A Miguel Enríquez, médico y dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), lo asesinó la policía secreta de Pinochet -la siniestra DINA- el 5 de octubre de 1974, cuando tenía 30 años. Fue después de un tiroteo en el número 725 de la calle Santa Fe, en los suburbios de Santiago. El magistrado Mario Carroza, […]
A Miguel Enríquez, médico y dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), lo asesinó la policía secreta de Pinochet -la siniestra DINA- el 5 de octubre de 1974, cuando tenía 30 años. Fue después de un tiroteo en el número 725 de la calle Santa Fe, en los suburbios de Santiago. El magistrado Mario Carroza, también encargado de investigar la muerte de Allende, ordenó reconstruir lo sucedido 40 años después. El periodista e historiador, Mario Amorós, autor de la biografía «Miguel Enríquez. Un nombre en las estrellas», y Carmen Castillo, excompañera del militante del MIR (embarazada de seis meses cuando resultó gravemente herida por los disparos), y autora del documental «Calle Santa Fe», han recordado la biografía del dirigente izquierdista en un acto organizado por la Associació Antoni Llidó y Casa Chile-Valencia.
Muy pronto, cuando Miguel Enríquez estudiaba en el Liceo Público Enrique Molina Garmendia, en Concepción, conoció a muchos de los compañeros -Bautista Van Schouwen, Luciano Cruz y otros- que le acompañarían años después en la fundación del MIR. Participaron inicialmente en el Partido Socialista de Chile, pero rompieron para unirse a otra organización -«Vanguardia Revolucionaria Marxista»- un pequeño partido que confluirá en 1965 en la fundación del MIR en Santiago. Al congreso fundacional, celebrado en el local de la Federación de Trabajadores del Cuero y Calzado (de tendencia libertaria), llegaron numerosos dirigentes sindicales, veteranos militantes trotskistas, libertarios y personalidades como Clotario Blest (primer presidente de la Central Única de Trabajadores) o el historiador Luis Vitale, recuerda Mario Amorós. Hasta el año 1967 el MIR es dirigido por sectores trotskistas.
En el tercer congreso de la organización (diciembre de 1967), Miguel Enríquez se convierte en el secretario general del MIR, con sólo 23 años. Con él llegan a la dirección Andrés Pascal Allende, Bautista Van Schouwen y Edgardo Enríquez (hermano de Miguel), entre otros. «Esos jóvenes estudiantes revolucionarios toman las riendas del MIR, y proceden en la práctica a la refundación del partido», apunta el historiador y periodista. En esa época, fuertemente influida por la Revolución Cubana y la muerte del «Che», Miguel Enríquez viaja a Perú, China y Cuba. También es Enríquez un adelantado en los que se denominaría «política de comunicación». Alcanza un acuerdo con el diario más leído de Chile, Clarín, para concederle la exclusiva de los atracos y «expropiaciones» de bancos donde no hubiera intercambio de tiros. Se pone una condición: el tratamiento «justo» de unas acciones que generaron gran impacto (se realizaban entrevistas y reportajes durante su desarrollo).
En la campaña electoral de 1970, explica Amorós, el MIR abandona las acciones armadas, y después de la victoria de Allende, la organización se suma al proceso de cambios revolucionarios. «En contra de lo que pudiera pensarse, la victoria de la Unidad Popular no invalidó la estrategia del MIR de ir más allá; curiosamente es entonces cuando se produce un gran crecimiento de la organización». En todo caso, Miguel Enríquez se convierte en los años 1972-1973 en uno de los grandes dirigentes de la izquierda chilena. Pero también fuera del país es conocido, sobre todo en las organizaciones de la izquierda revolucionaria de Europa occidental (Francia e Italia, sobre todo, pero los planteos del MIR también se tradujeron al portugués y llegaron a la oposición antifranquista).
En la derecha chilena hay una obsesión permanente por estigmatizar al MIR debido a la retórica de la lucha armada. «Es verdad que el MIR tenía ese planteamiento», apunta el autor de «Allende. La biografía», «Sombras sobre isla negra» y «Antonio Llidó. Un sacerdote». «También es verdad que fue la única fuerza chilena que hizo un trabajo político hacia el interior de las fuerzas armadas», añade. Pero donde mayor énfasis puso la organización fue en la cuestión del Poder Popular: «la movilización de los pobres del campo y la ciudad», como proclamaba el MIR. En medio del conflicto institucional (en las elecciones parlamentarias de 1973 obtuvo la victoria la Confederación de la Democracia (CODE), una alianza de partidos de centro y derechistas), el choque con la derecha, la democracia cristiana y la burguesía (por ejemplo, el paro camionero de octubre de 1972), y la agudización de la lucha de clases, el MIR plantea la «ofensiva popular». Según Mario Amorós, «hay un momento, al final, en que el MIR y el gobierno de Allende se distancian; antes del golpe de estado, el MIR es muy duro en la crítica al regreso de los militares al gobierno (en agosto de 1973 el general Prats vuelve como ministro de Defensa)». El Movimiento de Izquierda Revolucionaria hablará del «gabinete de la capitulación».
La mañana del golpe, el 11 de septiembre de 1973, la dirección del movimiento sabe muy temprano de los hechos. La radio de la organización es neutralizada. Algunos dirigentes llegan a la embajada cubana para pedir armas, cuya entrega no se autoriza. Empieza la lucha clandestina contra la dictadura, que se había presentado con el cierre del Congreso Nacional, el bombardeo de La Moneda y la muerte del presidente Allende. Miguel Enríquez lanza la consigna de que el MIR no se asila y concede una entrevista al diario Liberation (octubre de 1973). La organización emite documentos a lo largo de esos meses. Enríquez escribe al cardenal Silva HEnríquez (abril de 1974) para decirle que reconoce el trabajo de la iglesia católica en materia de derechos humanos. También escribe al semanario francés Politique Hebdo e incluso a las juventudes de la socialdemocracia alemana, llamando a la solidaridad. Un documento del MIR (mayo de 1974) da a entender que conoce los operativos de la DINA, y también que hay traidores dentro de la izquierda. Se producen debates en el seno de la organización, por ejemplo, con los dirigentes de la Colonia Valparaíso.
El 21 de septiembre de 1974 la DINA detiene a Lumi Videla, dirigente del movimiento. Al día siguiente «cae» su compañero, Sergio Pérez, y el cerco se va estrechando sobre Miguel Enríquez, Carmen Castillo y la dirección del MIR. «Estábamos buscando una casa para abandonar la de Santa Fe y replegarnos en la clandestinidad, ya que la ofensiva era brutal; caían decenas de compañeros», le contó Carmen Castillo al autor de «Miguel Enríquez. Un nombre en las estrellas». El 5 de octubre de 1974 la DINA llegó al entorno de la casa de Santa Fe y se inició un enfrentamiento muy desigual. Los testimonios de los vecinos dan cuenta de la magnitud del dispositivo de la DINA. También de la intención de matar a Miguel Enríquez, no detenerlo («venimos a matar a un mirista», dijeron los agentes al vecindario). Según Mario Amorós, «la muerte de Miguel Enríquez tuvo un gran impacto en Chile y en el mundo; las casas que se abrían hasta entonces para acogerles en la clandestinidad, se empezaron a cerrar; la difusión de su muerte por televisión hizo saber a mucha gente que había quien luchaba contra la dictadura».
Otra aproximación a los hechos, a la historia del MIR y de Chile es el documental «Calle Santa Fe», producido en 2007 tras cinco años de trabajo por la cineasta Carmen Castillo. «El MIR tenía la revolución como línea estratégica. Mi generación sí pensó que íbamos a vivir la revolución a la escala de nuestras vidas; estuvimos convencidos de que ganaríamos la batalla final a los poderosos; luchábamos para ganar, pero había que inventar el camino; la genialidad del MIR consistía en estar siempre escuchando y sintiendo las voces bajas de la sociedad, de lo que llamábamos
El Partido Comunista y el Partido Socialista tenían una implantación muy fuerte en las fábricas, pero el MIR proponía un sujeto revolucionario distinto, recuerda Carmen Castillo. Eran los pobres del campo y la ciudad, los sin casa, sin tierra, los trabajadores de las minas, los mapuches. «Si yo no me hubiera encontrado a los 14 años con el MIR, hoy sería un alcohólico perdido y analfabeto», cuenta uno de los militantes que aparecen en el documental. De Miguel Enríquez la autora de «Calle Santa Fe» evoca su vida, su risa y su coraje político. «Era un hombre extremadamente lúcido y con un sentido del humor extraordinario; con unas enormes ganas de vivir». En la época, «las esperanzas de cambiar el mundo eran reales». Comunistas chilenos le reconocen a Carmen Castillo que los análisis del MIR en 1972 eran más realistas que los suyos. El MIR le pidió armas a Allende poco antes del golpe «porque sabíamos que esto venía en serio.
Castillo resalta asimismo el trabajo político desarrollado por el MIR en las fuerzas armadas chilenas. «No era infiltración ni manipulación, sino crear partido y organización; con soldados, con marinos, con suboficiales… Y ese trabajo fue tan importante, que llegado el momento supimos que el golpe venía…». «Necesitábamos más tiempo y más armas, pero no tuvimos ninguna de las dos cosas». La Historia también ha dejado lagunas que no se sabe si el tiempo rescatará. «El día 11 de septiembre hubo una respuesta espontánea al golpe mucho mayor, sobre todo en colectivos industriales, de lo que la Historia ha notificado». Y continúa Carmen Castillo desgranando las singularidades del Movimiento de Izquierda Revolucionaria. «Viene luego la decisión de quedarnos en el país, que ha sido muy discutida; pero alguien tenía que quedarse en Chile para defender lo que Allende había hecho, la educación pública y gratuita, la democracia participativa…». Por otra parte, «el MIR nunca tuvo ningún fetichismo por las armas; servían únicamente para resistir en un enfrentamiento».
Además, muchos de los militantes de la organización no llevaban armas. Había quienes escondían una pastilla de cianuro en el bolsillo, «pero después supimos que un compañero la mascó antes de ser torturado, y no surtió efecto». Tampoco el MIR era un «aparato». Todos sus militantes eran conocidos y vivían en poblaciones, desde el periodista hasta el campesino enrolado en la toma de fundos. Después del golpe se optó por la clandestinidad, comenta Carmen Castillo: «a pesar de todo el conocimiento que teníamos de la guerra de Argelia, la represión de los Tupamaros o en Brasil, asumimos esta experiencia a la escala de nuestras vidas». ¿Cómo era la clandestinidad? «cada minuto se vivía plenamente, aunque con dolor, también con mucha intensidad; podías cocinar, bailar, quedarte embarazada o tener un perro… Aunque precarios y con muchos cambios de lugar, siempre vivimos el presente de modo muy intenso». Y aunque fuera en cuartos desprovistos de objetos, en esos espacios había mucha lectura.
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