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¿Qué hacemos con la «igualdad»?

Fuentes: Rebelión

La política, sostiene Jaques Rancière en El desacuerdo   (ED), «es la actividad que tiene por principio la igualdad, y el principio de la igualdad se transforma en distribución de las partes de la comunidad en el modo de un aprieto: ¿de qué cosas hay y no hay igualdad entre cuáles y cuáles? ¿Qué son […]

La política, sostiene Jaques Rancière en El desacuerdo   (ED), «es la actividad que tiene por principio la igualdad, y el principio de la igualdad se transforma en distribución de las partes de la comunidad en el modo de un aprieto: ¿de qué cosas hay y no hay igualdad entre cuáles y cuáles? ¿Qué son esas «qué», quiénes son esas «cuáles»? ¿Cómo es que la igualdad consiste en igualdad y desigualdad?». Y demuestra que hay «política cuando la lógica supuestamente natural de la dominación es atravesada por el efecto de esta igualdad».

La igualdad es aquel principio que, no siéndole propio, hace existir a la política. «La igualdad no es un dato que la política aplica, una esencia que encarna la ley ni una meta que se propone alcanzar. No es más que una presuposición que debe discernirse en las prácticas que la ponen en acción» (ED).

«El pensamiento de Rancière es un pensamiento indisciplinado, es decir, se caracteriza por el constante desplazamiento de las fronteras disciplinares y sus lógicas de legitimación», nos previenen Facundo Giuliano y María Natalia Cantarelli. Y atento a esa indisciplina, cuyo principio jerárquico es la «emancipación intelectual», ha provisto al vasto campo de filosofía-política de conceptualizaciones las que, si bien no son un operador, permiten interpretar situaciones.

Puede leerse en El Método de la Igualdad (MI) que Rancière se muestra contrario a todo uso de sus conceptualizaciones (si es que él siquiera desea nombrarlas así) que escapen al control bajo las formas que fueron enunciadas, a esa idea de inspiración foucoultiana-deleuziana de la filosofía como caja de herramientas. «Y allí es donde se encuentra esa tradición contra la que no he dejado de luchar: la tradición de cierto tipo de vínculo entre el pensamiento y la política, la idea del trabajo del pensamiento como desengaño» (MI). No es este el espacio para debatir qué limitaciones podría tener lo que piensa este autor de su obra (en relación a otras obras, y en relación a la política en el espacio público más allá de los conceptos), y contra todas sus precauciones y admoniciones, usaré sus conceptos para trabajar nudos del presente.

Siguiendo la línea de lo expuesto en Liberalismo liberado, fascismo mundializado, ahora sabemos que en el año 2017 el 82% de la riqueza generada se redistribuyó entre 74 millones de personas (o lo que es equivalente, entre el 1% de la población mundial). Más aún: el 50% de la población mundial (3700 millones de personas) no recibió ningún beneficio del crecimiento económico producido en 2017.

Entre los datos escandalosos que ofreció la ONG OXFAM, en el mundo hay sólo, y tan sólo, 42 personas que poseen la misma riqueza que la que logran sumar los 3700 millones de seres humanos más pobres del mundo. Y también nos hace saber que hay 2043 seres humanos que sus fortunas ascienden por encima de los mil millones de dólares (una de cada diez de estxs MEGA-ricxs es mujer). Más aún: en el 2017 la riqueza de esta élite creció en 762 mil millones de dólares (nótese si será escandaloso que para OXFAM es una cantidad equivalente a lo necesario para terminar con la pobreza extrema en el mundo).

También OXFAM nos informa que «en todo el mundo, las mujeres ganan menos que los hombres y están sobrerrepresentadas en los empleos peor remunerados y más inseguros» (en trabajos de características similares). Que «en promedio, la brecha salarial de género es del 23%», y «al actual ritmo de cambio se tardará en cerrar la brecha salarial entre hombres y mujeres 217 años».

Notemos aún más el escándalo: «los directores generales de cualquiera de las cinco principales marcas de moda ganan en tan solo cuatro días lo mismo que una trabajadora del sector textil de Bangladesh durante toda su vida». Cuatro días frente a toda una vida. Pero, además, no nos encandilemos únicamente por la cantidad, pensemos en la calidad de esos cuatro días y de esa vida. No tan extremos, pero notoriamente desigual, de acuerdo al salario promedio, una hora de trabajo en Estados Unidos corresponde a toda una jornada laboral en Colombia.

Hace unas semanas se produjo un cruce, por debate, que concitó cierto escándalo, y del que habría que ver hasta dónde (bajo eso de que cambie algo para que nada cambie) es un síntoma más profundo o, por el contrario, si es únicamente cierta contingencia superficial metropolitana; de acuerdo a las contendientes: por un lado, liderado por Oprah Winfrey -vale decir que es una de las personas que tiene una fortuna mayor a los mil millones de dólares, conspicua militante demócrata con efusivo apoyo a Hillary Clinton, y autoproclamada candidata a la presidencia- y por otro, entre las adherentes, Catherine Deneuve. Dicho en los términos en que lo expresó Ilka Oliva Corado en El falso feminismo de las marchas anti-Trump «las violaciones sexuales que sufren niñas, adolescentes y mujeres por parte del ejército estadounidense fuera del país, son tan importantes como las que sufren mujeres nacidas en Estados Unidos, viviendo dentro del país». Y agrega que existe «una confusión bárbara en cuanto al concepto feminismo entre las mujeres jóvenes estadounidenses», porque «ninguna feminista de verdad, apoyaría que una Clinton dirija una invasión estadounidense en países como Venezuela, como ya lo vimos cuando en Miami prometía sacar al «dictador» Maduro…».

Para la ocasión, en la entrega del premio Globo de Oro 2018, se lució una luctuosa gala. El negro no privó el valor de los vestidos. Por la alfombra roja circularon Louis Vuitton (la primera de las marcas de moda que tiene un acumulado de ganancias del orden de veintinueve mil millones de dólares), Dior (catorce mil millones), Gucci (trece mil millones), Prada (siete mil quinientos millones), Chanel y Ralph Lauren (siete mil millones), Dolce&Gabbana (seis mil millones; condenados por no pagar siquiera los impuestos al fisco italiano), Armani (dos mil quinientos millones de dólares), entre otras de menor valía e igual renombre.

Vuelvo, a la obscenidad de «los directores generales de cualquiera de las cinco principales marcas de moda ganan en tan solo cuatro días lo mismo que una trabajadora del sector textil de Bangladesh durante toda su vida». Sin dudas, no debemos caer sobre quienes por sponsoreo llevaron esas prendas, en todo caso preguntarles ¿cuál es la proclamada «igualdad» que susurran y se mediatiza como un grito?

Rancière nos saca de este atolladero ahí donde afirma, en su erudita y controversial oblicuidad, que «un movimiento igualitario no es un movimiento de personas que están preocupadas en todo momento por el hecho de llevar a cabo la igualdad. Un movimiento igualitario es un movimiento de personas que ponen en común su deseo de vivir otra vida» (MI).

Allí donde las francesas «dicen puritanismo podemos cambiarlo por punitivismo», sostiene Gabriela Borrelli Azara. Y agrega que es «un debate necesario para que el feminismo no se convierta en una nueva moral. El feminismo es la explosión del deseo. Pero, primero, hay que sacar la opresión». En absoluto acuerdo con lo expresado por Gabriela Borrelli Azara. Sumado al interesante compilado/resumen contenido en Ni puritanas ni puras víctimas   que muestra las mil facetas que no se reducen a la proclama rutilante Golden-Globe.

Podrá objetárseme que parece que estoy mezclando chanchos y margaritas, pero daré un paso más para poner en consideración lo que ahora parece muy mezclado, a riesgo de lo que toda especulación de pensamiento tiene.

«En una columna políticamente correcta y con una redacción perfectamente organizada en el New York Times en español, el escritor mexicano radicado en Estados Unidos Ilan Stavans se pregunta por qué América Latina no tiene un #MeToo», dice Lucía Cholakian Herrera, y le contesta «No, New York Times. Nosotras no necesitamos ser parte de la revolución del #MeToo. Nosotras tenemos la propia y empezó hace mucho, aunque no lo hayan visto en la televisión». ¿Qué sugiere el demócrata New York Times cuando intenta interpelarnos sobre el #MeToo?

Es muy importante la respuesta que da Lucía Cholakian Herrera, porque concierne a los espacios de emancipación que lxs activistas de género de Nuestra América engendran, para «emancipadxs» del Amo-Dictador machista, se pueda dar origen a «emancipaciones políticas» que trascienden la cuestión de género. En concreto: poner en práctica un proceso igualitario, en el atravesamiento de las lógicas de dominación.

Es muy posible que algunxs periodistas que lloraron por las palabras en los Golden Globe de Oprah Winfrey no recuerden el papel que ella, mujer, cumplió como emperatriz mediática americana -o «pedagoga embrutecedora», usando una expresión de Rancière- en la condena de otra mujer. Hay que retomar el Mary Kay’s affair para comprender el «feminismo» de Winfrey, y los alcances del «feminismo» a la Winfrey. Mary Kay: la maestra americana que quedó embarazada de uno de sus alumnos, y por tal caso fue condenada (lo que en legislación se conoce como estupro).

Slavoj Žižek, en El espinoso sujeto (EES), nos anoticia de que la psiquiatra Julie Moore sostuvo que el problema de Mary Key «no es psicológico, sino médico», y que había que «tratarla con drogas que estabilicen su conducta». Con ironía, Žižek argumenta que «para Mary Kay, la moral comienza con una píldora».

Žižek (EES) indica que la conductora americana dedicó algunos programas a este tema. En particular nos dice que Oprah Winfrey tenía razón al emprender cierto rechazo al parloteo jurídico de la bipolaridad de la docente, pero lo hacía por una razón tanto más objetable: por «considerarla una simple excusa para que Mary Kay evitara su culpa fundamental de comportarse de modo irresponsable». Y en el mismo párrafo Žižek agrega que Winfrey «pretendía ser neutral y no tomar partido, [pero] constantemente se refirió al amor de Mary Kay de un modo burlonamente distanciado («lo que ella pensaba que era amor», etc.), y al final formuló apasionadamente la pregunta asombrada que se hacían los pares y el esposo de la mujer, las personas comunes llamadas decentes: «¿Cómo pudo, no sólo arriesgar, sino efectivamente abandonar y renunciar a todo lo que constituía la sustancia misma de su vida -su familia con tres hijos, su carrera profesional-?». Y Žižek continúa: «el momento más depresivo se produjo cuando, en el juicio, bajo la presión del ambiente, Mary Kay concedió entre lágrimas que sabía que estaba haciendo algo legal y moralmente censurable: ese fue un momento de traición ética en el preciso sentido de «ceder en el propio deseo», si acaso lo hubo».

Retomemos aquello de que el «feminismo es la explosión del deseo». Vemos como la empresa mediática de Winfrey, de acuerdo a la posición lacaniana de Žižek, es una pulverizadora del deseo, anclada en la moralidad superlativa estadounidense, y fundida a sus valores de promoción de organización social.

Es interesante ir a esas páginas de El espinoso sujeto (publicado en 1999) para ver si acaso la afirmación de «puritanismo» esgrimida por la corriente de mujeres francesas no tiene anclaje en las defensas a la estructuración socio-moral que ha realizado, como emperatriz mediática, Oprah Winfrey, a quien volveremos a encontrar luego, y por obra de otro autor.

Antes de dar el salto al vacío, haré un comentario en torno al debate entre las mujeres norteamericanas y las mujeres francesas. Ligado a una retórica marxista-trotskista, diré que también puede hacerse una lectura de ese debate en clave de discusión intracapitalista. O, para usar un lenguaje que se pliega a las especulaciones de Rancière, puede interpretarse como una discusión por el «reparto de lo sensible» dentro de la industria de estéticas, de la cual nadie quiere perder su parte, su posición, por lo que hay que preguntarse si no es un debate que gira sobre el vacío en tanto condición emancipatoria.

Volvemos a Slavoj Žižek, pero a su obra Porque no saben lo que hacen (PNS…). Este autor nos dice que el fascismo se bate contra todo aquello que supone trastoca y corrompe la armonía de la sociedad cuerpo y «por eso trata de restaurar entre las clases la relación armoniosa en el marco de un todo orgánico, y el judío encarna allí el elemento que introduce «desde afuera» la discordia, el excedente que «perturba» la cooperación armoniosa entre la «cabeza» y las «manos», entre «capital» y «trabajo»».

Por sus connotaciones históricas, en el marco de esa función múltiple, el judío -según Žižek- aparece como una condensación de los rasgos negativos de los polos sociales. Por un lado «encarna la actuación «exorbitante», no armoniosa, de la case dominante (el financiero que «exprime» a los trabajadores), y por otro la «suciedad» de las capas inferiores». A la vez que aparece «como la personificación del capital mercantil, que es -según la representación ideológica espontánea- el verdadero lugar de la explotación, y con ello refuerza la ficción ideológica de los capitalistas y los trabajadores «honestos», de las capas «productivas» explotadas por el mercader «judío»».

Parafraseando a Žižek-Badiou, en cuanto al capitalismo, como sistema fascista, siempre hay un «excedente», una «mano negra», que frustra las disposiciones capitalistas, frustra las disposiciones del Amo. Y la imposibilidad intrínseca del capitalismo es personalizada en un pseudoAmo, un Amo exterior y localizable, que «condensa» toda la negatividad de la situación.

En el terreno de lo sociológico, más allá de todo halo especulativo que contiene la filosofía y lo poco que pueda agradarle a Rancière verse involucrado con un «descendiente» directo de Pierre Bourdieu, Loïc Wacquant en la notable Castigar a los pobres (el gobierno neoliberal de la inseguridad social) dedica el capítulo 7 al «moralismo y panoptismo punitivo: a la caza de los delincuentes sexuales». Paradójicamente (o no tanto) una sección de este capítulo se titula «»¡Basta, basta, basta!»: Oprah Winfrey se levanta contra «la definición de mal»».

Primero vamos a decir que el capítulo comienza con la notable cita de Kirk Lonbom (director asistente de Inteligencia de la Policía Estatal de Illinois, 1998):

Hemos escuchado a oradores en esta conferencia usar el término «tolerancia cero» para los delincuentes sexuales. Pienso que nosotros lo hemos realizado en Illinois. Tenemos algunas grandes historias. Registramos a un hombre de 86 años en una enfermería, a un cuadripléjico y a un individuo en el Programa Federal de protección a testigos. Incluso registramos a un hombre actualmente en coma; por lo tanto pienso que nuestro programa ha sido bastante agresivo.

Vamos ahora con la emperatriz de los Talk Show estadounidenses, que en el año 2003 lanzó por televisión una campaña personal «contra los delincuentes sexuales», en la que, bajo la modalidad de escrache mediático, violentaba -acorde a los designios de la década del noventa en materia penal en Estados Unidos- cierto estado de derecho, y se erigía en paralelo a toda instancia judicial: «pienso trabajar con los agentes legales, y si alguno de ustedes me proporciona datos de alguno de estos fugitivos que estamos exponiendo hoy, y si la información conduce a la captura y arresto de estos hombres, yo me encargaré de dar una recompensa en efectivo de 100.000 dólares».

Según Loïc Wacquant, todo no queda allí. En la página web de Winfrey se ofrece (textual) «la gran oportunidad» «¡Obtenga todos los detalles!» «¡Cómo puede reclamar la próxima recompensa de 100.000 dólares!», con el remate «Investigando delincuentes sexuales en su comunidad», con visitas y búsquedas virtuales guiadas, con el paso a paso sobre cómo proceder «on-line» para «cazar y acabar con lo que se presenta como una nueva amenaza moral a la estructura misma de la sociedad estadounidense».

Citaré en extenso a Wacquant, por la contundencia de su descripción.

«En el segmento publicitario «La lista de depredadores de niños de Oprah», la superestrella televisiva, se enfrenta al espectador, vestida con un top negro, frente a una ventana oscura, con luz sombría. Mientras la cámara cierra el plano en su rostro severo, ella entona lúgubremente:

Hoy me presento ante ustedes para decir, en términos muy claros -como una cuestión, de hecho, en términos que espero sean muy ciertos que ya tengo suficiente. Con cada aliento de mi cuerpo, con lo que sea necesario, y lo más importante, con su apoyo, vamos a mover cielo y tierra para detener una enfermedad, una oscuridad, que creo que es la de-fi-ni-ción del mal, un mal que ha estado ocurriendo durante demasiado tiempo. Los niños de la nación, de los Estados Unidos de Norteamérica, han sido [aquí habla despacio, martilleando cada palabra] robados, violados, torturados, y asesinados por depredadores sexuales, que están caminando directo hacia sus casas. ¿Cuántas veces tiene que ocurrir? ¿Cuántos niños tienen que ser sacrificados? ¿Qué precio estamos dispuestas a seguir pagando como sociedad antes de levantarnos y salir a la calle y decir [aquí añade un contundente silencio]: «¡Bas-ta! ¡Basta! ¡Basta!»».

Este discurso -en lo escueto habilita múltiples lecturas que exceden el propósito que me planteo aquí- impulsa, según Wacquant «una retórica virulenta que retrata la lucha contra la delincuencia como una batalla moral a muerte entre el bien y el mal -en lugar de una cuestión de organización de derechos, responsabilidades y asignación racional de los medios penales y de otra índole para prevenir, mitigar o suprimir esa desviación perniciosa- el «depredador sexual», siempre pintado con los colores de los «bajos fondos» como un vagabundo social, ha adquirido un lugar central en la nacionalmente cultura pública de la denigración de los delincuentes«. Y el sociólogo francés agrega, en esta obra publicada en 2009, que es «como la encarnación viviente de la bajeza moral, que proporciona un motivo urgente y perpetuamente renovado para el repudio total del ideal de la rehabilitación y el regreso a la neutralización por medio de una feroz venganza y retribución que ha caracterizado a la política penal estadounidense desde fines de los setenta».

El delincuente sexual, genera una política que «gira nuevamente y acelera la expansión de la respuesta penal a los problemas sociales en el fondo de la estructura de clases y castas que ha alimentado en primer lugar». Wacquant, como sociólogo, prefiere «dilucidar la penalización como medio generalizado para la gestación de poblaciones y problemas sensibles en las fronteras simbólicas». La imagen (ofrecida por el statu quo estadounidense) de los delincuentes sexuales «proporciona el aceite simbólico que lubrica las ruedas del tren desbocado de la penalización», e insiste que «debe ser tratado como cualquier categoría de problemas a cargo del brazo penal del Estado. Esto requiere que se tomen las molestias de reconocer gradaciones en los tipos de delitos y para describir a los convictos sexuales que han cumplido con sus penas como ex delincuentes (como se hace con asesinos, asaltantes y ladrones)».

Loïc Wacquant demuestra, retomando el lenguaje de Žižek, cómo es la construcción de «la «suciedad» de las capas inferiores». El caso «Harvey Weinstein» (además judío), nos devela «la actuación «exorbitante», no armoniosa, de la case dominante» [1]. Tal el funcionamiento del discurso de Oprah Winfrey en la maquinaria del sistema, es el discurso del fascista por antonomasia (recordemos que el campo epistemológico del discurso fascista es el de Amo). Aparece aquí ese «perturbador» del «todo orgánico» (el cuerpo enfermo, «una enfermedad… que hay que detener» -en palabras de la conductora-).

Según mi perspectiva, es muy acertada la respuesta «No, New York Times. Nosotras no necesitamos ser parte de la revolución del #MeToo». Es decir, no nos plegamos al discurso del Amo-enmascarado. Lo cual no quiere decir que haya que descartar lo valioso que tiene el discurso de Oprah Winfrey en la entrega de los Globo de Oro. Por el contrario, hay que tomarlo en su potencial, hacerlo estallar en el corazón de la producción propia del machismo (en todas sus vertientes). Lo que sostengo es que no hay que tomarlo desprevenidamente, sin verificar la instancia de poder que lo sostiene y lo hacen circular. Es evidente que se trata de un discurso eminentemente político, y sobre todo en la discusión interna a los Estados Unidos, que tiene repercusión e incidencia mundial. Hay que deconstruir el dispositivo «Oprah Winfrey», sacarle las capas del imperialismo contingente, desmontarlo de las plataformas de circulación «correctamente políticas» de la vidriera anti-Trump [2], que el problema de género es un problema mucho más complejo que el escándalo hollywodense, o que el liberalismo occidentalista de ciertas teorías metropolitanas (de lo «queer») -ancladas en lo «raro»-inconmensurable, que en su deconstrucción de los estereotipos disuelve todo lazo social, en función de una dogmática individualista, y dejan incólume a las estructuras de producción de poder opresor- [3].

Podemos postular tres intentos de traficar un discurso de amedrentamiento generalizado. El flagelo de la droga, el terrorismo organizado, y el proceso migratorio. Y ahora un cuarto: el del «depravado sexual» (como lo denomina Wacquant), el que -además, a diferencia de los otros tres- parece ser un discurso de omnipresencia, el que se circunscribe a todo régimen socio-cultural, mayoritariamente. Y sobre esa base, encontramos las flexibilizaciones legales pertinentes («lucha» contra el narcotráfico, «lucha» contra el terrorismo, «lucha» en el control de fronteras, y «lucha» contra la depredación moral). Es, de alguna manera, la imposición de «luchas» tendientes a socavar la solidaridad de las diferentes y diferenciadas luchas genuinamente emancipadoras, a la vez que legislaciones «universales» que tienden a fortalecer y favorecer el poder del imperialismo actual.

Como dice Paulo Freire, en Pedagogía de la Esperanza: es importante «la relación entre la claridad política de la lectura del mundo y los niveles de compromiso en el proceso de movilización y de organización en la lucha, para la defensa de los derechos, para la reivindicación de la justicia», y agrego yo: para una reivindicación de la justicia de redunde en la ampliación de derechos.

Paulo Freire, que en el mismo libro citado nos dice «mi error no fue citar a Piaget». «Al terminar, un hombre joven […] pidió la palabra […] No sé su nombre. No sé si vive todavía. Posiblemente no. La malignidad de las estructuras socioeconómicas del país, que adquiere colores aún más fuertes en el Nordeste brasileño, el hambre, la indiferencia de los poderosos, todo eso debe haberlo tragado hace mucho».

Citaré en extenso este magnífico pasaje.

«»Acabamos de escuchar -empezó- unas palabras bonitas del doctor Paulo Freire. Palabras bonitas de veras. Bien dichas. Algunas incluso simples, que uno entiende fácil. Otras más complicadas, pero pudimos entender las cosas más importantes que todas juntas dicen».

«Ahora yo quería decirle al doctor algunas cosas en que creo que mis compañeros están de acuerdo -me contempló con ojos mansos pero penetrantes y preguntó-: Doctor Paulo, ¿usted sabe dónde vivimos nosotros? ¿Usted ya ha estado en la casa de alguno de nosotros?» Comenzó entonces a describir la geografía precaria de sus casas. La escasez de cuartos, los límites ínfimos de los espacios donde los cuerpos se codean. Habló de la falta de recursos para las más mínimas necesidades. Habló del cansancio del cuerpo, de la imposibilidad de soñar con un mañana mejor. De la prohibición que se les imponía de ser felices. De tener esperanza.

Siguiendo su discurso yo adivinaba lo que vendría, sentado como si fuera realmente hundiéndome en la silla, que en la necesidad de mi imaginación y en el deseo de mi cuerpo se iba convirtiendo en un hoyo para esconderme. Después guardó silencio por algunos segundos, paseó los ojos por el público entero, me miró de nuevo y dijo:

«Doctor, yo nunca fui a su casa, pero le voy a decir cómo es. ¿Cuántos hijos tiene? ¿Son todos varones?»

Cinco -dije yo hundiéndome aún más en la silla-. Tres niñas y dos niños.

«Pues bien, doctor. Su casa debe ser una casa rodeada de jardín, lo que nosotros llamamos ‘oiteão livre‘. Debe tener un cuarto sólo para usted y su mujer. Otro cuarto grande para las tres niñas. Hay otro tipo de doctor que tiene un cuarto para cada hijo o hija, pero usted no es de ese tipo, no. Hay otro cuarto para los dos niños. Baño con agua caliente. Cocina con la ‘línea Arno‘. Un cuarto para la sirvienta, mucho más chico que los de los hijos y del lado de afuera de la casa. Un jardincito con césped ‘inglés‘. Usted debe de tener además un cuarto grande donde pone los libros, su biblioteca de estudio. Por cómo habla se ve que usted es hombre de muchas lecturas, de buena memoria.»

No había nada que agregar ni que quitar: aquella era mi casa. Un mundo diferente, espacioso, confortable.

«Ahora fíjese, doctor, en la diferencia. Usted llega a su casa cansado. Hasta le puede doler la cabeza con el trabajo que usted hace. Pensar, escribir, leer, hablar, el tipo de plática que usted nos acaba de dar. Todo eso cansa también. Pero -continuó- una cosa es llegar a su casa, incluso cansado, y encontrar a los niños bañados, vestiditos, limpiecitos, bien comidos, sin hambre, y otra es encontrar a los niños sucios, con hambre, gritando, haciendo barullo. Y uno se tiene que despertar al otro día a las cuatro de la mañana para empezar todo de nuevo, en el dolor, en la tristeza, en la falta de esperanza. Si uno le pega a los hijos y hasta se sale de los límites no es porque uno no les ame. Es porque la dureza de la vida no deja mucho para elegir.»»

La escritura de Paulo Freire nos exime de todo comentario.

La elección de Paulo Freire no ha sido en exclusivo por este texto, ejemplar, sino por su obra toda, por su militancia, que no es del tipo del «feminismo anti-Trump» tal lo enuncia Ilka Oliva Corado, sino una propuesta integradora de emancipación. Y Paulo Friere es brasileño, y en Brasil se está ejecutando uno de estos experimentos del fascismo capitalista actual, a través de la proscripción política. Retomando lo expresado por Alain Badiou en Nuestro mal viene de más lejos «ese miedo que anima a su base ideológica y electoral -la clase media- no contra ellos, los gobiernos [liberales; capitalista-fascista], sino contra tales o cuales representantes de la masa desposeída».

A diferencia de los romanos que crucificaron a Jesús, que no sabían lo que hacían, los productores del poder capitalista -en todas las dimensiones que encierra las palabras ‘producción’ y ‘poder’- en su dinámica, saben lo que hacen. Luego del affaire «Golden Globe» es imposible que quienes organizaron la entrega de premios Grammy no hayan tomado nota, y a pesar de las rosas blancas, la cantante Lorde fue discriminada en relación a sus pares masculinos, o como escribió una usuaria de Twitter «de las 899 personas nominadas en las últimas seis ediciones de los Premios Grammy, 9 por ciento eran mujeres (este año, Lorde es la única mujer nominada a Mejor Álbum del Año; no va a actuar)». La cantante no tuvo timidez para manifestarse, y lo hizo usando palabras de la multifacética artista Jenny Holzer, con un cartel cocido en la espalda de su vestido en el que se leyó «¡Alégrense! Nuestros tiempos son intolerables. Armémonos de valor, porque lo peor es un presagio de lo mejor. Sólo las circunstancias extremas pueden precipitar el derrocamiento de los opresores. Los viejos y corruptos deben ser desechados antes de que los justos puedan triunfar. La contradicción se intensificará. El juicio se acelerará por la puesta en escena de las perturbaciones de las semillas. El apocalipsis florecerá».

Quiero referirme a ese concepto spinoziano, en el que debela el «gran secreto del régimen» que consiste en engañar y disfrazar con ciertos nombres que esclavizan, «de tal modo de que [se] cree combatir por la salvación cuando [se] combate por la servidumbre». De esta manera, por ejemplo, seguramente encontraremos mujeres brasileras de estratos sociales medios y medios-bajos con profunda empatía con el #MeToo y el Time’s Up Now, y una refractaria distancia «lulista» [4]. Con esto quiero decir, que la lucha por la igualdad de género es una lucha genuina, y a la que todxs debemos contribuir, pero no desde las perspectivas impuestas desde «la producción de poder capitalista», que todo lo absorbe, todo lo deglute, porque a la vez que creará condiciones de igualdad hombre=mujer agudizará aún más la relación entre los que más tienen y los que menos tienen, y sobre todo, el poder concentracionario del capital (tal lo demostrado por OXFAM).

León Rozitchner fue alguien que dedicó su vida a comprender este fenómeno, el de la «servidumbre voluntaria», para visualizar coordenadas emancipatorias. En El Terror y la Gracia, expresó que se trata «en las actuales circunstancias, de comprender por qué a nosotros, sin que nos diéramos cuenta, y persiguiendo lo contrario, nos paso lo mismo. Para decirlo de otro modo, más directo: ¿cómo no alcanzamos a ver al enemigo que nos había colonizado dentro de nosotros mismos?», en la brutalidad de esa expresión de Marx: «el peso de las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos».

¿Qué hacemos con la «desigualdad»?

«La dureza de la vida no deja mucho para elegir», escribió Paulo Freire que dijo aquel obrero.

La dureza de estos tiempos, también, no deja mucho para elegir.

Es escandaloso que los «directores generales de cualquiera de las cinco principales marcas de moda ganan en tan solo cuatro días lo mismo que una trabajadora del sector textil de Bangladesh durante toda su vida».

Cómo haremos para que la brecha salarial entre hombres y mujeres no tarde más de doscientos años en saldarse, con todo lo que esta pregunta implica (en términos a las «desigualdades» empíricas, constatables, objetivables, que favorecen a los hombres frente a las mujeres -para ponerlo en términos bivalentes-).

Cuál es el proceso de «igualdad» que puede ponerse en práctica de forma que los ingresos mensuales de una pareja hollywoodense no sean infinitos respecto de los ingresos mensuales de una pareja de trabajadores paraguayos, colombianos o argentinos. O ¿cuál es la estrategia de «flujos» tal que permita que el salario promedio mensual de lxs trabajadorxs europexs de la comunidad o de lxs estadounidenses sea netamente equiparable al salario promedio mensual de cualquier otr(x) trabajador(x) del mundo?

¿Cómo y cuáles pueden ser los dispositivos a crear que den cuenta de la «igualdad» en la condición humana? Y que estos dispositivos, a la vez, circunscriban «lo humano» en relación al hábitat y el conjunto completo de la naturaleza.

¿Cuáles serán los instrumentos creados para retomar lo que le ha sido expoliado a obrerxs y desamparadxs en todo el mundo y redistribuirlo -con la justicia social competente- entre todxs ellxs?

Y, sobre todo, como cantaron los Serú Girán ¿cuánto tiempo más llevará?…

[1] Hay que ser muy cuidadoso en este punto. La abstracción realizada no está puesta al servicio de negar la cruenta realidad de los procederes abusivos/delictivos de Weinstein, mucho menos de exculparlo. Estos procederes son materia penal, asuntos de la justicia estadounidense, bajo las denuncias y pruebas que le competen.

[2] Busco y no logro dar cuenta de un(a) autor(a) y un texto, del que creo haber extraído la idea de que Trump es el más sincero de los presidentes estadounidenses. Democratiza la política exterior de Estados Unidos hacia el interior mismo del país, y el problema de ciertos «demócratas» no es estrictamente que expulse a los migrantes, el problema es que se verán conminados a realizar el trabajo al que estaban destinado los migrantes.

[3] Si bien no es la idea debatir sobre las multiplicidades de sentidos en eso denominado «queer», no debe pasarse por alto que son rápidamente tomadas por el campo académico, y admitidas por el sistema global de producción de sentidos en todo orden, tanto más «raro» sea, con mucha más facilidad y asiduidad que todo estudio de cómo debiera ser la redistribución de la riqueza total producida en el mundo entre la clase trabajadora y toda teoría de la emancipación político-económica de esta clase.

[4] Sobre la política del PT, adopto en este marco posiciones de valoración cercanas a las que expone Rancière antes que el binarismo sobre «populismo» / «neoliberalismo», o «reformismo» / «revolución».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.