Para Antonio Moreno Vázquez, uno de los imprescindibles.
El lunes de la semana pasada fue un día triste. Granada despertó nublada y gris, con la resaca habitual, tras la jornada electoral del domingo 9 de marzo. Mientras el autobús urbano surcaba las principales arterias del centro de mi ciudad, reflexionaba yo sobre el bipartidismo rampante, lamentaba el ocaso de Izquierda Unida, observaba al resto de los pasajeros, a los que consideraba culpables de la pena que me embargaba.
Voté a Izquierda Unida, escogí el mal menor. Estuve tentado a abstenerme, sobre todo tras las conjuras y tejemanejes que llevaron a la designación de Gaspar Llamazares como candidato a la presidencia del gobierno. Finalmente, decidí votar a la coalición, desganado y desilusionado de la politiquería, por Sánchez Gordillo, por José Luis Pitarch, por Julio Anguita …
No soy militante de IU, ni de ningún otro partido. Cuando consiga un trabajo decente, probablemente me afilie al Partido Comunista, ahora que parece que hay que relanzarlo de una maldita vez. No creo en la democracia representativa, es algo demasiado evidente para quién conozca lo que pienso. Aún así, he ejercido mi derecho al sufragio en todas las ocasiones en las que he podido, no queriendo desperdiciar uno de los pocos derechos que el pueblo pudo arrebatarle al poder, aunque después lo hayan usado para legitimar el statu quo .
El sistema electoral español, diseñado por Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, tuvo desde el principio un único objetivo: evitar a toda costa que el PCE dispusiera de una representación parlamentaria acorde a su presencia real en la sociedad. El propio Herrero de Miñón lo reconoció en la tertulia radiofónica en la que participa, hace escasos meses.
Los partidos mayoritarios de ámbito estatal y las formaciones nacionalistas periféricas son los grandes beneficiarios del sistema d’Hondt, a costa de IU*. En definitiva, la Ley Electoral es otro de los muchos trágalas de la Transición, un plazo más de la hipoteca que supuso este Estado de Derecho tan peculiar.
Descargar nuestra ira contra la mencionada Ley, y olvidar los errores y fracasos de la misma Izquierda Unida, sería un flaco favor a la causa. D’Hondt es parte del problema, por supuesto que debemos exigir la reforma de la Ley, pero con eso no basta.
Desde que Julio Anguita abandonó la coordinación general en 2000, IU ha girado de manera progresiva hacia la derecha, bajo la batuta de Gaspar Llamazares. Hoy en día, sólo representa una sombra ajada de lo que fue en los años 90. La izquierda alternativa al felipismo ha acabado de mamporrera del PSOE de ZP. La izquierda que denunciaba vigorosamente el Terrorismo de Estado, aplaude el aniquilamiento político y judicial de la izquierda abertzale. La izquierda que enarbolaba la bandera tricolor, felicita ahora al Borbón mayor por su setenta aniversario.
Llamazares es culpable, Frutos es culpable, Felipe Alcaraz y Rosa Aguilar también lo son. Adoran las poltronas, los carguitos, las prebendas institucionales, olvidaron ya la vida real, tendrían que patearse las calles, olfatear a su alrededor y entender los porqués de este país vencido. Han convertido IU en un corral de gallinas, donde unos patalean y otros les cierran el pico a hostias.
Izquierda Unida ha muerto, ya no es útil, no sirve para lo que fue creada, entiendo que debe desaparecer pronto para que la izquierda anticapitalista no desaparezca con ella, al cabo del tiempo. No pretendo confundirles, tampoco soy un ultraizquierdista divino de la muerte, un mesías de la ortodoxia, de esos que inundan las webs rojillas con su verbo panfletario. Si IU está muerta, es porque llegó a nacer. Ellos ni siquiera han tenido ese privilegio. Sólo son polvo, polvo del camino de la revolución.
No se me caen los anillos por reconocer que no estoy de acuerdo con la represión antiabertzale, he escrito contra ella, he peleado con amigos, defendiendo el derecho del independentismo vasco, a defender su legítima ideología. Pero no me pidan que permanezca ciego ante el crimen, que me quede callado cuando asesinan a un hombre indefenso, cuando los que se autodenominan gudaris ejercen de dioses, arrebatándole a una persona la libertad de seguir viviendo. El asesinato de Isaías Carrasco no es una hazaña revolucionaria, es un crimen político, de baja estofa.
ETA mata la ilusión de la paz, el Gobierno juguetea con ella, el PP la usa para acorralar al Ejecutivo ¿Qué hace IU mientras tanto? ¿Donde está la izquierda en esta hora decisiva? Confraternizando con el abertzalismo, chalaneando con el españolismo, aplaudiendo a las estrellas mediáticas de la Audiencia Nacional, saludando la próxima venida del socialismo en Euskal Herria. Damos pena, señores, mucha pena.
Si algún día hacemos la revolución, la haremos contra España, pero también contra Euskal Herria. O por lo menos, contra los patriotas de cartón piedra que las monopolizan. Abusando del manido lema antiglo , «otras patrias son posibles, y necesarias» .
Comprenderá el amable lector, por qué aquel lunes fue tan amargo. Si al atentado mortal de ETA le sumamos el resultado de las elecciones, resulta una ecuación desagradable para las gentes como yo. Me siento un extraño, un cuerdo en medio de millones de locos, un anticuado comunista, reacio a cambiarse de chaqueta y a abrazar el milagro progresista. Ni comulgo con Zapatero ni me entusiasmo con Rajoy, detesto el liberalismo, abomino de la socialdemocracia. Sufro la soledad del corredor de fondo, el aislamiento inevitable del que sabe que su reino no es de este mundo. Claro que sé que existen compañeros por ahí, camaradas oscuros que se resisten a la conversión, herejes que no aceptan el bautismo progre .
El comunismo se extingue en la Vieja Europa, el fuego de los soviets se apaga en silencio. Miro a Sudamérica y respiro tranquilo.
La sombra de Fidel es alargada, gracias a Dios.
*No quiero aburrirles con cifras, los números no son lo mío, quién quiera datos que investigue, dejaré algunos enlaces a continuación, con información sobre este espinoso asunto: http://serrizomatico.blogia
http://80porciento.creatuforo