MI PAÍS Mi País, fronterizo, puente, puerta, estratégica posición geográfica y lingüística, primera parada en la senda de la esperanza para los rostros deshidratados y hambrientos que la globalización lanza en pateras, que miramos sin querer ver y dejan jirones de su carne en nuestras alambradas (allá de la valla no son nada, acá ya […]
Mi País, fronterizo, puente, puerta, estratégica posición geográfica y lingüística, primera parada en la senda de la esperanza para los rostros deshidratados y hambrientos que la globalización lanza en pateras, que miramos sin querer ver y dejan jirones de su carne en nuestras alambradas (allá de la valla no son nada, acá ya personas con identidad, listas para devolver a la esclavitud o la muerte en virtud de los convenios internacionales).
Mi pequeño país, tiene miedo a su pasado franquista, fascista, genocida, sangriento, torturador, cruel, cruel, cruel… No supera el trauma, no se atreve a mirar atrás. Y le obligan a encarar el futuro (una vez más) tapándose el rostro y la nariz.
Da la imagen: es envidiado, levanta pasiones, se eleva sobre talones prestados por el sueño alucinógeno del dinero rápido, «fácil» (en realidad pagado con un alto tipo de interés por encima de mercado) que ha permitido un desarrollo sin precedentes en los últimos apenas 30 años… Pero el suelo es de cristal, delicado, frágil, transparente para mostrar los miles de cadáveres enterrados en el anonimato que tienen nombres y apellidos y pasado y ganas de mostrarlo y fuerza para hacerlo.
Ahora tan puntero, tan altivo, tan moderno, tan ejemplar… Mi país. Por ahí se pregonan nuestros logros, se hacen homenajes, huecos para conferencias en alguna International University o películas que ensalzan a nuestros políticos, nuestra política… Pero nuestro establishment, nuestra política, nuestra vida cotidiana, nuestros problemas, son herencia directa de un crimen que se oculta, que se sigue enterrando con palabrería huera y ofensas nuevas de falsas equiparaciones.
Dicen ahora algunos que hubo dos bandos, quieren algunos ponerlo negro sobre blanco y que pase así a la historia. Conmigo que no cuenten y que nos perdonen los asesinados, los torturados, los transterrados, sus descendientes… Alto y claro: «Dos bandos»: No. Hubo un Gobierno legítimo, democrático, progresista, castigado, unas víctimas. Víctimas, víctimas… Y una banda de golpistas y traidores al pueblo y a la democracia bien respaldados por señores feudales de muchos caudales y mucha sotana que aplicó la «ley» de la tierra quemada, el exterminio, el expolio, la ablación psíquica, que sembró el terror que permanece y cortó la lengua a varias generaciones de españoles desde el 36 en adelante.
Mi país que se presta cínicamente a desempeñar internacionalmente el papel de moderno, modelo a exportar de desarrollo y transición y de milagro económico…(excusas tapadera de una propaganda sostenida en el tiempo), con récord europeo de paro, precariedad laboral, machismo, violencia contra las mujeres, adolescentes sin futuro, de crueldad contra los animales…(¡ay de los toros y los que no lo son!) es el asentamiento principal y refugio de un fundamentalismo ultra católico que canta su canto de cisne en Europa pidiendo una nueva Inquisición; soberbio, castrador y responsable del atraso secular de España, de nuestra incultura y nuestro baño de sangre hitlerianofranquista. Que les perdonen los cristianos de bien y amor al prójimo. Se resiste a perder sus privilegios.
Mi país es lugar donde una minoría da muestras constantes de no aceptar el resultado de las urnas si no les favorece y utiliza, arrogante, las reglas a su medida para seguir atemorizando con veladas amenazas y exhibiendo impúdicamente su enorme poder de intocables. Se creen impunes. Lo son. La población entera conoce sus modos, su lenguaje desafiante, su ley de omertá. Por eso muchos de nuestros mayores siguen en silencio, siguen apreciando los enormes cambios democráticos hacia delante y recelando de las enormes rémoras que arrastramos de la dictadura que tomó España a la fuerza e impuso su bota tantos años. Por eso muchos de nuestros viejos republicanos mueren sin hablar, siguen protegiendo a sus descendientes. Son sabios nuestros mayores, somos arriesgados los jóvenes. Sus nietos han comenzado a entender… A decir, a hacer… Ahora, cuando vayan descubriendo, deben vencer el escalofrío y el pánico que pueden llegar a sentir.
Mi país es un desierto cultural, de maestros desengañados y vituperados, de libros de texto que nos roban la verdad, de grandes fastos de masas, nulos apoyos a las obras nuevas, a los jóvenes valores que se cubren de polvo escondidos (o pasan a alimentar a la Norteamérica hambrienta de mentes que destaquen en medio del atolondramiento imperante). ¿Quién puede romper la cadena de 75 años ya de lavados de cerebro, falta de referentes, desorientación a propósito, maltrato psicológico, exilio de la intelectualidad en su totalidad, crímenes culturales…?
Mi país, donde los grandes periódicos importan nada a la gran mayoría, donde los grandes discursos de los grandes personajes no calan porque carecen de credibilidad, donde buena parte de la población aún no se siente respaldada sino víctima y pagana de su Administración, donde la pluralidad informativa brilla por su ausencia, donde la censura se disfraza a base de aplicar el vacío y el descrédito o simplemente la invisibilidad a golpe de pito remunerado por parte de corifeos de pandereta y trampantojos (que acá seguimos llamando tiralevitas), donde hay tantas transiciones pendientes, tantas biografías falseadas, tantos libros por conocer, tanto cachorro de los auxiliadores y cómplices de la Dictadura que colocar en puestos bien altos…, tanto que ocultar…
Mi país quiere hacer una ley de la Memoria Histórica, pero no una cualquiera, no cualquiera. Quiere una sin trampas ni cartón, sin más historias, que ponga a cada cual en su lugar y eso pase a los libros de texto y eso permita la justicia y eso siembre la semilla del conocimiento. Una ley libre de ataduras y de falsa moral, libre de mentiras; esa ley que tanto necesita para conocerse, para reconciliarse, para seguir adelante con el futuro limpio, despejado… Mi país quiere… Y no le dejan. ¿Qué hipotecas, qué amenazas, qué intereses sin más lo impiden? No le van a dejar.
Toda la gente de bien debe saberlo en el mundo entero, debe echarse a temblar. No es la primera vez. No es el primer lugar donde ocurre. No es cosa de echar en saco roto, de creer que no va con nosotros, que eso no nos alcanza. La enfermedad ya la conocemos, es contagiosa. Con distintos nombres, pero ya la conocemos. Ya sabemos… La vida con mayúsculas vuelve a valer poco (nos lo enseña la televisión cada día), mucho menos que un leve repunte en Wall Street de cualquier petrolera. Y en este contexto mundial, el pasado de un solo país ¿a quién le importa?, pensarán esos para quien sólo cuenta su imagen de valientes triunfadores y la próxima fusión transnacional. Es lo que hoy en día gana enteros.
Frenando lo imparable, torciendo los hechos, ofendiendo más a las víctimas, inventando excusas, levantando nuevas barreras para evadir un posterior juicio objetivo justo con el código penal en la mano, han asomado la puntita de su nariz nuevos sabuesos para olisquear eso que se suele llamar el «estado de ánimo general». Para ver cómo respiramos, qué da de sí el «globo sonda». Por si nos callamos, nos conformamos, nos atemorizamos, lo dejamos pasar… Por si vencen de nuevo los de siempre con su poder y sus trampas. Que todo siga igual o cada vez peor. Aparentemos cambios, mejoras, dificultades vencidas, normalidad al fin… Narices de pinocho, sólo hay que atreverse a hurgar debajo del barniz impoluto. Con el sacapuntas adecuado caerá el serrín rancio y polvoriento y podremos empezar a pintar sin renglones torcidos el futuro… Las herramientas están al alcance de todos, cualquiera puede, no alguien de más allá, no hay milagros, cada uno… Que nadie nos coloque pagarés para blanquear el franquismo. Por muy elaboradas y torticeras y subliminales ya las patrañas… ¿A quién engañan?
Perdonen (o no, como prefieran) que no me vaya, que no me exilie, que siga aquí denunciando castigos, recordando a mis compatriotas represaliados, reivindicando el reconocimiento de su honor, perdonen ustedes que creen que han ganado este país por los siglos de los siglos para sus herederos sólo y siempre… Que el «triunfo» de su guerra genocida no les deje creérselo por más tiempo. La verdad es imparable y se abrirá camino.
* Enriqueta de la Cruz es periodista española y escritora. Reside en Madrid. Acaba de publicar la novela de actualidad y análisis: «El Testamento de la Liga Santa» sobre la cara oculta de la Transición en España y sus consecuencias.