En la calle, en los bares y en los mercados, atruenan las críticas contra la denominada «clase política». La corrupción, las mentiras, las impostaciones y el gasto superfluo hartan a unos ciudadanos que cada vez más, como señalan las encuestas del CIS, expresan su fastidio. Pero cabe plantearse si estas críticas no eximen al poder […]
En la calle, en los bares y en los mercados, atruenan las críticas contra la denominada «clase política». La corrupción, las mentiras, las impostaciones y el gasto superfluo hartan a unos ciudadanos que cada vez más, como señalan las encuestas del CIS, expresan su fastidio. Pero cabe plantearse si estas críticas no eximen al poder financiero y otros poderes, «en la sombra», que realmente manejan los hilos. O en qué medida políticos y compañías privadas se entremezclan, por ejemplo, a través de las llamadas «puertas giratorias». Otro nudo de análisis atañe a la izquierda, en concreto, la relación entre partidos de izquierda y movimientos sociales. Con otra derivada: en qué medida ha de participar la izquierda en la política institucional.
La segunda sesión del Seminario Crítico Permanente de Ciencias Sociales ha abordado estos asuntos en la facultad de Derecho de la Universitat de València. Jaime Pastor, profesor de Ciencias Políticas de la UNED, comienza el análisis en el franquismo tardío, cuando los partidos políticos (cuya influencia será creciente) de izquierda mantienen una estrecha relación con el movimiento obrero, los estudiantes y las organizaciones vecinales. Ya en la transición, y al no producirse una «ruptura» sino una «reforma», «se conforma una democracia representativa en que otorga toda la centralidad a los partidos políticos». Por ejemplo, mediante el sistema electoral. Se trata, en resumidas cuentas, de anteponer la gobernabilidad a la pluralidad y la representatividad de la sociedad española.
Hay una creciente afiliación a los partidos entre los años 1976 y 1978, pero la tendencia varía a partir de 1979: comienzan las desafiliaciones, un fenómeno que afecta singularmente al PCE. «Estos procesos tienen que ver con el
Derivada del «régimen de la transición» es la cultura del «cinismo político» (expresiones que han utilizado autores como José María Maravall y Joan Botella). A ello se agrega la cultura del «voto útil» cuando se acercan los procesos electorales, y una tendencia a la oligarquización de los partidos políticos. Así, el PSOE se constituye como partido «de aluvión», como una expresión de las clases medias ascendentes y la modernización del capitalismo español. En la derecha se da, a grandes rasgos, una adaptación tendencial al régimen neoliberal. Coexisten en la derecha tres tendencias: nostálgicos del franquismo; gente que está aprendiendo a participar en la democracia; y otros sectores más en la onda capitalista, vinculada de algún modo al capitalismo financiero-inmobiliario y a la corrupción.
La prioridad absoluta es la gobernabilidad. Instituciones como la monarquía, el Senado o la sobrerrepresentación de grandes partidos y pequeñas autonomías contribuyen a este fin. Jaime Pastor recuerda cómo Pío Cabanillas afirmaba, antes incluso de que se constituyera la UCD, lo siguiente: «No sé quiénes, pero ganaremos». A ello se agrega una segunda línea de fractura: el nacionalismo español frente a los periféricos. En el caso vasco, señala el profesor de Ciencias Políticas de la UNED, «la izquierda abertzale se configura como
Con la transición, de la agenda oficial se excluyeron absolutamente los disensos. Los grandes partidos («catch-all plus») se hicieron de grandes audiencias y una encarnación del «cinismo político». Con el estallido de la crisis, explica Jaime Pastor, estos partidos se sometieron a la dictadura de los mercados y a la cleptocracia. ¿En qué situación nos hallamos? «Se ha configurado un nuevo escenario en el que los movimientos sociales de la
Se da hoy una innegable crisis de la democracia representativa, que -con el fin del llamado «capitalismo de bienestar»- pierde legitimidad de manera creciente. Pero el capitalismo también ve erosionada la legitimidad para mantenerse sin ciertas políticas de bienestar. En este contexto, concluye Jaime Pastor, se abre un ventanal de oportunidades para los movimientos sociales. Con un objetivo: sentar las bases de un nuevo paradigma de democracia radical.
Los partidos políticos son elementos centrales de la Constitución de 1978 (Artículo 6), recuerda Fernando Flores, profesor de Derecho Constitucional en la Universitat de Valencia y miembro de la Plataforma Salvem el Cabanyal. «Desde el primer momento se le tiene miedo al movimiento social y, en consecuencia, se limita cualquier elemento real de participación ciudadana; al mismo tiempo, se consagra el bipartidismo, con las variantes nacionalistas en el País Vasco y Cataluña». Por otro lado, se produce una simbiosis entre los intereses del capitalismo y los partidos, que además cada vez se alejan más de sus bases y militancia.
Antes, incluso, de que entrara en vigor la Constitución de 1978 se aprobó la Ley de Partidos Políticos, que no se modifica hasta 2002 «para declarar ilegales a algunos partidos vascos; es una ley inconstitucional, a mi juicio, por mucho que la haya avalado el alto tribunal», opina Fernando Flores. Los grandes partidos, a lo largo de esos años, se alejan progresivamente de los intereses de los ciudadanos, caen en el ensimismamiento (se convierten en un fin en sí mismos) y se acomodan a los intereses económicos del sistema. Pero la crisis actual los arrastra, inmersos en una deriva que expresan bien personajes como González Pons: «seremos lo que sea, pero creamos empleo y hacemos carreteras». O un caudillo derechista ecuatoriano: «Yo robo como todos, pero cumplo».
Un punto de disrupción, según Fernando Flores, lo constituye el 15-M y la fuerza de su mensaje: «No nos representan». Es ésta una consigna que arrastra a los partidos del poder, pero también a otros (minoritarios). «Lo que en el fondo se está pidiendo es una nueva forma de hacer política, más transparente y participativa».
Marga Ferré es miembro de la ejecutiva de Izquierda Unida, de la Fundación de investigaciones Marxistas y de la Fundación Europa de los Ciudadanos. «Me niego a pensar que todos los partidos son lo mismo y a que los estudiemos como en una probeta, al margen de las clases sociales; los partidos no son sino herramientas a partir de las cuales los grupos de interés se organizan y defienden», opina. Pero es cierto que los partidos están en crisis. También lo está la ideología que los configuró después de la segunda guerra mundial (conservadores y socialdemócratas). Ahora bien, apunta Marga Ferré, «hay un dogma neoliberal que me niego a aceptar: que la economía se ocupe únicamente de la generación de riqueza, mientras que la función de la política es la organización del poder». Esta afirmación constituye una falacia dado que el poder está realmente en otro lugar y, además, la política y el poder no pueden separarse de las condiciones materiales de la gente.
Hay determinados dogmas que el canon neoliberal ha claveteado y grabado a fuego en la sociedad. En primer lugar, se ha «normalizado» la desigualdad y se la ha presentado como algo positivo. El correlato de esta idea es la eliminación de la función social del estado, que ha de limitarse a la defensa de la propiedad y los derechos individuales. Otro de los dogmas consiste en que la democracia se reduzca a mera forma, a resultados electorales, sin que se consideren los intereses de la mayoría de la población. Marga Ferré considera que la participación es importante, pero no suficiente. «El objetivo real es que se consigan los intereses de la mayoría».
Lo que realmente está en crisis es el «pacto constitucional» de 1978. Que se pergeñó con una ley electoral injusta (basta comparar los votos que le cuesta al PP, PSOE o CIU obtener un diputado, y lo que le supone a IU); además, se favoreció el bipartidismo, que resulta funcional a la salida conservadora de la crisis. Prueba de ello es la reforma del Artículo 135 de la constitución (sellada por los dos grandes partidos), que en la práctica saldó el «pacto constitucional» de 1978.
Con la actual crisis económica, subraya Marga Ferré, se produce un cambio en la forma en que se organiza la movilización. A partir de 1978, se presionaba a los gobiernos con grandes movilizaciones en la calle (por ejemplo, para exigir la salida de la OTAN) o grandes huelgas generales, como la de 1988. Pero con la irrupción del 15-M, la gente se organiza de otra manera: grandes partidos y grandes sindicatos no ofrecen respuesta suficiente a los desafíos actuales. Se da una crisis del sistema de representación popular. La democracia formal no funciona. ¿Por qué razón? «Las decisiones no se toman en el Congreso de los Diputados». Por ejemplo, cuando Zapatero se niega a enseñar en la Cámara Alta la carta que le remitió el presidente del BCE; o cuando Rajoy se reúne con Bill Gates para que adquiera acciones de las grandes compañías españolas. También, la nocturnidad con que se pactó la reforma del Artículo 135 de la Constitución.
Así las cosas, la izquierda en sentido amplio se enfrenta a un doble riesgo en la coyuntura actual. Por un lado, caer en el espontaneísmo de la movilización permanente; pero también existe el peligro de que los partidos clásicos de izquierda incurran en el ensimismamiento y en los dogmatismos, y ello les deje sin capacidad de respuesta a unas «reformas» que la derecha impone a gran velocidad.
Giussepe Ponzio, de Alternativa per València-CUP, afirma «ir más allá». Tal como hoy está planteada, «la democracia representativa no sirve a la mayoría de la población; tampoco el sistema electoral (sea proporcional o mayoritario) ni el bipartidismo resultan útiles». Subraya que los partidos han fracasado en el siglo XX, pues no han cumplido con su función. Además, no se trata de hablar exclusivamente de políticas estatales, comunidades autónomas y grandes ciudades. Debe reivindicarse el papel del municipio. También se ha fracturado el ligamen entre los partidos y la calle. Por ejemplo, «el PCI -el más fuerte de Europa occidental y nutrido por una gran base electoral- nunca se replanteó los métodos de acercarse a la gente». Asimismo, «la
Se habla mucho de «desilusión», del «no nos representan», de «primarias» (en las que en muchas ocasiones vence el mejor rostro). Pero el centro de poder está fuera. ¿Y qué hacen los partidos? «Ninguno se pone las pilas para cambiar el asunto». Sin embargo, «los movimientos sociales han dado en este país una lección de cómo hacer política». En sentido Braudeliano (procesos y estructuras de tiempo largo), detalla Giussepe Ponzio: desde las movilizaciones contra el ingreso en la OTAN, contra la guerra de Iraq o con nuevas formas de praxis política como la PAH. ¿Qué está ocurriendo? «La gente vuelve al sentido primigenio de hacer política (en el sentido griego de
Otro puntal del debate lo constituye la relación entre los partidos de izquierda y los movimientos sociales. En el caso de la izquierda, recuerda Jaime Pastor, los partidos (y los sindicatos) crecieron en el marco configurado por el capitalismo industrial y la extensión de la clase obrera. Este marco, que es asimismo el de la democracia de partidos, se encuentra hoy en abierta crisis. ¿Un nuevo sujeto político? «Yo no hablaría tanto de nuevos sujetos como de reconstruir la
Los partidos de izquierda, en el actual contexto de crisis de régimen, han de convertirse en «herramientas al servicio de los movimientos sociales; no se trata de actuar como meros representantes», subraya Pastor. Más allá, la función de los partidos de izquierda (que ya no deberían ser el centro sino un instrumento) tendría que ser ofrecer su «programa fuerte» a las líneas de fractura citadas: de clase, nacional, social, ecológica y de género. Estos partidos, además, tendrían que configurarse a partir de la horizontalidad, la revocabilidad de cargos y reducir la financiación de los bancos. Y destacar el cumplimiento del programa.
En el actual marco de crisis de régimen, existe una multiplicidad de actores que trabaja para el cambio social: Plataformas de Afectados por las Hipotecas, 15-M, sindicatos alternativos, movimientos vecinales, cooperativas y, toda la malgama, se debe ir articulando, también con los partidos, para intentar que fragüe una cultura plurinacional-popular en el estado español. Que dé lugar a una apertura de procesos constituyentes de ruptura (en los diferentes marcos nacionales). El camino es largo.
En cuanto a la interacción partido-movimientos, se requiere -a juicio de Fernando Flores- un cambio sustancial, pero esto no es posible si, a su vez, no se da un viraje en la estructura y funcionamiento de los partidos. Pero también distingue entre los movimientos sociales de los años 80, de larga tradición, y los de nuevo cuño. Ahora bien, es la influencia y la presión de los movimientos sociales la que puede forzar a los partidos a un cambio. «Hace falta una nueva manera de relacionarse, en la que los movimientos respeten a los partidos y éstos no traten de sacar provecho de las organizaciones sociales». ¿Exigir jurídicamente a los partidos el cumplimiento de su programa? Fernando Flores se manifiesta escéptico. Pero «lo que sí puede hacerse es pedir que sean programas claros y pedir que se cumplan».
Pero hay otro problema añadido. «No le vamos a exigir al PP que haga efectivo su programa», afirma Marga Ferré. Otra materia de discusión es que se considere, en términos muy maniqueos y de manera casi sistemática, «malos» a los partidos políticos y «buenos» a los movimientos sociales. Entre otras cosas, «porque a los grupos que se manifiestan en contra del aborto también podemos considerarlos movimientos sociales», apunta Marga Ferré. Lo importante, agrega, es «democratizar los partidos pero también las instituciones (del estado, partidos, gobiernos autonómicos, ayuntamientos), y también las empresas». Para ello hacen falta cambios, también, en la ley electoral.
Alerta además sobre algunos riesgos de considerar «buena» la participación sin matices: en Francia, las encuestas han señalado como favorito cara a las próximas elecciones europeas al ultraderechista Frente Nacional; en Suiza, y mediante referendo, la población ha votado mayoritariamente reinstaurar las cuotas a la inmigración. En España, el bipartidismo supera el 50% en intención de voto. También advierte Marga Ferré de encontrar contradicciones en el binomio partidos de izquerda-movimientos sociales. «No es verdad. Muchas veces están formados por las mismas personas».
Giuissepe Pozio introduce otra arista en el debate. De nuevo con la idea de participación en el trasfondo. «Muchas veces se habla de América Latina, pero lo que olvidamos -instalados en el eurocentrismo- son las asambleas y sobre todo su capacidad decisoria, como ocurre con el zapatismo. Aquí es algo que no nos planteamos. Lo principal es que la gente haga política, que se apropie de su vida». ¿Los programas electorales? «se han de hacer desde abajo, y además promover la revocabilidad de cargos (como en la Comuna de París)». En Italia, destaca, la lucha más fuerte que últimamente se ha planteado es contra la implantación del Tren de Alta Velocidad en el valle del Susa (cerca de Turín). El Partido Democrático que, a escala estatal se mostraba favorable a la alta velocidad, no se posicionaba del mismo modo en las regiones y municipios, al estar en contacto con la gente y las asambleas. «En las asambleas se colectiviza la inteligencia, se comparte entre viejos, adultos y niños». «Y se evita la profesionalización de la política», concluye.
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