LA COSTA es la Azul, la Riviera francesa, en donde, como cada verano, paso unas semanas de descanso. Hubo un tiempo en que venían aquí, a esta zona edénica del Cap d’Antibes, no sólo los millonarios sino, sobre todo, los artistas, pintores y escritores célebres. Muchos han dejado un recuerdo indeleble: Maupassant, Julio Verne, Anatole […]
LA COSTA es la Azul, la Riviera francesa, en donde, como cada verano, paso unas semanas de descanso. Hubo un tiempo en que venían aquí, a esta zona edénica del Cap d’Antibes, no sólo los millonarios sino, sobre todo, los artistas, pintores y escritores célebres. Muchos han dejado un recuerdo indeleble: Maupassant, Julio Verne, Anatole France, Simenon.
Pero, como se sabe, fue el novelista estadounidense Scott Fitgerald quien más marcó el lugar, inventó en los años 1920 la playa de Juan-les-Pins (hoy casi infrecuentable por las masas engrasadas que saturan sus arenas), y escribió, en una villa transformada ahora en el hotel Belles-Rives, una de sus novelas más desesperadas: Tender is the night .
También, entre muchos otros autores, residieron en este rincón del paraíso, hasta su muerte, el griego Nikos Kazantzaki, quien escribió aquí El Cristo recrucificado y Carta al Greco ; el alemán Ernst Jünger, autor de Una tarde en Antibes , y el inglés Graham Greene, que redactó en su pisito de la calle Pasteur varias de sus obras maestras: Viajes con mi tía, El cónsul honorario y El factor humano .
Entre los pintores, han inmortalizado en sus lienzos los paisajes de Antibes desde Monet hasta Hans Hartung pasando por los principales impresionistas, así como Léger, Braque, Chagall, Picasso y el luminoso Nicolas de Stael, de quien el museo local está presentando una selección de sus piezas creadas durante los dos años (1954-1955) que residió aquí antes de suicidarse, el 16 de marzo de 1955, tirándose desde un balcón del edificio Ardouin, en donde vivía, frente al doloroso mar azul.
A esos tiempos de arte y creación ha sucedido la era de la ostentación y del despilfarro. Ahora, la prensa y el vecindario lo que comentan es la llegada de los multimillonarios. Me dice un señor italiano que posee villa y piscina en estos pagos que «todo el mundo» está atento a la llegada de Paul Allen, el cofundador -con Bill Gates- de Microsoft, y uno de los hombres más adinerados del mundo: «Sabremos que ha llegado -me informa- cuando veamos despegar un helicóptero de un gigantesco yate valorado en 200 millones de euros. Posee además un submarino con ocho hombres de tripulación dispuestos a llevarlo a visitar las profundidades del mar».
Este año, por la muerte del rey Fahd y el luto, los saudíes y su pasión por el fasto están ausentes. Pero los rusos ocupan el terreno quizá con más fanfarronería en la exhibición de signos exteriores de lujo. Lo compran todo y ponen los precios de los pisos y de las casas por las nubes. Sólo se desplazan a bordo de Porsche, Ferrari, Bentley o Maseratti… Me cuentan que Boris Yeltsin, con un batallón de guardaespaldas armados, está veraneando en su faraónica propiedad, y veo de vez en cuando pasar verdaderas caravanas presidenciales con coches de cristales negros precedidos y seguidos por vehículos todoterreno cargados de jóvenes atléticos con minúsculos audífonos hundidos en las orejas.
Pero lo que más se comenta es cómo el multimillonario británico Philip Green inauguró la temporada gastándose en la bar-mitsva (comunión hebraica) de su hijo más de seis millones de euros. Al parecer, Green alquiló durante tres semanas las 44 habitaciones y 9 suites (a 1.400 euros la noche) del prestigioso Gran Hotel de Cap-Ferrat. Mandó construir una sala de conciertos y un templo de piedra frente al mar en medio de las palmeras¿ Fletó un Boeing en el que trajo de Londres a sus doscientos invitados, para los cuales alquiló una flota de coches deportivos en Mónaco.
Con lo despilfarrado en tal festejo, según datos de la ONU, se podían haber curado y salvado de la muerte por inanición, en Níger, 75.000 niños.