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Riqueza material, pobreza humana

Fuentes: Rebelión

¿La humanidad es más rica ahora que hace 200, o 1.000, o 5.000 años? La pregunta puede dar para varios tomos de respuesta, o interminables miles de horas de discusiones (o muchísimos gigabytes de almacenamiento de información, debería agregarse para estar acorde a los tiempos). ¿Estamos más ricos porque disponemos cada vez más de bienes […]

¿La humanidad es más rica ahora que hace 200, o 1.000, o 5.000 años? La pregunta puede dar para varios tomos de respuesta, o interminables miles de horas de discusiones (o muchísimos gigabytes de almacenamiento de información, debería agregarse para estar acorde a los tiempos).

¿Estamos más ricos porque disponemos cada vez más de bienes materiales? Esa podría ser una primera línea, y podríamos estar tentados de creer que sí. Pero la riqueza no tiene que ver tanto con la cantidad de «cosas» que hay para repartir, sino la forma en que se reparten. Un monarca de cualquier civilización de dos mil o tres mil años atrás sin dudas disponía de menos bienes materiales que cualquier asalariado de una ciudad industrializada moderna, pero en sus respectivos contextos es más rico el rey y no el trabajador.

Hoy, dada nuestra incorporada cultura mercantilista y de consumo extendido, tendemos a equiparar riqueza con provisión de bienes materiales: se es más rico cuantas más cosas se tienen. Pero el modelo de desarrollo que el capitalismo ha generado tiene una doble limitante que lo invalida: es injusto, y es insostenible.

Es injusto, aunque quizá con eso no estamos ante nada nuevo en la historia de la humanidad: todos los sistemas clasistas habidos hasta la fecha se han basado en la injustita social, en la diferencia de explotadores y explotados. En esto, el actual sistema no es novedoso. Hasta incluso podría decirse que el reparto de la renta es más «democrático» que en organizaciones precedentes. Si bien es cierto que en la actualidad el 6% de la población mundial posee el 59% de la riqueza total del planeta (agregando que el 98% de ese 6% de la población vive en los países del Norte), sin dudas hay un mayor porcentaje de seres humanos con acceso a bienes que lo que presentaron sociedades esclavistas, agrarias, donde sólo una reducidísima élite usufructuaba los excedentes del trabajo colectivo. Aunque parezca mordaz decirlo así, ya no es un solo monarca, o una selecta clase sacerdotal la que monopoliza la gran mayoría de los productos que crea la sociedad; hoy, con el capitalismo, amplias masas tienen acceso a sinnúmero de cosas. Insistamos con el ejemplo: cualquier trabajador urbano hoy puede tener lavadora de ropa o un horno de microondas, que seguramente no tenía el faraón egipcio o el emperador inca tiempo atrás; ¿es más rico por eso?

De todos modos, esa repartición más «democrática» de nuestro actual capitalismo sigue siendo muy injusta: mientras a unos pocos les sobra todo, a grandes mayorías les falta casi todo. Con el desarrollo contemporáneo de la productividad -esto está dicho hasta el hartazgo- sobrarían alimentos para toda la población planetaria; pero paradójicamente el hambre es el principal motivo de muerte (un muerto cada siete segundos). Mientras muchísima gente en el mundo no tiene alimento, ni acceso a agua potable, ni educación elemental, en los países opulentos se gastan cantidades inimaginables en cosas superfluas o cuestionables: 8.000 millones de dólares anuales en cosméticos en Estados Unidos, 11.000 millones en helados en Europa, 35.000 millones en recreación en Japón, 17.000 millones en alimento para mascotas en Europa y Estados Unidos, 450.000 millones en drogas ilícitas en todo el globo, más de un billón de dólares en armamentos. ¿Es más rico el habitante del Norte que puede gastar mensualmente para su mascota hogareña más de lo que un pobre del Sur no consume en todo un año? ¿Es más rico quien dispone de tres teléfonos celulares que quien se sigue comunicando por medio de tambores? ¿Es más rico quien compra las camisas por docenas que quien elabora su ropa artesanalmente con el telar de cintura?

Repitámoslo: es muy pobre considerar la riqueza a partir de la sumatoria de cosas disponibles en el mercado (bienes materiales y servicios varios). Como se dijo más arriba: ese modelo de desarrollo es tremendamente pobre porque, además de su injusticia estructural, es insostenible en términos prácticos. La humanidad toda no puede repetir las pautas de consumo que han establecido los «ricos» del norte: los recursos naturales no dan para ello. Además ese modelo es tremendamente dañino, agresivo para el medio ambiente, y por tanto para los seres que ahí vivimos. La cultura del petróleo, del plástico y de la industria depredadora a largo plazo crea más pobreza que riqueza. La riqueza concebida como suma de objetos es posible sólo para un grupo de la humanidad; si toda la población planetaria repitiera los modelos de los grupos privilegiados, la Tierra colapsaría en un santiamén.

Estamos así ante una tragicómica paradoja: lo que se presenta como el máximo de riqueza: la sociedad del hiper consumo, añeja en su seno la más grande pobreza humana, ética. Si la riqueza generada por la especie humana no sirve a toda la especie humana, ¿es riqueza? ¿Puede hablarse legítimamente de riqueza si ella asienta en el hambre de su verdadero productor: el que trabaja? ¿Puede ser rico un modelo industrial que hoy produce escasez de agua y cáncer de piel para el mediano plazo?

Por otro lado -cuestión no menos importante- ¿cuál es la riqueza de disponer de una batería interminable de artículos materiales que los productores obligan a cambiar ciegamente con velocidad creciente a los consumidores? ¿Se es más rico porque se compra un vehículo nuevo cada año, porque se tiene un televisor más grande cada año o porque los adornos del arbolito de navidad que se compran son más rebuscados cada temporada?

El avance de la productividad humana es una buena noticia para la especie: nos permite niveles de vida cada vez más cómodos y seguros; pero el moderno modelo de desarrollo que ha impuesto el capitalismo en estos últimos dos siglos ha creado el mito de la riqueza como acumulación de cosas. Y eso, por lo que decíamos: por injusto y por depredador, en vez de ser sinónimo de riqueza es su contrario, es la más profunda pobreza humana.

«Los árboles no dejan ver el bosque» reza la sabiduría popular. Ello es aplicable al tema que cuestionamos: la parafernalia de «cosas» con que la sociedad capitalista llena necesidades -primarias o artificiosas-, esa declarada riqueza que el «progreso» ha traído, oculta la pobreza, la profunda pobreza que anida en su seno. Como dijo Lacan: «en el mundo moderno lo que falta es la falta». La felicidad está a cuenta de las cosas materiales que suplen todo. Pero ahí, en esa falsa sobreabundancia, estriba el problema: se ofrecen televisores con pantallas monumentales de altísima definición… ¿para ver una película de Hollywood? ¿Dónde está la riqueza? Se publicita el automóvil individual como la revolución de las comunicaciones… para luego tener un deterioro medioambiental que, de mantenerse el actual modelo de desarrollo, permite la vida sólo para un siglo más. ¿Esa es la riqueza? Los grandes poderes disponen de capacidades tan destructivas que, como dijo Einstein, «de darse una Tercera Guerra Mundial, la Cuarta será a garrotazos». ¿Eso es la riqueza? ¿Consiste acaso la riqueza en exhibir un reloj de oro o una tarjeta de crédito que permite comprar un supermercado completo junto a los famélicos que pululan sin destino? ¿Puede ser eso la riqueza en una civilización que se precia de ser cristiana y que habla de la caridad?

Llegamos así a la paradoja que lo que el discurso del poder presenta como riqueza es, en esencia, tremendamente pobre. Si Homer Simpson, el personaje de la tradicional caricatura crítica de origen estadounidense, es el símbolo del ciudadano medio de un país «desarrollado», ¿dónde está la riqueza? Si llamamos ricas a las sociedades del Norte que cierran sus fronteras a los «sucios y forajidos» inmigrantes ilegales, ¿puede seguir hablándose con seriedad de riqueza en aquéllas? ¿Podemos decirse sin vergüenza que alguien sea rico porque puede dilapidar miles de dólares en un casino? ¿No es, en todo caso, patético eso? ¿No es patético que se siga considerando que la riqueza se hace sobre la base de la explotación de otro? ¿Pueden considerarse ricos a seres humanos que desprecian a otros por su color de piel? Aunque lo digan exhibiendo su reloj de oro y después de haber gastado fortunas en una ruleta, ¿no es patéticamente pobre que suceda eso? Pobre en términos humanos, que es, en definitiva, lo único que importa.

¿Y no es de la más aterrorizante pobreza humana que se nos quiera hacer creer a quienes no pensamos a favor de la corriente impuesta, que la riqueza es tener una tarjeta de crédito?

Con el mundo moderno basado en la industria capitalista, si bien existe la posibilidad de dar un salto hacia la justicia universal teniendo en cuenta que la riqueza producida podría alcanzar para proveer seguridad y confort a la población toda del planeta, en tanto sigamos confinados por estos modelos de civilización mercantil y consumista, seguiremos en la más monstruosa pobreza humana. ¿No es enfermizamente pobre que esas minorías «ricas» hagan lo imposible, llegando a matar, torturar, usar armas de destrucción masiva, engañando, chantajeando, para mantener su riqueza consistente en esas «cosas» materiales? ¿Con qué autoridad moral pueden decir que se es rico porque se viaja en limusina? Ahí está la pobreza, la más abyecta pobreza, torpe e ignorante.

Probablemente una sociedad de la información, del conocimiento, una sociedad que nos libere de las ataduras animalescas del pobre consumismo torpe que hoy nos moldea, pueda entender que la riqueza no estriba en la sumatoria de cosas materiales. El socialismo apunta por ese lado.

Sin caer en ingenuidades, y desde una posición que realmente intente superar esta civilización de la mercadería y del vacío consumismo desenfrenando, podríamos evocar las palabras de Facundo Cabral: «pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo».