Sin lugar a dudas me sitúo en las antípodas del discurso que da por muerto al movimiento 15M. Este discurso se queda corto y denota poco alcance cuanto menos. Es de poco recorrido porque obvia las influencias que pueda tener como movimiento social a medio y largo plazo, como por ejemplo: en un futuro no […]
Sin lugar a dudas me sitúo en las antípodas del discurso que da por muerto al movimiento 15M. Este discurso se queda corto y denota poco alcance cuanto menos. Es de poco recorrido porque obvia las influencias que pueda tener como movimiento social a medio y largo plazo, como por ejemplo: en un futuro no muy lejano, y por circunstancias estrictamente biológicas, esos que hoy protestan y piden cambios (reformas), pueden ser los que masivamente voten mañana. Por tanto, creo que pueda haber una correlación entre las peticiones del movimiento 15M y otras plataformas que recogen y proyectan hacia fuera mucha de la indignación y malestar de la amplia ciudadanía con la formación de un nuevo imaginario político, de una nueva cultura política. Los partidos políticos también están en crisis, es de suponer que estos se adaptarán a los cambios que se perciben, de no ser así, algunos de ellos, los situados en los extremos desaparecerán o tendrán una representación marginal. Por lo pronto, en las últimas elecciones autonómicas y generales algo nos dejar ver el creciente número votos nulos y la alarmante abstención, así como el floreciente número de pequeños partidos con escaños y grupo propio en el arco parlamentario, dato este último relevante, ya que desde el inicio de nuestra joven y consolidada democracia, no se daba algo parecido. Es tanto así, que no es aventurado inferir que la sociedad cambie más aceleradamente si cabe en las próximas décadas, dé una especie de salto hacia algún lugar de su conciencia general y quehacer de los asuntos humanos, como ya pasara en épocas pretéritas. Y es que nuestro mundo, como un gran «organismo social», interconectado ahora a escala global en la actualidad, está sujeto al continuo cambio, reforma y evolución; dándose la característica de ocurrir todo esto con mayor celeridad que hasta hace algunas décadas.
El discurso no puede ni debe marginarse en hechos dispersos, aludir al chovinismo y necedades por el estilo, no es mi intención ni mi ánimo enumerar una lista de la soflamas típicas y previsibles de los que se enajenan voluntariamente por tosquedad sapiente o bien estratégicamente del devenir del mundo actual. Un discurso adecuado, debe y puede comprender que se está gestando desde hace décadas ya, primero con el acceso a la educación universal (por lo menos en occidente) y luego (ahora) a nuevos canales y foros de información (de todo tipo) a escala global (y no por el movimiento 15m tan sólo) un nuevo tipo de ciudadano. Más allá de nuestras diferencias y antagonismos, la sociedad en su conjunto, respira nuevos aires: tanto de confusión, como de cambio. Este hecho, acompañado de actos que nada tienen que ver con el espíritu que surgió el 15 de mayo y mucho antes, hace recelar de la proyección e influencia de lo ocurrido en este nuestro país en los últimos meses y años.
Este arquetipo de discursos se imbrica en momentos de cambios y confusión. Pertenece a la oratoria y semblante del decimonónico, cuando España perdía las últimas colonias y Europa se debatía entre modelos económicos, ideológicos, guerras, argucias, etc. O también a ese cultismo y ciencias sociales que surgieron como crítica y reacción a la ilustración y revolución francesa. En todo caso, dichas arengas son meritorias por intentar ralentizar cambios que vendrán como vinieron entonces en aquellas épocas. Sólo le queda esto.
Que la sociedad está en crisis es un hecho, pero no como parrafean vagamente y a históricamente conservadores de toda índole. Su entendimiento disfuncional en algunos casos, e interesadamente en otros, no asume cognitivamente el concepto «crisis». Para este sujeto, se supone que nada debe cambiar.
Otros piden reformas. E incluso, otros pueden pedir la destrucción del mismo sistema, de la superestructura, una minoría, y al igual que los primeros, colocados en los extremos. Creo firmemente que la sociedad en su conjunto, porque todos respiramos ese mismo aire de cambio y incredulidad de nuestra casta política, opta por las reformas. Somos más moderados. Hemos aprendido de la historia y de los acontecimientos de las últimas décadas. A estas alturas de la aventura de la especie humana y del diseño del universo social, se ha formado una «masa crítica consciente» a escala planetaria y de la que no se sabe a ciencia cierta cómo ocurrirán los acontecimientos y fuerzas venideras, pero a buen seguro, se presiente que el inmovilismo es un discurso carente del rigor y altura que se pide para los tiempos futuros. Es practicable y hasta eficaz utilizar alocuciones contrarias a todo movimiento social que urja en el tiempo los cambios que vendrán; pero estos, comienzan a dar signos de desgaste; que con el paso del tiempo, se acentuarán. Como ya ocurrió en épocas pasadas.
Es posible que sencillamente no sepamos conducir todavía toda esa masa crítica en un mínimo de acuerdos, pero es indudable que se aproximan cambios.
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