Desde que el dictador se fue al otro barrio, tal vez nunca se haya hablado tanto en las tertulias y en los mentideros políticos como ahora sobre la posibilidad, siempre hipotética, de que España se convierta en republicana. Hubo tiempos de añoranzas allá por los albures de los setenta, tiempos en los que florearon banderas […]
Desde que el dictador se fue al otro barrio, tal vez nunca se haya hablado tanto en las tertulias y en los mentideros políticos como ahora sobre la posibilidad, siempre hipotética, de que España se convierta en republicana.
Hubo tiempos de añoranzas allá por los albures de los setenta, tiempos en los que florearon banderas y utopías, aunque el concepto de democracia solapó viejas aspiraciones y utopías y encajaba mejor tal palabro y concepto en el encaje de bolillos preconstitucional que los políticos reconvertidos en demócratas pretendían.
Hoy por hoy se puede decir que la pretendida III República está hipotecada por unos maximalismos de cuño donde florece el marco marxista, el cual ensalza banderas y banderías, pero en sus palabras y actos no se corresponden con los referentes de la II República y, por si fuera poco, la I República es para todos un vago recuerdo de naftalina de la que queda como colgajo poco más que Pi i Margall.
La República que se lanza desde algunas posiciones de la izquierda de hoy es un espantajo tricolor vacío, pues la aspiración secreta de sus promotores es la República de los trabajadores, como afirmaba no hace mucho tiempo un republicano venido de las filas maoístas. Estamos por tanto ante una gran hipoteca, la que causa la izquierda marxista, la cual usurpa conceptos que luego en sus manos se vuelven mascarones huecos, y por mucho que se les oiga entonar el masónico trilema de libertad, igualdad y fraternidad, no los veo yo en ese espíritu republicano que tanto predican, pues piden y solicitan, se me antoja, mucha guillotina para la traición socialista a la República, y la verdad es que para ser tan girondinos como presumen, y sentarse a renglón seguido como socios del PSOE, como en el caso asturiano, donde el consejero de Justicia, el señor Valledor (IU), se niega, tanto él como la «multinacional católica», a reconocer la labor moral de aquellos que no sólo no encarnaron ese espíritu republicano que hoy se ensalza, sino que, además, dieron su vida y sus bienes por la I y II República española, y no hablamos de la República frente-populista, sino de los intelectuales burgueses que fueron capaces de dar una República a este país en dos ocasiones.
Por eso tenemos la República hipotecada, porque hay quienes no salen del esquema de la tertulia republicana y no bajan arena de la praxis y han convertido a don Manuel Azaña en el Gadu de la República, aunque para otros don Manuel aparece como el Dios revelado o la piedra filosofal republicana y, por antonomasia, casi todos le han convertido en el oráculo de Delfos republicano.
Ésta es nuestra historia republicana. Atrás se quedan eclipsados por Azaña y el azañismo y los azañistas y por toda una pléyade de republicanos frente-populistas figuras como: Martínez Barrio, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz o personalidades como Jaime Vera, Luis Simarro o Fernández de los Ríos, etcétera. Que también han dejado sus impresiones y sus trabajos al respecto, pero que se han caído de los devocionarios republicanos. Y ya no digamos aquellos otros que trajeron la I República del 73.
La realidad es cruda, y dice mucho de verdad visitar, por ejemplo, el cementerio civil de La Almudena. Dicen casi todo las tumbas olvidadas e ignoradas sin una triste flor de Pi i Margall, de Simarro o de Morayta de Figueras y no digamos aquí en El Sucu, donde sólo se cantan elogios ante el paredón o la fosa común, dejando al resto ya conocido sumergidos en el olvido.
Aquí y ahora nos encontramos entre la querencia de un republicanismo anglosajón edulcorado y flojón y quien desea la República del Frente Popular, huyendo casi todos ellos de dar un nuevo corpus de respuestas a las complejas situaciones que nos presenta este nuevo siglo XXI. Pues siempre se abordan las mismas cuestiones, tomadas una y otra vez y encarriladas hacia las necesidades de cada organización, poniendo especial énfasis en la idea del federalismo, pero que en general se quedan en palabras huecas en manos de tanto marxista como tiene tomada la idea republicana. No podemos negarlo, hay mucho interés en presentar y recuperar la República del Frente Popular, frente a los conceptos republicanos de 1873 y, sobre todo, de 1931.
República que encarnaron utópicos liberales y burgueses republicanos y, cómo no, socialistas, de los que se reniega por activa y pasiva y hasta se echa mano del republicanismo quintacolumnista, hoy metamorfoseado en plataformas y platajuntas, y clama por la República de los trabajadores frente a la República de los ciudadanos. Al final, viendo tales cosas habrá que preguntarse: ¿qué República… y con qué republicanos?