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A los 451 años de la Fundación de Ocaña

Que caigan las estatuas

Fuentes: Rebelión

Nada de lo ¨programado¨ para la celebración de la fundación de Ocaña, el 14 de diciembre de 1.570, se cumplió, tal cual se había previsto. La dejadez gubernamental, aunada a la ineficiencia estatal, sacrificaron la realización de obras de infraestructura requeridas; no solo para la ciudad de Ocaña y municipios circunvecinos, que conforman la antigua división administrativa como Provincia; como tampoco para la superestructura de andamiaje socio-cultural, que soporta la idiosincrasia del superlativo ocañerismo. Ningún aporte a lo lúdico, folclórico; lo expresivo de la literatura, la poesía, dramaturgia, música. Todo reducido a un Te Deum, cual aquelarre de lenguas muertas; moribunda ¨institucionalidad” enquistada, en que el morado de la ritualidad conjuga con el verde militarista y el oscuro pincelazo de la ignominia, entronizado en la “representatividad” que anida con la corrupción y el irrespeto a la cosa pública.

La Historia no se puede simplificar en registros lineales transcurridos. Es una fuente de lo sucedido, traída al presente, al no limitarla a una ofrenda o a una fecha. La Historia resulta una interpretación; así como una explicación de lo dado, hoy. De tal manera que, al relatar sobre la fundación de Ocaña, predomina el entorno de ese entonces y ese no fue otro que el del tenebroso periodo de la conquista española, a sangre y fuego, con el estandarte religioso, el arcabuz, los caballos, los perros de caza y las armaduras, fundidas en los cuerpos de los militares de esa época. En la América sureña, a diferencia de Norteamérica, por ejemplo, no predominó el comercio y la exploración en los territorios descubiertos. Particularizando en Colombia o la Nueva Granada, el predominio fue el control, cual invasión llevada a cabo por adelantados militares, calcados en la fundación de poblados, cual replica de los asentamientos españoles. Impusieron el modelo feudal y la expresión monárquica del virreinato.

Sin excepción, los fundadores conquistadores fueron militares, bajo la rigidez de mando y no del intelecto. El único terreno que conocían al fundar, era el pisoteado, sin sociabilidad alguna, con gestos de pocos amigos y desconocimiento total del entorno cultural y humano, de lo prehispánico hallado, controlado, mancillado y extinguido. Por ello la conquista española fue genocida.

La motivación del fundador de Ocaña, conocido como Francisco Fernández de Contreras (y porqué no, Hernández), no pudo ser otra que la ansiedad por la búsqueda de oro y el dominio extensivo territorial del imperio español. Era lo predominante y como tal, lo aciago.

Los registros de la época enuncian que el Cabildo de Pamplona dispone una expedición colonizadora a tierras y lugares remotos que traspasara las ariscas cordilleras en búsqueda de tierras planas y ardientes, al decir de visitantes ignotos y suplir la necesidad de comunicación con el litoral Atlántico y el naciente asentamiento de Santa Marta. Se sabia de un inmenso río, cual ideal medio de transporte y circunnavegación.

Dos expediciones colonizadoras y de conquista se organizaron desde Pamplona. Aceptando una primera expedición en 1.565, no he encontrado cartografías de trazos sobre terrenos descubiertos, en el entendido que los españoles invasores recorrían las trillas de los caminos precolombinos trazados por nativos y etnias primigenias.

La objetividad del recuento apunta a que esas expediciones de pocos hombres, vituallas, pertrechos, etc. en modo alguno encumbró picachos, ni acaricio alturas. Todo un recorrido de descensos, haciéndose difícil precisar que llegaran al “Valle de Los Hacaritamas”. Primero lograron los playones, surcaron cenégales y atravesando la tupida selva, asentaron por los inmensos valles del río de la Magdalena (que aún no tenia ese nombre) y la brújula, el calidoscopio, el astrolabio, los ubicaba, en feroz asedio indígena, contra el proyecto expansivo, por alcanzar las desafiantes montañas, de los picos inaccesibles de las sierras o serranías propias de la cordillera oriental, que aún hoy se yerguen majestuosas; para concluir que por los bajos de Buena Vista rompieron la manigua y divisando una topografía diferente arribaron, por el norte, al sitio que es hoy Ocaña. Esos intrépidos, pero también entrometidos desconocidos, quedaron maravillados por la variada vegetación y el inmanente fenómeno del intenso relámpago del Faro del Catatumbo, a donde no llegaba el ruido del trueno y ese ronco eco pareciere inexistente, como un anuncio de luz e inmensidad, acompañado de la brisa de los ábregos, desprendido de los vientos alisios, por el corredor eólico, desde el Lago de Maracaibo.

Los años de 1.568 y 1.569, tuvieron que ser de exploración y de instalación en un punto geográfico, cual puerto, en los muchos años después conocido como Gamarra.

La constante expansiva y colonizadora de los españoles no permitía fundar asentamientos poblacionales y abandonarlos. Esa dinámica no tuvo asidero, como sí la de clavar en tierra el estandarte y pendón, acompañado de la espada desenvainada y el texto bíblico, para acto seguido, demarcar un área de espacio o plaza pública y alrededor confluir trazado de calles, dando inicio a cascos urbanos, cual radiales convergentes. No de otra manera pudo dar lugar para culminar con la fundación de Ocaña.

TODO   AJUSTADO   A   LA   HISTORIA.

A 500 años del inicio de la migración española a América, se demostró que no hubo un descubrimiento de un “nuevo mundo”. Se conoce en la Historia como un estadio de invasión, dominio y sometimiento de los pueblos aborígenes. A 60 millones asciende el genocidio. Toda una sistemática extinción de seres humanos. No hubo lugar alguno del continente americano que no fuera sometido a sangre, fuego y pólvora. Las versiones de pueblos originarios pasivos, sumisos, sometidos, no tiene asidero. Fueron dominados, infectados, engañados con espejos relucientes y todo lo acumulado milenario de esas culturas primigenias, destruido, saqueado. Sobre las ruinas de las creencias, erigieron otras creencias dominantes opresoras. Las múltiples formas de acciones de resistencia al conquistador invasor, no resultaron victoriosas por la tecnología bélica traída e impuesta. Obviamente, también prevaleció la nueva lengua, el manejo de la comunicación, las creencias religiosas y el engaño, para afianzar el saqueo, la violación, lo de tierra arrasada. En 500 años transcurridos, se ha demostrado y conocido la Verdad. Insistir en anunciar lo contrario, resulta en colonizar la Historia, imponer la de colonización.  

En Ocaña, el 05 de mayo de 2.021, una multitud, representativa de la democracia directa en las calles, derrumbó la estatua alusiva a Francisco Fernández de Contreras y en su lugar, artistas locales, plasmaron la figura de un originario indígena con la leyenda: “Esto sí nos representa”. Ha sido el inicio de la descolonización histórica y cultural, en el torrente de emancipación del movimiento popular. Todos esos símbolos de dominio y opresión deben ser relegados a muesos y casa de cultura. No debe existir vestigios de discriminación, genocidios y crímenes contra la Humanidad, en símbolos nacionales o locales, como himnos, versiones oficiales y cualesquiera documentaciones, que en modo alguno calificaren como fuentes históricas y sí como entronizados nichos de falsarias realidades. Es por eso que apoyamos la resistente consigna: “Que caigan las estatuas”.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.