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Rafael Trejo y su vida de mártir estudiantil en dos días de septiembre en Cuba

Fuentes: Rebelión

Arriba, muchachos, edifiquemos la patria que soñara Martí, la patria de nuestros sueños, la patria grande, digna y justa que se merece nuestro pueblo

Septiembre fue la coyuntura temporal de la vida de Rafael Trejo, quien nació el 9 de septiembre de 1910 y murió asesinado el 30 de septiembre de 1930. La breve trayectoria de solo 20 años del mártir estudiantil no ha impedido que su nombre haya quedado grabado para siempre en el martirologio de todos los estudiantes cubanos y, en especial, de los universitarios. Su figura inmarcesible nos ha acompañado como recuerdo y ejemplo a la hora de las luchas y rebeldías juveniles en todos los tiempos.

En el primer año de establecida La hora Rebelde como órgano oficial del Movimiento 26 de Julio en Baracoa en la emisora CMDX, en el programa correspondiente al sábado 26 de septiembre de 1959, rendimos el condigno homenaje a Rafael Trejo con este mensaje editorial:

“Nos hemos impuesto como norma, en esta hora de la Sección Estudiantil, no dejar de honrar a los mártires y héroes de las luchas libertarias de la patria en sus días, ni dejar de conmemorar las grandes fechas de la nación. Así, se avecina el 30 de septiembre, fecha triste en que muriera el líder estudiantil Rafael Trejo. Y colocados ante el dilema de rendirle homenaje pocos días antes, hoy día 26, o días después, el sábado 3 de octubre, hemos preferido referirnos con antelación a esta efeméride histórica, ya que creemos que de esta manera llamaremos la atención del pueblo y de los grupos cívicos sobre la misma, para que no se deje de honrar, con la conducta y el proceder, a quien honra merece.

Rafael Trejo es otra de las estrellas refulgentes con la que el estudiantado ha constelado el cielo de la patria. Pertenece a la hornada de Guiteras, Pablo de la Torriente Brau, Rubén Martínez Villenas, Eduardo Chibás y la pléyade de revolucionarios de los años 30.

Cuando la dictadura de Machado arreciaba su terror y su barbarie, en la colina universitaria de La Habana se erguían cientos de jóvenes que soñaban con el ideal de una patria pura y limpia, que no pudieran manchar ni enlodar hombres sin conciencia y sin patria. Entre aquellos idealistas estaba Rafael Trejo, con toda la inquietud estudiantil en su espíritu. Trejo, con toda la irritación que le producía ver a los mayores canallas gobernando el país. Trejo, con toda la grandeza de la pureza y el sacrificio. Trejo, con toda la valentía y el coraje desafiando el crimen y la sevicia.

Aquel 30 de septiembre bajaron los estudiantes en manifestación, como bajarían años después en las mismas condiciones durante la tiranía que acabamos de padecer y derrotar. La soldadesca cayó sobre el grupo de estudiantes indefensos, disparó y golpeó a mansalva. En aquella refriega fue herido Rafael Trejo, que más tarde moriría. La Revolución perdía a un hombre, pero ganaba un símbolo.

Pablo de la Torriente Brau, compañero de ideales y de lucha de Trejo, narró en un escrito titulado “La última sonrisa de Rafael Trejo”, los incidentes del 30 de septiembre. Para que el pueblo conozca algo más sobre aquellos momentos, vamos a transcribir literalmente parte de este trabajo:

“El 30 de setiembre de 1930 no fue una hoja arrancada imprevistamente al almanaque del mes de septiembre por una turba de muchachos alocados. Fue algo más, y bien distinto por cierto. Desde hace tiempo el estudiante se agita al compás del descontento callejero. Diversos grupos de jóvenes han intentado, una y otra vez, levantar el espíritu de rebeldía latente. Levantarlo, no; mejor será decir, unificarlo; porque el espíritu está en alto, y lo que hace falta es transformar el oleaje en poderosa corriente, y dirigirla luego con fuerza de catapulta sobre los bastiones de la tiranía.

Porque mi vida ha sido libre, tiene muchos recuerdos interesantes; pero creo que ninguno puede ser más trascendental que el del 30 de septiembre. Fue un día hermoso e inolvidable. Entre todos los fragmentos de aquel día, precipitados en un torbellino emocionante, recuerdo con más intensidad que ninguno, la última sonrisa de Rafael Trejo, como algo que fue a la par grato y doloroso, inefable y triste.

La loma de la Universidad amaneció manchada de azul. Eran patrullas de la policía. Para muchos fue una sorpresa. Se había pensado que podríamos entrar al Patio de los Laureles para asistir al mitin y de él partir para la calle, a casa de Varona…Pero la loma amaneció manchada de azul (de la policía).

Aquí fue cuando comenzó, con lo imprevisto, lo febril, lo interesante, lo heroico.

Y se produjo el choque entre estudiantes y policías. Aquello se convirtió en un campo de lucha. Oí a unos pasos el estampido de un disparo y me desplomé contra el suelo. Dando gritos de protesta me llevaron para Emergencia. Al mismo tiempo que a mí, bajaban de otra máquina a Rafael Trejo, fláccido, desfallecido.

Después de efectuada la primera cura, juntos nos llevaron para la Sala de Urgencia, y allí nos colocaron en camas contiguas. Me entraron unas náuseas angustiosas y en convulsiones violentas, comencé a vomitar toda la sangre que había tragado. De este momento es que tengo el recuerdo más distinto de todos los de aquel día. Rafael Trejo, tranquilo sobre su cama, me sonrió con afecto como dándome ánimos para pasar ese momento doloroso. Los ojos se me nublaron y cuando volví en mí ya se lo habían llevado para operarlo: le había visto por última vez, con una sonrisa animadora en el rostro, pensando acaso, por mi impresionante estado, que yo estaba peor que él.

Se había despedido de mí con una sonrisa animadora, él, que se iba a morir. Por eso aquel recuerdo es tan claro, tan patético e inolvidable para mí.

A cada circunstancia de la turbulenta lucha estudiantil, recuerdo aquella sonrisa tan limpia, de un hombre que tuvo la gloria de morir como un héroe, y aunque muchas veces me dan verdaderos desalientos y hasta asco, los repulsivos manejos politiqueros de muchos que han lucrado con aquel nombre inmortal, aquella ingenuidad animadora de su última sonrisa es como una perpetua esperanza, como un eterno alentar para pasar con un poco de desprecio sobre todas las pequeñas vilezas de los que resbalan sobre su sangre, que fue generosa, que rodó por las calles hacia todos los horizontes, sin preferencia por ninguno, que cayó pensando sólo en que la vertía por la liberación de un pueblo entero, sometido por la opresión y el terror.”

Hemos dado lectura a párrafos del escrito de Pablo de la Torriente Brau, “La última sonrisa de Rafael Trejo”, como conmemoración anticipada del 30 de septiembre.

Por eso en esta oportunidad este homenaje se acompaña de nuestras verdades revolucionarias de hoy:

Nuestra Revolución tiene el respaldo de la clase obrera porque hace justicia social. Nuestra Revolución tiene el respaldo del campesino porque realiza la Reforma Agraria, dándoles tierra a los pobres de los campos. Nuestra Revolución tiene el respaldo de los estudiantes porque hace de la enseñanza arma poderosa para defenderse, y porque construye escuelas y porque quiere que en nuestra patria haya más maestros que soldados. Nuestra Revolución tiene el respaldo mayoritario del pueblo porque representa no sólo la la libertad democrática, sino porque, además, esta revolución es la esperanza de toda una nación empeñada en alcanzar su grandioso destino histórico, hasta ahora frustrado por todos los gobiernos y gobernantes que han pasado por el poder.

¡ARRIBA MUCHACHOS!

¡Arriba, muchachos! Que la dignidad de la patria ahora es grande. Arriba, muchachos, con la vergüenza viva y sin miedo, que para trabajar por nuestro país sólo se necesita voluntad y esfuerzo.

Tenemos con nosotros la juventud, impetuosa, ardiente, idealista y vehemente. Pura, encendida y arrolladora, como las llamaradas de la Revolución.

¡Arriba muchachos!, que no podemos retroceder sin avergonzarnos, continuemos el camino, sigamos creando, construyendo, edificando el futuro. A las generaciones podridas del pasado, echémoslas al cesto. Y que nos siga, con renovado aliento, el viejo que conserve limpia su vergüenza.

Jóvenes, compañeros, adelante. Adelante, con el vigor infatigable de nuestros músculos frescos, y adelante con el purísimo anhelo de poner todo nuestro espíritu sin mancha en la fragua donde se está fundiendo, por el fuego de la Revolución, la nueva etapa de libertad y de justicia.

¡Arriba, muchachos! ¡Que se llenen las filas! Que se llenen las calles predicando la doctrina humanista, la doctrina joven, la doctrina justa. ¡Que se aprieten las filas, muchachos! Que se aprieten de tal manera que podamos ahogar a los malvados, a los falsarios, a los podridos por dentro, a los traidores, a los egoístas, a los inhumanos.

¡Arriba, muchachos! Limpiemos completamente con el torrente puro e impetuoso de nuestra juventud, esta República que nos dejó casi podrida la tiranía. Arriba, muchachos, edifiquemos la patria que soñara Martí, la patria de nuestros sueños, la patria grande, digna y justa que se merece nuestro pueblo.

Wilkie Delgado Correa. Doctor en Ciencias Médicas. Doctor Honoris Causa. Profesor Titular y Consultante. Profesor Emérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.