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Qué va a suponer la victoria del Partido Popular

Fuentes: Rebelión

No se puede decir que Rodríguez Zapatero ofreciese una oposición mínimamente seria al reaccionario gobierno Aznar, antes al contrario, siempre utilizó un tono bajo que llegó a irritar a muchos por su condescendencia y su querencia a pactar con quien poco o nada se debía pactar. Aún así, ni entonces, estando en la oposición, ni […]

No se puede decir que Rodríguez Zapatero ofreciese una oposición mínimamente seria al reaccionario gobierno Aznar, antes al contrario, siempre utilizó un tono bajo que llegó a irritar a muchos por su condescendencia y su querencia a pactar con quien poco o nada se debía pactar. Aún así, ni entonces, estando en la oposición, ni después en sus dos etapas de gobernante, el dirigente socialista ha dado ni una sola vez signos de mala educación, lo que viviendo en el país en que vivimos es algo más que un mérito, sobre todo si lo comparamos con la actitud grosera y montaraz de muchos de los representantes de la derecha heredera de Franco y de José María Aznar, uno de sus discípulos más aventajados, aunque frustrado por haber podido hacer lo que de verdad le pedía el cuerpo para salvar a España.

Estudiar la personalidad del todavía presidente del Gobierno no entra dentro de mi competencia y aunque entrase, sería tarea tan ardua como aburrida. Sin embargo, intentaremos aproximarnos a su actuación y a pronosticar -cosa en la que nada perdemos visto lo que dicen quienes más saben del futuro- que ocurrirá tras la casi segura victoria espectacular del Partido Popular fundado por Manuel Fraga Iribarne, demócrata y antifranquista dónde los haya.

Rodríguez Zapatero llegó al poder con la cara de niño morigerado que le dieron sus padres y un baúl cargado de buenas intenciones, también con un enorme lío en la cabeza. Quiso cumplir su programa y al poco de llegar al Gobierno ordenó la salida de las tropas españolas de Irak, ese lugar dónde las fuerzas del bien patrocinadas por Blair, Bush y Aznar, dejaron más de medio millón de muertos sin saber para qué ni por qué; puso en marcha leyes y decisiones que marcarán un hito en la historia de la democracia española, leyes y decisiones que por si se han olvidado, no está mal recordar ahora que todo lo malo que ocurre en este país lleva su nombre y ni los que le acompañaron son capaces de decir ni media en su defensa. Durante el gobierno Zapatero las pensiones mínimas y los sueldos de los funcionarios de la Administración Central, la de su competencia, subieron como nunca antes lo habían hecho, dentro de un plan que pretendía corregir desigualdades flagrantes no abordadas en legislaturas anteriores. En el mismo sentido, puso en marcha la ley que posibilitaba el matrimonio, la adopción, la herencia y el derecho a pensión entre personas del mismo sexo, todo ello con la oposición brutal de la Iglesia católica y del Partido Popular, quién todavía la tiene recurrida ante el Tribunal Constitucional pese a suponer una mejora indudable en la vida de cientos de miles de ciudadanos. Emprendió la puesta en marcha de la conocida como Ley de Dependencias, una norma de la que carecíamos y que aspiraba a facilitar la vida de más de un millón de personas dependientes que vivían en condiciones próximas a la miseria más absoluta. También en ese caso, las comunidades autónomas gobernadas por el Partido Popular hicieron todo lo imposible para que una medida de un matiz tan marxista como esa no se llevara a cabo: Para muestra, dos botones, basta comprobar su aplicación en Madrid y Valencia.

La ley de igualdad de géneros que quería colocar a la mujer en el lugar que le corresponde en un país medianamente civilizado, criticada y ridiculizada por la derecha española hasta extremos incomprensibles, salió también de sus gobiernos; del mismo modo que lo hicieron la ley del aborto y la venta de la píldora poscoital que tanto sufrimiento han ahorrado al dejar en manos de los directamente afectados la decisión de ser o no ser padres. La televisión pública sin publicidad y con más libertad de la que nunca gozaron quienes en ella trabajan, fue otro logro que pronto veremos desaparecer cuando los Buruaga, Dávila, Dragó y los maestros de Intereconomía se cuelen en nuestros domicilios como el virus de la gripe. Sin embargo, la respuesta de los reaccionarios españoles, la indolencia de la mayoría de los ciudadanos y la falta de decisión de alguien que siempre ha gobernado en minoría hizo naufragar la ley de Memoria Histórica, que pretendía hacer justicia a quienes defendieron la democracia española de la barbarie fascista y todavía yacen en las cunetas de las carreteras que transitamos cuando vamos a cualquier sitio a pasar un merecido fin de semana; el Estatuto de Catalunya, que aspiraba a terminar con el proceso autonómico dando un justo encaje a ese país dentro del Estado, fue boicoteado por el Partido Popular y en parte anulado por un Tribunal Constitucional que con su decisión avivó el sentimiento de agravio de una parte de la ciudadanía catalana, abriendo brechas y un camino a la demagogia nacionalista que antes no existía. En las mismas alforjas se puede meter su incapacidad para poner freno al desvarío inmobiliario, para controlar a la banca en su locura crediticia o su debilidad con la Iglesia católica, el Concordato con Roma y la subvención a colegios concertados clericales. No así, las negociaciones con ETA, de cuyo fracaso nació el cerco policial que ha llevado a la banda terrorista a anunciar el fin de la actividad armada: Un éxito histórico que parece no haber gustado nada a nuestros trogloditas.

Dicho esto, con sus aciertos, que han sido bastantes, sus indecisiones y sus fracasos, el mayor error de Rodríguez Zapatero fue no haber dimitido el 10 de mayo de 2010, cuando la fiereza de los mercados, la presión de Europa y los Estados Unidos obligaban a tomar medidas que un partido socialdemócrata, no digo socialista, no puede adoptar salvo riesgo de autolesión invalidante. Ese día en el Congreso de los diputados, Zapatero debió convocar elecciones tras haber explicado al pueblo español lo que estaba ocurriendo. No lo hizo y todo parece indicar que obró de buena fe pensando en que los sacrificios que pedía -mucho menores que los impuestos a otros países de nuestro entorno- serían suficientes para acallar a las fieras. Se equivocó, y lo hizo, a nuestro modo de ver por tres razones: 1. Hay cosas que un socialista no puede hacer, ni siquiera bajo el paraguas del patriotismo bien entendido; 2. El fin casi nunca justifica los medios, 3. Las fieras nunca se sacian y cuando más les das, más quieren. Habría sido mucho más coherente para él -cosa que personalmente me importa poco- y para todos haber pasado directamente a la oposición.

Pero bueno, todo eso ya es casi historia y ahora nos encontramos a las puertas de unas elecciones que de no mediar «tirrimoto, timulto o alifante», como decía Baroja, colocará al Partido Popular como jefe único de todas las instancias de poder. Todavía hay algunos que, con saberes universitarios y todo, siguen atribuyendo a Zapatero la autoría de la crisis y haber perpetrado el mayor recorte social de la historia de la democracia. Pues apriétense los machos. En las comunidades autónoma gobernadas por ese partido, más del sesenta por ciento de los niños van a colegios de curas pagados con dinero público, los casos de corrupción se cuentan por miles aunque la Justicia sea ciega, se potencia la sanidad privada, la exclusión social, el sexismo, el racismo y la caridad como máxima expresión de la política social. El papanatismo, la incultura inducida, la chulería, el servilismo, el encumbramiento de logreros y lameculos, la indefensión del trabajador, la persecución de los sindicatos y de cualquiera que disienta de lo dicho por la oficialidad, son monedas de cambio que están rebajando al ciudadano a la categoría de súbdito. Si además del poder autonómico, eclesial, judicial y económico, el pueblo da el poder central a los herederos de Franco, sabiendo ya el que detentan y el paralelismo de sus políticas económicas con la de los nacionalistas catalanes, veremos, en brevísimo plazo, la desaparición de la ley del aborto, la liquidación de la ley de matrimonios homosexuales, la disminución drástica del subsidio de paro -anunciada ya por Rajoy en Buenos Aires-, el desguace de la sanidad pública en su totalidad, la merma de nuestras pensiones, la venta de buena parte del patrimonio del Estado, el regreso a un autoritarismo que muchos ni siquiera conocen, el empobrecimiento de la escuela pública para mayor gloria de la confesional concertada, el despido de miles y miles de trabajadores públicos en todos los sectores menos en aquellos que se encarguen de mantener el orden, el regreso a la beatería más rancia y el empobrecimiento general de un país que, gracias a tener a la derecha más inculta y egoísta de Europa -que ya es decir en los tiempos que corren- ha pasado por siglos y siglos de sufrimientos gratuitos.

No se trata de exagerar, ni de decir que viene el lobo. No, el lobo ya está aquí, sólo le falta el refrendo del 20 de noviembre. No da todo igual. Hay muchas opciones dónde elegir, pero votar al amo, al que te va a exprimir hasta dejarte exhausto, nunca ha sido cosa de buen juicio.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.