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Refugiados: mételos en tu cine

Fuentes: CTXT

Desde la ficción, el ensayo fílmico o el documental, miles de imágenes lanzadas como salvavidas para recuperar el rostro y la voz de quienes lo han perdido todo

 

Stromboli, terra di Dio (Roberto Rosellini, 1950).

El rostro de Ingrid Bergman tras una alambrada en Stromboli, su primera película con Rosellini, tras la mítica carta de presentación al director italiano con la que Bergman, siempre extranjera allá donde esté, inicia su huida de Hollywood.

«Si usted necesita una actriz sueca que habla muy bien inglés, que no ha olvidado su alemán, que no entiende mucho de francés y que en italiano sólo puede decir «ti amo», estoy lista para viajar y hacer un filme con usted. Ingrid Bergman«.

En medio de una historia de amor escandalosa, embarazada del director italiano, la actriz que «solo quería hacer obras maestras», según Alfred Hitchcock, interpreta a una refugiada lituana que ve la posibilidad de huir del campo de confinamiento casándose con un soldado italiano. Perdedores atrapados de nuevo, esta vez la soledad de una isla volcánica. Nunca se cuenta la historia de previa de esta mujer, no hace falta; pero Rosellini sabe que la Lituania de la ocupación soviética había sufrido, en un solo año decenas de miles ejecutados, reclutados, o deportados. El 10 % de la población báltica entera era deportada o enviada a campamentos de trabajo: los alemanes fueron recibidos en 1941 como libertadores, con el apoyo de la milicia lituana en contra de los rusos. Tras ser ocupado el país por los nazis, de los aproximadamente 210.000 judíos lituanos, unos 196.000 fueron asesinados antes de terminar la Segunda Guerra Mundial. En toda Europa, 40 millones de personas se convirtieron en desplazadas, migrantes, refugiadas.

Rosellini, fiel a su código neorrealista, está contando lo que nadie quiere contar -como en Germania, anno Zero (1948)- la miseria física y moral de la guerra, de sus perdedores, el extrañamiento y el vacío de un mundo en ruinas. Con Stromboli, el genio italiano apuntala una metáfora devastadora: ya no hay patrias; no puede haberlas. Años antes, no en el cine de autor sino en el star-system, la Bergman había encarnado a otra exiliada sin papeles: Ilsa en Casablanca (Michael Curtiz, 1942). El mcguffin del mítico melodrama es, no puede olvidarse, unos visados robados a los nazis que suponen la salida del limbo administrativo, infierno de apátridas, en que se ha convertido la ciudad africana.

«Al desencadenarse la segunda guerra mundial, en la Europa aprisionada, muchos ojos se volvieron con esperanza o con desesperación, hacia la libertad de las Américas. Lisboa se convirtió en el centro de embarque. Pero no todo el mundo podía llegar directamente a Lisboa: así se formó una tortuosa e incierta ruta de fugitivos. De París a Marsella. A través del Mediterráneo a Orán. Luego en tren o en coche o a pie, bordeando la costa de África a Casablanca, en el Marruecos francés. Aquí los que contaban con la fortuna del dinero, de la influencia o de la suerte, podían obtener visados de salida y llegar hasta Lisboa. Y desde Lisboa al nuevo Mundo. Pero los demás esperaban en Casablanca, esperaban, esperaban…»

La película-mito por excelencia plantea un conflicto de rigurosa actualidad -nunca ha dejado de serlo- alejada de metáforas o interpretaciones; no está oculto. Bien a la vista como el mapa del inicio del film, con esa ruta de escape que bordea un país, España, frontera infranqueable para Ilsa, Víctor Laszlo y todos los demás: ¿cómo no lo vimos antes? La memoria histórica -y cinéfila- recupera para la memoria de generaciones aquello que era obvio: la colaboración del régimen franquista con el Tercer Reich -más allá de guerracivilismos- hacía de la Península un lugar peligroso tanto para héroes de la Resistencia como para fugitivos como el filósofo Walter Benjamin quien, tras atravesar a pie los Pirineos, se suicidó en un hotelito de Port Bou por escapar de tres policías franquistas y la deportación a la Francia ocupada. Hace 73 años de esa Europa de la que tanta gente intentaba escapar.

Hoy otros huyen también. Acaban en campos de concentración -de Argelès a Calais o Lesbos- o perdidos entre fronteras, alambradas, concertinas, barcos, pateras, guardias, mafias, deportaciones, mares, muros… La cifra de desplazados alcanza el nivel máximo desde la II Guerra Mundial según la ONU y ACNUR. Una crisis mundial de proporciones gigantescas.

Escapar de la guerra, de la persecución o del hambre. Migraciones que han hecho el mundo tal y como lo conocemos desde el origen del ser humano hasta el día de hoy. Y la ficción sin dejar de contarlo incluso en obras que no muestran el conflicto de forma evidente. Gangs of New York (Scorsese, 2003) se remonta a mediados del XIX en la Nueva York de una rebelión histórica, los «Draft Riots», cuando a los irlandeses recién bajados de los barcos llegados de Europa se les obligaba a alistarse en las filas el ejército de la Unión para luchar en la guerra de Secesión. Y en Una noche en la ópera (Sam Wood, 1935) Harpo y Chico Marx son dos polizones en un barco que se dirige a los Estados Unidos, viaje auspiciado por el rey de las intrigas locas: Groucho. La famosa escena del camarote funge aquí como una subversiva visión del hacinamiento de los barcos de inmigrantes, del que los hermanos Marx debieron saber bien por sus padres, judíos alsacianos «huidos de la más absoluta miseria», en palabras del propio Groucho.


Una noche en la Ópera (S. Wood, 1935)

Los barcos atestados de emigrados y refugiados son una imagen de todos los pasados y todos los presentes; algunos cineastas no podían colocar la cámara en otro lado. Como Elia Kazan, cuyo nombre griego era Elías Kazanjoglou. Nacido en la Capadocia otomana de 1909, emigró primero a Berlín y luego a Nueva York. América, América (1963) parte de una novela autobiográfica en la que cuenta la historia de su tío como testigo del genocidio turco sobre los armenios y su odisea hasta llegar a la ansiada América.

Barcos como el «Partisanos» de Lamerica (Gianni Amelio,1994) título deudor de la película de Kazan y retrato acerado de la crisis en Albania tras la caída del comunismo. Un pijo italiano (Enrico Lo Verso) que pretende hacer negocios a río albanés revuelto, se pierde en el país y tras todo tipo de penurias, acaba como un refugiado más en un barco atestado de ilegales de los que llegan a Italia en busca de una tierra de promisión. Amelio nos recuerda que todos somos potenciales apátridas, que un simple giro del destino puede acabar con esa -falsa- sensación de seguridad en la pertenencia tan propia de los países occidentales.

Y agazapado bajo el estilo elusivo, humorístico y de «fuera de campo» típico del finlandés Aki Kaurismaki, hay un bofetón a la hipócrita Europa y a su irresponsabilidad, atizado a través de un cuento fatalista de los que suele firmar este Buster Keaton de la dirección. En El Havre (2011) da la única respuesta digna ante el dato sin rostro, la crónica sensacionalista o el noticiero descontextualizado, que no es otra que apelar a la dignidad de la humanidad. Con todas sus contradicciones.

La vergüenza europea tiene su reflejo al otro lado del Atlántico, ese mar que durante siglos cruzaron los antepasados de quienes ahora se llaman patriotas y tapan con himnos y banderas las imágenes sangrantes de las consecuencias de la política migratoria del presidente Trump. Mucho antes de que el millonario supersistema (que no anti) llegara a la Casa Blanca, El norte (Gregory Nava, 1983) contaba el viaje terrible de Rosa y Enrique desde su pueblo maya hasta el país de las oportunidades. Mas de tres décadas después, el viaje se ha endurecido y también las condiciones de los inmigrantes ilegales en suelo estadounidense.

Porque hay otro lado, claro. Los de quienes defienden su «casa» amenazada; su «raza» que creen de un solo color; sus «tradiciones» o su «religión» contra el extraño, el diferente, el extranjero, el hereje, el maldito y sobre todo, el pobre. Como ocurrió siempre. De ellos se aprovechan los pastores avisando a gritos de que viene el lobo hobbesiano, abrazando el «malismo» como respuesta al odiado «buenismo». Son formaciones y gobiernos de raigambre xenófoba, racista y fascista, hambrientos de votantes arrasados por la crisis económica y el derrumbe del estado de bienestar. ¿Qué pensaría Rosellini de todo esto? Seguro que haría una película. Como tantos cineastas actuales luchando cámara en mano contra el silencio, la muerte y el olvido: Siria, una historia de amor (Sean McAllister, 2015), Fuocoammare (G. Rosi, 2016), Lampedusa en Winter (J. Brossman, 2015), Nacido en Siria (Hernán Zin, 2016), Contramarea (Carlos Escaño, 2016), In the crosswind (Martti Helde, 2014); To kyma: rescate en el mar Egeo (David Fontseca, Arantza Diez, 2016), Il villaggio di cartone (Ermanno Olmi, 2011), 14 km (Gerardo Olivares, 2007); Honeymoon (Goran Paskaljevic, 2009). Macondo( Sudabeh Mortezai, 2014) y muchos más.

Desde la ficción, el ensayo fílmico o el documental, desde idiomas diferentes y distintos países, miles de imágenes lanzadas como salvavidas, como barcos de rescate, navegando a través del tiempo para recuperar el rostro, la voz, la dignidad de quienes lo han perdido todo. No cabe duda: algún día serán ellos y sus hijos y sus nietos quienes cuenten su historia, para que el mundo y quienes lo habitan salgan fortalecidos tras la tragedia.

Pilar Ruiz, periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película, Los nombres de Alicia, 2005, y después escribió dos novelas: El Corazón del caimán y La danza de la serpiente (Ediciones B). 

Fuente: https://ctxt.es/es/20180620/Culturas/20268/cine-refugiados-Elia-Kazan-Rosellini-Pilar-Ruiz.htm