El gobierno de George W. Bush ha quedado en evidencia otra vez como el más mendaz e inescrupuloso del planeta por la grotesca farsa con que ha pretendido simular la intención de ayudar a Cuba después que los huracanes Gustav e Ike la devastaran de un extremo al otro. Desnudado por las diáfanas respuestas […]
Por más que el aporte de cien mil dólares que anunció inicialmente Washington fuera ridículo y mezquino, muy inferior relativa y absolutamente, al entregado por otros muchos países grandes o pequeños sin poner condición alguna, lo esencial no es la cuantía. La Habana ha dicho muy claro a Estados Unidos que no la aceptaría de ninguna magnitud, que si de veras quiere ayudar levante siquiera transitoria y parcialmente el bloqueo y permita la venta de materiales de construcción a crédito, como es norma en el comercio internacional. Cuba dejaría de ser Cuba, el pueblo que despierta la admiración de los pobres de la Tierra, las mujeres y hombres dignos y las naciones que emprenden el camino de su liberación si ante los apremios de la necesidad recibiera las dádivas de la potencia que ha hecho y sigue haciendo todo por borrarla del mapa, y con ella su ejemplo. Si hubiera que explicar en pocas palabras la causa de que la revolución Cubana haya podido resistir y vencer la hostilidad del imperio más poderoso de la historia, realizar la transformación social más radical de América Latina y tender a la vez su mano solidaria a otros pueblos bastaría decir que radica en haber mantenido la firmeza en los principios contra viento y marea: no haber cedido nunca un milímetro en lo que menoscabe su independencia, soberanía, rumbo y valores socialistas. Che lo expresó de manera muy gráfica mientras cerraba los dedos pulgar e índice de su mano levantada: «al imperialismo no se le puede dar ni un tantito así». Es en momentos críticos como en su oportunidad la crisis de los misiles, que hizo afirmar al revolucionario cubano-argentino sobre Fidel que «jamás había brillado más alto un estadista»; o como este, en que el imperialismo y la contrarrevolución intentan sacar lascas del infortunio y jugar demagógicamente con los sentimientos de los cubanos dentro y fuera de la isla, que se aprecia más nítidamente la construcción colectiva en Cuba de una cultura ética diametralmente opuesta al pragmatismo vulgar, el oportunismo y la banalidad que intenta imponer el sistema dominante como paradigma de conducta.
Haberse forjado en revolución es lo que hace posible a un pueblo hostigado y bloqueado actuar como un solo haz, organizado y con plan, salvar previsoramente quién sabe cuántos cientos de vidas, resguardar hasta el límite de lo posible las riquezas creadas con tanto esfuerzo, sobreponerse al paisaje de destrucción y carencias dejados por dos meteoros inéditos, derrochando solidaridad antes, durante y después de su embate. Por la misma razón, acometer resueltamente la reconstrucción material, demandante de recursos que no hay ni habrá a corto plazo para todo lo requerido pero ha movido ya a heroicas realizaciones en el restablecimiento de condiciones esenciales a la vida. Tan o más importante, sanar las heridas del espíritu que siguen a tamaño drama social. La plástica, el teatro, la poesía han hecho milagros al volcarse los creadores cubanos a restañar el alma de su pueblo mientras el ejército de batas blancas prevenía la aparición de epidemias. La solidaridad internacional no se ha hecho esperar y sigue llegando. Cuba hará el resto a un costo muy alto en sacrificio. La adversidad hace crecerse a los pueblos y el acoso imperial, lejos de actuar como freno, servirá de acicate a la inventiva que erija de las ruinas una utopía superior.