La discusión constitucional abierta por el establecimiento de la Convención ha obligado a las distintas clases sociales del país, a través de sus respectivas organizaciones, a tomar posición. Es en dicho contexto que se han presentado diferentes propuestas desde el mundo sindical.
La de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) se recoge en el documento Propuesta constitucional del mundo sindical: Un Nuevo Chile desde las múltiples dimensiones del trabajo decente[1]. Por otra parte, y si bien aún se encuentra en estado de elaboración, una segunda propuesta corresponde a la del denominado Eje Sindical Constituyente[2].
Pese a sus diferencias de énfasis, ambas propuestas tienen importantes puntos de coincidencia. Una de ellas es el reconocimiento del trabajo doméstico (trabajo de cuidados en el hogar, en el caso de la propuesta del Eje Sindical). La propuesta de la CUT aboga por el derecho a ser retribuido económicamente en un monto igual «al salario real de cuidadores y cuidadoras remunerados» (p. 23), en tanto que la propuesta preliminar del Eje Sindical habla del derecho de quienes ejerzan dichas actividades a acceder a los beneficios de la seguridad social.
No obstante, las buenas intenciones en las que se inspira, esta reivindicación no puede formar parte de una plataforma de lucha de los trabajadores. Es errónea y, sobre todo, finalmente nociva para las perspectivas de desarrollo material, social y político de aquellas a quienes pretende beneficiar: las mujeres.
Es indudable la creación de nueva riqueza material y bienestar social que el trabajo doméstico conlleva. Sin embargo, al no pasar por el mercado, y quedar circunscrito exclusivamente al ámbito del hogar, el valor que genera es nulo. Cuestión que cambia –ni puede cambiar– por más que el Estado “reconozca” (sic) al «trabajo de cuidados en el hogar como actividad creadora de valor», como sostiene la propuesta del Eje Sindical. No se trata de voluntad, sino del funcionamiento básico de la economía capitalista.
Es por esta razón que su “remuneración” solo puede hacerse a partir de la redistribución unilateral de valor (sin una correspondiente contraprestación en la generación del mismo), ya sea entre miembros del mismo hogar (del marido a la esposa, por ejemplo) o, a través del sistema impositivo del Estado, desde las empresas hacia las personas que realizan labores domésticas.
Desde el punto de vista macroeconómico, la primera opción es simplemente cambiar una forma de consumo por otra. La segunda opción, en tanto, es más problemática, ya que significa extraer –vía impuestos– desde las empresas parte de la plusvalía que estas obtienen directamente de la explotación de los trabajadores asalariados para transferirla a las trabajadoras domésticas. Esto reduce el fondo de recursos potencialmente disponible para la acumulación, mermando las perspectivas de crecimiento de la economía en su conjunto. Es, en otras palabras, cambiar inversión por consumo. En términos prácticos, es el mismo “peso muerto” que la burocracia estatal le significa a la burguesía por la administración de sus asuntos comunes, y sobre la cual de tiempo en tiempo pone el grito en el cielo.
Por si fuera poco, la bienintencionada propuesta de “remunerar” al trabajo doméstico no solo parte de una errada concepción del funcionamiento de la acumulación capitalista, sino que ni siquiera es progresista desde el punto de vista de las tendencias de desarrollo social del capitalismo, que no son otras que la transformación del hogar moderno de una unidad de producción y consumo a una de mero consumo y la incorporación de la mujer a la fuerza laboral a través del mercado del trabajo.
En Chile, la estadística oficial[3] estima que existen 6,8 millones de personas inactivas. Esto es, personas que, estando dentro de la población económicamente activa (mayores de 15 años), no trabajan. De aquellas, cerca de 1,6 millones declara que no lo hacen por razones de índole familiar, entre las que podemos asumir que se encuentra el trabajo doméstico. Este grupo corresponde abrumadoramente (96%) –aunque no exclusivamente– a mujeres, cuya edad promedia los 47 años.
No hay actividad más degradante, producto de su aislamiento social y alienación, que el trabajo doméstico. Su reconocimiento, y especialmente su remuneración, lo único que puede lograr es la perpetuación de las condiciones de quienes lo desarrollan, fundamentalmente mujeres. Es condenarlas al confinamiento de las cuatro paredes del hogar. Por eso mismo no puede formar parte de una plataforma reivindicativa de trabajadores con perspectiva socialista.
La tarea de la clase trabajadora es precisamente la contraria, arrancar a las trabajadoras domésticas del hogar y llevarlas al ámbito de la producción social, hacia la producción capitalista.
Nada ni nadie dice que el problema del trabajo doméstico acabe allí, ni que con la incorporación al mundo del trabajo asalariado se alcance la emancipación definitiva. Por el contrario, se expone a la explotación capitalista en toda su crudeza. Sin embargo, es ella, por el desarrollo de las relaciones sociales que implica, la que sienta las bases –al menos en potencia– de la independencia económica de la mujer frente al hombre, en particular, y de la emancipación del trabajo, en general.
Para los objetivos del socialismo, vale un millón de veces más lograr que mil mujeres trabajen asalariadamente en una empresa de aseo industrial que mil mujeres “remuneradas” desarrollando desperdigadamente labores domésticas en mil hogares. Las posibilidades de organización –e incluso de desarrollo individual– son infinitamente superiores en el primer caso que en el segundo.
La aspiración socialista es sacar a la luz la base sobre la que descansa la actual sociedad: la explotación del trabajo por el capital. Es dejar al desnudo el conflicto de clases entre trabajadores y capitalistas. En ese sentido, un objetivo inmediato de la lucha de los trabajadores es la eliminación de toda traba que se interponga en dicho conflicto, tal como el confinamiento de la mujer al trabajo doméstico. Todo lo que apunte a ello es finalmente progresista, mientras lo que pretenda frenarlo es regresivo.
Por tanto, la reivindicación del reconocimiento y remuneración del trabajo doméstico deber ser reemplazada por la reivindicación de un sistema de seguridad social que asegure el cuidado integral de niños, ancianos y enfermos, de modo que su cuidado no se transforme en un freno para la incorporación de la mujer a la fuerza de trabajo. Mientras que en el ámbito de los derechos civiles se debe plantear la tuición compartida de los padres sobre los hijos.
[1] Disponible en: https://cut.cl/cutchile/2021/06/30/trabajo-decente-consejo-asesor-de-la-cut-presenta-las-propuestas-constituyentes-del-mundo-sindical/
[2] Disponible en: https://revistaconfrontaciones.cl/2021/10/26/propuesta-constitucional-eje-sindical-constituyente/
[3] Encuesta Nacional de Empleo INE, junio-agosto 2021.
https://revistaconfrontaciones.cl/2021/11/01/reconocimiento-del-trabajo-domestico/