Pareciera que nuestro país siempre ha sufrido más que otros –porque ciertamente no es “monopolio” chileno- de fuertes dosis de amnesia, engaño y autoengaño histórico.
Para circunscribirnos a nuestra historia reciente esto lo podemos ver dramáticamente expresado en el generalizado desconocimiento -producto fundamentalmente de la ocultación de la elite concertacionista- de políticas y medidas cruciales adoptadas por sus gobiernos en desmedro de sus proclamadas posiciones de centroizquierda. ¿Cuántos nos acordamos –¡o supimos alguna vez!- del regalo a la derecha de la inminente mayoría parlamentaria efectuada por la dirigencia concertacionista, a través de las reformas constitucionales concordadas con Pinochet en 1989?; o ¿cuántos nos acordamos -¡o supimos!- de las “exitosas” políticas de exterminio de la prensa de centro-izquierda, seguidas por los sucesivos gobiernos de la Concertación, que liquidaron “Análisis”, “Apsi”, “Fortín Mapocho”, “La Epoca”, “Hoy”, “Rocinante”, “Plan B” y “Punto Final” -entre muchos otros medios- y que han tenido un impacto devastador ¡hasta el día de hoy!?; o ¿cuántos nos acordamos de la omisión de los gobiernos de Lagos (entre agosto de 2000 y marzo de 2002) y de Bachelet de usar sus respectivas mayorías parlamentarias –finalmente obtenidas- para modificar el modelo económico neoliberal?
Pero sin duda que el olvido generalizado más desconcertante (¡porque nadie que tenía uso de razón en su momento puede decir que no lo supo!) es el de que la Constitución chilena actual, si bien fue generada por Pinochet en 1980, fue posteriormente refrendada por Lagos y todos sus ministros en 2005. Usted, estimado lector, lo puede certificar viendo cualquier texto de nuestra Carta fundamental editada con posterioridad a ese año.
Por ello es loable el reconocimiento efectuado al respecto por el reciente precandidato presidencial del PR, Carlos Maldonado. Así, él ha dicho en relación al avance del texto de nueva Constitución elaborado por la Convención, que “si no se mejora sustantivamente la línea, los contenidos, la forma, y por tanto no se presenta un texto mucho mejor que el que conocemos hasta ahora, si yo tuviera que votar hoy elijo la Constitución de Lagos” (“El Dinamo”; 20-4-2022). Dado que el “rechazo” significa mantener la actual Constitución, ese voto es el que está anunciando Maldonado. Quien también recientemente se pronunció a favor de la actual Constitución (en rigor, fue producto de una Reforma Constitucional) fue el ex diputado y ministro del PDC, Jorge Burgos, en carta a “El Mercurio”: “En la edición del miércoles, el expresidente del Senado don Sergio Romero recuerda el origen y trámite de la reforma constitucional de 2005. En su recuerdo incorpora un trámite legislativo que no concurrió, la Comisión Mixta. Quizás de haber existido tal comisión, de allí pudo surgir la propuesta de un plebiscito ratificatorio, lo que terminó siendo una omisión lamentable, por cierto de la cual también soy reo” (15-4-2022).
Otra distorsión de la memoria histórica utilizada por el concertacionismo –aprovechando nuestra proverbial amnesia- es que dicha Constitución (o Reforma, como quiere que se le llame) habría sido generada como el único avance posible que pudo lograrse en la época dado el poder parlamentario de la derecha. Pero que en ningún caso representaba una Constitución considerada como plenamente democrática. ¡Una mentira más grande que una catedral! Pruebas al canto, el entusiasta y fervoroso discurso de Lagos pronunciado en el acto de refrendación de dicha “nueva” Constitución, el 17 de septiembre de 2005:
“Hoy, 17 de septiembre del año 2005, firmamos solemnemente la Constitución democrática de Chile (…) Hoy nos reunimos aquí para celebrar, celebrar solemnemente el reencuentro de Chile con su historia. La Constitución de 1833 le abrió el paso al Chile del siglo XIX; la de 1925 en el siglo XX. Y hoy nos reunimos, inspirados en el mismo espíritu de 1833 y de 1925: darle a Chile y a los chilenos una Constitución que nos abra paso al siglo XXI (…) Chile cuenta desde hoy con una Constitución que ya no nos divide, sino que es un piso institucional compartido, desde el cual podemos continuar avanzando por el camino del perfeccionamiento de nuestra democracia. Nuestra Constitución no es más que un dique en la vida nacional, la vida nacional puede fluir ahora como un río por este cauce institucional” (“Siete”; 18-9-2005).
Su entusiasmo fue todavía más allá: “Hoy es un día señero. Iniciamos nuestras celebraciones nacionales con una patria más grande, más unida, más prestigiosa, reconocida en el mundo; una patria que termina de reencontrarse con su tradición histórica, donde todos sus hijos pueden abrazarse, donde todos podemos mirarnos a los ojos con respeto; sin privilegios inaceptables, sin subordinaciones indignas, sin exclusiones vergonzantes. Tener una Constitución que nos refleje a todos era fundamental, fundamental para todas las tareas que los chilenos tenemos por delante, puesto que ello consolida el patrimonio de lo que hemos avanzado en lo económico, en lo social, en lo cultural” (Ibid.).
Y culminó en la exaltación: “Este es un momento trascendental para todos los chilenos, pero sobre todo para los jóvenes y niños, porque ellos están llamados también a la tarea de perfeccionar nuestra democracia, ampliar nuestras libertades, elevar los niveles de justicia social, hacer de Chile un país cada vez más grande, como lo soñaron los padres de la Patria, respetado por las virtudes y por la buena vida de sus habitantes. Chilenos y chilenas: Este es un día muy grande para Chile, tenemos razones para celebrar, tenemos hoy, por fin, una Constitución democrática, acorde con el espíritu de Chile, del alma permanente de Chile. Es nuestro mejor homenaje a la Independencia, a las Glorias Patrias, a la gloria y a la fuerza de nuestro entendimiento nacional. Chilenos y chilenas: Hoy, hoy despunta la primavera. Muchas gracias” (Ibid.).
Dado todo esto, los reconocimientos de Maldonado y Burgos de que la actual es la Constitución de Lagos tienden a poner, en cierto modo, las cosas en su lugar. Curiosamente, la revuelta social de octubre de 2019 que develó el carácter legitimador del modelo de la dictadura de “los 30 años”, ha continuado hablando de la actual Constitución como del 80, sin resaltar su refrendación por Lagos y la Concertación en 2005. Quizás, como una forma de terminar de “despertar”, sin traumas, a muchas de las bases concertacionistas para que rechacen la actual Constitución en el futuro plebiscito de septiembre. En todo caso, tal predicamento revela, por otro lado, que la “obra” de Lagos y de la Concertación –y particularmente su pretendida Constitución de 2005- no ha sido más que un (afortunadamente) frustrado intento por legitimar, consolidar y “perfeccionar” la proyección política, económica y social de la dictadura.
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