Cada día son más las voces que alertan sobre la muerte de los pueblos. Envejecen sus gentes, sus casas, sus huertos. El mundo rural se desmorona. Y con él se cierran las escuelas, los ambulatorios si los hubiera, los comercios y hasta los bares. La mirada de los ancianos discurre entre calles sin niños y campos abandonados donde apenas pueden verse minúsculos huertos familiares salpicando el entorno.
En época de vacaciones, la España vaciada recibe con alegría a muchos de sus emigrados. Sin embargo, es un espejismo este regreso y con fecha de caducidad como todos los espejismos, porque en pocos días la España vaciada recuperará su vacío mientras tiende a extenderse como sucede con todos los desiertos.
Excepto para los dueños del océano de plásticos de Almería y de las grandes fincas agrícolas altamente mecanizadas, vivir en un pueblo se ha convertido en una lucha despiadada contra el cambio climático y la sequía, a lo que se añade los insostenibles impuestos, los bajos precios de lo producido, las pocas ayudas y las muchas trabas legales. Es insostenible que un agricultor perciba unos céntimos por cada kilo de algo producido con mucho sacrificio que luego se vende en el mercado cien veces más caro. Y ningún gobierno pone coto a esto. Esta situación obligó por décadas y obliga hoy a muchos campesinos medios y pequeños a tirar la toalla y buscar para sus hijos un horizonte vital más allá de sus campos, lo que arrastra de paso a los jornaleros y a sus propios hijos a emigrar a la ciudad en busca de oportunidades. Se marchan de la aldea, del pueblo, pero también ya de la ciudad de provincias donde nacieron, como sucede en Zamora, Córdoba, Jaén, Cáceres, Badajoz, o Ávila. Córdoba, por ejemplo, ha perdido 2.273 habitantes en los dos últimos años. En ese tiempo En Jaén se marcharon 1.979; en Cáceres, 663; en Badajoz 444 y en Ávila 999 según el INE. En solo dos años. De seguir este ritmo habrá muy serios problemas.
Con este doble éxodo hacia las grandes ciudades, estas se convierten en metrópolis aisladas donde ahora proliferan toda clase de problemas de difícil solución: acceso a la vivienda, a un trabajo estable y suficientemente remunerado y el reto de llevar una vida digna para las familias se convierte en algo muy difícil. El alto precio de las viviendas y de los alquileres, la escasez de vivienda social, la proliferación de viviendas turísticas, el elevado desempleo y la competición por los trabajos hace que estos se coticen a la baja. Proliferan los trabajadores pobres con sus hijos pobres, las colas del hambre, y los mendigos. Hoy los jóvenes españoles, son los peor parados de Europa a la hora de emanciparse, junto a Portugal, Grecia y Croacia. ( ¿No éramos la tercera economía de la UE?) Cuántas mentiras.
Algunos emigrantes fracasados quisieran retornar a la vida rural ante la dureza de la vida urbana y las pocas oportunidades urbanas, pero no se atreven si lo gobiernos no se vuelcan en ayudar a emprendedores, a pequeñas empresas a crear y mejorar servicios sanitarios y educativos, facilitar el teletrabajo, el transporte público el recuperar los campos y bosques y legislar precios justos sobre los precios de venta de los productos. Si eso no resulta, la muerte de nuestros pueblos está asegurada y servirá de alimento a los buitres, a las grandes empresas agrícolas y ganaderas, que lo transformarán al gusto yanqui. Y eso está a la vuelta de la esquina.
Muchos responsables y pocas soluciones
La muerte del mundo rural es la muerte de una cultura sobre la naturaleza y el mundo animal, la desaparición de un modo de ser y relacionarse con el medio que solo conoce y siente profundamente quien ha nacido o vivido en un pueblo o aldea. Pero no solo eso: También desaparece una forma de convivir, de relacionarse y de colaborar entre sí los vecinos en los buenos y en los malos tiempos, algo tan poco frecuente en las ciudades y especialmente ahora por la desconfianza que siembran, el miedo que fabrican y el odio al migrante que esparcen por todas sus bocas mediáticas y parlamentarias los políticos enemigos de la vida, de todo bien social y de las libertades y derechos de personas y animales. Cuentan –porque forman parte de su misma clase de impresentables fariseos– con la ayuda inestimable de jueces sin ética y clérigos cristianos sin cristianismo. Unos disparan contra la justicia desde los tribunales de justicia y otros disparan contra Cristo desde sus palacios episcopales y sus templos. Desde sus tres puestos de poder intentan conseguir que el mundo de los ricos al que pertenecen por nacimiento, por ideología infame o por interés no menos infame, sea el hegemónico. Para ello cuentan con la poderosa ayuda de los formadores de opinión de su misma calaña y todos unidos no dudan en dinamitar lo que se les oponga en cualquiera de sus tres frentes de combate antisocial. Lideran a la vez, y en trabajo de equipo, la resistencia a la democracia, a la aplicación de leyes progresistas, y a la libertad de conciencia. Su triunfo en las urnas asegura en cada ocasión toda clase de retrocesos en todos los campos con el mundo rural a la cabeza.