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Revolución pasiva y subalternización

Fuentes: Socialismo XXI

En este breve artículo desarrollaré algunas implicaciones del concepto gramsciano de revolución pasiva con la finalidad de afilar herramientas teóricas capaces de identificar y caracterizar una serie de procesos y proyectos de desmovilización que, con frecuencia, se implementan y despliegan desde arriba, en antítesis respecto a las dinámicas antagonistas y autónomas que se activan y […]

En este breve artículo desarrollaré algunas implicaciones del concepto gramsciano de revolución pasiva con la finalidad de afilar herramientas teóricas capaces de identificar y caracterizar una serie de procesos y proyectos de desmovilización que, con frecuencia, se implementan y despliegan desde arriba, en antítesis respecto a las dinámicas antagonistas y autónomas que se activan y se retroalimentan de los procesos de subjetivación política. Procesos y proyectos que si bien no alcanzan a ser propiamente de des-subjetivación, ya que el sujeto permanece -anclado en la resistencia-­, impulsan y operan una (re) subalternización, pues tienden a desactivar, desmovilizar y pasivizar, reduciendo los márgenes de antagonismo y de autonomía.

Se trata de procesos reactivos, reaccionarios, que surgen en respuesta -como contratendencia y antítesis- al surgimiento de movimientos antagonistas en el seno de las clases subalternas. Frente a la emergencia del principio antagonista se eleva siempre la contratendencia hacia la subalternidad, porque como lo señalaba Antonio Gramsci, «los grupos subalternos sufren siempre la iniciativa de los grupos dominantes, aun cuando se rebelan e insurgen» (1981-1999, tomo 6, 182).

La primacía genealógica del principio antagonista es una clave para entender la lógica y las formas de la revolución pasiva: sus orígenes, sus objetivos y su desarrollo; y a la inversa, la revolución pasiva permite apreciar los límites del antagonismo y su posible extravío en los laberintos de la subalternidad.

El potencial del concepto de revolución pasiva en relación con el análisis histórico ha sido confirmado por las múltiples y diversas aplicaciones que se le han dado y se le siguen dando en el terreno historiográfico. Más problemático es su uso como clave de lectura de fenómenos en curso o que tienen lugar en los escenarios abiertos de la hora presente. Sin embargo, asumiendo que una revolución pasiva es un proceso pero también y simultáneamente un proyecto, es posible y pertinente colocar el análisis en el presente y no sólo retrospectivamente en el pasado.

Una revolución pasiva -y la tensa combinación de elementos progresivos y regresivos que la caracteriza- puede ser reconocida coyunturalmente, como valoración puntual que permite distinguir y caracterizar los proyectos políticos en curso, y no sólo a posteriori o retrospectivamente, bajo el prisma historiográfico.

La conveniencia de pulir el arsenal conceptual gramsciano reside no tanto en la necesidad de restituirle filológicamente claridad, sino en darle filo analítico de cara a la comprensión de una serie de fenómenos y procesos políticos del pasado y el presente. Para avanzar en esta dirección quiero exponer, de forma casi telegráfica, la idea que a la hora de analizar e interpretar el concepto de revolución pasiva, la dimensión o, mejor dicho, el criterio de la pasividad es crucial -ya que expresa la preocupación de Gramsci por la subalternidad-, aunque no ha sido suficientemente reconocido y destacado. Sostengo en este sentido una lectura subjetivista del concepto de revolución pasiva, en donde la pasividad -entendida como elemento y factor de subalternidad- adquiere peso y centralidad en la configuración y alcance del concepto [1].

La primera vez que la expresión «revolución pasiva» aparece es como sinónimo de «revolución sin revolución» (Gramsci, 1981-1999, tomo 1, C 1, §44: 106), lo cual define de entrada, con toda claridad, el punto de ambigüedad y contradicción que constituye el meollo del concepto y de su alcance descriptivo-analítico. En un pasaje crucial de los Cuadernos, Gramsci enuncia sus elementos fundamentales:

Tanto la «revolución-restauración» de Quinet como la «revolución pasiva» de Cuoco expresarán el hecho histórico de la falta de iniciativa popular unitaria en el desarrollo de la historia italiana, y el hecho de que el progreso tendría lugar como reacción de las clases dominantes al subversivismo esporádico e inorgánico de la masas populares como «restauraciones» que acogen cierta parte de las exigencias populares, o sea «restauraciones progresistas» o «revoluciones-restauraciones» o también «revoluciones pasivas» (1981-1999, tomo 3, C 8, §25, texto A: 231; tomo 4, C 10, §41, texto C: 205).

La noción de revolución pasiva busca dar cuenta de una combinación -desigual y dialéctica- de dos tensiones, tendencias o momentos: restauración y renovación, preservación y transformación o, como señala el propio Gramsci, «conservación-innovación» (1981-1999, tomo 3, C 8, §39: 238). Es importante reconocer aquí dos niveles de lectura: en el primero se reconoce la coexistencia o simultaneidad de ambas tendencias, lo cual no excluye que en un segundo plano pueda distinguirse una que se vuelve determinante y caracteriza el proceso o ciclo. En efecto, Gramsci pone explícitamente en clave dialéctica la caracterización de las revoluciones pasivas.

Las equivalencias pueden ser leídas menos como sinónimos que como importantes matices de distinción, en la medida en que introducen otro concepto antitético al de revolución: el de restauración, y otro criterio diferenciador, el de progresividad, que volveremos a encontrar, en forma mucho más evidente y determinante, cuando Gramsci trata de definir la idea de cesarismo.

En todo caso, más allá de esta aproximación mediante sinónimos y equivalencias, Gramsci se queda finalmente con la fórmula revolución pasiva, porque expresa con mayor claridad el sentido de lo que quiere señalar. Escoge la palabra revolución -con toda la carga polémica que implica la elección de dicho término y asumiendo una versión amplia, descriptiva y no político-ideológica del concepto- y el adjetivo pasiva, a fin de distinguir claramente esta específica modalidad de revolución, no caracterizada por un eficaz movimiento subversivo de las clases subalternas sino, por el contrario, como contra-movimiento de las clases dominantes que impulsa un conjunto de transformaciones objetivas que marcan una discontinuidad significativa y cambios importantes pero limitados y orientados estratégicamente a garantizar la estabilidad de las relaciones fundamentales de dominación.

Asumiendo el nodo del contenido ambiguo y contradictorio del proceso en el nivel estructural y el de la identificación del Estado como el ámbito superestructural por medio del cual se impulsan las revoluciones pasivas, hay que señalar que en el concepto gramsciano está clara y principalmente colocado el tema de la​ forma revolucionaria y de la correlación de fuerzas. Ello implica directamente la cuestión de la subjetividad, de la subversión como acto y de la tensión entre subordinación e insubordinación de las clases subalternas en el proceso histórico en términos de procesos de subjetivación, movilización y acción política. A esto apunta la idea de pasividad cuando alude tanto a la subordinación de las clases subalternas como a su contraparte, la iniciativa y la capacidad de las clases dominantes para reformar las estructuras y las relaciones de dominación con miras a apuntalar la continuidad de un orden jerárquico.

En este sentido se trata de una fórmula que no sólo rebasa la dicotomía revolución-conservación para descifrar la cuestión clases dominantes pueden resolver situaciones de crisis, sino que además introduce la idea antieconomicista y anticatastrofista de que las clases dominantes pueden resolver situaciones críticas, que tienen márgenes de acción política para poder reconfigurar la hegemonía perdida.

La revolución pasiva es siempre un movimiento de reacción desde arriba, de «contragolpe», lo cual implica -subordina y subsume- la existencia de una acción previa desde abajo, sin que esto necesariamente desemboque en la simplificación dicotómica revolución-contrarrevolución; los dos polos planteados por Gramsci son mucho más matizados, en tanto que se hallan relacionados dialécticamente. Esta tensión dialéctica entre aspecto pasivo y aspecto activo es por demás evidente, ya que Gramsci consideraba la revolución pasiva desde el paradigma de la revolución activa o de la posibilidad de una «anti-revolución pasiva» (Buci, 1979: 228), así como pensaba en la guerra de posiciones de cara al paradigma de la guerra de movimiento y la revolución permanente [2].

Así pues, lo que no hay que perder de vista es que, según Gramsci, la concepción … sigue siendo dialéctica, es decir presupone, mejor dicho postula come necesaria, una antítesis vigorosa [para evitar] peligros de derrotismo histórico, o sea de indiferentismo, porque el planteamiento general del problema puede hacer creer en un fatalismo (1981-1999, tomo 5, C 15, §62: 236).

El adjetivo pasiva es descriptivo en cuanto a la forma que adquiere el proceso, pero también es prescriptivo, acorde con la finalidad conservadora que mueve las revoluciones pasivas -en relación con la ausencia de acción y con el proyecto de pasivización-, y como condición sine qua non para evitar una revolución activa, una revolución con revolución.

Esto corresponde al interés de Gramsci por la pasividad relativa de las clases subalternas en la época de la movilización y politización posterior a la Primera Guerra Mundial, y en particular a la atención que presta a la contradicción entre la activación antagonista de las masas y su posterior reconducción a la pasividad relativa y a la subalternidad en los años treinta.

Gramsci no define explícitamente en sus Cuadernos la noción de pasividad sino que, de forma más difusa y dispersa, reflexiona sobre la tensión-contradicción entre aspectos activos y pasivos en el marco de la condición de subalternidad. En efecto, Gramsci reconoce las acciones esporádicas e inorgánicas de los subalternos, y en la revolución pasiva señala la falta de acción autónoma de los subalternos.

En esta dirección, la revolución pasiva puede ser entendida, en términos gramscianos, como una revolución subalterna o, mejor dicho, subalternizante, de reconducción hacia la condición de subalterno, de re-subalternización. Si bien los términos no refieren a situaciones idénticas, hay que considerar que la subalternidad incluye una dimensión pasiva, de aceptación relativa de la condición de subordinación, y otra activa, ligada a la acción de resistencia.

Existe una tendencia hacia la pasividad que cohabita con tendencias hacia la acción, hacia el antagonismo y la autonomía. En este sentido, la evocación de la pasividad remite a la pendiente pasiva de la noción de subalternidad, un aspecto que, dicho sea de paso, se vincula al punto de partida etimológico del concepto, que expresa la​ subordinación, el a-sujetamiento, aunque haya sido enriquecido de propiedades subjetivas activas desde Gramsci en adelante, hasta el punto de convertirse, para algunas corrientes -que denomino subalternistas-, en un concepto que expresa a un sujeto en acción, es decir, al sujeto que resiste.

Por otra parte, es evidente que se trata de una pasividad relativa o, si se prefiere, predominante, ya que podemos convenir en que no existe pasividad absoluta; siempre hay elementos que operan a contracorriente, y además las revoluciones pasivas no dejan de buscar y obtener ciertos niveles de «consenso activo» y no sólo pasivo. En efecto, puede existir una actividad subalterna distinta a la resistencia, generada desde arriba, para generar un «consenso activo» o, para usar términos no gramscianos, una movilización controlada, con el correspondiente -limitado pero no irrelevante- impacto experiencial en clave de subjetivación, ya que implica niveles y grados de activación subalterna.

Con todas estas salvedades, leer el adjetivo pasiva a la luz de la caracterización de lo subalterno realizada por Gramsci, permite atribuirle valor y peso en la definición de la noción de revolución pasiva. En efecto, a pesar de que no haya sido objeto de igual atención por parte del propio Gramsci, ni tampoco de los posteriores estudios gramscianos, consideramos que el adjetivo pasiva tiene igual importancia -y merece igual atención- que el sustantivo revolución.

En relación con la génesis de la revolución pasiva, Gramsci anota, como ya lo vimos, que se trata de reacciones de las clases dominantes al «subversivismo esporádico, elemental e inorgánico de las masas populares», reacciones que «acogen cierta parte de las exigencias populares».

En el inicio del proceso está entonces una acción desde abajo -aunque sea limitada y no unitaria-: la derrota de un intento revolucionario o, en un sentido más preciso, un acto fallido, la incapacidad de las clases subalternas para sostener un proyecto revolucionario (jacobino o típico o desde abajo, según sean los énfasis que encontramos en distintos pasajes de los Cuadernos), aunque sí son capaces de esbozar o amagar un movimiento que resulta amenazante o que aparentemente pone en discusión el orden jerárquico. En efecto, si bien el empuje desde abajo no es suficiente para una ruptura revolucionaria, basta para provocar u obligar a una reacción que desde arriba impone ciertos cambios sustanciales -además de otros aparentes- e incorpora y satisface algunas de las demandas.

En Gramsci la cuestión de la pasividad no se reduce a un análisis político-estratégico sobre la dirección de la revolución -aunque la incluya- sino que remite -en última instancia- a la profundidad político-cultural de la relación mando-obediencia, a la dimensión hegemónica en toda su complejidad, a la correlación de fuerzas como lucha de clases, como dinámica intersubjetiva de implicaciones societales. Si bien Gramsci no se detuvo a definir explícitamente el principio de pasividad, éste se asocia, se trenza y se deriva lógicamente de la noción de subalterno, que el marxista sardo va desarrollando en paralelo, sin entrecruzarla explícitamente.

Esta dimensión subjetiva es un dato relacionado con el análisis de la coyuntura, pero adquiere el estatus de una construcción histórico-política en la temporalidad más amplia, donde se insertan los fenómenos de la revolución pasiva. Sin duda Gramsci refiere a la «inmadurez de las fuerzas progresivas» (Gramsci, 1981-1999, C 13, &23) y manifiesta su crítica respecto de los grupos dirigentes, pero al mismo tiempo su idea de debilidad, al ser macro​-histórica, está ligada a la subalternidad, al fondo del asunto, al trazo más amplio de los procesos históricos a través de los cuales se forjan y se confrontan entre sí las subjetividades sociopolíticas.

Por otra parte, hay que problematizar la cuestión de la pasividad de las masas. ¿Es sólo causa o también consecuencia de las revoluciones pasivas?

Como ya lo mencioné, Gramsci dedica más tinta a reflexionar sobre el alcance y los límites del carácter revolucionario que sobre las formas de pasivización que acompañan, producen y reproducen la subalternidad, siendo funcionales a la reconfiguración de la hegemonía. Así, desde un seguimiento textual, no resalta la idea de pasividad como resultado, como producto histórico específico de la revolución pasiva.

Al mismo tiempo es evidente -en la lógica política y en el razonamiento de Gramsci- que las revoluciones pasivas procuran evitar que las masas sean o sigan siendo activas, que se vuelvan protagonistas; las concesiones sirven para producir pasividad, el resultado conservador se logra gracias a la pasividad como condición que acompaña el proceso y sanciona su éxito político. Éste es, en efecto, el objetivo en el origen de las revoluciones pasivas entendidas como procesos pero también como proyectos de pasivización y de subalternización. Así, el proyecto-programa de la revolución pasiva se realiza como proceso cuando logra desactivar, pasivizar y subalternizar.

Mientras que la actividad de las masas o la amenaza de ella es siempre la causa que impulsa la revolución pasiva, también es necesario cierto grado de pasividad (subalternidad) que impida la realización de una revolución activa y habilite el camino para la pasiva, la cual se presenta como proyecto y proceso de pasivización, siempre relativa pero predominante, aunque incorpore finalmente formas de movilización controlada.

La pasividad-pasivización es, por ende, el objetivo fundamental del proyecto; es tanto la causa y la condición para la realización del proceso como su consecuencia más relevante en términos de la modificación de la correlación de fuerzas en favor de las clases dominantes; en una palabra: es el resultado deseado y alcanzado por medio de los proyectos-procesos de revolución pasiva.

Conscientes de que estamos estirando del lado subjetivo y dejando voluntariamente de lado el aspecto estructural de la acepción de progreso de Gramsci, hay que reconocer y poner de relieve que para el marxista italiano lo progresivo está relacionado con la victoria política y no sólo, o no tanto, con el desarrollo de las fuerzas productivas, con la disminución de la distancia entre clases subalternas y el poder, una distancia que se puede cubrir sólo con una construcción subjetiva, de activación de las masas, de construcción de conciencia, que arranca de la subalternidad, pasa por el antagonismo y la autonomía y desemboca en la hegemonía. La medida última es entonces subjetiva y está relacionada con la acción política, antitética de la pasividad y la subalternidad. Una constante que atraviesa la obra de Gramsci y caracteriza el concepto de revolución pasiva debería, por lo tanto, precisar su alcance y orientar su uso.

Así, la contraparte del principio antagonista está constituida por las inercias subalternas anidadas en la configuración de las subjetividades políticas, así como por las iniciativas desde arriba que tienden a reproducirlas y expandirlas en aras de perpetuar un orden y una jerarquía por medio de estrategias variables, con mayores o menos apuestas hegemónicas. Entre ellas, frente a la emergencia amenazante del principio antagonista, la modalidad de la revolución pasiva, con su combinación móvil de rasgos progresivos y regresivos, se erige como una opción de subalternización particularmente eficaz por su sutileza y alcance hegemónico.

Notas

[1] Una lectura que sirve al mismo tiempo como clave para entender su articulación con los dispositivos correlatos del transformismo y el cesarismo y que abre la puerta a la posible distinción entre revoluciones pasivas progresivas y regresivas y la combinación de rasgos progresivos y regresivos en su seno. Estos puntos son abordados, junto a una versión mucho más desarrollada y sustentada de los planteamientos aquí presentados en mi reciente libro, El principio antagonista. Marxismo y acción política, México, Ítaca y UNAM, 2016, cap. 4.

[2] Y, aun cuando señalaba la clave de época en la relación entre guerra de movimiento y revolución pasiva no descartaba el regreso a una época donde el paradigma volviera a ser el de guerra de movimiento: «¿O existe al menos o puede concebirse todo un periodo histórico en el que los dos conceptos se deban identificar, hasta el punto en que la guerra de posiciones vuelve a convertirse en guerra de maniobras? (Gramsci 1981-1999, tomo 5, C 15, &11: 187).

Fuente original: http://socialismo21.net/fin-de-ciclo-los-movimientos-populares-la-crisis-de-los-progresismos-en-latinoamerica/