Hay diferentes maneras de aproximarse a la crisis desde una perspectiva crítica. Un economista señalaría que el estado español ha destinado 36.600 millones de euros al pago de intereses de la deuda en 2014, cuando a prestaciones por desempleo se han destinado 24.400 millones. O que entre finales de 2007 y finales de 2013 en […]
Hay diferentes maneras de aproximarse a la crisis desde una perspectiva crítica. Un economista señalaría que el estado español ha destinado 36.600 millones de euros al pago de intereses de la deuda en 2014, cuando a prestaciones por desempleo se han destinado 24.400 millones. O que entre finales de 2007 y finales de 2013 en España se han destruido 1,1 millones de ocupaciones indefinidas; o el notable incremento de los impuestos indirectos; o el tipo efectivo del Impuesto de Sociedades que pagan las grandes corporaciones.
Otro modo de abordar la crisis es desde la ficción, desde la literatura comprometida, en la que más allá de cifras y series estadísticas, la ficción (o la realidad) escenifica personajes y situaciones, y la lucha de clases se materializa en una historia. Juan José Colomer Grau retrata el drama de la explotación y las dos caras de la crisis (la minoría privilegiada y la mayoría condenada a la exclusión) en un relato de 58 páginas -«El Hoyo«- recientemente publicado por Dyskolo Ediciones.
El autor -que ha publicado dos cuentos en la revista literaria Letralia y el conjunto de sus relatos en el blog «Tiempos de Nadie» -no es ajeno a la realidad que trata el libro. Con su licenciatura en Filosofía, le dio para trabajar como mozo de almacén, auxiliar de seguridad y administrador de una empresa textil. Hace algunos años que este valenciano reside en Zurich, donde combina el empleo en una compañía de ferrocarriles con la creación literaria.
La trama de «El hoyo» se compone de un pequeño reparto de personajes, que actúan sobre un trasfondo de explotación laboral y, más aún, de tráfico de carne humana. En el que la desesperación es la otra cara del privilegio; en el que la tragedia vital y la existencia arrojada al muladar es la contraparte del vicio y la falta absoluta de principios; y en el que el sufrimiento y el dolor (hasta límites insoportables) se contrapone al éxito y al «todo vale» por acceder a una vida de burgués. «El Hoyo» es un relato crudo, sin concesiones, directo, patético, cruento, caníbal… Un relato realista.
El autor no pone nombre y apellido a los personajes, tal vez porque funcionen como arquetipos o encarnen clases sociales. A pesar de la brevedad del relato, además, Juan José Colomer penetra en la psicología de los actores y describe su peripecia vital. Consigue, así, que los personajes transiten por la historia con cuerpo y emociones, con unos valores y sobre todo una posición en el entramado social. Todos ellos se insertan en una urdimbre que al lector se le ofrece en un estilo directo y sencillo, desnudo y sincero. Sin alambicaciones innecesarias. Casi siempre en un tono descarnado, como la realidad que describe.
Por un lado, una madre, que con el trabajo en una cadena de montaje saca adelante a su marido y dos hijos. Resulta despedida de la empresa de manera tajante, despiadada, inhumana, a causa de una enfermedad en el sistema nervioso, lo que le conduce a la intemperie vital. A ella y a los suyos. A partir de ese momento, se convierte en carne de cañón: una desempleada ya en edad madura que no cuenta para un mercado laboral sin alma.
Junto a ella, su marido (a quien el autor bautiza como «el mellado»), quien perdió el trabajo porque la empresa para la que laboraba perdió la concesión de la recogida de basuras. Recibió la correspondiente indemnización y en el relato aparece como condenado a una vida sin rumbo, con el botellín en la mano (así se calma y amodorra) y la mirada que asoma desde la ventana de su casa a la plaza del Camaleón (desde esa distancia contempla a una vida que le excluye). Ha renunciado ya a sus fantasías de una realidad mejor pero, pese a todo, el autor lo presenta con un buen corazón y solidario con su mujer.
En la vida de ambos aparece una muchacha inmigrante y sin papeles, que ingresó en el país como turista, con bolas de cocaína en el estómago y una esperanza: encontrar trabajo y un piso. En algún momento recurre a la prostitución («sólo mamadas en la entrada de los garajes»). Finalmente entra a trabajar en la casa de unos nacionales con posibles (el Supervisor y su esposa), que la tienen a prueba continuamente (sin firmarle un contrato) y le imponen unas condiciones laborales leoninas («llevamos corbata pero al fin y al cabo somos trabajadores como tú», le dice su jefe). La joven aguantaba con el fin de enviar 350 euros al mes a su país de origen. Pero las vejaciones sexuales de su contratador se hacen finalmente insoportables y abandona el trabajo.
El cuarto personaje que convive en el escenario es «la mujer rubia perfecta» (así la denomina el autor), sin principios ni valores, cuya única aspiración desde la infancia es medrar y consolidar una vida regalada. Afectivamente moribunda, a todo está dispuesta por alcanzar el confort burgués. Tirar de tarjeta de crédito y criar a los hijos en una burbuja de metacrilato. Su marido, el Supervisor, es el personaje en el que confluyen todos los actores, además de representar lo peor de la condición humana. Sin moral ni escrúpulos, parece más un cargo intermedio de una factoría que un gran potentado, pero su obsesión por mejorar de estatus y promocionar no mira freno. Castrado para la empatía y la fraternidad, entiende a las personas como meros objetos y, en el caso de las jóvenes inmigrantes, como carne cruda para las fauces de la bestia.
En este escenario de antropofagia, Juan José Colomer salpica la narración con frases escuetas y rotundas, que subrayan el rol de cada actor y su relieve moral. «La sucesión y la piscina climatizada se juegan entre las sábanas de rubias rumanas con cara de niña»; «mamá no quiere que crezcáis, pues si crecéis la haréis vieja y estropeada y dejaréis de pertenecerle»; «la vida perfecta de unos se sustenta sobre una polla en la cara, unos nervios agarrotados, unos dientes caídos» o «a las turistas del tercer mundo sólo les queda el derecho a desaparecer».
Otro acierto del autor radica en la descripción de los teatros donde se despliega la trama. Les pone pintura y detalles verosímiles, de manera que cobran sentido los personajes y sus acciones. Ocurre con la cadena de montaje, la barriada popular donde residen el matrimonio de parados y sus hijos (allí pululan las drogas y la juventud sin esperanza); la zona residencial almibarada y rosa donde el Supervisor, su esposa («la mujer rubia perfecta») y sus hijos de celofán disfrutan de la comodidad burguesa. O el hotel donde la gente del mismo estrato que el Supervisor se relaciona.
El relato es una apuesta de Dyskolo, un proyecto editorial sin ánimo de lucro en el que, según se afirma en su página web, «los libros tienen valor, pero carecen de precio». El lector puede realizar su aportación -en realidad, una ayuda a la creación mediante micromecenazgo- que se dirige íntegramente al autor o autora y le sirve de ayuda para continuar escribiendo. La aportación puede realizarse en el momento de la descarga o se puede regresar en cualquier momento a la página del libro para realizar la contribución. Los libros de Dyskolo tampoco tienen copyright ni Gestión Digital de Restricciones (DRM).
La propuesta, según los promotores, es «abierta, libre y participativa» frente al modelo de mercado, que convierte a los libros en «mercancía». Por ello se ha elegido una licencia Creative Commons (es decir, el uso autorizado por el autor o autores) que permite copiar, compartir, prestar y regalar cada libro «siempre que se reconozca la autoría, no se haga con ánimo comercial y no se modifique la obra original». El catálogo de Dyskolo incluirá literatura, ensayo, poesía, teatro y una sección dirigida al público infantil. Para más información, http://www.dyskolo.cc/
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