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Respuesta a Manuel Martínez Llaneza

Fuentes: Rebelión

Resulta bastante chocante que Martínez Llaneza nos acuse de llamar canallas, asesinos y torturadores a «los comunistas» en un libro que, nada más abrirlo, se descubre que está dedicado… «a los comunistas». O estamos dedicando el libro a una banda de canalllas, asesinos y torturadores o aquí hay un malentendido. Sentiríamos mucho que Martínez Llaneza […]

Resulta bastante chocante que Martínez Llaneza nos acuse de llamar canallas, asesinos y torturadores a «los comunistas» en un libro que, nada más abrirlo, se descubre que está dedicado… «a los comunistas». O estamos dedicando el libro a una banda de canalllas, asesinos y torturadores o aquí hay un malentendido. Sentiríamos mucho que Martínez Llaneza (a quien admiramos precisamente por comunista y con quien hemos compartido la resistencia contra las reformas universitarias) se obcecara en aferrarse a la primera interpretación. Parece más verosímil que se trate de un malentendido. En efecto, cuando en el párrafo que cita nos referimos al Partido Comunista, es evidente que no estamos hablando de lxs combatientes honrados del Quinto regimiento, lxs brigadiastas internacionales o lxs defensores de Madrid (que son, junto a todxs lxs demás comunistas, incluidos, sí, lxs milicianxs del POUM y lxs combatientes libertarixs, a quienes dedicamos el libro). Cuando en el párrafo que cita Llaneza (aunque lo cita recortado) hablamos del Partido Comunista, nos referimos sólo a los burócratas que no dudaron en mentir a sus propios militantes para imponer el disparate teórico que rechazamos en nuestro libro y que constituía entonces la doctrina oficial del Komintern.

Pensamos que tiene razón Llaneza en que deberíamos haber precisado más, pero es absurdo pretender que alimentamos malintencionadamente ese equívoco.

Dicho esto, habría que hablar sobre la pertinencia de sacar el tema en ese momento del libro. La verdad es que el asunto está en una especie de nota a pié de página, en un espacio que reservamos para cosas que no suelen ser imprescindibles en el hilo conductor. Se trata de un ejemplo más de utilización, por parte de la tradición marxista, de una supuesta teoría de la sucesión de modos de producción según leyes dialécticas inexorables (de eso sí es de lo que estamos tratando ahí). Eso era el abecedario estalinista y por supuesto que ese tipo de argumentación estuvo siempre en todo momento sobre la mesa.

Otra cosa muy distinta es si esa argumentación fue la causante de los acontecimientos. Por supuesto que eso no sería muy materialista defenderlo. Pero el caso es que, en las líneas que Llaneza se salta con los corchetes lo que decimos es muy distinto. Lo que decimos es que respecto a la política de alianzas con la burguesía propia del frente popular había muy buenos argumentos a favor, precisamente por la coyuntura concreta de la lucha de clases nacional e internacional. Argumentos sólidos y discutibles, que fueron y siguen siendo eternamente discutidos, pero que no son el caso aquí. Porque lo que nosotros estábamos tratando era de la cobertura ideológica con la que se acompañaba esos argumentos por parte de los intelectuales del Komintern. Nuestro asunto era un disparate teórico que es sólo un disparate teórico… para empezar.

Eso sí, no creemos que haya que ser «tan marxista» y «tan materialista» como para negar todo tipo de eficacia política a los disparates teóricos. ¿Para qué los combatiríamos, entonces? No son las ideas buenas o malas las que mueven el mundo, desde luego, pero influir sí influyen un poco, por ejemplo, en fusilar un poco más o menos, con más convicción o con menos. A los fusilados eso les afecta bastante.

En el lugar de los corchetes que señala Llaneza decimos: «Había sin duda buenos motivos para optar por una u otra estrategia política o bélica. Pero, independientemente de ello, la cobertura ideológica con la que el Partido Comunista acompañaba sus argumentos era intolerable». Por tanto, todo el resto del párrafo, tiene que ver ¡ni siquiera con los argumentos! ¡sino con la cobertura ideológica con la que se los contaban a sí mismos! No hay ahí la menor explicación causal sobre lo que ocurrió. Solo estamos hablando sobre lo que ellos se contaban sobre lo que ocurrió… ¿Llaneza dice que esas ideas «filosóficas» no estaban en el aire, que no eran las oficiales del Partido, que no las conocía nadie? No sabemos si es eso lo que dice. Lo que nosotros decimos es: los argumentos eran -quizás- erróneos -y quizás no-, su cobertura ideológica era, eso sí, un disparate. Eso no provocó que se perdiera la guerra, ni a lo mejor siquiera que se combatiera el trotskismo (lo que ellos llamaban trotskismo) o el anarquismo con más convicción. Pero el delirio ideológico en cuestión era un delirio y eso es lo que decimos en el libro. Creemos, sí, que los delirios ideológicos tienen efectos políticos, pero no desde luego que determinen o configuren las coyunturas específicas de la lucha de clases. Son más bien reconstrucciones a posteriori de lo que ahí se está jugando, pero tampoco son inofensivos. En España es posible que no tuvieran especiales efectos políticos -si lo dice Llaneza-, pero intentarlo lo intentaron (tanto en España como en el resto del mundo).

Por lo demás, insistimos en reconocer un error por nuestra parte: al hablar en ese párrafo de «Partido Comunista», deberíamos haber matizado mejor la diferencia entre combatientes honradxs y burócratas del Komintern. Sin embargo, creemos que no hay nada en nuestra trayectoria teórica y política que autorice a interpretar esa frase a la sombra de esta confusión.