No soy vengativo. Y menos todavía sádico. De ser cierto que el ex general Enrique Rodríguez Galindo tiene el corazón tan averiado como dicen -lo que no doy ni mucho menos por hecho-, me parecería bien que siguiera cumpliendo su condena en un hospital penitenciario. Pero ¿por qué en su casa? ¿Son cardiólogos sus familiares? […]
No soy vengativo. Y menos todavía sádico. De ser cierto que el ex general Enrique Rodríguez Galindo tiene el corazón tan averiado como dicen -lo que no doy ni mucho menos por hecho-, me parecería bien que siguiera cumpliendo su condena en un hospital penitenciario.
Pero ¿por qué en su casa? ¿Son cardiólogos sus familiares?
Desde la victoria del PSOE en las elecciones, han sido constantes las presiones ejercidas por algunos de los que fueron responsables de Interior en los gobiernos de Felipe González para que el ex patrón de Intxaurrondo fuera puesto en libertad de uno u otro modo. Ya lo han logrado.
¿Quieren agradecerle el silencio que ha mantenido durante los últimos cinco años? ¿Temen que acabe por hartarse de una vez y decida contar lo que sabe? Las dos cosas, tal vez. Me contaron lo que confesó Antoni Asunción en una conversación privada al poco de ser nombrado ministro del Interior: «Cada vez que abro un cajón y miro lo que guarda, tengo que cerrarlo a toda velocidad. Ese Ministerio es «Villa GAL»».
Zapatero se ha lucido. Que no alegue razones humanitarias: todos sabemos que hay presos condenados a menos años que Galindo y cuyo estado de salud es mucho más precario a los que no se les permite salir.
Sabía que no tardaría en felicitarme a mí mismo por no haber votado al PSOE.