La semana pasada, miles de personas se congregaron en Bonn, Alemania, para participar de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocida como » COP 23″, una especie de «pequeña ciudad Potemkin» de burócratas, políticos, ambientalistas, periodistas y personal local de apoyo, organizada bajo fuertes medidas de seguridad. A sesenta kilómetros de […]
La semana pasada, miles de personas se congregaron en Bonn, Alemania, para participar de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocida como » COP 23″, una especie de «pequeña ciudad Potemkin» de burócratas, políticos, ambientalistas, periodistas y personal local de apoyo, organizada bajo fuertes medidas de seguridad. A sesenta kilómetros de allí, en el bosque de Hambach -de 12 mil años de antigüedad-, un nutrido grupo de activistas se encontraba defendiendo el antiguo bosque desde sus casas construidas sobre los árboles, en el marco de una lucha permanente para evitar la destrucción de este inusual ecosistema y detener la expansión de la mayor mina a cielo abierto de Europa, un extenso hueco en la tierra de donde la empresa de energía RWE extrae lignito, también conocido como carbón marrón, el carbón más sucio del planeta. Sobre ambos encuentros se cernía la sombra de las políticas adoptadas por el presidente estadounidense Donald Trump, que el 1° de junio anunció que retiraría a Estados Unidos del Acuerdo de París, el tratado internacional en materia de cambio climático negociado por todos los países del mundo.
Asad Rehman, director ejecutivo de la organización War on Want, con sede en Londres, afirmó desde la COP 23 en una entrevista con Democracy Now!: «Aunque Estados Unidos anuncie su retirada, sigue teniendo un papel muy destructivo. Donald Trump vino aquí con el apoyo de sus amigos de la industria de los combustibles fósiles. Vino aquí a arruinar las negociaciones sobre el clima». La » COP » o «Conferencia de las Partes» de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático se hace todos los años en diferentes ciudades del mundo.
En 2015 se hicieron grandes promesas en París: cada signatario del Acuerdo de París se comprometió de forma voluntaria a reducir sus emisiones de dióxido de carbono. En teoría, si las partes cumplen con lo prometido, entonces el aumento de la temperatura mundial por encima de los niveles preindustriales no superará los 1,5, o en el peor de los casos, los 2 grados Celsius, y así se podrán evitar las peores consecuencias de las alteraciones climáticas. Los países ricos, responsables de la mayor parte de las emisiones de carbono contaminante vertidas a la atmósfera hasta la fecha, se comprometieron a transferir cientos de miles de millones de dólares a los países más pobres para que puedan recuperarse del daño climático ya provocado y aspirar a una senda de desarrollo basada en la energía renovable.
Como respuesta a Trump, la sociedad civil estadounidense creó la coalición «Seguimos dentro del acuerdo», formada por más de 2500 funcionarios electos, gobiernos estatales y locales, directores ejecutivos, empresas, universidades, líderes religiosos y organizaciones de base comprometidas con cumplir con las metas establecidas en el Acuerdo de París, ya que el gobierno de Trump no lo hará. Es una gran coalición y no está exenta de desacuerdos. Mientras el gobernador de California, el demócrata Jerry Brown, pronunciaba un discurso en Bonn, los manifestantes comenzaron a corear «El fracking de California propaga la contaminación» y «Déjenlo bajo tierra», en referencia al gas y al petróleo. Desde su estrado, Brown le respondió a un activista indígena: «Bajo tierra. Estoy de acuerdo contigo. Bajo tierra. Vamos a ponerte a ti bajo tierra para que así podamos continuar». La imagen nefasta de un gobernador blanco que amenaza con poner a un indígena estadounidense bajo tierra no se le escapó a nadie.
Hace justo un año, mientras en Estados Unidos se celebraba el Día de Acción de Gracias, una festividad basada en el encubrimiento sistemático del genocidio colonial contra los indígenas estadounidenses, la resistencia liderada por los indígenas contra el oleoducto Dakota Access en el territorio tribal de los sioux de Standing Rock en Dakota del Norte era sometida a una violencia estatal cada vez más fuerte. Diversas fuerzas policiales y la Guardia Nacional dieron rienda suelta al uso de armamentos considerados «no letales», arremetiendo con balas de acero recubiertas de goma, gases lacrimógenos, gas pimienta, dispositivos de sonido LRAD y cañones de agua contra los manifestantes, en medio de temperaturas bajo cero. Los sioux de Standing Rock se refieren al oleoducto como «la serpiente negra», ya que transporta el petróleo obtenido mediante fractura hidráulica desde los yacimientos de Bakken, en Dakota del Norte, hasta la costa estadounidense del golfo de México, atravesando Dakota del Sur, Iowa e Illinois. La llegada de la serpiente negra al territorio lakota se vaticinó hace tiempo.
El jueves pasado, mientras la COP 23 entraba en su recta final, se descubrió un gran derrame en el oleoducto de Keystone, en Dakota del Sur. Unos 800.000 litros de petróleo se filtraron desde el oleoducto, mientras TransCanada, la empresa propietaria del oleoducto, pretendía obtener el permiso final de la Comisión de Servicios Públicos de Nebraska para construir el oleoducto Keystone XL. A pesar del derrame, la Comisión otorgó el permiso para que el polémico Keystone XL transporte petróleo obtenido a partir de arenas bituminosas tóxicas desde Canadá a la costa estadounidense del golfo de México, una región habitualmente azotada por huracanes, para refinarlo. Tras años de resistencia, el presidente Obama finalmente detuvo la construcción del oleoducto. Tan pronto llegó a la presidencia, Trump se jactó de autorizar la construcción y entrada en funcionamiento de los oleoductos Keystone XL y Dakota Acces.
Nuevamente en el bosque de Hambach en Alemania, los activistas se están preparando para enfrentar a la RWE y a la policía alemana, que tienen previsto allanar sus casas en los árboles, arrestarlos a todos y talar el 10 por ciento que queda del bosque antiguo. Una defensora del bosque llamada Indigo afirmó: «El problema es el sistema en el que vivimos. Si es legal que una empresa destruya el planeta entero, entonces es también hora de resistir contra el poder estatal». Sobre la COP 23, que estaba teniendo lugar cerca de allí, agregó: «Es hora de que asumamos la responsabilidad por nuestras propias vidas y creemos un mundo que nos dé el poder de actuar por nosotros mismos, en lugar de esperar a que otros solucionen nuestros problemas».
Un día antes de la inauguración de la cumbre sobre el clima, 4500 personas marcharon hacia la mina a cielo abierto y paralizaron los trabajos durante el día. Cerca, en lo que queda del bosque ocupado, se colgó una pancarta entre dos robles antiguos. En ella se podía leer: «Respeta mi existencia o espera resistencia».
© 2017 Amy Goodman
Traducción al español del texto en inglés: Mercedes Eguiluz. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, [email protected]
Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 800 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 450 en español. Es co-autora del libro «Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos», editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.
Fuente: https://www.democracynow.org/2017/11/22/respect_existence_of_expect_resistance