«Sí se puede» En los últimos meses muchas acciones de distintos colectivos integrados por gentes de las que, hasta el momento, hemos estado sumidos en la impotencia han culminado con un «¡Sí, se puede!» (Valga como ejemplo el de la marea blanca de Madrid). Como parte de este fenómeno, en un espacio electoral como es […]
«Sí se puede»
En los últimos meses muchas acciones de distintos colectivos integrados por gentes de las que, hasta el momento, hemos estado sumidos en la impotencia han culminado con un «¡Sí, se puede!» (Valga como ejemplo el de la marea blanca de Madrid).
Como parte de este fenómeno, en un espacio electoral como es el de las elecciones europeas, que tiene la extraña peculiaridad de estar configurado como una circunscripción única y seguir un sistema proporcional en la asignación de escaños, Podemos ha dado una sorpresa a propios y extraños.
Por eso es pertinente preguntarse: ¿Podemos qué?, como hace mi hermano Carlos en las páginas de Rebelión (Fernández Liria, 2014) [*] para discutir si, como defienden algunos, el programa de Podemos podría ser acusado de populismo por integrar promesas que son imposibles de cumplir.
Pero hay otra pregunta insoslayable ¿Quién está pudiendo todo eso? ¿Quién es el sujeto agente de lo que está sucediendo? Y ¿Cuál es la relación que una formación política (como Podemos o como otras de las que están articulando) guarda con ese «alguien»?
«No nos representan»
Si algo me queda no sé si del anarquismo de niñez o de mi afición a la lectura de Karl Marx y Rosa Luxemburg es el convencimiento de que los cambios importantes en la sociedad y en las relaciones entre las personas no han derivado de decisiones políticas. Más bien las decisiones políticas han venido a reconocer los cambios que se estaban produciendo en la sociedad cuando se han dado las condiciones materiales que los han hecho posibles (muy frecuentemente con el objetivo de frenarlos o domesticarlos). Los derechos políticos de las mujeres, por ejemplo, no fueron reconocidos debido a la benevolencia ni a una feliz ocurrencia de ningún legislador. Se reconocieron cuando ya se había producido un cambio en las estructuras familiares porque – debido entre otras cosas a la generalización del acceso al agua corriente, y artilugios como cocinas de gas o lavadoras – ya no era precisa una estructura familiar como la campesina para garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo (para lograr que un trabajador volviera a trabajar mañana y tuvieras hijos que siguieran trabajando a su muerte) y cuando las mujeres, gracias a su lucha tenaz, habían logrado que se las tuviera en cuenta. Algo parecido sucedió con las luchas por los derechos civiles de los negros, la seguridad social o la jornada de 8 horas.
En las últimas décadas se han producido importantes cambios en la forma de relacionarse entre las generaciones, en el modo de establece y mantener las relaciones interpersonales, en la transmisión y el uso del conocimiento, en la relación de los seres humanos con el resto de la naturaleza y con los animales, en la relación con los objetos, en la relación con el espacio y con el cuerpo, en la consideración de lo que se ha llamado «la espiritualidad»… La crisis de la política que recorre Europa y que se expresa el «no nos representan» se debe a que las fuerzas políticas existentes no han sido capaz de percibir los cambios que se han producido en la estructura social y menos de traducirlos en normas que los reconozcan y puedan resultar aceptables para los grupos sociales generados por dichos cambios.
La versión salvaje del capitalismo financiero que llevamos padeciendo unas décadas ha incrementado de un modo increíble la cantidad de población que se siente – con toda razón – excluida de los beneficios derivados del esfuerzo colectivo y de su propio esfuerzo. Y los partidos de lo que Pablo Iglesias llama «la casta» se han empeñado unánimemente en legislar a favor de los expropiadores de esos beneficios (con los que tienen lazos de diversa índole). Con eso han logrado que esa cantidad creciente de la población deje de sentirse representada por ellos.
Podemos, ProcésConstituent a Catalunya, Guanyem Barcelona y otros han surgido ahora porque ahora han surgido los movimientos que articulan esa fracción creciente de la sociedad que se siente excluida y que no tiene representación en la escena política. Han surgido porque detrás hay movimientos ciudadanos no solo que las respaldan sino que las aúpan. Y tienen futuro en la medida en que sean capaces de traducir en propuestas legislativas lo que estos movimientos han conquistado y sus aspiraciones.
La tarea de estos grupos es recoger estas aspiraciones y traducirlas en leyes. Pero no hay que olvidar algo fundamental. Estos grupos no son la vanguardia, sino el resultado de los movimientos. No hay posibilidades de cambio porque hay Podemos. Hay Podemos porque hay posibilidades de cambio. Y habrá Podemos (o ProcésConstituent a Catalunya, o Guanyem Barcelona u otros…) y posibilidades de cambio en la medida en la que Podemos (O quienquiera que sea) entienda que su papel es de traductor y no de redentor.
La fuerza de la casta proviene del capital al que sirve (que, en último caso, se empleará a fondo para destruir a sus adversarios y si es preciso a cualquier resquicio democrático que pueda permitir que éstos puedan perjudicar sus intereses). La de estos nuevos grupos sólo puede proceder de los movimientos a los que deben servir. Por eso se deben empeñar en potenciarlos y no intentar sustituirlos ni controlarlos.
«La misma mierda es»
Pero ¿De verdad lo que hemos aprendido es que los partidos que han ocupado las instituciones -¡todos!- han sido una calamidad y hay que poner allí otros nuevos? ¿Y no será que lo que es una calamidad es esperar que algo se resuelva colocando partidos -viejos o nuevos- en las instituciones?
Lo difícil es saber cómo desplazar a la casta sin sustituirla por otra casta. Ello nos remite a dos discusiones que tienen que ver con la organización. La organización de la voluntad popular por un lado y la organización de las fuerzas que promueven el cambio por otro. Ejemplos de experiencias en las que estas fuerzas se han convertido en castas sobran en la Historia. En los últimos tiempos se han hecho algunas propuestas -que incorporan el uso de tecnologías antes no disponibles- sobre el primer problema. Pero corremos el riesgo de tener que disponer organizaciones que se impliquen en tareas importantes antes de haber ni siquiera discutido el segundo. El problema de la organización -que mereció una buena cantidad de reflexión en los movimientos que precedieron y dieron lugar al mayo de 1968 y a las reflexiones sobre el mismo y que volvió a serlo a propósito de movimientos como el 15M- debe ser hoy objeto de una atención especial.
Los cambios importantes se producen en un escenario que no es el de la «política» (el de la política institucional, no el de los asuntos de la polis). La «política» sirve sólo para intentar evitar que se produzcan o para recocerles legitimidad. Lo que pasa es que el que no pueda ser el instrumento central del cambio no quiere decir que tengamos que renunciar absolutamente a utilizarlo. Tampoco las reuniones de las comunidades de vecinos son el marco ideal para cambiar el mundo pero a veces, acudir a las mismas y emitir el voto sirve para evitar que instalen un espejo horrible en el portal. Un viejo amigo mío afirmaba que el que fuera anarquista no quería decir que fuera alérgico a las votaciones, sino que sabía que para que el mundo cambiara era imprescindible implicarse en luchas que iban mucho más allá del acto de votar.
«No es que nosotros seamos antisistema es que es sistema es antinosotros»
Uno de los problemas que los nuevos grupos se van a encontrar en su papel de traductores es la heterogeneidad de los objetivos declarados de los movimientos que han confluido en la calle. Hay algunos que se han estructurado para resolver un problema (como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca), otros pretenden recuperar el Estado del Bienestar (como las mareas), otros perfeccionar la democracia (Democracia Real Ya, Partido X, las propuestas de reforma de la Ley Electoral…) otros acabar con el sistema capitalista (como las Cooperativas Integrales).
En mi opinión la confluencia es posible porque sin acabar con el sistema capitalista los problemas concretos no pueden resolverse, la acción solidaria para asegurar la educación la salud y la previsión del infortunio no puede organizarse y la democracia no puede perfeccionarse. Como tampoco se puede dejar de maltratar animales o producir CO2.
Se ha invertido un esfuerzo muy importante en lograr que el epíteto «antisistema» tenga un tono peyorativo. De hecho la imagen que más probablemente podrá verse en la televisión mientras se oye el término es la de un joven enmascarado rompiendo un cristal o la de un contenedor ardiendo. Pero ninguna de esas cosas es antisistema porque el sistema no está en los cristales ni en los contenedores.
Lo que habría que preguntarse es quién, por qué y desde donde puede defender un sistema que nos obliga, por ejemplo, a seguir produciendo CO2 a pesar de que sabemos que con ello estamos acabando con las posibilidades de supervivencia de la especie humana en el planeta Tierra, que condena a millones de personas a morir de hambre porque permite que unas poquísimas jueguen a especular con los alimentos o que hace que por «ganar» n euros especulando haya que pagar muchos menos impuestos que por ganarlos trabajando en una mina.
Por eso creo que no debe asustar hablar del sistema. Hasta el papa se ha dado cuenta de que condenarlo explícitamente puede permitir ganar más apoyos de los que nos podría hacer perder el miedo a cambiarlo.
Nota:
[*] Fernández Liria, C. (2014). Rebelion. Podemos qué. 28-06-2014. Retrieved from http://www.rebelion.org/noticia.php?id=186633
Alberto Fernández Liria. Psiquiatra. Hospital Universitario Príncipe de Asturias. Universidad de Alcalá
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