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Los ricos que ahora urbanizan el rural exigen los servicios públicos que fueron negados a miles de pueblos que desaparecieron por desatención pública

Retorno al rural, pero en chalé

Fuentes: Rebelión

Leo en un periódico sensacionalista -es decir, en un periódico actual- un titular que dice algo así como que «Sólo x (no recuerdo el número, pero más de cien) guardias civiles vigilan x (tampoco recuerdo el número) urbanizaciones de la periferia de Madrid». El rotativo atiza, en definitiva, al Gobierno para que invierta más dinero […]

Leo en un periódico sensacionalista -es decir, en un periódico actual- un titular que dice algo así como que «Sólo x (no recuerdo el número, pero más de cien) guardias civiles vigilan x (tampoco recuerdo el número) urbanizaciones de la periferia de Madrid». El rotativo atiza, en definitiva, al Gobierno para que invierta más dinero en custodiar las viviendas de aquellas personas de rentas elevadas que abandonaron sus pisos caros de ciudad por chalés todavía más caros en el campo. Durante años, España ha sufrido un intenso despoblamiento del rural al que nuestro actual modelo socioeconómico respondió con cajas destempladas y con despropósitos exóticos y desesperados como el de aquellos «chicos de Plan» que pedían una partida de mujeres para asegurar la pervivencia de la la tribu. Los pueblos perdían población porque se les negaban servicios públicos con la excusa de que éstos resultaban muy caros porque atendían a muy pocas personas. Esto no era cuestión exclusiva de suministros de energía, infraestructuras de transportes, etc, sino que se ha presionado a muchos pueblos a desaparecer porque se fomentó la concentración escolar a lo bestia y los vecinos se quedaron sin colegios para sus hijos, y a la sanidad de sucedió otro tanto. Los del rural estaban condenados a emigrar a la ciudad si querían tener los derechos que les prometía la Constitución. Pero ahora llegan al rural unos tipos con sus urbanizaciones de lujo y exigen a la Administración lo que ésta negó siempre a los del pueblo, que estaban bastante más necesitados que ellos. Crean sus propias ciudades/guetto una y otra vez donde les conviene -hace años en el mismísimo centro urbano, hoy ocupando las más hermosas parcelas en el campo y en la costa- para distanciarse de la plebe y tienen el descaro de pedir que sean los de la plebe los que con sus impuestos les doten de los servicios de la ciudad que abandonaron. Ahora ya sabemos que el motivo del despoblamiento del rural se produjo porque los aldeanos no eran tan influyentes como los neorrurales y sus promotores urbanísticos.

Nota 1: Me sucedió este último domingo, paseando con un libro por el casco viejo de mi ciudad después de comer. Oigo, a una distancia notable, una voz que dice en tono agresivo «son basura»; poco despúes, se oye «había que matarlos», en referencia a un escaparate roto por algún gamberro. A medida que voy subiendo por la calle observo dos tipos que bajan con las piernas bien abiertas y con los brazos separados del cuerpo en pose de duelo de pistoleros, ocupando el centro de la calle. Uno de ellos clava su mirada en mí sin quitarse sus gafas de sol e insiste en amedrentarme gratuitamente con el gesto hasta que me echo a un lado y agacho la cabeza. Evidentemente, no me atrevo a decirle nada porque el tipo lleva una pistola a la cintura. Me digo a mí mismo que, con policías locales así, me siento más seguro con el gamberro que rompió el escaparate que con estos agentes si un día tengo un problema, y eso que a éstos les pago el sueldo para que hagan mi vida más tranquila.

Nota 2. Este artículo es un guiño/homenaje al periodista Pascual Serrano, que recientemente publicó un libro que debería ser de obligada lectura para nuestra profesión periodística. El título del libro es «Perlas. Patrañas, disparates y trapacerías en los medios de comunicación» y está editado por El Viejo Topo. Sin perder un segundo en concesiones estéticas, describe con algunos centenares de ejemplos cómo manipulamos o contribuimos a la manipulación de la realidad en los medios de comunicación para favorecer a los mismos de siempre. Lo que más me llama la atención del libro es que, aunque es evidente la ideología del autor, sólo tiene que apelar a la profesionalidad y a la honestidad para llevarse la razón en los casos que expone. Al margen de la ideología -que, no obstante, comparto-, lo único que denuncia son aquellos casos en los que el periodista -tenga la opinión que tenga- incumple con lo más mínimo de sus códigos profesionales de decir la verdad sin retorcerla u ocultando parte de la misma. Un libro muy recomendable.