciar a su independencia o para decirlo en palabras de Frantz Fanon, el “intelectual colonizado” que no logra desprenderse del “[…] egoísmo, la recriminación orgullosa, (y) la imbecilidad infantil del que siempre quiere decir la última palabra”[2]. Contrario a ello, los escritos de Renán no sólo incomodan a quienes ejercen el poder, sino que fastidia también a quienes desde supuestas posturas de “izquierda”, “progresistas” o “democráticas”, adecúan sus análisis y comentarios al auditorio de turno, y aplican la política de las simetrías para aparecer “políticamente correctos” ante su público.

Por lo anterior, no sorprende entonces que, al igual que los intelectuales críticos de “Nuestra América”, haya tenido que vivir la persecución, la amenaza y el exilio académico forzado; o que desde distintos flancos se le señale de panfletario y se pretenda desacreditar su calidad de investigador, como en su momento trataron de hacerlo el portal periodístico La Silla Vacía, y otros medios de comunicación luego de su presentación del informe a la Comisión Histórica, donde aportó novedosas explicaciones frente a la injerencia de los Estados Unidos en el conflicto colombiano. Cabe advertir que estos hostigamientos no sólo son externos: en la Universidad Pedagógica Nacional donde ha ejercido la docencia por más de treinta años tuvo que vivir el acoso político y laboral de varias administraciones rectorales que le abrieron procesos disciplinarios, y le bloquearon proyectos académicos. Ninguna de estas estrategias ha logrado silenciar su voz y su escritura.

Por todo lo anterior, las vivencias personales que brotan en las diferentes secciones de este libro son algo más que eso: recogen el testimonio de una generación que luchó por cristalizar unos ideales transformadores, una política revolucionaria y una utopía anticapitalista. En ese camino, algunos pagaron con su vida su adhesión y lealtad a estos principios, mientras que otros seducidos por el poder de las élites sucumbieron a él, y una vez convertidos en políticos tradicionales o intelectuales orgánicos de la derecha, construyeron narrativas históricas con las que pretendieron justificar sus virajes, cuando no renunciaron a la memoria “a cambio de la comodidad y la placidez que da el olvido”. Figuras políticas como Germán Bula Escobar, de quien Renán nos regala una instantánea de la memoria donde el abogado y futuro ministro de educación del presidente Andrés Pastrana, aparece cantando el himno de la Internacional, tras acompañar a las familias que iban a ser desalojadas de la Casona (1976), ilustran esta trayectoria.

Los 25 escritos agrupados en Recordar es Sobrevivir, configuran así una publicación que, desde la reflexión académica, militante, testimonial, periodística e histórica, contribuyen, sin duda, a reconstruir la memoria de quienes conservaron sus sueños y fueron borrados por la mano criminal de agentes estatales; y a combatir la amnesia de quienes militando hoy en un bando contrario se avergüenzan de aquel lejano pasado en que lucharon al lado de las clases subalternas.  No se trata de un relato hecho en blanco y negro, ni una narrativa que divide al mundo entre buenos y malos. En ella afloran las fisuras, las contradicciones y una abierta crítica a las formas de hacer política de algunos sectores de la izquierda e incluso de ciertas corrientes intelectuales feministas y decoloniales que, en coyunturas críticas, se han plegado a los discursos del Establecimiento y el bloque de poder contrainsurgente. Artículos como La postración de Gustavo Petro. ¿Dignidad o votos?, a propósito de la detención de Jesús Santrich con fines de extradición, y Derrocamiento de Evo Morales. El Regreso De Los Golpes Duros A Nuestro Continente, escritos sobre la marcha de los acontecimientos ilustran estas aproximaciones críticas.

Estamos entonces frente a un libro que contribuye a la construcción de memorias críticas, partiendo de una urgencia actual de derrotar la impunidad; un texto que nos remite a pasados silenciados, porque como nos lo propone la antropóloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, en sus aportes al taller de historia oral andina: “hay que caminar por el presente mirando con los ojos del futuro (atrás) y el pasado (adelante)”[3]

Este aforismo cobra particular relevancia en un país donde los expresidentes, a la usanza de las viejas monarquías absolutas ‒con la ayuda de sus incondicionales amanuenses que fungen (y fingen) como periodistas‒ se afanan por publicitar sus pretendidas “glorias” y “hazañas”, en su lucha contra el “terrorismo” y la búsqueda de la paz para Colombia. Memorias Olvidadas, del ex mandatario Andrés Pastrana Arango, es sin duda, un buen ejemplo de esta operación memoricida cuyo título corresponde no a lo que dice sino a lo que deja de decir, como el hecho de que durante su gobierno se reconfiguraron las Fuerzas Militares, se consolidó el proyecto paramilitar y se aplicó el componente contrainsurgente del “Plan Colombia” con su estela de destrucción y muerte, mientras simulaba buscar una salida negociada al conflicto social y armado en una mesa de negociación con la guerrilla de las FARC en el Caguán.

En esta misma línea, los dos escritos del expresidente colombiano y premio Nobel de la Paz, Juan Manuel Santos: Jaque al Terror. Los años horribles de las FARCLa batalla por la paz: el largo camino para poner fin al conflicto con la guerrilla más antigua del mundo, recogen las desmemorias de una figura de la política colombiana que  nunca ha dejado de ejercer su pedagogía de muerte, mentira y traición, primero como Ministro de Defensa del presidente Álvaro Uribe Vélez, tolerando los mal llamados “Falsos Positivos” (en realidad asesinatos cometidos por el Estado que según el coronel retirado de la policía Omar Rojas, sobrepasan los 10 mil[4]) y luego como primer mandatario de la nación, ordenando la ejecución a sangre fría del máximo comandante  de las FARC, Alfonso Cano, cuando éste realizaba acercamientos para establecer un diálogo que condujera a la paz con su gobierno; así mismo, justificando el asesinato del integrante de la delegación de paz de esta misma organización insurgente, Jairo Martínez y 26 guerrilleros más, en el momento en que aquel retornaba al país bajo la protección de las autoridades colombianas con el propósito de cumplir tareas de paz.

De este modo, en el marco de los diálogos de la Habana adelantados en medio del conflicto era válido el asesinato de guerrilleros, mientras que las acciones bélicas realizadas por la insurgencia eran calificadas de atentados al proceso de paz, tal como ocurrió en noviembre del 2014 con la retención por parte de la guerrilla del general del ejército Rubén Darío Álzate. En dicha ocasión, el presidente Juan Manuel Santos suspendió unilateralmente el proceso de negociación, luego que había prometido que no interrumpiría los diálogos hasta que no se llegara a un acuerdo definitivo de paz. No obstante lo anterior, en la memoria oficial Pastrana y Santos aparecen como los artífices de una paz de la cual “hoy recogemos sus frutos”, y así fue consignado en sus versiones libres presentadas ante la Comisión de la Verdad (¿Acaso se referían a los cerca de 1300 líderes y lideresas sociales asesinados por agentes estatales y paraestatales; y a los más de trescientos ex insurgentes de las FARC asesinados tras la firma en 2015, del Acuerdo de Paz de La Habana?)

La anterior reflexión tiene pertinencia para el debate acerca de cómo se viene construyendo la memoria oficial en nuestro país. La pasividad con que el anterior director del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), el reconocido historiador Gonzalo Sánchez, aceptó la determinación presidencial de incluir un delegado del Ministerio de Defensa en el Consejo directivo de este organismo (decreto 502 de 2017), nos muestra también una intelectualidad que con sus silencios y complacencias han contribuido a la construcción de este relato oficial donde todo se explica por la existencia de un conflicto interno, que además es reducido a un enfrentamiento entre actores armados que se disputan el control territorial, en medio del cual se encuentra inerme el Estado que termina convertido en una víctima más; o a la perversa actuación de agentes estatales que extralimitaron sus funciones; o a un ciclo de acción – reacción donde la represión política se halla justificada por la radicalización política de un sector de la sociedad.

Es en el contexto de estas narrativas hegemónicas que cobra importancia el nuevo libro que nos ofrece el profesor Renán Vega Cantor, con la convicción de que no estamos ante un debate que se reduce al campo puramente académico, sino que tiene importantes efectos en los procesos de definición de identidades colectivas, construcción de memoria, superación de la impunidad y proyección de una praxis transformadora. Estas memorias e historias disidentes que fluyen a lo largo de las 400 páginas que componen la presente publicación contribuyen a este propósito, recuperando siempre las voces silenciadas.

Cabe advertir que los diferentes capítulos que integran Recordar es sobrevivir no fueron concebidos como un libro.  Se trata de escritos que han circulado en medios alternativos populares, ligados a la izquierda como Rebelión, La Pluma, Periferia y Revista Cepa.  No obstante, al recopilarlos en un solo volumen adquieren todo su sentido y unidad alrededor de una preocupación común, esto es, la construcción de memorias e historias críticas. Si el lector hiciera el ejercicio de organizarlos cronológicamente advertiría que fueron textos aparecidos en coyunturas críticas, poniendo de relieve un rasgo que ha caracterizado los textos de Renán y es el hecho de estar concebidos en medio del sentir cotidiano de los acontecimientos, asumiendo una pedagogía de la indignación y no la “frialdad dolosa” que endilgara Jorge Eliécer Gaitán a los académicos que buscan resguardo en una pretendida neutralidad valorativa.

Sin embargo Renán ‒al igual que Julio Cortázar, en su novela Rayuela‒ propone otra secuencia de lectura para este libro, que si bien respeta la temporalidad y autonomía de cada capítulo permite tejer una trama abierta donde se conectan en un continuum, memorias personales y análisis histórico; pasado y presente; vivencias individuales y experiencias colectivas; relatos de la vida cotidiana y análisis estructurales, en fin, donde se conjugan los tiempos braudelianos de la corta, mediana y larga duración. El subtítulo de la presente obra Entrelazando los hilos de nuestra memoria con los de la historia condensa muy bien esta estructura narrativa, a la vez que reconoce que el historiador es un sujeto sentipensante que no vive en una torre de marfil ajeno a las pasiones del mundo de la vida.

Por ello, desde el primer escrito Cuando los recuerdos encienden el corazón. Una evocación de José Lenin Nicolás Santana Mora (1945‒1976) y el último, Sangrienta pacificación en Colombia, el autor va desenvolviendo un ovillo de hilo (como lo hiciera Teseo para cruzar con éxito el laberinto de Creta) con el propósito de orientarnos en una travesía que nos lleva desde sus primeras experiencias políticas, recreadas por una memoria personal que es a su vez colectiva, hasta los territorios de la indagación histórica cuyo rigor analítico se superpone con un horizonte de memoria larga donde el incumplimiento y la traición de las clases dominantes colombianas ha sido un sello distintivo de las mismas en el marco de unas estructuras coloniales de  exclusión y dominación.

Estamos, entonces, frente a un relato académico que no se concibe a sí mismo como neutral, científico y objetivo en los términos positivistas, sino que asume la interpretación histórica con un sesgo político, permeado por el antagonismo de clase, en el que desfilan figuras humanas de carne y hueso. Es esta conexión con la vida real la que le permite al autor llegar a un público amplio que se siente interpelado por las voces que le hablan de un pasado y presente negado, y que logra incomodar profundamente al investigador que refugiado en su gabinete elude el debate público más allá de los círculos académicos. Y es que en Renán la historia deja de ser una entidad muerta para convertirse en un componente vivo y actual, donde parafraseando a José Carlos Mariátegui, “No vale la idea perfecta, absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil: vale la idea germinal, concreta, dialéctica, operante, rica en potencia y capaz de movimiento”.[5]

Pero dejemos esta interpretación al lector y concluyamos este prólogo haciendo algunos breves comentarios a las tres partes que componen el libro: Memoria, Huellas e Historias

La primera sección, Memoria, agrupa cinco textos escritos en un lapso de poco más de veinte años. Allí fluye la memoria personal de Renán, quien asume que bajo el escudo de una pretendida neutralidad y objetividad no se puede renunciar a recordar nuestras propias vivencias, más aún cuando éstas se incrustan en una historia colectiva poco conocida por las nuevas generaciones. En estos relatos iniciales el autor se ubica en un punto de observación desde el cual mira críticamente las cosas y busca darles sentido a los hechos relatados. Por esta vía se evocan nombres, aspiraciones, trayectorias vitales y proyectos no sólo individuales sino colectivos, además que retrata retazos cotidianos de la militancia política en las organizaciones de izquierda en La década de 1970.

Aunque todas ellas remiten a un pasado que cubre casi medio siglo, son las urgencias del presente las que detonan esa memoria. Así nos encontramos con la hija de José Lenin Nicolás Santana quien lleva años buscando información sobre su padre que se lo arrebataron cuando ella tenía apenas cinco años y ahora, 45 años después, lo vuelve a revivir gracias a las pistas biográficas que revela Renán en su narración, donde dibuja al líder social, al educador popular, al luchador barrial, al militante del amor eficaz que fue Nicolás, y que, una ráfaga asesina segó su vida un 4 de junio de 1976. Hablamos de su desaparición física, porque ahora sabemos también que su legado fue un propulsor del quehacer académico y militante del autor de este relato y lo seguirá siendo para los lectores, que ven reflejada en esta historia personal unos ideales colectivos, porque son muertes que generan silencios, pero que también activan compromisos y marcan trayectorias sociales e investigativas.

El dolor y el impacto emocional que generan estos crímenes desatan otras memorias que, a diferencia de la anterior, se activan en el fragor mismo de los acontecimientos. Hacerlas visibles acarrea peligros, y requiere de un compromiso ético-político con la búsqueda de la verdad, que posibilite sortear dichas dificultades. El homenaje que el autor rinde a su amigo Darío Betancourt secuestrado y asesinado en 1999 ilustra claramente tales riesgos, ya que no es un dato menor que en aquel aciago año en que Renán escribe aquel texto para relievar la  comprometida trayectoria académica e intelectual de su colega, la comunidad universitaria se vio estremecida por el asesinato de otros dos docentes, el antropólogo Hernán Henao de la Universidad de Antioquia y el economista Jesús Antonio Bejarano de la Universidad Nacional, todos ellos vinculados a la docencia e investigación en el campo de las Ciencias Sociales.

En esa misma línea, pero en una fecha más cercana, Renán escribe sobre la trágica muerte de sus tres estudiantes de la Universidad Pedagógica, Óscar Arcos, Daniel Garzón y Lizaida Ruiz, en el 2012. Hecho sobre el cual las directivas universitarias de aquel momento no sólo guardaron silencio, sino que generaron una abierta persecución contra su autor, situación que, aunada a la aparición de dos panfletos anónimos en su contra, le obligó a salir del país y tomar el doloroso camino del exilio. Brotan así, memorias prohibidas y perseguidas, sobre las que se impone el silenciamiento oficial, o la indolencia social como la que cierra esta sección, bajo el nombre de Crónica de una brutal agresión, donde la violencia física contra una joven estudiante universitaria proviene no sólo de los cuerpos represivos estatales sino de una sociedad que ha normalizado e interiorizado un comportamiento que Renán tipifica como “fascismo social”.

Estos escritos iniciales que cubren aproximadamente las primeras sesenta páginas del libro no se agotan en el relato personal, sino que tienen la virtud de arrojar luces sobre otros hechos, momentos e incluso perfiles militantes que germinaron bajo el abrigo de organizaciones políticas y sociales como el Partido Comunista, el Frente Unido, el Bloque Socialista, las corrientes camilistas, y la teología de la liberación, entre otras. Figuras que en algunos casos tienen una suerte de simultaneidad y continuidad con la vida del autor, como sucede con su entrañable amigo, el “inclaudicable” e “imprescindible” Javier Ocampo a quien está dedicado el libro. A este nombre se suman otros como el de Ignacio Betancur, educador popular; William Ospina Ramírez, organizador de actividades políticas; el sacerdote Saturnino Sepúlveda, protagonista de tomas de tierra de personas sin vivienda; Mario Calderón impulsor de los Sacerdotes por América Latina (SAL). Nombres, trayectorias personales, subjetividades militantes y parábolas vitales que abren toda una veta para la investigación histórica: ¿Quiénes eran? ¿Qué los llevó a tener una militancia de izquierda? ¿Cómo transcurrió dicha militancia? ¿Qué tensiones debieron enfrentar internamente? ¿Qué costos trajo para su vida su pensar y accionar disidente? ¿Qué los llevó a persistir o a cambiar sus orientaciones políticas?

El lector encontrará en estos relatos esbozos también, de lo que ha sido una cultura política de izquierda, donde aflora el arte, la música, la literatura revolucionaria, el teatro, y lo que el historiador francés Pierre Norá ha llamado los lugares de la memoria, esto es  “lugares mixtos, híbridos y mutantes, íntimamente anudados de vida y de muerte, de tiempo y de eternidad, en un espiral de lo colectivo y lo individual, de lo prosaico y lo sagrado, de lo inmóvil y de lo móvil”[6]; sitios de encuentro de una generación de hombres y mujeres que participaron activamente en las luchas sindicales, en los procesos de educación popular, en las movilizaciones campesinas y estudiantiles. Muchos de estos líderes y lideresas fueron asesinados o masacrados por la acción militar y/o paramilitar del Estado, como el caso de Mario Calderón y Elsa Alvarado. Una antigua práctica sistemática que se ha incrementado luego de la firma del Acuerdo de Paz entre el Gobierno Nacional y las FARC-EP.

El desaparecido Instituto Colombiano de Investigaciones Sociales (ICIS) es uno de estos lugares de la memoria, no sólo porque allí ocurrió el asesinato de Nicolás Santana, sino porque según se desprende del relato hecho por Renán “[…] era un sitio especial, en el que se reunían sindicatos y organizaciones políticas de izquierda, para realizar múltiples actividades. Eso era posible porque ese era un espacio grande, con varios salones y con un enorme auditorio, en el que se realizaban charlas, conferencias, encuentros, obras de teatro, debates políticos, asambleas sindicales”.  No fue el único, las sedes de la Federación Nacional de Sindicatos de Trabajadores y Empleados Públicos (Fenasintrap), del Instituto Nacional Sindical (INS), la Asociación Distrital de Educadores (ADE) que refiere el autor, cumplieron esa importante función política y pedagógica. Que hoy hayan decaído y prácticamente desaparecido, nos lleva a preguntarnos por los efectos desarticuladores que han tenido las prácticas sociales genocidas en Colombia.

Después de estos recorridos por la memoria, el lector pasa a la Segunda sección que Renán ha denominado Huellas, y que inevitablemente nos hace pensar en la Apología para la historia o el oficio de historiador de Marc Blochdonde el historiador francés propone que

el conocimiento de todos los hechos humanos en el pasado y de la mayoría de ellos en el presente, tiene que ser un conocimiento por huellas [según la afortunada expresión de François Simiand]. Trátese de los huesos amurallados en los baluartes sirios, de una palabra cuya forma o uso revela una costumbre, del relato escrito por el testigo de una escena antigua [o reciente], ¿qué entendemos, en efecto, por documento sino una «huella», es decir la marca de un fenómeno que nuestros sentidos pueden percibir, pero imposible de captar en sí mismo?[7].

En este caso, las Huellas se reconstruyen a partir de fuentes externas, que son tratadas con el rigor del historiador profesional para hablar de hechos de nuestro presente. Hechos que mutatis mutandis guardan similitudes con las circunstancias en que se concibieron textos como la Extraña Derrota del citado historiador de la Escuela de los Annales y del cual Jacques Le Goff  destaca la manera como “Marc Bloch reflexionó sobre el acontecimiento ‘en caliente’ y lo analizó prácticamente fuera de todo archivo, sin toda la documentación que parece necesaria al historiador; y, sin embargo, verdaderamente hizo obra de historiador y no de periodista; pues aún los mejores periodistas se mantienen ‘pegados’ al acontecimiento”[8]. En esta perspectiva, el golpe de estado contra Evo Morales, y el inicio del genocidio contra ex guerrilleros de las FARC son algunos de los hechos analizados en esta sección por un historiador comprometido con los problemas de su tiempo.

Manteniendo este mismo horizonte ‒y una vez más siguiendo las lecciones de Marc Bloch‒ el autor de Recordar es Sobrevivir establece comparaciones “sobre hechos que tienen características similares en diversos lugares y que nos ayudan a entender las maneras cómo se articulan realidades a primera vista completamente distintas”, lo cual le permite identificar estrategias comunes relacionadas por ejemplo con el accionar de las fuerzas represivas estatales, tal como lo describe en sus escritos De Minneapolis A Bogotá. Afinidades criminales de la Policía; Impunidad, sumisión y terrorismo de estado. Sucumbíos y Nueva York.

Repasando estas huellas llegamos así a los últimos 7 textos que constituyen la sección denominada Historias los cuales se centran sobre acontecimientos singulares: una huelga, un motín, una masacre, un paro nacional o un enfrentamiento bélico, entre muchos otros. A partir de ellos, Renán trata de identificar, en la misma línea que nos propone George Rudé en sus trabajos de investigación histórica, “las caras de las multitudes” en función de los individuos y grupos que la componen iluminando claramente el hecho mismo y revelando los objetivos sociales y políticos de aquellos que tomaron parte en ella, sus repertorios de lucha, al mismo tiempo que analiza el papel de las fuerzas represivas y las constantes del discurso oficial. De este modo, la huelga petrolera de 1971 (en coautoría con la historiadora Ángela Núñez), la masacre del Palacio de Justicia (1985), El Motín del CAI (2020), y el Gran estallido popular del 28 de abril (2022) ofician como expresión de una historia cuyos protagonistas son hombres y mujeres muy jóvenes, pobladores urbanos, estudiantes, vendedores ambulantes, desempleados sobre los cuales el Estado descarga toda su violencia criminal.

Concluyo este prólogo evocando las palabras de Ernesto Sábato: “El escritor ‒decía el novelista argentino‒ debe ser un testigo insobornable de su tiempo, con coraje para decir la verdad, y levantarse contra todo oficialismo que, enceguecido por sus intereses, pierde de vista la sacralidad de la persona humana”[9].

El texto que tiene ahora el lector en sus manos es, sin duda, un libro insobornable de un autor insobornable

Bogotá, marzo 15 de 2022

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[1] Cayetano Betancur, “Sociología de la Autenticidad y Simulación”, en Revista Universidad Católica Bolivariana. Volumen 4, Nos. 11-13, Medellín, 1939, p. 23

[2] Frantz Fanon, Los Condenados de la Tierra, Fondo de Cultura Económica, México, sexta reimpresión, 1980, p. 41

[3] Silvia Rivera Cusicanqui, Un mundo Ch’ixi es posible. Ensayos desde un presente en crisis, Buenos Aires, 2018, p. 128.

[4] Omar Rojas Bolaños y Fabián Leonardo Benavides, Ejecuciones extrajudiciales en Colombia 2002–2010: Obediencia ciega en campos de batalla ficticios, Universidad Santo Tomás, Bogotá, 2017.

[5] José Carlos Mariátegui, Editorial de Amauta, No. 17, año II, Lima, Septiembre de 1928

[6] Pierre Nora, (director), Les Lieux de Mémoire, 1: La République, Gallimard, París, 1984.

XVII-XLIL. Traducción tomada de la cátedra Seminario de Historia Argentina Prof. Femando Jumar C.U.R.Z.A. – Univ. Nacional del Comahue.

[7] Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador. Edición anotada por Étienne Bloch. México: Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 79. (Los paréntesis angulares corresponden al texto)

[8] Jacques Le Goff, Prefacio, Ibid., p. 11.

[9] Ernesto Sábato, Antes del Fin, Sex Barral, Buenos Aires, 1998, p. 38.

Miguel Ángel Beltrán Villegas, Profesor Departamento de Sociología, Universidad Nacional de Colombia. Expreso político

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.