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¿Qué estamos haciendo mal en la izquierda?

Fuentes: Rebelión

La viñeta en eldiario.es del dibujante Manel y su escueto «Aclarémonos» resume mejor que cualquier sesuda editorial la perplejidad que nos embarga a quienes nos situamos el campo de la izquierda transformadora: teniendo objetivamente todas las herramientas que nos permitirían articular una alternativa política, económica y social al Sistema, ¿por qué no logramos construirla? Puede […]

La viñeta en eldiario.es del dibujante Manel y su escueto «Aclarémonos» resume mejor que cualquier sesuda editorial la perplejidad que nos embarga a quienes nos situamos el campo de la izquierda transformadora: teniendo objetivamente todas las herramientas que nos permitirían articular una alternativa política, económica y social al Sistema, ¿por qué no logramos construirla?

Puede que poseídos por el «optimismo del activista» al contemplar la respuesta crítica y movilización ciudadana frente a la crisis, desahucios y lodazal de corrupción, hayamos vendido la piel del oso antes de cazarlo, sin aquilatar debidamente la capacidad de recambio que tiene el régimen (hoy) felipista. Históricamente el bipartidismo funciona así.

Desde que germinó con éxito en la Gran Bretaña del XVIII ha moldeado según las circunstancias sus patas de apoyo bien con cambios puramente estéticos (circunscripciones, leyes electorales), de mayor calado (ampliando el derecho de voto) o, cuando hizo falta, sustituyendo a uno de los partidos puntales por otro nuevo si el antiguo mostraba signos de inutilidad o agotamiento (liberales por laboristas).

Durante siglos depuró la técnica de moldear conciencias hasta el extremo actual de llegar a vendernos como permeable, participativo y democrático, fiel reflejo de la voluntad colectiva a un sistema tan cerrado, impermeable a los cambios, elitista y refractario a todo lo que implique pérdida de dominio como el representado por el súmmum del modelo: el parlamentarismo estadounidense de las dos caras -republicanos/demócratas- de la misma moneda.

Como ejemplo de la pura contradicción de quienes se reclaman dialécticos, mientras que en muchos reductos del marxismo catequético se niega el cambio de una coma de la «verdad intuida» por miedo a mutar la esencia, a estos grupos de pensamiento neoconservador (capitalistas de toda la vida para entendernos) no les tiembla el pulso al manipular estadísticas, principios éticos vendidos a priori como inamovibles o verdades absolutas si con ello se aseguran el mantenimiento del dominio de clase. Con marrullería innata utilizan contra nosotros en la acción cotidiana todas las armas a su alcance, incluidas las que desde nuestra ingenuidad «revolucionaria» les prestamos.

Frente a la realidad del muro de la superestructura jurídica, cultural, del régimen político construido al dictado de los intereses de clase y contra el que topamos una y otra vez, nuestra realidad de «conciencia transformadora» suele crear una alambrada previa de desprecio y cainismo que nos fagocita antes de intentar el salto de la valla. Emulando la etimología de Pakistán, nuestro territorio ideológico es también «tierra de pureza«, tan pura que preferimos dejarla yerma tras pisotear los brotes propios mientras destrozamos los del vecino.

A la vista de la ciudadela -inexpugnable hasta ahora- del enemigo común desarrollamos unos rituales de cortejo que harían las delicias de los más avezados etnólogos. Por un lado ejecutamos el baile de las esencias. Al mismo acuden danzantes portadores del Grial que terminan convirtiendo el himno o la bandera que nos eriza la piel por su carga simbólica en un objeto sagrado «per se» transmutado en reliquia. Es la visión fanatizante que sublima la obediencia debida cobijada bajo siglas mágicas.

La pista de al lado se llena sin embargo de quienes pronto «tocarán poder» y para congraciarse con los mirones de las almenas diluyen los conceptos «transformación, cambio, revolución…», aguándolos hasta lo irreconocible. Todo en nombre del realismo político pero -según ellos– «sin perder la pureza».

Visto lo visto, cuando se puso en marcha el Frente Cívico tuvimos claro los dos escenarios y por ello se subrayó que la pretensión era unir a la Ciudadanía en un programa de mínimos que plantase cara al retorno de la servidumbre diseñado por la aristocracia financiera. Pensábamos que para fraguar la unidad en torno a pilares irrenunciables era imprescindible dejar en la puerta el carnet partidario, pero nunca dijimos que junto al carnet tenían que dejarse las ideas.

Si queremos alcanzar la hegemonía política y social no podemos construir un espantapájaros de paja y sin cerebro. Termina siendo tan inútil como el sacerdote que sacraliza los pelos de la barba de Lenin. A la vista de las murallas es mejor cantar el «Contamíname, mézclate conmigo, que bajo mi rama tendrás abrigo» que divertir a los oligarcas y sus mesnadas porque los teóricos asaltantes nos dediquemos a parodiar a los Monty Python con nuestro sui generis concurso «El más puros entre los puros».

Dediquemos algo de tiempo a aprender a sumar. Intentemos articular. Que de los Ganemos, Ahoras, En Común, Compromís, Podemos, IU… termine por salir el caudal que nos permita ensanchar la grieta del sistema por la fuerza del torrente. Aprendamos de los errores de mayo para no repetirlos el próximo otoño.

Cuando analizo mis contradicciones y prejuicios siempre termino por preguntarme: «¿Alguien se negaría a ir codo a codo con Alberto, Maillo, Sarrión o Julio? ¿Alguien tiene grima por avanzar al paso de Pablo, Ada, Manuela Carmena o Juan Carlos? ¿Somos conscientes de los miles de Pablos o Albertos que se sumarían gustosos al ritmo de una batucada plural en las elecciones generales?».

No olvidemos que para que el futuro sea nuestro, la presencia en la calle debe ser constante. Sin abandonarla por parcelas institucionales. Éstas deben ocuparse pero manteniendo la tensión reivindicativa de las marchas o las mareas, elementos en los que nos sentimos cómodos pues en ellos solemos dejar una buena parte del afán hegemonizador al que somos incapaces de sustraernos si el horizonte, en lugar de una reivindicación, es ocupado por una cita electoral.

Todo ello para que, por una vez el sueño de la razón no produzca monstruos. Que se pueblen de pesadillas las miradas de quienes contemplan altivos y con desprecio nuestras miserias desde la atalaya.

Y de dudas las acciones de quienes sostienen el dominio de clase y que a poco que se sustrajeran del control ideológico, caerían en la cuenta de que nuestra lucha también es la de ellos.

El día que lo logremos estaremos cerca de ser esa mayoría que tantas veces anunciamos. Ese día podremos impugnar realmente al bipartidismo.

Juan Rivera. Colectivo Prometeo y FCSM

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.