El vandalismo en las movilizaciones que se realizan en Colombia, antes que aportar genera animadversión. Esas prácticas protagonizadas por grupos muy reducidos, resultan perjudiciales porque no suman sino que restan. Antes que convencer a una gran mayoría que permanece indiferente, para que se sume a la causa, los aleja. Una realidad a la que no […]
El vandalismo en las movilizaciones que se realizan en Colombia, antes que aportar genera animadversión. Esas prácticas protagonizadas por grupos muy reducidos, resultan perjudiciales porque no suman sino que restan. Antes que convencer a una gran mayoría que permanece indiferente, para que se sume a la causa, los aleja. Una realidad a la que no podemos ser ajenos y que amerita una autocrítica constructiva de cara a futuras actividades.
Las protestas se desarrollaron principalmente en Bogotá, Medellín, Cali y Bucaramanga conjugando la calma, la creatividad y los desmanes. Los primeros ingredientes alimentados por parte de quienes reivindican el derecho a expresarse sin generar violencia y, los segundos actores, quienes se amparan en una capucha para desbaratar lo que se quiere construir en las calles, un nuevo país con más conciencia de clase.
Nadie desconoce que agentes del Estado se han infiltrado en marchas y que, incluso, se denunció que algunos de ellos participaron en la destrucción del edificio del Icetex, en Bogotá. Los hechos son materia de investigación. Pero eso no justifica la utilización de capuchas.
Anarquía es diferente de vandalismo
Una cosa es la anarquía entendida en términos políticos como el establecimiento de una sociedad organizada sin estructuras jerárquicas de un Estado, y en la cual el direccionamiento es colectivo, y otra el vandalismo que se trata de asociar con anarquismo.
Los anarquistas como tal, y en Colombia hay corrientes que se identifican con esos planteamientos, no se encapuchan. No necesitan hacerlo. Tienen claro que destruir los vidrios de una entidad bancaria o acabar una estación o un bus de transporte masivo, no hace otra cosa que desvirtuar el sentido de las movilizaciones.
La toma de calles, los plantones y cacerolazos, entre otras expresiones de inconformidad, no puede convertirse en escenario de batallas campales entre quienes destruyen sin que su accionar tenga ningún objetivo político, y quienes pretenden evitarlo.
El Paro Nacional busca generar transformaciones
Cuando se desencadenan acciones destructivas, se desvirtúa el objetivo de generar reflexiones y cambios. Es contrario a lo que desde un comienzo se concibió al interior del Comando Unificado de Paro.
Francisco Maltés Tello, dirigente nacional de la Central Unitaria de Trabajadores. CUT, con quien dialogué mientras escribía la nota, se identificó con la preocupación que asiste a sinnúmero de participantes de las movilizaciones. «La violencia es perjudicial para este proceso«, me dijo, al tiempo que confió en el fortalecimiento de las actividades futuras en las cuales resulta fundamental desmarcar a los vándalos de la protesta social.
«Estamos cansados del paro»
Sobre la medianoche del 21 de enero, en el resumen de noticias, entrevistaron a una trabajadora que raya los cincuenta años. Se quejó porque debió caminar alrededor de tres horas, como consecuencia de algunos hechos vandálicos en Bogotá.
«Nos están perjudicando. Estamos cansados del paro.», le dijo al periodista de uno de los medios amarillistas afectos al gobierno que aprovechan estos lunares para irse lanza en ristre contra el Paro Nacional que inició el 21 de noviembre y que se retomó en las últimas horas.
Ese tipo de reacciones válidas, son las que precisamente hay que conjurar poniendo freno a quienes han hecho de la destrucción de cuanto encuentran a su paso, una forma fugaz de protagonismo que mancha el objetivo político de la protesta social.
Un llamado a la reflexión
Tanto los organizadores del Paro Nacional, quienes participamos y aún, quienes son simpatizantes y pueden aportar su punto de vista, estamos llamados a una reflexión alrededor de las estrategias que se deben adoptar para que el vandalismo no siga empañando las actividades.
Ya se abrió una puerta para que el Esmad como fuerza represiva no intervenga hasta que se considere verdaderamente necesario. La decisión se tomó inicialmente en Bogotá pero la adoptaron otras ciudades como Medellín y Cali. En cierta medida es un avance. Lo que no podemos es dejar que las prácticas destructivas de unos pocos, sirvan de argumento para que el presidente Iván Duque, el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo y el uribismo, encuentren argumentos para seguir golpeando a los manifestantes.
Para terminar la nota… a María Paula, buen viento y buena mar… y que las nuevas aguas le lleven a un puerto que siga trayendo enriquecimiento a su vida personal y profesional…
Blog del autor www.cronicasparalapaz.wordpress.com
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