Las hijas se encargan de poner en circulación los archivos, de exponer ante una comunidad quebrada la memoria, verdad en vida de su padre, así como la verdad judicial sobre su muerte.
Lectura de Sofía Brito en el lanzamiento del libro «Volver a reír» de Cecilia Prats.
Volver a reír es la toma de la palabra como acto de justicia. No cualquier justicia, no aquella de los formalismos del proceso judicial. No cualquier justicia es sanadora. No siempre las verdades establecidas por los tribunales son suficientes. Esta justicia se concreta en la escritura que permite reivindicar una vida de lucha, de la lucha de las hijas: “He escrito este libro para compartir lo que he vivido por ser hija de un personaje público que fue víctima de la envidia y de la traición de un dictador chileno que estuvo en el poder durante 17 años” (p.25), comienza narrando la presentación de este testimonio.
La conmemoración de estos cincuenta años de existir y resistir la dictadura nos pilla a quienes nacimos en los noventa y después, habitando un modo extraño de relacionarnos con la memoria del horror. Diferentes discursos buscan horadar el potencial liberador que ha tenido para los pueblos de América Latina la lucha por los derechos humanos. La tesis de los dos demonios vuelve a imponerse. Políticos e intelectuales señalan el proyecto de la Unidad Popular como el origen o la razón por la cual fue a sus ojos “necesario” el terrorismo estatal que instaura la Junta Militar, con sus diversos organismos de represión. El llamado a la intervención de las fuerzas armadas en conflictos sociales; la normalización del estado de excepción constitucional en el Wallmapu; las constantes violaciones a los derechos humanos que hoy se cometen en los centros penitenciarios del país; la revitalización del debate sobre la pena de muerte; la desvalorización de la democracia y los derechos sociales, han vuelto a encapsular ese “asunto de la memoria” como problema privado y del pasado.
Tengo la sensación de que la lucha contra dicho encapsulamiento logró darse de manera sostenida —pese a las complejidades de la época— gracias a la acción de múltiples organizaciones, agrupaciones, defensores de derechos humanos, que desde la acción colectiva lograron intervenir el relato hegemónico de la guerra civil, o aquel que se refiere a los excesos en que caen algunos funcionarios del Estado y las Fuerzas Armadas. Fue con esa lucha que al cumplirse treinta años del golpe de Estado, cuando yo tenía aproximadamente diez años, el Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura establece definitivamente las acciones criminales de la dictadura como una práctica institucional del Estado. Fue con esa lucha que lograron llevarse adelante juicios contra los perpetradores de dichos crímenes. Con esa lucha que algo de la memoria deshilachada logró calar al menos cada 11 de septiembre en el debate nacional. Pero luego de la revuelta social, y los consecuentes fracasos constituyentes, un nuevo manto de niebla cayó también sobre nuestra relación con lo que puede y no decirse, hablarse, recordarse, lo que debiese “quedar ya en el pasado”, lo que puede o no pensarse según la época en que naciste, donde estuviste, y cuál es la herida que marca tu genealogía.
¿Cómo seguir entonces, hoy, relatando la dictadura?
El texto de Cecilia Prats Cuthbert aborda, desde una profunda resiliencia y generosidad con las nuevas generaciones, los más de treinta y seis años de insistencias en el poder judicial o LA JUSTICIA CON MAYÚSCULA para que reconozca la responsabilidad de criminales que, desde la ilegítima ocupación del aparato estatal, organizaron el asesinato de sus padres. Toma como punto de partida el lugar del descanso de las víctimas, los funerales en medio del miedo, en que se hacen nuevamente presentes las palabras del propio general Prats ante la muerte del general Schneider:
“… los chilenos se han arrodillado para elevar sus plegarias al cielo, en un anhelo supremo, que vuelva la cordura a los espíritus y que impere la concordia ciudadana, para que no desintegremos la comunidad nacional y marchemos adelante en una genuina democracia, optando por la ruta constructora del sacrificio solidario”. («Memorias. Testimonio de un soldado», Carlos Prats).
El 74 transcurrió, de manera borrosa o inamovible, tal como si el paisaje se hubiese petrificado y el único movimiento perceptible fuese el de los cuerpos. No, no los cuerpos, sino las piernas ensayando pasos subrepticios para abrirse camino en una nueva realidad. Ese año sombrío, el año del bombazo en Buenos Aires, instauró el tiempo deliberado y sistemático de las torturas, de las balas, los asesinatos, los despidos, las desapariciones, los nuevos requisitos, relata en puño y letra la escritora Diamela Eltit.
Desanclándose de aquella narrativa de cifras, de informes gubernamentales, de memoria estatal o higienización de la ideología de las víctimas, la escritura de Cecilia Prats nos conduce a comprender la persecución política de su padre, dada su posición constitucionalista, la razón por la cual fue necesario un cambio constitucional, de modo que no solo violenta, sino que también jurídicamente, pudiese ampararse el régimen ante la lucha por la justicia de sus opositores.
Ese régimen que impone por la fuerza de las armas y de la ley una política de exterminio a quienes defendían la legítima elección popular de un presidente.
Fue entonces necesario también, para acabar con dicho germen constitucionalista, redactar la Constitución de 1980, en que la soberanía deja de residir en el pueblo, para constituirse en aquel concepto abstracto de nación única, monolítica, centralizada, en que el poder político mira con sospecha el poder del pueblo; separa política de sociedad; instaura la desconfianza y soledad neoliberal del no asociarnos, no sindicalizarnos, no reunirnos, no encontrarnos. No compartir, no concertar, ni soñarnos desde los disensos.
Las memorias del general Prats reflejan el signo de urgencia ante lo que estaba por venir. Cecilia lee, recuerda y recalca con especial preocupación esos últimos días de sus padres, esta escritura de quien no pretende ser ni héroe ni mártir, sino que ama y piensa las diversas dimensiones de ese trágico dilema chileno entre la profesionalización del ejército, como del derecho de autodeterminación nacional frente a las presiones intervencionistas: “Algunos creían que la dictadura conduciría luego al país a nuevas elecciones. Mi padre les adelantó que si las Fuerzas Armadas intervienen, iba a ser cruento y doloroso para los chilenos y que se quedarían por mucho tiempo” (p.38).
Las memorias de Cecilia, en este sentido, nos entregan una metamorización, una especie de memoria sobre las memorias de su padre, el desafío al cual se encomendaron las hijas:
“Otra preocupación que teníamos en esos momentos, junto al de poder llevar los cuerpos de nuestros padres a Chile y darles sepultura en su país, era el poder llevarnos los manuscritos del libro, resguardarlos, y en algún momento publicarlos como era su deseo. No era fácil, no podíamos arriesgarnos a que nos lo quitaran; sentimos que era muy importante mantenerlos ocultos, ya que no sabíamos cómo seríamos recibidas en Chile, con qué restricciones nos íbamos a encontrar” (p.57).
Páginas escritas en papel roneo, pedazos de hojas y flechas que sobresalen de los apuntes. Imagino ese momento en que la hija menor del general Prats asume como posta, como parte del legado de su padre, como un modo de darle eterno descanso, el que aquellos apuntes que intentan dar verdad en su testimonio sean conocidos, que sea juzgada, aunque póstumamente, su consecuencia, ante la ocultación y tergiversación de la información con que sus ex camaradas de armas promovieron la destrucción de aquella doctrina defendida por el general Schneider y que él mismo también se esforzó por cautelar.
“Para el resto de mis compatriotas —especialmente para quienes fueron directos espectadores o protagonistas de los diversos hechos que específicamente comento— estas pruebas testimoniales serán útiles, como elementos de juicio, para corroborar o reajustar su propia apreciación de la gravísima coyuntura política que terminó por sumir en inescrutable incertidumbre el porvenir de Chile.” («Memorias. Testimonio de un soldado», Carlos Prats).
El traslado y resguardo de las fotocopias envueltas en paquetes de regalo. El hermano de su madre viaja con un paquete en su maletín, sin saber qué contenía. Las defensas del libro. Las implicancias del sistema de censura de la dictadura y su cambio en 1983. La valentía de tantos escritores y libreros que se atrevieron a poner las verdaderas memorias en circulación. ¿Qué se recuerda cuando el dolor no amaina?… Entre el acoso mediático, expuesta ante los medios de comunicación, la reverberación del miedo.
“Durante los viajes que realizamos a Buenos Aires luego del atentado, no podíamos dejar de preocuparnos por nuestra seguridad; era posible que fuéramos vigilados, era posible que siguieran nuestros pasos, siempre encaminados a investigar la verdad de lo sucedido” (p.81).
El testimonio ha hecho posible la condena del terrorismo de Estado; la idea del “nunca más” se sostiene como consigna porque sabemos a qué nos referimos cuando deseamos que eso no se repita, nos dice la escritora argentina Beatriz Sarlo. Como instrumento y como modo de reconstrucción del pasado, allí donde otras fuentes fueron destruidas por los responsables, los actos de memoria son piezas centrales para las democracias. Ninguna condena contra los violadores de derechos humanos hubiera sido posible, ni será posible, sin estos actos de memoria manifestados en los relatos de las víctimas, de los testigos.
Las hijas se encargan de poner en circulación los archivos, de exponer ante una comunidad quebrada la memoria, verdad en vida de su padre, así como la verdad judicial sobre su muerte. Relocalizar estos documentos habilita hoy otras lecturas posibles. La búsqueda de la reparación histórica de las hijas no tiene otra obsesión que la de un futuro más justo. Por ello su fuerza incluso al reunirse con Pinochet. Emprender el viaje a buscar los restos de sus padres. Rememorar las amenazas y la solicitud denegada de pasaportes para salir de Argentina. La reivindicación de la historia de su madre. Los afectos.
“Cuando viajo a Buenos Aires vuelve a mi memoria el último día que los vi. Todas las veces que he salido a la pista a tomar el avión, miro hacia atrás, y ahí está mi madre despidiéndose con los ojos, pidiéndome que me quede, y yo la vuelvo a mirar pidiendo que me diga que lo haga. Me detengo, quiero volver a ellos, abrazarlos, decirles que los quiero, que quiero cuidarlos, que me preocupan, que no quiero verlos tristes, pero sigo hacia el avión que me llevaría de vuelta. Me pareció que, en ese momento, era lo que debía hacer, lo que correspondía por las circunstancias que vivíamos” (p. 53).
A su vez, una especial lectura sobre el deber. Una cierta ética que le corresponde a la función pública. Una política de la austeridad que recorre la vida militar de su padre, como su trabajo de empleado administrativo en una fábrica de neumáticos en Buenos Aires.
Diamela Eltit nos habla del deber de algo parecido a “la verdad”, la sepultura simbólica definitiva para sus padres. La dedicación de una vida a la reparación. La lucha judicial y la escritura como un modo de gritar la verdad (p.121), como nos dice la autora. Los recorridos, las calles caminadas de la verdad y la justicia. Escribir como contribución contra el olvido frente a lo que se piensa que podría ser o llegar a ser un quiebre institucional, y a la vez, no negar lo que sucede a cincuenta años: la corrupción de las Fuerzas Armadas y el abuso de niñas, niños y adolescentes por parte de la iglesia.
No negar. No pasar por alto. La celebración del triunfo del No en La Serena, sus trayectos de vida personal cruzados por este quiebre doloroso. Construir una vida desde la grieta trizada por la historia íntima que es a la vez la historia social y política de un país.
¿Cómo hacer que el recuerdo escrito se vuelva memoria?, y los relatos transicionales que encandilaron nuestra infancia con un “de eso no se habla” o con el mandato de que hay cosas que se comentan solo en casa, que son compartimentadas, o han sido selladas por el dolor del silencio, sean contados como parte fundamental de nuestra educación política, como garantía de no repetición no solo para quienes somos familiares, sino para la sociedad toda. Como daba cuenta Carlos Prats:
Toda dictadura es oprobiosa y deprimente, porque representa a la minoría entronizada por la fuerza del poder. Todo régimen dictatorial, para mantener su inestable equilibrio, debe recurrir a métodos de barbarie que angustian al espíritu ciudadano y repugnan a las conciencias limpias.
Agradezco esta publicación de LOM ediciones. Pienso que el anhelo del general Prats de que sus escritos, su experiencia, logre ocupar un lugar de preferencia en la sensibilidad y en la emoción de la generosa juventud chilena, se hace presente en el testimonio de Cecilia como lectura necesaria para las nuevas generaciones. Muchas gracias por permitirnos conocer tu historia a las nietas. La memoria de las hijas, que es la memoria de nuestros pueblos.
Sofía Brito es escritora y activista feminista. Licenciada en Ciencias Jurídicas y Sociales. Coordinadora del libro Justicia feminista al borde del tiempo. Investigadora en procesos de participación ciudadana y procesos constituyentes latinoamericanos. Siendo estudiante participó del «Mayo fe-minista» en Chile. Es coautora de La Constitución en debate editado por Lom ediciones en 2019, así como compiladora del libro Por una Constitución feminista, editado por Pez Espiral en 2020. Actualmente desarrolla proyectos de innovación en democracias digitales desde los feminismos críticos como encargada de participación ciudadana en la consultora Afecto.