«…El sistema educativo está en crisis. Es el caos. Hay que adoptar medidas de choque. Hay que regular la convivencia. Los modelos de gestión y dirección están obsoletos, ya no sirven. Hay que reforzar y legitimar la figura del profesorado. Hace falta más formación, hay que ser más eficientes, adaptarse a los cambios vertiginosos de […]
«…El sistema educativo está en crisis. Es el caos. Hay que adoptar medidas de choque. Hay que regular la convivencia. Los modelos de gestión y dirección están obsoletos, ya no sirven. Hay que reforzar y legitimar la figura del profesorado. Hace falta más formación, hay que ser más eficientes, adaptarse a los cambios vertiginosos de la sociedad. Esto se nos ha escapado de las manos… Es preciso poner orden.» Llevan tiempo bombardeándonos con este tipo de análisis alarmistas, con una base real en algunos casos (como casi todos los planteamientos de tipo alarmista), pero también de una manera exagerada y tendenciosa. ¿Y qué es lo que se pretende con ello?
Algo está cambiando en los últimos años en el sistema educativo andaluz. Algo de fondo. Y no es un fenómeno aislado, ni de Andalucía ni del sector educativo. Está en consonancia con lo que está sucediendo en toda Europa, en eso que se llamó el estado del bienestar, en la tan cacareada cuna de la democracia moderna. Está cambiando algo tan importante que están intentando que no nos demos cuenta, atronándonos con ecos que ocultan las verdaderas voces.
Yo le pregunto a cualquiera que conozca el sistema educativo desde dentro, que haya trabajado en colegios o en institutos…, honestamente, ¿cuántos centros dejan de funcionar cada día porque los profesores llegan tarde y los niños se quedan en la calle esperando?, ¿qué porcentaje de profesores acostumbran a no llegar a la hora, a irse antes de tiempo, a no cumplir sus funciones, a no hacer lo posible para que los alumnos salgan adelante…? ¿la única forma de trabajar por mejorar los niveles de aprendizaje de los alumnos es participar en proyectos TIC, bilingües, de paz, cursos CEP, reuniones de ciclo, de departamento, de equipo educativo o de lo último que se le ocurra a la Administración? ¿no es a veces más bien al contrario? ¿no suponen todas esas parafernalias, con su burocracia correspondiente, una pérdida de tiempo y esfuerzo que se podría estar dedicando a otras cosas realmente más efectivas para mejorar el aprendizaje del alumnado, cosas que muchos profesores hacen sin que se les reconozca y a pesar de (no gracias a) todos los proyectos y papeleos que luego salen en los medios a toda página como grandes logros de la Consejería?, ¿tan mal funcionaban los centros cuándo a los directores los elegía el propio claustro de profesores de manera democrática?… ¿resulta en definitiva que el profesorado no hemos dado la talla y por eso el sistema está en crisis?, ¿o no será que es el propio sistema el que crea las condiciones de la crisis (individualismo, frivolidad, inestabilidad, violencia, incultura general…) y la utiliza como coartada para aumentar su control y sus niveles de explotación sobre los que trabajamos en esto?
Inestabilidad laboral en el propio sector. Más de veinte mil trabajadores docentes en precario con contratos anuales y sin ningún derecho adquirido. Subcontratas a través de empresas de trabajo temporal de conserjes, limpiadoras, auxiliares administrativos… ¿Funcionan mejor los centros así?
Aumento del control puro y duro, con el beneplácito de los supuestamente progresistas teóricos de la gran reforma LOGSE. Fichar cada hora. Pedir permiso para residir fuera de la localidad de trabajo. Comunicar por escrito cuál es el médico que te va a firmar las posibles bajas. Cada vez medidas más absurdas cuyo único objetivo parece ser que nos sintamos, por encima de todo, controlados. ¿Contribuye esto a que los centros funcionen mejor?
Implantación de un nuevo modelo de dirección. La democracia y la participación en el cajón del olvido. El director es un profesional de la dirección, no un compañero más que ejerce una determinada función, manda y ordena, controla y sólo da cuentas ante sus superiores, en un sistema cada vez más jerárquico. Por ello es bien recompensado y si los profesores no están contentos y se les ocurre manifestarlo, podrá sancionarles o negarles su evaluación positiva convertible directamente en mejoras laborales como complementos salariales y puntos para el concurso de traslados. ¿Van a funcionar mejor los centros así?
¿Refuerzo de la función tutorial? ¿intensificación de la labor orientadora? ¿dignificación de la labor docente? Me parece que nos están engañando de principio a fin. Sólo hay que ver las nuevas Órdenes sobre tutoría y orientación en los IES: hay que reunirse más, dedicar más horas, organizar comisiones, elaborar proyectos de convivencia, de mediación, justificarlos, levantar actas, dar cuenta de los resultados… En definitiva, currar más (no necesariamente mejor), echar más horas por las tardes (adiós conciliación de la vida familiar y laboral; adiós logros históricos que mejoraron nuestras condiciones de trabajo como fue la jornada continua; adiós a las humanas y legítimas pretensiones de dedicarse a cualquier actividad organizada, formativa o de otro tipo, que no tenga nada que ver con el trabajo), rellenar más papeles, asumir más funciones y responsabilidades en vez de simplificar las tareas. ¿Van a mejorar así los comportamientos negativos que muestran nuestros alumnos en los centros, generados sin duda por el propio modelo social y económico imperante?
Y para rematar, un flamante borrador de Estatuto de la Función Pública Docente que se aprobará y empezará a aplicar en breve. Una joya. Sin olvidar el amplio apartado dedicado a los deberes y a las sanciones, implanta y regula la llamada «carrera docente». Una carrera, efectivamente, que acaba de una vez por todas con cualquier reminiscencia de compañerismo, trabajo en equipo, motivación por la propia tarea de enseñar, diversidad de opiniones y teorías pedagógicas, creatividad, discrepancia, debate… democracia al fin. Una carrera en la que serán premiados con más dinero y mejores condiciones laborales (puestos de libre designación o directivos, prioridad en los concursos de traslados…) aquellos que con más frecuencia, intensidad y entusiasmo entren por el aro de lo que los jefes dispongan: trabajar más horas, participar en más proyectos de los de escaparate, contar con el visto bueno de directores e inspectores… Y si en vez de esperar a que te evalúen, lo pides tú voluntariamente, más te premiarán. ¿Qué será entonces de los que trabajen de otra manera, de los que quieran aportar ideas contrarias a las de los jefes o al propia Administración, de los que no comulguen ni se muestren sumisos ante el directivo de turno? Pasarán al limbo de los apestados, los «no cumplidores», los que no contribuyen a que el sistema funcione, y probablemente al final servirán de excusa para que, lo que empezó siendo voluntario, acabe imponiéndose como obligatorio para todos. Me pregunto si acabaremos volviendo a tener que jurar fidelidad al régimen para poder trabajar. ¿Y educaremos alumnos más libres, más cultos, más demócratas, más responsables, sumergidos en semejante cultura de la jerarquía y la obediencia?
La respuesta a todas estas preguntas es no. Sin dudas. Sin matices. Pero no importa. No importa porque en realidad esas tampoco eran las verdaderas preguntas. El objetivo no es que los centros y el sistema educativo funcionen mejor. El objetivo no es que los alumnos, y la sociedad por consiguiente, sean más cultos ni más libres ni más democráticos. El objetivo es aumentar el control, volvernos a todos más vulnerables, evitar cualquier tipo de iniciativa colectiva y organizada que plante cara ante los recortes en derechos laborales que se están produciendo, crear inestabilidad, hacer que veamos al enemigo en nuestro vecino, en nuestro compañero, en nuestro alumno y su familia… y entonces poder aumentar la tasa de explotación sobre los trabajadores y volver atrás sobre logros históricos que tanto esfuerzo nos costó conseguir, sin que se produzca el más mínimo revuelo.
Y todas estas medidas se están llevando a cabo por parte de gobiernos que se llaman de izquierdas (tanto el andaluz como el del estado), con la connivencia y el beneplácito de una buena parte de los dirigentes sindicales, imponiéndolas bajo la excusa de dar soluciones ante la «insostenible situación del sistema educativo». Nos están dando gato por liebre. También en los aviones nos tenemos que subir con bolsitas de plástico transparentes para evitar ataques terroristas masivos. ¿Hasta dónde nos vamos a dejar engañar? No podemos seguir callados. El silencio no nos lleva a ninguna parte. Hay que exigirle a los sindicatos que, desde posiciones de clase, planten cara a esta tendencia y hagan de verdad una apuesta por un sistema educativo público de calidad compatible con los derechos de los trabajadores, las mejoras laborales y una cultura de la democracia en los centros.