Para muchos observadores, las movilizaciones masivas de octubre de 2019 parecieron espontáneas; sin embargo, el trabajo de Bruey nos obliga a reflexionar sobre cómo los sectores marginados de la sociedad han mantenido la conciencia política y el activismo durante más de medio siglo, a pesar de la manera en que han sido retratados por la clase política y los medios de comunicación.
“El libro de Bruey es una lectura esencial para académicos y estudiantes que deseen comprender la historia del activismo, los derechos humanos y los pobres urbanos bajo Pinochet, además de las herencias del neoliberalismo y la violencia que millones de chilenos luchan por desmantelar hoy”
Brandi Townsend
El significado de la dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1990) y la posterior transición a la democracia han sido, durante mucho tiempo, temas de debate tanto académico como popular, especialmente en la investigación sobre las luchas por la memoria que ha experimentado un auge en los últimos 15 años. Los estudios también han explorado las continuidades políticas y económicas entre la dictadura y los gobiernos de transición, así como los roles y experiencias tanto de los trabajadores como de las élites. Alison Bruey, sin embargo, se centra en unos actores que a menudo son pasados por alto: los pobres urbanos de las poblaciones.
Es bien sabido actualmente que los pobladores estuvieron entre los principales protagonistas de las protestas masivas de mediados de la década de 1980. Sin embargo, como señala Bruey, los estudiosos, así como los medios de comunicación y la élite política, han minimizado la importancia de la contribución de los pobladores al fin del régimen de Pinochet, al presentar sus acciones como no calculadas. Según demuestra Bruey, la dictadura calificó a las poblaciones como focos de marxismo y fueron objeto de ataque con violencia estatal. Sin embargo, los gobiernos de transición hicieron poco para reivindicar a los pobladores en los años posteriores a la dictadura. En cambio, pintaron a los pobladores como delincuentes involucrados en una violencia innecesaria y sin discernimiento. Esto, sostiene Bruey, cristalizó la narrativa de una transición pacífica y mediante elecciones hacia la democracia, adecuadamente conducida por la clase política de élite y que buscó justificar la represión a los pobladores por parte de los propios gobiernos civiles.
Bruey desacredita ese mito al considerar a los pobladores como actores políticos legítimos y agentes de cambio histórico. Basándose en historias orales y una amplia investigación de archivos, ella sostiene que, de hecho, los pobladores hicieron posible la caída de la dictadura a través de una tradición de organización de base que precedió largamente al golpe de Estado de 1973. Además, al enfatizar las experiencias vividas por los pobladores, Bruey descubre cómo las nociones locales de derechos humanos se desarrollaron de manera concreta. Tomando las poblaciones emblemáticas de Villa Francia y La Legua —comúnmente consideradas violentas y combativas— , Bruey explora el impacto de los marxistas, así como de los católicos que promovieron la teología de la liberación, en la construcción de un movimiento de base en las poblaciones. Una de las principales fortalezas del libro es su tratamiento de las divisiones generacionales por sobre la ideología y la estrategia organizacional, hallazgos que surgen en gran medida a partir de indispensables historias orales. De este modo, Bruey permite a los lectores ver a los pobladores no como un grupo homogéneo, sino como colectividades con actores y perspectivas variadas.
El libro contiene una introducción, seis capítulos y un epílogo. El capítulo 1 ofrece una historia de La Legua y Villa Francia, en la que se presenta a los lectores a los activistas católicos y marxistas (y marxistas-católicos) que ayudaron a comenzar los esfuerzos de organización para la vivienda de bajos ingresos en las décadas de 1960 y 1970. Los capítulos segundo y tercero exploran las experiencias y recuerdos de los pobladores del golpe de Estado de 1973 y la primera década de la dictadura. Un cuarto capítulo, que sirve de pivote, analiza las prácticas de resistencia y solidaridad que surgieron frente a la represión del régimen. Aquí, Bruey analiza las diversas influencias sobre la organización de base en las poblaciones y los espacios —como la Iglesia del Cristo Liberador en Villa Francia— en los que tuvo lugar el trabajo diario de organización. Los dos últimos capítulos abordan la resistencia y las movilizaciones masivas contra la dictadura en la década de 1980, y el epílogo analiza las deficiencias de los discursos y prácticas de derechos humanos empleados por los gobiernos de transición y la represión que continuó mientras Bruey completaba el libro.
De hecho, Chile enfrenta actualmente una crisis social y política que ha puesto en duda los legados tanto económicos como políticos de la dictadura y los gobiernos civiles de los últimos 30 años. Para muchos observadores, las movilizaciones masivas de octubre de 2019 parecieron espontáneas; sin embargo, el trabajo de Bruey nos obliga a reflexionar sobre cómo los sectores marginados de la sociedad han mantenido la conciencia política y el activismo durante más de medio siglo, a pesar de la manera en que han sido retratados por la clase política y los medios de comunicación. El libro de Bruey es una lectura esencial para académicos y estudiantes que deseen comprender la historia del activismo, los derechos humanos y los pobres urbanos bajo Pinochet, además de las herencias del neoliberalismo y la violencia que millones de chilenos luchan por desmantelar hoy.
Reseña aparecida originalmente en The Americas 77-3 (2020).
Traducida por Patricio Tapia, con autorización de su autora.