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Resistencias, emergencias y no-lugares en el Reino de España

Fuentes: Rebelión

A Aime Cesaire. A Frantz Fannon En los tiempos del gallego, como tú, yo era un adolescente con una leve idea de lo que era justo y lo que no y una cierta intuición estética que sabía diferenciar lo sórdido de lo honorable. Pasado el tiempo, aquel lema del Fraguismo, gallego, como tú, lo interpreto […]

A Aime Cesaire. A Frantz Fannon

En los tiempos del gallego, como tú, yo era un adolescente con una leve idea de lo que era justo y lo que no y una cierta intuición estética que sabía diferenciar lo sórdido de lo honorable. Pasado el tiempo, aquel lema del Fraguismo, gallego, como tú, lo interpreto ahora, con la conciencia de un adulto con experiencia adquirida, como una suerte de marketing político magistralmente pensado por el equipo de propaganda de Don Manuel Fraga Iribarne.

Magistralmente pensado y maquiavélico, sin duda, porque todo vendedor de mitos y leyendas políticas sabe que los pueblos pobres e ignorantes – y la Galicia interior, ayer, como hoy, sigue siéndolo – se arrodillan ante un hombre con poder con la misma pasión con la que se arrodillan ante Dios o ante el párroco parroquial o municipal, que en la Galicia profunda viene a ser lo mismo, al menos, claro está, en sus sectores más tradicionalistas y conservadores. Es decir, mayoritarios.

Gallego, como tú era un lema que buscaba la emotividad y la auto-identificación colectiva del pueblo gallego con aquel ex fascista reconvertido al centro liberal que era Don Manuel: el ser más bruto, maleducado y pedante memorizador memotécnico de frases latinas que nunca he conocido en toda la fauna política española, capaz de presentar con orgullo, cuando era director del Instituto de Estudios políticos y sociales, a aquel jurista ex nazi llamado Carl Schmitt, hoy mundialmente conocido como el doctrinario teórico del estado totalitario.

Gallego, como tú era un lema que pretendía hacer sentir apelando a la identidad al mismo tiempo que conseguía hacer olvidar. El resultado, ya lo conocemos. Arrasó. Arrasó como arrasa el lema Gallego, a mi manera que retrata la post-moderna actitud y presentación de Don Núñez Feijoo ante las cámaras; si el Gallego, como tú insinuaba que por el hecho de ser gallegos todos tenemos algo en común y, por lo tanto, los matices y las diferencias quedan a un lado, insinúa, también, que la condición de gallego de Don Manuel era más importante que su condición de fascista. En contrapunto, el Gallego, a mi manera insinúa que hay tantas galleguidades como gallegos individuales y se pueden habitar en base al capricho individual de cada uno. Algo así como considerar, y perdonen por el simil, que Erasmo de Rotterdam era tan hombre y tan humanista como Jack el destripador, puesto que el segundo también ejerció, al fin y al cabo, y a su manera, su humanitas.

El discurso identitario apela siempre a la emotividad. Era tan eficiente en las ciudades-estado de la Hélade para generar acrítica fidelidad clánica u hostilidad recíproca entre nosotros y ellos como aún lo es hoy en día. Nada hay de nuevo en la susodicha ciencia del marketing político. Los hijos, de nuestros hijos, de nuestros hijos, de nuestros hijos, de nuestros hijos, etcétera, también preparaban meticulosamente la puesta en escena del Faraón de quien dependía su manutención como hombres sabios y consejeros. Dicho de un modo sencillo: en cuestiones relativas a la escenificación y justificación retórica del poder de las élites, absolutamente nada ha cambiado desde que el hombre es hombre. Buena prueba de ello dan los estudios de historia social sobre eso que nosotros llamamos civilizaciones antiguas a la hora de hacer una exploración de las múltiples formas en las que éstas manifestaban el poder de sus élites, a efectos estéticos y prácticos.

En lo que a Galicia se refiere, desde que tengo uso de razón, tanto desde el discurso político periférico como desde el discurso político de la capital de estado, ha imperado siempre el cómico pero asfixiante hábito mental de considerar que existen dos universos lingüísticos y culturales irreconciliables: el gallegófono y el castellanófono. Este hábito mental no es menos asfixiante que el que considera que la gallegofonía está restringida a las fronteras político-administrativas de Galicia, o que el que considera que la castellanofonía está restringida a las fronteras político-administrativas del estado español.

¿Se puede vivir en un no-lugar que reniega y se resiste a la concepción de la gallegofonía, de la castellanofonía y de la catalanofonía como destinos únicos en lo universal perpetuamente enfrentados entre sí y, por si no fuera poco, restringidos sólo a las fronteras político-administrativas del Reino de España? Yo, humildemente, creo que sí. Y es más, considero que este no-lugar es el lugar en el que pueden germinar energías culturales y políticas que ofrezcan resistencia a la sacralización colectiva de unívocos y excluyentes sentimientos culturales de pertenencia en el Reino de España.

Yo soy un habitante de ese no-lugar. Ni absolutamente real ni absolutamente imaginario. Ni absolutamente pensante ni absolutamente sintiente. Ni absolutamente personal ni absolutamente colectivo. Ni absolutamente confesional ni absolutamente mundano. Ni absolutamente autóctono ni absolutamente extranjero. Ni absolutamente filosófico ni absolutamente científico. Ni absolutamente bueno ni absolutamente malo. Ni absolutamente oral ni absolutamente escrito. Ni absolutamente libre ni absolutamente determinado. Ni absolutamente móvil ni absolutamente estático. Ni absolutamente loco ni absolutamente cuerdo.

Yo soy, sí, un habitante de ese no-lugar. Un lugar habitado por la crisis, por el dolor, por el conflicto, por el grito, por el disenso, por la crítica, por la memoria, por la rabia y por el inconformismo que emana de todas las tradiciones y contemporaneidades culturales y políticas del Reino de España. Yo soy ni más ni menos que la circunstancia y el efecto de una profundísima crisis social y civilizatoria que me obliga, como escritor, sociólogo y activista, ciudadano, a comprometerme.

A veces, por las noches, sueño con un lugar habitado por la serenidad, por el placer, por la concordia, por la ternura, por el pacto, por el agradecimiento, por el amor y por la reconciliación con el mundo y conmigo mismo. Entonces, de vez en cuando, es cuando me reencuentro conmigo mismo, cara a cara, frente al espejo de la conciencia. Entonces, de vez en cuando, veo al esclavo moderno que hay en mí y que quiere devenir libre y feliz para tomar las riendas de su propia vida.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.