En 2014 veía la luz Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End, un libro que consiguió un gran éxito y que dio a conocer a una ilustradora que llevaba años trabajando incansablemente. Desde entonces, Bonet se ha convertido en un referente en el panorama de la nueva ilustración española. Aquella chica tímida que se sentía incómoda ante la cámara ha madurado personal y estilísticamente, y se presenta ahora con una mirada segura, alzando la voz pero de forma reposada, gracias a las enseñanzas que le han transmitido grandes creadoras a las que admira y que consiguieron expresarse a través del arte: Clarice Lispector, Anne Sexton, Maria Luisa Nombal, Sylvia Plath, Teresa Wilms Montt, Camille Claudel, Kate Bolick o Virginia Woolf. La Sed iba a ser en un principio un «homenaje a una serie de mujeres que me ayudan a entenderme», pero aún era pronto porque estaba empezando a conocer la obra de estas autoras. «Vi que no podía hacer ese tipo de libro, que tenía que hablar desde mi misma, de mi propia experiencia», así surgió Teresa, una «especie de desdoblamiento» que contenía «a todas esas mujeres de las que yo había bebido» y que se enfrenta a las incertidumbres de la vida actual. Pero a su vez, Teresa nace de la lucha de personalidades de otros dos personajes: Lupe y Monique.
Una es más dura en su relación con el mundo mientras que la otra representa la ingenuidad. Lispector, Sexton, Nombal… aparecen en citas textuales o en pequeños gestos, como cuando Teresa imita a Ana María, la «amortajada» del libro de Nombal. «He querido que las voces fueran femeninas, pero también hay referencias, por ejemplo, a Ted Hughes con su cuervo». El resultado es un volumen cargado de lirismo en el que confluyen la literatura, la música, la escenografía y las propias vivencias de Bonet: «Me encanta cuando todo bebe de todo».
«Me he visto en situaciones de desigualdad de género que me han hecho querer tener voz»
La libertad es la tónica dominante en La Sed. Durante más de dos años la autora ha dado rienda suelta a sus sentimientos utilizando sus técnicas favoritas. «No me interesaba repetir el mismo patrón. Creo que hay muy poco tiempo y quiero experimentar todo lo que está a mi alcance. Por eso valoro que Lunwerg me haya dejado libertado en el tema, en los modos, en el tiempo… Me ofrecieron 200 páginas y el libro tiene 340. Al final fue la historia la que decidió el formato». Esta libertad ha dado como resultado un volumen que sirve como retrato de la artista. Un libro personal con el que no puede ocultarse, con el que trata temas que de verdad le preocupan. «El éxito de este libro es que exista tal cual es», asegura.
«El suicidio está muy presente, la muerte. Teresa intenta matar una parte de ella con la que no puede continuar porque es un lastre. Para mí, parte de este lastre es la ingenuidad, la timidez», explica Bonet refiriéndose a su propio retraimiento. «Y es doloroso también desprenderse de partes ingenuas y tímidas porque al final también son un lugar en el que estás protegido y te sientes bien. Pero es necesario tragar esa timidez porque estos últimos años me he visto en situaciones de desigualdad de género que me han golpeado, me han despertado y me han hecho querer tener voz. No quiero ocultarme, no quiero negar evidencias.
Quiero poder denunciar todo aquello que me duele y hay mucho que me duele, sobre todo en cómo se nos trata, con este paternalismo absoluto y cómo compañeros que están haciendo el mismo trabajo que nosotras por el hecho de ser hombres se les respeta más o se les exige menos». Por este motivo su protagonista es una mujer fuerte que se adentra en temas tabús como la masturbación, el rechazo de la maternidad, los triángulos amorosos…, todo contado de forma diferente: más austera, menos amable, más desgarradora. «Esconder debajo de la alfombra algo a lo que seguramente a lo largo de nuestra vida nos tendremos que enfrentar lo hace todo más complicado. Para mí es importante y revelador leer un poema de Anne Sexton en el que me dice que puedo tener un hijo y rechazarlo. Eso le sucede a muchas mujeres. A través de su experiencia, si en algún momento me pasa, sabré que no soy un monstruo.
Podré gestionarlo con mayor lucidez, desde una posición más serena». Pero Paula Bonet va más lejos. No sólo intenta definir a las mujeres lejos de la figura masculina sino que también proclama la igualdad para el hombre. «Hay una cita de Clarice Lispector que dice «unos segundos después de nacer había perdido ya mis orígenes». Normalmente a las mujeres se nos define con respecto al hombre que tenemos al lado. Teresa intenta definirse con respecto a sí misma y eso no significa negar la figura del hombre. Al revés. Con esto quiero decir que es un libro que quiere igualdad y que defiende esta igualdad no solo para mejorar la existencia de las mujeres sino también la de los hombres, porque muchos de ellos, debido al patriarcado, tienen que cargar con unos lastres que les hacen muy infelices».
«Con el óleo y el grabado siento que me puedo entregar sin concesiones»
La Sed no es un libro ilustrado apoyado en una narración, ni un relato ilustrado con imágenes. Es una obra que tiene que ser contemplada en conjunto, incluso a través de su título, una metáfora que intenta golpear al lector. «Barajé títulos como ‘El desgarro’, ‘La herida’ o ‘La muda’, por como se nos calla a través de la educación en el miedo; o ‘El deshielo’, como un despertar. Y al final llegué a La Sed, porque hablo de las ganas de beber, pero también de morder, de lamer, de succionar… Pensé que La Sed, al ser más abstracto, los podía contener a todos».
La obra de Bonet es un largo poema que se empezó a gestar desde que comenzó el éxito de The End, con el que la artista no acabada de sentirse cómoda. «Empecé a cuestionarme. Sobre todo el compromiso que tengo con mi obra y como veo que se está recibiendo, que no es como me gustaría. Pero de manera obvia, La Sed empieza con un desencanto con el contexto y con cómo se espera que vivamos». Bonet ha creado una obra absolutamente personal, original y arriesgada. En ella aborda una temática más íntima con nuevas técnicas, la pintura y el grabado, dejando a un lado la ilustración preciosista de su primer libro. «Necesitaba volver a estas técnicas con las que me siento más libre, en las que me puedo volcar con las tripas. De alguna manera, con la ilustración de The End e incluso con la de 813 y con los trabajos que he estado haciendo en estos últimos años me sentía oprimida.
No tenía la libertad que siento cuando me enfrento a un óleo, a un lienzo o cuando me pongo a grabar una plancha, porque en el óleo y en el grabado me permito el error, el experimentar, el que el azar influya. Es donde siento que me puedo entregar sin concesiones». Las diferentes técnicas se han usado para acompañar el texto, «la historia tiene tres bloques: uno duro, encorsetado, ingenuo al principio, cuando está el personaje desdoblado; una narrativa, de entendimiento de «Yo soy Teresa…»; y un final abstracto». Bonet ha solucionado la primera parte con grabados que no tienen nada de emocional y con una letra aséptica. El texto narrativo está acompañado por dibujos y la última, «la de carne que quiere carne», se resuelve con la pintura, con óleo.
Las más de 300 páginas dejan a un lado las coloridas aguadas de acuarela, características de trabajos anteriores, y se vuelven tenebrosas, despojándose de todo lo decorativo. «Quería que fuera un libro duro, crudo y directo. Me interesaba mucho acercarme a lo que me sucede cuando leo un poema de Anne Sexton, que lo recibo como un cuchillazo en las tripas. Quería ser así de honesta y de directa. Pero también con el texto. Toda la decoración de adverbios y adjetivos he intentado podarla, recortarla, dejarlo en los huesos». De hecho, Bonet había pensado en un principio en un libro en blanco y negro, sobre todo al utilizar el grabado, aunque al final también se ha permitido una paleta más amplia de color, aunque austera. «La paleta pictórica es la que utilizaba Velázquez. Recuerdo que cuando estudiaba Bellas Artes, en clase de retrato, nos pasaron los folios con las paletas de diferentes pintores para hacer ejercicios y la de Velázquez fue un enganche inmediato. Nunca más la solté».
«Quería que fuera un libro duro, crudo y directo»
Los retratos también han pasado a un segundo plano para dar prioridad a los paisajes y los cuerpos. «Necesitaba retratar a los personajes de un modo poliédrico. No centrándome en su fisionomía sino que pudieran ser representados por un paisaje, por un hueso, por un animal muerto, por un animal palpitante de vida. Quería mostrar sobre todo las caras del personaje y no ceñirme sólo a lo físico y a las expresiones». Estos se desenvuelven en tres lugares, que son representativos en la vida de la artista: Vila-real, «lugar donde nací, donde está la gente que más quiero»; Santiago de Chile y Barcelona, «dos refugios que me dan de beber, me alimentan, me hacen crecer y en las que me siento libre». La artista continúa adentrándose en la escritura, una faceta que le sigue atrayendo, aunque «no puedo decir que me sienta escritora. Siento que la escritura me atrapa, me alimenta, me reta, es muy estimulante y aprendo mucho pero todavía va de la mano de la imagen». También entiende como uno solo al dibujo y la pintura, «creo que pueden convivir, me ha costado cuatro años entenderlo, y ahora me siento tan libre y tan feliz». Con respecto al futuro, la ilustradora desvela que «La Sed es el inicio de muchas cosas», pero ahora toca recapacitar y entender qué significa este trabajo. Después del lento e intenso proceso, «y en ocasiones tan angustioso, creo que cuando vuelva al estudio pintaré un cuadro enorme lleno de color». Pero lo que sí se está gestando es un proyecto con el dibujante Aitor Saraiba. Lo esperamos con ansia.
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