Si alguien de otro planeta hubiese leído la prensa vasca y española de los últimos meses habría llegado a la conclusión, parafraseando al galo Asterix, de que estos vascos están todos locos. Un día el proceso iba bien, al siguiente mal, de pronto casi se alcanza un acuerdo histórico entre las tres principales fuerzas políticas […]
Si alguien de otro planeta hubiese leído la prensa vasca y española de los últimos meses habría llegado a la conclusión, parafraseando al galo Asterix, de que estos vascos están todos locos. Un día el proceso iba bien, al siguiente mal, de pronto casi se alcanza un acuerdo histórico entre las tres principales fuerzas políticas vascas, prácticamente con el visto bueno del Gobierno español, poco después una bomba vuela la terminal de un aeropuerto matando a dos personas, luego ETA que había puesto la bomba dice que sigue de tregua y Otegi subraya que el proceso está más vivo que nunca… Muchos nos sentimos estafados por la clase política. La sociedad había depositado tantas esperanzas en este proceso (o lo que quiera que haya sido o sea) que parecía incluso de mal gusto pedir explicaciones. Pero más allá de lo políticamente correcto, vayamos a los hechos. ¿Se ha terminado la violencia? No. ¿Se ha avanzado en la toma de decisiones sobre el futuro de Euskadi? Parece que tampoco. Desde la declaración de Anoeta, pasando por la declaración de tregua de ETA del pasado marzo, hasta la actualidad, ha habido muchas declaraciones, reuniones (públicas y secretas)… pero ningún avance en el derecho a decidir. Ni siquiera conceptual, de mínimos, de bases. Nada. En mayo de 2006 se reunieron sindicatos y agentes sociales para discutir sobre este asunto, supuestamente central en la resolución del conflicto vasco. Allí no había, aparentemente, ningún avance político y ni siquiera conceptual sobre lo dicho dos años antes. Pensamos que era porque no se podía hacer público todavía. Claro, pensamos todos, es porque aún están hablando entre bambalinas, dado que ya habían reconocido que llevaban un tiempo reuniéndose. Pero pasó el verano, y el otoño, y ya estamos pasando el invierno… y nada.
La ciudadanía se siente frustrada por la falta de avances tangibles. Ni los partidos, ni los sindicatos y otros agentes sociales han contribuido demasiado, más allá de cierta retórica políticamente correcta, a avanzar en este tema central. Pero lo peor es que cada vez más gente piensa que si no cambian mucho las cosas, va a seguir sin pasar nada, nada bueno, se entiende. Las recetas «cocina-manifa», «conciliábulo-acuerdo parlamentario» o «tregua margarita (ahora sí, ahora no)-bombazo-comunicado» están completamente agotadas como impulso de cambio de calado. Frente a estas fórmulas, entendemos que es necesaria una presión popular articulada sobre la dinámica de los partidos.
Una reflexión al margen: si está claro que estas dinámicas son del todo estériles, ¿por qué no se cambian? Podemos apuntar varias razones que no son políticamente correctas, pero que se nos ocurren a ambos: inercia, miedo, mediocridad e intereses, mezcladas en grados variables.
Fuera de los partidos y agentes sociales institucionalizados, ha habido iniciativas muy positivas, como Ahotsak, plataformas de intelectuales, profesores… Pero, con todo el respeto que merecen, y con ser realmente necesarias, tememos que no serán suficientes para desbloquear la situación.
Pensamos que es preciso ir más allá. Toda la esperanza, frustración y deseos de cambio mayoritarios en la sociedad vasca (y española, podríamos añadir) deben ser canalizados. ¡Que nadie espere que esto parta de los partidos políticos!, nos avisaba el profesor Michael Keating en mayo. En el mismo sentido, los empresarios vizcaínos mostraban hace unos días su sorpresa por la actitud egoísta y estrecha de miras de los partidos (en referencia a la «guerra de lemas» de la manifestación de Bilbao), y reclamaban nuevas vías de participación social en los asuntos públicos. En plena coincidencia, el profesor Ferrán Requejo señaló hace meses el riesgo de que las elites políticas posean el monopolio de la iniciativa política. Aprendan de Cataluña, dijo, porque como no participe la gente activamente y quede claro que es una reivindicación ampliamente apoyada, unas elites pueden firmar un papel aquí pero otras le dan un portazo allአy no pasa nada. Es necesario que los ciudadanos participemos en esto. En la universidad muchos pensamos de la misma forma. Algunos intelectuales, artistas… han comenzado a moverse y reivindicar ideas muy simila- res a las que expresamos aquí. Comienza a haber una sana ebullición de propuestas, pero aisladas. Entendemos que es el momento de unir fuerzas, de lograr que se visualice el clamor que subyace en estas iniciativas y de impulsar un proceso social que fuerce a los partidos a culminarlo.
Pero esto sólo será posible si logramos ir más allá de demostraciones políticas puntuales, como declaraciones y artículos, que se agotan en sí mismos. Necesitamos una plataforma social que acompañe la actividad de los partidos, que les presione para que no dejen de lado el verdadero sentir ciudadano. Será una herramienta para ensanchar nuestra democracia y resolver, no para siempre pero sí al menos para unos años, nuestro modelo de convivencia. En suma, construir, de una buena vez, una comunidad política donde haya ciertas reglas consensuadas (no la mitad más uno, o peor, la mitad menos uno) y donde decidir y participar sea posible.
Tres hechos parecen seguros. Primero, los ciudadanos estamos hartos de enterarnos por la prensa de lo que pensamos. Segundo, queremos una solución a problemas muy serios, para pasar a resolver otros como mínimo tan serios como los primeros. Tercero, la solución es posible sí, no estamos locos ni somos unos ilusos, dado que hay numerosas organizaciones y actividades sociales donde gente muy distinta convive y levanta diariamente este país. Mientras los ciudadanos debatíamos y lográbamos acuerdos en nuestro tiempo libre, ¿qué hacían nuestros representantes a tiempo completo? Ya sabemos que una solución, sobre todo «el día después», da miedo a las fuerzas políticas (a todas), y que tal vez a algunos les vaya peor con la nueva situación, pero eso no va a obstaculizar un proceso que que- remos los ciudadanos. No podemos aceptar tampoco ese argumento tan habitual de que, como las elecciones se acercan, hay que esperar a que pasen. ¿Cómo podemos aceptar este tipo de ideas y naturalizarlas como si fuesen un punto de partida en nuestra reflexión?
Por ello, entendemos que es necesario avanzar en tres frentes, complementarios pero distintos. En primer lugar, una movilización social por la paz, que evite retrocesos y haga imparable el avance hacia un acuerdo amplio, transversal y en el que todos podamos participar. En segundo lugar, una deslegitimación tanto de la lucha armada como de las posiciones contrarias a la participación popular en las decisiones, así como una deslegitimación de quienes limitan esta participación a corear unas consignas acordadas en el correspondiente sanedrín. Tercero, exigir a nuestros representantes que en sus diálogos y negociaciones abandonen la retórica esencialista y maximalista, y los aborden con propuestas constructivas y viables. Por supuesto que piensan diferente, por eso pertenecen a fuerzas distintas, pero su obligación es alcanzar acuerdos, no sólo mostrar las diferencias. Debemos exigir a nuestros representantes, cada cual a los suyos, que lleguen a acuerdos razonables. Como ejemplo, durante las conversaciones de Stormont, en un momento delicado en el que los representantes estaban a punto de abandonar la mesa de negociación, los propios seguidores les obligaron a volver dentro. También se les cayó la cara de vergüenza cuando un grupo de mujeres de ambos bandos (Womens’ Party), con más dolor en sus vidas que muchos de los hombres que negociaban, fueron capaces de mirar más allá y alcanzar un acuerdo entre ellas. Son sólo dos ejemplos de lo que entendemos por ciudadanía activa.
Esto resulta imprescindible, pues consideramos un hecho que los partidos no cambian por convencimiento, sino forzados por elementos externos. Ahora bien, ¿cómo debe ser la plataforma social que proponemos? Se trata de conseguir una representatividad social muy amplia, por lo que debe ser extraordinariamente plural en su formación. Además, debe marcarse pocos objetivos y claros para poder ser realmente de consenso (aquí, el detalle inevitablemente conduce a la diferencia, por lo que un concepto sencillo de democracia y de respeto a la diferencia del otro bastarían).
En este sentido, uno de los objetivos debería ser el lograr mostrar en una consulta (diferenciada de las elecciones habituales), mediante el voto contrastable, nuestro hartazgo hacia una determinada forma de hacer política y reivindicar nuestro protagonismo como sujetos centrales y activos de la democracia. Sí, proponemos votar. Hay que votar, porque los sondeos no cuentan; las urnas no oficiales son criticadas por sus problemas para comprobar el censo; las manifestaciones nunca se sabe por cuanta gente han sido apoyadas, etc. Hay que votar y llevar nuestra voluntad política a un documento oficial.
Aquí llega la sorpresa: es posible y viable poder votar partiendo de la legalidad vigente. Así de claro. Ya existen propuestas articuladas sobre el derecho a decidir que han pasado estrictos controles de legalidad por reconocidas autoridades jurídicas vascas y españolas. Los agentes sociales y políticos las conocen desde hace meses. Sin negar las dificultades, creemos que ya es posible y urgente votar sobre la forma de convivencia y el tipo de comunidad política que queremos los vascos. Esta consulta popular potenciaría la capacidad de decisión social, los ciudadanos sentiríamos que por fin contamos, y se forzaría a los partidos a tomar decisiones. Por eso lograr esta votación debe ser el motor de la plataforma social.
Hay que votar; aún más, no hay que votar una sola vez. Debemos acostumbrarnos a hacerlo de vez en cuando, cuando lo consideremos oportuno. Suena raro, pero se trata de simple democracia: votar para decidir sobre aquello que nos afecta. Este debería ser un objetivo central de la plataforma social: lograr que el derecho a decidir no sólo se reconozca formalmente, sino que se ejerza en la vida cotidiana, que los vascos y vascas nos habituemos a decidir sobre nuestros problemas, incluyendo también nuestro futuro como comunidad política.
Aquí entra todo el mundo, todos los «ciudadanos preocupados», en expresión que tomamos del presidente de la patronal CEBEK. También las ciudadanas preocupadas. Un representante sindical, al escuchar la propuesta, dijo: ¿otra plataformas? No, sería la primera transversal, la primera realmente vasca. No es cuestión de banderas, siglas o género, sino de construir una comunidad política vasca entre todos los que queremos formar parte de nuestro país, y la plataforma social que proponemos podría ayudar. Se trata de una idea sencilla y urgente por hacer algo. Pero no somos tan arrogantes como para pensar que ésta es la única solución posible, por lo que si alguien sugiere otra idea mejor, otra forma más sencilla y clara de que el peso político de la mayoría se exprese de una forma contrastable, estaremos gustosos de sumarnos a ella.
* Igor Filibi y Antón Borja Profesores de la UPV / EHU