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Revanchistas contra la República y la Memoria

Fuentes: Rebelión

Uno anda tejiendo un libro, para una Colección llamada «Con Franco vivíamos peor». Trata de la «memoria irredenta del franquismo», y la «reconciliación del embudo» o trágalas. Esto es, de las hipotecas del franquismo que seguimos pagando. Ahora que hay que reconstruir, tras el 9-M, algo importante a la izquierda del PSOE, porque hueco hay, […]

Uno anda tejiendo un libro, para una Colección llamada «Con Franco vivíamos peor». Trata de la «memoria irredenta del franquismo», y la «reconciliación del embudo» o trágalas. Esto es, de las hipotecas del franquismo que seguimos pagando. Ahora que hay que reconstruir, tras el 9-M, algo importante a la izquierda del PSOE, porque hueco hay, y mucho, permítanme transmitirles algunos de mis apuntes para dicho libro.

Giremos breve ojeada a ambos puntos, irredentismo y embudo, tantas veces constituidos en matrimonio. Acostados sobre el cañamazo de la «política» (en la definición de ésta, o definiciones, que a ustedes más gusten: organización de la convivencia social, relaciones de poder, arte –y trampa– de lo posible, etcétera; incluyendo, obviamente, los intereses, miedos, calidades y perversiones de «los políticos»). Porque el asunto de la memoria embargada, abolida, expoliada (la memoria de una de las dos partes del conflicto feroz de hace siete décadas, legatario, continuador del de varios siglos anteriores) es asunto de hoz y coz político. Sometido a todas las trápalas, no sólo trágalas, de la política.

Irredentismo, condición de irredento, irredenta, veamos. Equivaliendo a sin redimir, sin libertar o excarcelar. Esto es, memoria no rescatada, no restituida. Que fue robada, aherrojada, y aún no ha sido dignamente restablecida, recuperada, reparada. Disculpen la demasía de palabras, pero la dignidad, como la virginidad –en hombre o mujer– se tienen enteras o no se tienen, y estamos hablando de la dignidad de la mitad de los españoles. Con la circunstancia de que la dignidad de la persona es «fundamento del orden político y de la paz social», proclama el Punto 1 del primerito de los Artículos del Título Primero («derechos y deberes fundamentales») de la Constitución vigente. Artículo que pisotean quienes ponen trabas y zancadillas, por acción u omisión, a una devolución «completa» de la memoria secuestrada y en parte importante no devuelta.

Tales sepultureros de la memoria nos llaman revanchistas a quienes exigimos una reconciliación entera, sin guetos y agujeros negros. Mas son ellos los de la revancha. La revancha, todavía rabiosa, contra la República, la revancha contra la mejor Europa, que nunca admitió a Franco, la revancha contra la cultura, el laicismo, la pluralidad, la revancha contra cualquier idea de España diferente a la ultranacionalista de un único nacionalismo hipercentrípeto. No somos, no, revanchistas, sino conocedores de la Historia y amantes de la dignidad individual y colectiva. Uno mismo es hijo de un militar que se sublevó con su regimiento de Valladolid en julio del 36, fue capitán y comandante del Ejército faccioso en la guerra civil, y después de ella coronel del «régimen».

Mas esos que, con el subterfugio de «mirar al futuro», siempre han obstruido el nuevo «abrazo de Vergara» imprescindible para este país, incluso cuando ya no pueden agitar el espantajo comunista –incluso cuando los últimos soldados de la República, nuestros guerrilleros o «maquis» antifascistas, son apenas un puñado de ancianos, casi o por encima de los noventa años, a los que siguen odiando y menospreciando–, se delatan demasiado. Delatan sus fuertes anclajes retrofranquistas, y militaristas en su peor sentido –el del militarismo como degeneración de lo militar–, delatan que aún fondean sus barcos en el viejo «orden» inquisitorial y vengativo, el que todavía en el siglo XIX ahorcaba en Valencia, en «auto de fe», al noble maestro Cayetano Ripoll.

Siguen creyendo en su derecho de victoria sobre media España, aunque no se atrevan ya a decirlo en público porque no les deja la OTAN ni la Unión Europea. Siguen estimando que su gran fuente de «legitimidad» y apetito de conservación de poder es que Franco se murió en la cama. Y Companys, Pérez Salas, Escobar, Núñez de Prado, Batet, Romerales, fusilados. Es el «Derecho» que reconocen. Neofascismo siglo XXI. Déjenme redundar en uno de mis latiguillos preferidos: la más vieja institución de la Historia no es la prostitución, sino la impunidad.

Alardean de patriotas y son lo contrario, dichos revanchistas del trágala que tanto dicen amar España y el orden. Porque, insistimos, sin plena dignidad de las personas no hay orden político auténtico, ni puede haber paz social, léanse, por favor, el Artículo 10 de la Constitución. Nosotros, los que reivindicamos la reconciliación sin embudos, queremos abolir la revancha. Y somos radicales, sí, porque ser irredento es ser radical. Radical en sentido de progreso, de vanguardia, de impulso democrático, de superación de muchas postergaciones e integrismos de siglos. Porque aquí, señores, hemos de hacer (o acabar) la transición no desde Franco sino desde el Concilio de Trento.

Transición desde Trento, desde «el trono y el altar» en coyunda constantinista, desde los asesinos de don Rafael del Riego, desde un modelo de Estado fraguado no por consenso y evolución armónica sino por victorias en guerras civiles fratricidas (la del primer Borbón, las carlistas, la del fusilamiento de la República por el césar marroquí con su ejército de bereberes, legionarios extranjeros, fascistas italianos, aviones y cañones de Mussolini y Hitler como principales o decisivos combatientes). ¡Menuda transición tenemos pendiente, menuda articulación política de España –hecha a culatazos y paredones– por reconstruir y dar cabo, sin dejar tantos flecos malcosidos!

Me viene a mientes la desvergonzada y cínica «revolución pendiente» de los girones y rodríguecesdevalcárcel francofalangistas. Nosotros sí que tenemos una transmudación pendiente: enmendar atrasos, atoramientos y marasmos de medio milenio, liquidar los poderosos rescoldos franquistas (valga un ejemplo, el señor Aznar, que hasta se opuso a la Constitución actual, y provocó en parte no menor, desde las Azores, ciscándose en el noventa por ciento del pueblo soberano, el espantoso 11-M-04 ). Formidables y apremiantes quehaceres, de índole moral, histórica y política. Si cupiera resumir en pocas palabras por qué abogamos, valdrían tres de ellas: abrogar el olvido.

El olvido infame forzado por una » transacción » bajo demasiadas trágalas, a la que pudorosamente llamamos «transición». Lo dejaron bien claro los francofascistasmilitaristasclericalistasbonapartistas: o tragan ustedes esto y esto y esto, o no hay democracia por ahora, y siguen los conesas y ballesteros torturando, los partidos prohibidos, los políticos de izquierda en la cárcel o el exilio. Tenemos suficientes generalitos haciendo cola (iniestas, desantiagos, perezviñetas, garciarebulles) para sustituir a Franco, al menos por un tiempo. Los díezalegrías y gutierrecesmellados ya no tienen poder o aún no lo tienen. Conque ustedes verán. Y de aquellos polvos, estos lodos o embudos: no reconocimiento mínimamente suficiente de los dignos oficiales de la Unión Militar Democrática, ídem de nuestros citados combatientes antifascistas posguerra civil, roucostorquemadas y cañizares apuntándonos con dedo acusador-amenazante mientras se llevan buenos fajos del dinero público, lo que no ocurre en una hija predilecta de la Iglesia como Francia… Quel pays!, solía decir con algo de espanto mi amigo Claude de la Vallée de Chevreuse cercana a Versalles, enamorado de España, refiriéndose a ella. ¡Cuánto desprecio todavía a la media España que murió de la otra media! ¿O es miedo? Ya se lo digo: nosotros no somos revanchistas.

 

José Luis Pitarch, vicepresidente de Unidad Cívica por la República