El virrey de Cataluña ha amenazado con denunciar a todo aquel que le llame nazi. Esperemos que lo haga pagando de su bolsillo, porque si no el dinero que quiere dedicar al DiploCat se lo gastará en abogados. Sería paradójico que un supremacista se ofenda por acusarle de supremacista. Pero no quiero perder el tiempo […]
El virrey de Cataluña ha amenazado con denunciar a todo aquel que le llame nazi. Esperemos que lo haga pagando de su bolsillo, porque si no el dinero que quiere dedicar al DiploCat se lo gastará en abogados.
Sería paradójico que un supremacista se ofenda por acusarle de supremacista. Pero no quiero perder el tiempo en describir y denunciar su ideología de todos conocida y que ha quedado suficientemente expresada en sus propios escritos. Para eso recomiendo la lectura del artículo del periodista alemán Paul Ingendaay traducido y publicado en Crónica Popular.
El virreinato de Torra parece más un lapsus temporal dedicado al rearme del nacional-secesionismo, incluyendo la restitución de todas las «estructuras de Estado» que el 155 desmanteló -que no fueron muchas, salvo DiploCat-, además de hacer tiempo para negociar una salida para los fugados y encarcelados. Torra es como esos entremeses teatrales que entretenían al respetable, mientras se cambiaban decorados tras el telón. ¡Es entretenido! Y a algunos les encandila. Y piensan que el problema se resolverá cuando quiten a personaje tan funesto y esperan encantados que la hermana de Clark Kent -Elsa Artadi, por si no habían caído- nos conduzca con una sonrisa hacia un nuevo choque institucional.
Del eje Capital-Trabajo al Constitucionalismo-Secesionismo
Desde la revolución francesa el conflicto socio-económico y político se ha centrado en el conflicto Capital-Trabajo, entre acumulación y distribución de la riqueza. Dicho conflicto principal se ha visto afectado a lo largo de la historia por otro disfrazado de un cariz identitario, el de los nacionalismos. Los conflictos nacionalistas siempre se han generado, aparentemente, por situaciones de agresión a tradiciones, lengua, cultura. Pero invariablemente, detrás de todo ello siempre han existido, más o menos disimulados, intereses de burguesías descontentas con el reparto del pastel económico.
En los conflictos nacionales siempre han salido perdiendo las clases trabajadoras, independientemente de que el nacionalismo vencedor sea el propio. Por otro lado, la izquierda política siempre ha tenido problemas para situarse en dicho conflicto. Un conflicto que siempre la debilita, dado su maniqueísmo, especialmente en España, a la hora de posicionarse.
Durante la Transición la izquierda dio verosimilitud de progresismo a un nacionalismo que hasta hacía bien poco apoyaba al dictador. Confundió y convirtió la lucha contra el franquismo en un antiespañolismo visceral y regaló la idea de España a la derecha.
En Cataluña, y por extensión en toda España, por suerte, el conflicto pretendidamente de identidades -catalanismo frente a españolismo-, no se ha consolidado, a pesar de los largos años de asimilación identitaria vía escuela y medios de comunicación públicos y privados y la ingente cantidad de dineros públicos que el nacionalismo catalán le ha dedicado. Hablamos de conflicto entre constitucionalismo y secesionismo; y eso, en sí mismo, es una victoria.
El secesionismo se rearma y el constitucionalismo se resquebraja.
Si existiera una izquierda comprometida con la integridad de España y la igualdad de sus ciudadanos, el nacional-secesionismo tendría las horas contadas.
Pero el constitucionalismo en España es débil por los propios complejos de la izquierda. La Constitución del 78 es hija de la izquierda y parece haber adjurado de ella. Ciertamente, se puede ser constitucionalista y proponer un cambio constitucional. Conocí a Anguita cuando reclamaba el cumplimiento de la Constitución del 78; hoy, su discurso se diluye en el de Pablo Iglesias, en una frontalidad rompedora, no ya de la Constitución del 78, sino del constitucionalismo y, por tanto, de España.
Nunca habrá república de trabajadores en España si esta no existe. El problema de España con el nacionalismo es que no aprende de su historia. En otros artículos he apostado por el fin de la conllevanza orteguiana con el nacionalismo, bien porque se ha convertido en un «dejar hacer», según explica Ignacio García de Leániz en su artículo: El error de la ‘conllevanza’ catalana, bien porque la conllevanza exigía una reciprocidad del catalanismo que no se ha dado, mejor dicho se ha traicionado.
Se puede considerar patológico que todo nuevo gobierno de España se lance a dicha conllevanza pretendiendo darle una novedosa impronta que finalmente siempre fracasa. Lo hizo Felipe González cuando «impidió» que Pujol fuera juzgado por el caso Banca Catalana. Lo hizo Aznar al no recurrir «ley de inmersión lingüística de 1998» y al «frenar» la impugnación del Defensor del Pueblo. Zapatero se pilló los dedos al comprometerse a aprobar el Estatut que saliera del Parlament. Y Rajoy siempre fue tibio con el nacionalismo -aunque este lo usara como saco de boxeo-, hasta aplicando un leve 155.
Pedro Sánchez prueba nueva fórmula para resolver el nacional-catalanismo y vuelve a caer en una conllevanza no recíproca. Algunas de sus ofertas son cantos al sol imposibles de cumplir, como, por ejemplo, restituir los artículos anulados por el Tribunal Constitucional, porque, necesariamente, se habría de modificar la Constitución en la línea nacionalista. Será marear la perdiz y perder 2 años de legislatura, mientras el secesionismo seguirá rearmándose.
Es una constante: Cuando el PSOE está en la oposición atiende a la unidad política con el PP en temas de unidad del Estado; en el momento que toca poder se pone «creativo» y empieza a ceder ante el catalanismo, debilitando el constitucionalismo. No es que el PP sea el adalid del constitucionalismo ya que, como se ha visto en el debate de presupuestos previo a la moción de censura, las concesiones al nacionalismo vasco son vergonzosas.
Resumiendo
Lo más preocupante es, por un lado, que cuando Torra quede amortizado, el nacional-secesionismo seguirá poniendo en cuestión la integridad de España y, por otro, que Pedro Sánchez, desde la cortedad de miras habitual de los gobiernos españoles, se dejará asesorar por un nuevo lobby de intelectuales de la catalanidad -parece que no radicales, pero catalanistas- que, como siempre, esgrimen a necesidad de incrementar el autogobierno -otro meme inaceptable-, que no es otra cosa que aumentar privilegios y generar desigualdad. ¿Para cuando se nos tendrá en cuenta a los no nacionalistas -no catalanistas-, charnegos, vamos, para cuando? ¡Somos mayoría social, no lo olvide Sr. Sánchez!
Pero lo cierto es que si existiera una izquierda comprometida con la integridad de España y la igualdad de sus ciudadanos, el nacional-secesionismo tendría las horas contadas.
Y ahí estamos, ¡esperando a que llueva!
Vicente Serrano es Presidente de Alternativa Ciudadana Progresista y miembro del Foro de las Izquierdas No Nacionalistas.
Autor del ensayo El valor real del voto. Editorial El Viejo Topo. 2016
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.