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Racionalidad y antirracionalidad

Fuentes: Rebelión

Es frecuente, aunque no nuevo, encontrar en estos últimos años, al menos para quien esto redacta, libros, folletos, páginas de internet y personas que, ya de manera soterrada, ya de manera totalmente abierta, escriben y hablan en contra del conocimiento científico, o de la «racionalidad occidental», o de la técnica, o como quiera que le […]

Es frecuente, aunque no nuevo, encontrar en estos últimos años, al menos para quien esto redacta, libros, folletos, páginas de internet y personas que, ya de manera soterrada, ya de manera totalmente abierta, escriben y hablan en contra del conocimiento científico, o de la «racionalidad occidental», o de la técnica, o como quiera que le llamen a lo que generalmente se le puede considerar una herencia de la Ilustración.

Las razones son varias, pero los fines que a mi parecer se siguen de esas razones, se reducen, según mi opinión, a dos.

Hablemos primero de las razones.

Varias de las razones que he leído y escuchado para atacar a la actividad científica que se le agrega el apellido de «occidental», me parece que están más que justificadas, porqué se refieren, básicamente, a las consecuencias generadas a partir del uso que de la razón científica hacen políticos, varios científicos y también varios humanistas para someter a la gran mayoría de la población, con las consecuencias sociales, ambientales, políticas y económicas que ello conlleva. Ahora, si bien es cierto que vivimos las consecuencias destructoras de ese conocimiento también me parece que es cierto que pocas veces los críticos ponen nombre y apellidos a los responsables de las decisiones. Casi siempre he encontrado vagas o firmes referencias a hechos ya conocidos como la participación de científicos en las atrocidades nazis y fascistas en general durante el curso de la segunda guerra mundial, y nada más. Pareciera ser que los ejemplos históricos se reducen a ese período, sobre todo por la herencia de la Escuela de Frankfurt, pero es muy raro que se hable de la participación de los científicos e investigadores sociales, y de no pocos humanistas, en las atrocidades que se generaron en Vietnam, en Argelia, El Salvador, Chile, Indonesia, y cuantos otros lugares en donde la «razón» de los amos se impuso como lógica que construyeron con su conocimiento y sus justificaciones los tres grupos de intelectuales anteriormente mencionados.

En otras palabras, cientificismo puro que sirve a los poderosos en donde «(La) tecnocracia no es el gobierno de los que dominan la ciencia, sino de quienes dominan el discurso sobre la técnica»  (André Bellón) y que se repite en tiempos más recientes en el famoso Manifiesto de Heidelberg de 1992 en el cual, dicen sus autores, «(se lucha) contra el surgimiento de una ideología irracional que se opone al progreso científico e industrial y afecta el desarrollo económico y social …» (Jacques Testart), refiriéndose a los cuestionamientos ecologistas, sobre todo. 

Cuando se genera una situación de «Ciudadanos excluidos por la ciencia» (André Bellón) en la cual, gente como la que firmó el manifiesto anteriormente referido olvida que » … la ciudadanía ha sido excluida del pacto …» entre ciencia y sociedad que era uno de los orígenes claros de la Ilustración. Entonces, cualquier oposición a esa exclusión debe ser alentada, porqué es la que permite luchar contra una situación en la que los amos del sistema tratan de hacer lo que quieren con todos nosotros; y el sumo «sacerdocio vendido» que conforman los intelectuales referidos y que celebran y/o callan esa exclusión debe ser denunciado en donde quiera que se encuentre.

Pero, olvidando que las razones anteriores no son todas las razones del conocimiento científico, existen otras que a veces, pretenden, a mi parecer, cuestionar y hablar sobre cosas para las cuales no tengo ninguna posición clara por qué se refieren a discusiones como si de verdad los hechos existen o no, si necesitamos o no la experiencia o si podemos conformarnos o no con ideas que se hilvanen en nuestra cabezas de cualquier manera y a eso le llamamos argumento, etc. Algunas de estas cosas parecen formar parte, hasta dónde da mi entender, de los acalorados debates que he visto que se dan en la filosofía de la ciencia y sobre los cuales, hasta donde yo sé, no hay nada definitivo. Y existen, finalmente, otras razones,(que derivan hacia uno de los dos fines que se mencionó anteriormente), que me parece que tienen como fin negar en bloque la empresa del conocimiento científico y del conocimiento en general, y de estas últimas sí me gustaría escribir algo.

Cuando he leído textos o escuchado los argumentos de algunas personas en contra de la empresa científica como un todo, siempre me encuentro en la situación de esperar, después de escuchar sus «demoledoras críticas», las alternativas para salir de ese «conocimiento limitado» que «niega cualquier vínculo con los objetos que dice estudiar» y que «niega el sentimiento y el conocimiento verdadero» y que «pretende negar la importancia de los sentimientos». Así, pareciera que sin la ciencia, según me parece que dicen y escriben los responsables de las críticas, yo soy totalmente incapaz de amarrarme los zapatos, por ejemplo, o de saber de algunas cosas de la gente que amo o me importa, o que también soy incapaz de captar la «verdadera belleza de una flor», por ejemplo, porqué «el método riguroso de investigación del llamado método científico» (Román Cárdenas) hace que sustituya «… al concepto por la fórmula, la causa por la regla y la probabilidad.» (Adorno y Horkheimmer) Y así sucesivamente.

Y las alternativas que se plantean van, dependiendo del texto o del discurso personal, a «tratar de entender la realidad de otra manera que no pase por la racionalidad» hasta la reivindicación de la piedad cristiana como forma de enfrentar a una sociedad que «niega la pretensión de vivir». (Adorno y Horkheimer)

Pero que tiene que ver con la ciencia todo lo anterior es algo que se me escapa, seguramente por alguna incapacidad mía. Me parece que lo que se dice que es la ciencia no es más que, a mi entender, una caricatura de tal.

Y como implementar las «alternativas» es también algo que no entiendo: tal pareciera que lo que se nos propone es regresar a los gritos primigenios, por qué no veo en estas propuestas como sustituir la responsabilidad ante los hechos, los argumentos, la experimentación y tantos conceptos que parecen a estas críticas o «contrarios a la ilustración» o anticuados. Ningún texto que he leído y tampoco ningún argumento que yo haya escuchado, me dice como tratar de entender la realidad sin pasar por la racionalidad para poderla explicar a todo mundo: desde el momento en que trato de hilvanar una explicación ya entro en el terreno racional: pareciera una trampa en la que no hay salida, y no veo ninguna alternativa. Incluso en la Dialéctica del Iluminismo los autores son conscientes de esto. Y no parece haber salida, ya que creo que no se negará que las emociones son patrimonio de cada quien.
 
La idea de la ciencia como yo la entiendo pasa por el hecho de que sirve solamente para explicar sencillas pero no necesariamente simples. Y que la ciencia como tal no sirve para explicar las cosas que quizás a todos nos parecen más importantes: el amor, al solidaridad, la responsabilidad ante los demás, etc. Llevamos mas de dos mil años tratando de conocer y comprender el comportamiento humano, y sigue siendo válido que una buena novela de Tolstoi, Dovstoievski, Goethe, Azuela o el autor o autora que ustedes gusten da cuenta mucho mejor de ese comportamiento que cualquier manual de psicología. No hemos avanzado casi nada y tal pareciera que solamente tenemos buenas técnicas que pueden explicar ciertas cosas, pero sin ninguna comprensión de principios.

Y según varios autores, es posible que jamás podamos comprender nada de eso. Y la ciencia no puede ayudarnos: en el momento que los sistemas se complican, su trabajo se hace más descriptivo y menos explicativo.

Y muchos textos que atacan al conocimiento científico en cosas como la abstracción revelan simple y sencillamente prejuicios y desconocimiento. «La lucha contra la idealización (abstracción) es la lucha contra la racionalidad; importa afirmar: no hagamos trabajo intelectual significativo. Todo lo que es suficientemente complicado como para merecer que se le estudie, implica con seguridad, una interacción de varios sistemas. Por lo tanto debe usted abstraer un objeto, debe usted eliminar los factores no pertinentes. Al menos si se pretende hacer un estudio no trivial. En las ciencias exactas este principio ni siquiera se discute, se lo acepta como obvio. En las ciencias humanas, a causa de su nivel débil intelectual, se sigue cuestionándolo. Es lamentable. En física, idealiza usted, olvidando quizás alguna cosa terriblemente importante. Es un dato histórico, no hay que inquietarse por ello. En gran parte, la apuesta de una actividad intelectual significativa consiste en mirar esta eventualidad de frente y en manejarla: en ajustarse a ella. Es inevitable.

No hay criterios para una idealización correcta: salvo la obtención de resultados significativos. Si obteneís buenos resultados, no estareís lejos de la buena idealización. Si usted obtiene mejores resultados cambiando de punto de vista, perfecciona su idealización. Así pues, existe una constante interacción entre la definición del campo de investigación, y el descubrimiento de principios significativos. Rechazar la idealización es pueril. La economía política marxista con sus idealizaciones y sus profundas abstracciones es un ejemplo clásico y familiar de lo dicho.» (Noam Chomsky)

Y los que se dedican a las actividades científicas les queda claro que nombrar una cosa y verdaderamente conocerla no es lo mismo. Y que la naturaleza no tiene por si misma ningún fin, ya sea en el lenguaje o en la física. «Finalmente, hay esta posibilidad: después de que yo les haya dicho algunas cosas, ustedes pueden no creer en ello. Ustedes pueden negarse a aceptarlo. Puede no gustarles. ( … ) . Lo que yo voy a describirles a ustedes es como la Naturaleza es -y si no les gusta, esto se encuentra más allá de su entendimiento. ( … ) La teoría de la electrodinámica cuántica describe a la Naturaleza de manera absurda desde el punto de vista del sentido común. Y esto está totalmente de acuerdo con la experimentación. Yo deseo que ustedes puedan aceptar a la naturaleza como ella es: absurda.» (Richard P. Feynman)

Quizás sean estos comentarios los que dieron pie a cosas como la siguiente: «Lo que no se adapta al criterio del cálculo y de la utilidad es, a los ojos del iluminismo sospechoso ( … ) El iluminismo es totalitario.» (Adorno y Horkheimer)

Y dentro de estas cuestiones totalitarias plantean que la ciencia pretende conocer todo. Sin embargo: «Si ustedes esperan que la ciencia dé respuestas a todas las preguntas maravillosas acerca de quienes somos, a dónde vamos, cuál es el significado del universo y todo eso, creo que podrían desilusionarse fácilmente y buscar alguna respuesta mística a estos problemas (…)

Si resulta que ( la ciencia) es como una cebolla con millones de capas y nosotros simplemente estamos hartos y cansados de buscar en las capas, entonces así es. Pero cualquiera que sea su naturaleza, está allí y va a mostrarse como es; y, por consiguiente, cuando vamos a investigarla no deberíamos decidir por adelantado qué es lo que estamos tratando de hacer excepto que tratamos de descubrir más sobre ello. ( … )

El científico tiene mucha experiencia con la ignorancia, la duda y la incertidumbre, y creo que esta experiencia es de gran importancia. Cuando un científico no conoce la respuesta a un problema, es ignorante. Cuando tiene una intuición sobre cual es el resultado, él está inseguro. Y cuando está condenadamente seguro de cuál va a ser el resultado, tiene algunas dudas. Hemos descubierto que para progresar tiene una importancia trascendental el reconocer la ignorancia y el dejar lugar a la duda. El conocimiento científico es un corpus de enunciados de grados de certeza variable: algunos más inseguros, algunos casi seguros, ninguno absolutamente cierto.» (Richard P. Feynman). Y con esto, también, el asunto de «el método riguroso de investigación del llamado método científico» no es más que un sin sentido: simplemente, esto no existe.

«Ahora bien, nosotros los científicos estamos acostumbrados a esto, y damos por hecho que es perfectamente coherente estar inseguro, que es posible vivir y no saber.» (Richard P. Feynman)

Creo que cualquier científico y pensador honesto puede suscribir sin ningún problema estos últimos párrafos.

Finalmente, la realidad, me parece, no es más que la construcción de las teorías que nos hacemos para tratar de entender mejor. Y me parece que hay algo muy importante en muchos de los discursos anticientíficos y antirracionalistas. Hay una dictadura intelectual en nombre de la ciencia. Pero esa dictadura no es solo el producto de científicos que firman manifiestos como el de Heildeberg: es también consecuencia de esa extraña actitud de harakiri que varios sectores de la izquierda han adoptado en los últimos años y que consiste en dejar en manos de la burguesía y sus sacerdotes el conocimiento de la ilustración, la ciencia y la racionalidad en nombre de extraños y absurdos conceptos, lo cual además representa un retroceso muy grave con respecto a la actitud anterior, todavía vigente no hace muchos años y que consistía en poner en manos del pueblo, del proletariado, los frutos del conocimiento humano, para que fuera este pueblo, y no una secta de iluminados, la que decidiera la mejor forma de utilizarlo. Y si no se hace a un lado, entonces a esta izquierda la de por hacer un uso que yo llamaría faccioso-ladrón del conocimiento científico y que el libro Imposturas Intelectuales refleja a las mil maravillas. Este último es el segundo fin al que conducen algunas de las razones que pretenden realizar una «crítica» del racionalismo y la ciencia.

En resumen: algunas de las razones de la crítica contra el discurso científico lleva al fin de negar toda validez al conocimiento científico, o bien, como otro fin, hacer un uso faccioso de él para justificar posiciones que quizás de otra manera no encontrarían sustento, y que de todos modos no lo encuentran.

La izquierda al dejar en manos de los amos los productos de la ciencia, y apartarse del debate de la manera en que lo ha hecho, dejó de lado también el hecho de que «Aquí y allá (refiriéndose a los debates con respecto a la responsabilidad de la ciencia y el conocimiento) la palabra clave es democracia.» (Jacques Testart)

Esto último es muy lamentable.

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Los textos citados son:

M. Horkheimer y T. W. Adorno: Dialéctica del Iluminismo , edición de la Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS, Santiago de Chile, Chile, s.f.

Richard P. Feynman: El placer de descubrir, Ed. Drakontos, colección Crítica, 2º Edición, Barcelona, España, 2004.

Richard P. Feynman: QED. The Strange Theory of Ligth and Matter, Pincenton University Press, Princenton, New Jersey, USA, 1985.

Noam Chomsky: Conversaciones con Mitsou Ronat, Guedisa Ediciones, Barcelona, España, 1999.

Luis Manuel Román Cárdenas: Seminario de Filosofía Política (Actualidad de la Escuela de Frankfurt), México, D. F., s.f.

Alan Sokal, Jean Bricmont: Imposturas Intelectuales. Ediciones Paidos Ibérica, Barcelona, España, 1999.

Jacques Testart: La ciencia como religión. Del libro Ciencia, tecnología y sociedad, varios autores, edición conjunta de Le Monde Diplomatique y Editorial Aún Creemos en los Sueños, Santiago de Chile, Chile, 2006.

André Bellón: Ciudadanos excluidos por la ciencia. Del libro Ciencia, tecnología y sociedad, varios autores, edición conjunta de Le Monde Diplomatique y Editorial Aún Creemos en los Sueños, Santiago de Chile, Chile, 2006.
Lo demás que está entrecomillado son comentarios escuchados en conversaciones o cosas que se pueden encontrar en muchos textos anticientíficos.