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¿Pues qué se creían?

Fuentes: El País

Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Llevamos demasiado tiempo jugando con fuego y creyendo que no va a pasar nada. No se puede despreciar los avisos que día a día nos está dando la naturaleza e intervenir agresivamente en su desarrollo. Ahora mismo las catástrofes se nos amontonan y […]

Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Llevamos demasiado tiempo jugando con fuego y creyendo que no va a pasar nada. No se puede despreciar los avisos que día a día nos está dando la naturaleza e intervenir agresivamente en su desarrollo. Ahora mismo las catástrofes se nos amontonan y tal vez ya sea demasiado tarde. No, no estoy hablando del medio ambiente ni del Katrina, aunque la catástrofe de la que me hago eco es tan peligrosa como ésta, si no más. Estoy hablando del hundimiento de la lectura en España y de la degeneración cognitiva de la naturaleza humana a que han llegado las generaciones más jóvenes. Se acaba de constatar que el porcentaje de venta de libros ha experimentado el año pasado un crecimiento cero, descontada la inflación. Al mismo tiempo, nos enteramos de que el índice de fracaso escolar en el bachillerato español alcanza a la tercera parte de los alumnos, diez veces más que en Grecia, país que gasta menos en educación que nosotros. Por otro lado, según leemos, Juan Marsé, miembro del jurado del premio Planeta, ha afirmado que las obras presentadas son flojas y que premiarán la menos mala. Y uno tiene la impresión de que todo esto está relacionado, de que existe una oscura conspiración que amenaza con destruir este país haciéndole retroceder varios siglos en la historia de la civilización. Sí, ocurre como en el medio ambiente, que no hay una sola causa, pero todas se conjugan para construir un escenario funesto. La culpa no es sólo de los coches ni del aire acondicionado ni del monocultivo con abonos cada vez más agresivos ni de la contaminación industrial ni de la tala indiscriminada de bosques, pero aquí estamos, al borde del abismo. Mientras tanto, los insensatos tipo Bush (o algún que otro político-constructor de los que tenemos por aquí) siguen haciendo como si no pasara nada y se niegan a firmar el protocolo de Kioto o a detener la destrucción del entorno, tal vez porque su responsabilidad en provocar el caos es manifiesta. En esto de la lectura y de la educación pasa lo mismo. El otro día salía en los periódicos un irresponsable de nombre vagamente italiano, el cual ocupó un alto cargo en un gobierno de hace varias décadas y fue el culpable de pergeñar la LOGSE; pues bien, el fulano sigue tan tranquilo y afirma que hay que fomentar la lectura (¡él, que redujo las horas de Literatura al mínimo!) y que los profesores deben responsabilizarse de llevar las bibliotecas (como si ser bibliotecario fuera cualquier cosa y como si a los pobres profesores les quedase autoridad para hacerlo). No se engañen. Si la LOGSE, las torpes enmiendas confesionales pergeñadas por los siguientes y la nueva LOE, que amenaza, no hubieran corrompido seriamente el medio ambiente cognitivo de nuestros escolares haciéndoles creer que tenían derechos, pero no obligaciones, y que todos somos intelectualmente iguales (por abajo, desde luego), ahora no preferirían pasarse las noches de claro en claro con el botellón en vez de leer un libro: caso único en Europa (el del botellón, no el del libro: basta hacer un viaje en el metro de París o en el de Múnich). Y si los editores españoles no hubiesen apostado ciegamente por la basura en vez de arriesgarse a primar la innovación y la calidad, tal vez no estarían al borde de la ruina: caso único en Europa también el de esas mesas de novedades que sólo duran una semana y que siempre van de lo mismo, o historia recreada o porno disfrazado o cotilleos de algún famoso/a efímero/a. Tampoco los padres, esa quintacolumna del suicidio colectivo, salen mejor librados: si en vez de comprar videoconsolas a sus niños y de considerar el instituto como un chollo que les libra de aguantarlos por unas horas -precisamente aquellas en las que descansan de la videoconsola-, si estos padres hubieran colaborado con los profesores en el noble propósito de enderezar la naturaleza indómita de sus retoños, otro gallo nos cantara. Las voces que claman en el desierto arrecian, pero tal vez sea ya demasiado tarde. De la misma manera que los hábitats naturales llegan en su degradación a puntos de no retorno -el caso del mar de Aral, por ejemplo-, también la degradación cognitiva de toda una generación puede ser irreversible. A Alemania el lograr salir de la obnubilación colectiva provocada por la ideología nacionalsocialista le costó la destrucción del país y la muerte de millones de personas. A nosotros, ¿qué desgracias no nos estarán destinadas? Sí, estamos en un pozo y España pierde día a día competitividad al tiempo que su sociedad se estupidiza a marchas forzadas. Pero mientras que en eso del medio ambiente siempre cabe el consuelo de pensar que la naturaleza tiene sus ciclos y que a lo mejor no es culpa nuestra, aquí resulta obvio que somos el furgón de cola de Europa por nuestros exclusivos pecados. ¿Pues qué se creían?: la glaciación cognitiva ya está aquí porque quien ama el peligro siempre acaba cayendo en él.