El malecón de la ciudad de La Habana, Cuba, ha atestiguado desde hace 62 años la invaluable labor desempeñada por la Casa de las Américas a favor de la cultura de nuestra América.
En la historia de esta fundamental institución destacan, entre otros, los nombres de Haydee Santamaría, quien fuera la fundadora y primera directora de la institución en 1959, y el de Roberto Fernández Retamar, quien para 1965 comenzó a dirigir la Revista Casa de las Américas, llegando a estar a cargo de más de 250 números, siendo esta una de las publicaciones más significativas para la difusión-análisis y la discusión social-literaria de Latinoamérica y el Caribe que ya cuenta con 301 números, en donde las plumas más reconocidas han encontrado eco a sus ideas, provocando un movimiento cultural que ha venido acompañando a las transformaciones sociales que desde 1959 tras el triunfo de la Revolución cubana se suscitan. En 1986, Retamar comenzó a encabezar los trabajos de la Casa de las Américas, contribuyendo a su impulso y su consolidación como la institución más importante para el pensamiento latinoamericano y caribeño.
Tanto la institución como la revista, resumen con sus acciones, el florecer de nuevas voces literarias en el mundo, particularmente del movimiento renovador cultural de nuestra América, siendo la notable conducción de Retamar de ambas el aseguramiento de su trascendencia. En cuanto a la crítica literaria en particular, Retamar aportó análisis de trascendencia, en su obra Para una teoría de la literatura hispanoamericana (1995), argumenta que la literatura latinoamericana existirá y se nutrirá gracias a los avances del pensamiento crítico autóctono, siendo la esencia regional y continental la médula que nutre la existencia de lo específico latinoamericano, a decir de Retamar las “creaciones tienden a expresar nuestros problemas y afirmar nuestros valores propios, sin dejar de asimilar críticamente variadas herencias, y contribuye así, de alguna manera, a nuestra descolonización”. No se trata de negar lo universal, sino de hacer de lo particular y original de nuestra América una parte de esa universalidad, una idea que José Martí pusiera en ejercicio en su ensayo Nuestra América como una pieza fundamental para la existencia misma de la identidad latinoamericana y caribeña frente a la continua amenaza de asimilación cultural neocolonial e imperialista.
Retamar resalta que lo diverso es específico en la realidad nuestra, eso mismo que pareciera hacer tan compleja la integración, es lo que enriquece y nutre las formas culturales de la región, es en la diversidad donde habita lo específico del ser latinoamericano y caribeño, por ello afirma en la misma obra ante las controversias que: “La crítica de los colonizados, la crítica colonizada no sólo es incapaz, por supuesto, de dar razón de nuestras letras, sino que, de modo más o menos consciente realiza una tarea dañina, al tergiversar la apreciación de una literatura cuyo mérito central es, precisamente, contribuir a expresar y aun a afirmar nuestra especificidad”. La literatura latinoamericana está lejos de ser una unidad homogénea, al contrario, es un todo heterogéneo, crítico y reflexivo sobre su propia raíz y su propio ser, es una ruptura con el canon tradicional sin buscar ser uno nuevo. La literatura latinoamericana y caribeña es la búsqueda permanente de la esencia histórica y actual de lo que conforma cada expresión viva en los confines de nuestra geografía diversa.