El pasado 20 de noviembre los dos grandes partidos obtuvieron el 73, 39% de los votos, sin que se pueda acordar que la senda histórica de participación tenga una tendencia negativa -véase el histórico de participación electoral-. A día de hoy las encuestas elaboradas por el CSI en su barómetro de abril cifran la estimación […]
El pasado 20 de noviembre los dos grandes partidos obtuvieron el 73, 39% de los votos, sin que se pueda acordar que la senda histórica de participación tenga una tendencia negativa -véase el histórico de participación electoral-. A día de hoy las encuestas elaboradas por el CSI en su barómetro de abril cifran la estimación del voto para los dos partidos en un 70,2%, mientras que otras empresas de carácter privado en sus últimos estudio de mayo arrojan un pronóstico que seguirían dando una mayoría absoluta a la coalición PP-PSOE con el 72,5% de la intención, todo ello sin añadir partidos de menor respaldo electoral que no discrepan en demasía con el contenido de los dos grandes. Es cierto que «las encuestas solo son…», pero resulta innegable el amplio apoyo electoral que se les dio y que aún confían en ellos y sus políticas como solución para salir de la actual situación.
El que la totalidad de la población coincida y tengan los mismos intereses, es decir la restitución de derechos, servicios y oportunidades con los que contábamos y que están desapareciendo rápidamente, no debe esconder que la idea de cómo recuperarlos y llevarlo a cabo arrincona a todos aquellos que se prodigan en discursos diferentes a los estándares, convirtiéndolos en minorías. En palabras de Dani Rodrik: «imaginemos una empresa que lucha por mejorar su posición competitiva. Una estrategia que puede usar es despedir a una parte de su plantilla y tercerizar producción a otros lugares más baratos en Asia. Pero también puede invertir en capacitación para crear una fuerza de trabajo más productiva y más leal y, de ese modo, reducir el costo de rotación de personal. Puede competir por el lado de los precios o por el de la calidad.» Ambas ideas sintetizan el mismo interés.
El «concurso de belleza» al que vienen sometiéndose los territorios como forma de atraer financiación exterior para la creación de riqueza, generación de empleo o aumento de los estándares de vida, a condicionado gravemente todos los ámbitos de sus políticas -urbanísticas, impositiva, financiera, sanitaria, laboral, etc.-. A finales del siglo pasado y principios de este, España se presentó a este concurso internacional, o de forma más concreta concurso europeo, ofreciendo gigantescos beneficios derivados del bum inmobiliario. Los grandes rendimientos que aportaban las recalificaciones, pelotazos urbanísticos y la imparable subida de los precios de la vivienda atrajo abundante y barata financiación del exterior. Como recogen los datos, el stock de viviendas nuevas en la primera década del 2000 aumentó más de un 225%, el precio medio de la vivienda se duplicó, el peso de la construcción en la economía española duplicó el de la zona euro y se llegó a estimar que casi el 40% del PIB español dependía de ladrillo, provocando que los créditos concedidos aumentaran en menos de ochos años cerca de un 100% (2000-2008).
El que la mayor parte de todos los recursos financieros se haya destinado a actividades que tienen escasa o nula exposición a la competencia internacional, ya que los pisos no pueden ser exportados, ha supuesto e incidido en la pérdida paulatina de competitividad, y no debido exclusivamente a la subida de precios y salarios respecto a la media europea, como se dice desde muchos espacios y voces, ya que el hecho de que nos aproximáramos al salarios medio europeo podría interpretarse como la convergencia a la que se apelaba desde Europa, y por el que» tan buen camino se iba» . Esta pérdida de competitividad no ha ocurrido en actividades y empresas que han dirigido sus productos y servicios hacia los mercados internacionales, como demuestra la balanza comercial y el PIB, ya que son las actividades y las empresas orientadas al exterior las que mejor están resistiendo, manteniendo su posición y cuota de mercado. De la escasa participación de las empresas en el exterior se habló en la II Cumbre de Internacionalización, en la que se expuso entre otros, la existencia de más de tres millones de empresas en España, de las cuales solo 145.000 están censadas como exportadoras, siendo en su mayoría ocasionales y solamente 400 y más concretamente 100 exportadoras frecuentes y líderes en su sector.
Hoy acudimos al concurso de belleza, no para sugerir beneficios derivados de la especulación en la construcción, sino que nos ofertamos mediante el desguace de la red de seguridad pública -sanidad, educación, jubilaciones, prestaciones por desempleo, etc.-, desregulaciones en el marco laboral, amnistías fiscales, etc. Concursamos con la finalidad de atraer inversores que financien las emisiones de deuda pública y asegurar su devolución, y entre otras, poder acometer las nacionalizaciones de las pérdidas que han ocasionado las malas praxis de la industria financiera.
Al ser España un país netamente importador -el déficit exterior por cuenta corriente en el primer trimestre del año fue de 14.849 millones de euros- y agotado el modelo especulativo inmobiliario, nos vemos en la necesidad de reorganizar en profundidad la actividad productiva, estableciendo como condición la mirada al exterior, fijando el rumbo de la especialización y señalando un eje principal a la cabeza del modelo. España debe aumentar su competitividad, y para ello debe busca actividades que tengan una mayor presencia y valor en exterior.
En las protestas y en la «conflictividad social» que vivimos hoy nos aunamos por el interés de recuperar lo perdido y lo que queda por venir. Nos unimos en una visión de España cuyo modelo económico esté movido por la cohesión social, la igualdad y la igualdad oportunidades, por las nuevas tecnologías, las telecomunicaciones, la biotecnología, la astrofísica, la ingeniería química, la investigación en la curación de enfermedades -la famosa I+D-, nos encontramos comunes en una mirada hacia la educación y la sanidad de calidad… No cabe la menor duda que éste es el interés general, pero la idea de cómo es la gran fragmentada.
Mientras hay un sector de la población dispuesto a la paciencia, sabedor de que los resultados de este modelo se recogen a largo plazo, hay otros muchos que siguen confiando en las políticas propuestas de los grandes del congreso, políticas que siguen ofreciendo la destrucción de entornos naturales para la construcción, como puede comprobarse con la aprobación para urbanizar la playa de Valdevaqueros en Tarifa, o parte del escaso litoral virgen que queda en la costa murciana, que en cierto modo palía la desesperanza de desempleados. La misma agonía que viven hoy muchas familias de los escoltas que han quedado en paro por el cese de ETA, -son 3.000 personas con escasa posibilidad de reciclarse profesionalmente-, pero en este caso todos estamos de acuerdo. Y aquí surge la pregunta sobre quién mira a quién, ¿son las mayorías -equivocadas o no- las que tienen que detenerse en las minorías, o son las ideas las que tiene que penetrar los grupos más amplios?. Supongo que será algo de las dos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.