La danza a tropezones de los egos que el mismo sistema político y su Estado promueven como modo de gobierno ilustra hasta qué punto la casta política se empeña en obviar lo importante. Las estrategias discursivas y las movidas escénicas de comienzo de año significan que las «dos derechas» del establishment político ya no pueden […]
La danza a tropezones de los egos que el mismo sistema político y su Estado promueven como modo de gobierno ilustra hasta qué punto la casta política se empeña en obviar lo importante.
Las estrategias discursivas y las movidas escénicas de comienzo de año significan que las «dos derechas» del establishment político ya no pueden adoptar el principio de realidad. Que prefieren replegarse a los juegos personales de poder -con la resonancia del dispositivo mediático tradicional- lejos de las reales preocupaciones de lo que en un momento los concertacionistas llamaron la «gente» y que hoy, éstos, ni se atreven a invocar.
No lo hacen en razón del desprestigio del sistema representativo, en crisis de legitimidad a los ojos del pueblo de Chile. Aún así los parlamentarios legislan, es decir transan y pactan. O equilibran, cocinan y consensúan, en la mediocridad que a ellos los rodea. Y tanta rabia, indignación y rebeldía generan las sagas de corrupción política, de colusión empresarial y de captura de las instituciones por el poder del capital que el «nosotros nos rebelamos», porque «rebelarse es existir» para Albert Camus, el autor de L’homme révolté, parece que acechara a la vuelta de la esquina.
Aún así los reclamos individuales y la ira ciudadana espontánea no bastan para que algo (menos las instituciones y el enorme poder del capital) caiga por su propio peso. No es la física de Newton la que hace política. Es la acción colectiva consciente de ciudadanos, organizaciones populares y de trabajadores -provistos de derechos y en lucha por otros: sociales, políticos y económicos con el fin de ampliar la democracia desde y por fuera del sistema «representativo» estatal.
Es en un clima de pérdida de confianza en los individuos de la casta política y en sus capacidades parlamentarias; de crisis de legitimidad de todos los poderes del Estado (con una justicia que no hace justicia sino que negocia y acuerda beneficios con los poderosos); de revelación espectacular de los abusos, explotación y opresiones que conlleva «el triunfo de la cultura de mercado» en una sociedad capitalista marcada por la profunda desigualdad que el bloque dominante que comparte el poder desde 1990 levanta dos viejas figuras políticas carcomidas por el engaño y la deshonestidad (Piñera-RN y Lagos-PPD eximios representantes del capital). Es en el mismo escenario que las banales disputas entre la presidenta (PS) y su ministro Burgos (DC) -con un soberbio olvido de las demandas del pueblo mapuche- logran imponer la agenda mediática del momento.
La pregunta que cae de cajón es sobre qué bases debe hacerse una salida política al estado de crisis en el cual se encuentra el régimen político posdictadura que nos gobierna. La respuesta, bien lo sabemos, es una sola: construyendo una alternativa de poder desde afuera, que aproveche las grietas abiertas por dentro por el mismo poder dominante. La ocasión es de oro entonces. Se trata de meter cuñas; de no dejarles espacio a los operadores del sistema para que impongan sus contenidos (fundamentos o principios constitucionales) en el proceso constituyente. Este le fue impuesto -al igual que las demandas sociales programáticas traicionadas por la NM- al bloque dominante por la amplia movilización popular-estudiantil del 2011 de la cual Piñera y sus ministros (según sus propias confesiones en La Tercera) tuvieron miedo. No es raro entonces que ninguno de sus políticos los mencione. Ni al proceso ni a las circunstancias sociales de movilización que sacudió la «transición modélica» del socialista Enrique Correa, del UDI Jaime Guzmán y del DC Edgardo Boeninger.
Además, es sintomático que la diputada comunista Camila Vallejo no haga referencia al «proceso constituyente» en la entrevista que le otorgó El Mercurio (10.01.2015) para exacerbar las disputas de egos al interior de la coalición gobernante y así tirar challa pa’ la galería y obviar el tema mayor de una nueva constitución democrática para Chile.
En Chile, el mito de las eras republicanas (palabrita fetiche) de la división de poderes, respeto de las libertades cívicas y de sujeción de las FF.AA. a la Constitución y a los poderes electos han servido (además de darse un barniz de modernidad) para mantener modelos de dominación cimentados sobre la gran propiedad del suelo, de la industria, del comercio y de la banca-sistema financiero. Estas formas de dominación «constitucionales»-las mismas de hoy- han fomentado el ejercicio del poder político por elites oligárquicas que han excluido sistemáticamente al pueblo de la participación en el ejercicio del poder político (cuando éste se levantó entre 1970-19730 fue aplastado con toda la violencia militar asesina).
Redactar una nueva constitución implica tener en mente la continuidad entre el pasado de opresión y las nuevas formas que hoy reviste, así como las múltiples tecnologías de poder en manos de la clase dominante. Para no caer en trampas actualizadas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.