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Ultima hora: La policía israelí arrestó a Adán Shamir, al parecer al pedido de la LICRA, la organización sionista francesa.

Roque Dalton y Adán Shamir, mensajeros

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Germán Leyens y revisado por la autora

Han reprochado a un par de la corona de Inglaterra, Lord Ahmed, el que haya invitado hace algunos meses a Israel Adán Shamir a expresarse en la Cámara de los Lores. Y expresan sus sospechas de que ese noble musulmán no sea un inglés leal. Shamir subraya que la fatwa lanzada en su contra por la Liga contra la Difamación (ADL) es más amenazadora que la que pesa sobre Salman Rushdie. Es una buena ocasión para medir su papel, el progreso de sus ideas, y las fuerzas que lo protegen.

En la carrera de una idea revolucionaria, se suceden tres etapas: primero la negación del menor sentido de lo que dices, de la menor seriedad en lo que planteas; después, tus enemigos te identifican con la imagen de un monstruo maléfico al que hay que liquidar cuanto antes porque pone en peligro todo el edificio social; al final todos terminan por reconocer tus ideas como la voz solar del pueblo soberano. La dialéctica de la naturaleza funciona en este sistema inmutable, pero en esta narrativa falta señalar la etapa humana a través de la cual la antítesis conduce a la síntesis: el intento de liquidar al que abre un camino a la idea innovadora, al mensajero. Todos las policías al servicio de una dominación política del mundo saben que el profeta abatido crece repentinamente, se convierte para siempre en la voz del pueblo, y por eso tratan de evitar ser reconocidos como autores del asesinato, y actúan para que sus propios hermanos lancen a José al pozo, que el pensador más brillante sea muerto por su propio campo. Así, creen, los policías políticos, que el pueblo no se percatará de nada, y que a falta de profetas en los que se reconozca, se resignará al reino absoluto de los policías.

Todos los presos políticos han tenido la experiencia, en medio de las torturas, del oficial diferente de los carceleros habituales, que llega a interrogarlos, y también, si gustan, a ofrecerles un cigarrillo, a decirles que los comprende, que los admira. Después de ese momento decisivo, los presos políticos se dividen en dos grupos: los que han aceptado la mano tendida, y que no hablan del episodio en el que el enemigo al que combatían les ha salvado la vida; el otro grupo es el de los que prefieren hacerse los héroes, y tal vez lo sean, al final: tendrán tantos combates que librar antes de unirse a sus muertos, que olvidarán el episodio, un simple mal momento a pasar entre tantos malos ratos, como los padecen tantos revolucionarios más.

Un poeta, un excelente poeta, se tomó el tiempo para relatarlo, y al hacerlo nos da la receta para derrotar los planes de los que quieren hacer que los pensadores revolucionarios sean condenados por sus propios hermanos. Estaba encarcelado por actividades realmente subversivas, y fue interrogado por un agente de la CIA que tomaba whisky, y en medio de extrema violencia física. Cuenta que estaba tan impregnado del gran cine hollywoodense que en circunstancias en las que el delirio es la única brújula se veía en la pantalla, con la ironía de un actor que sabe adoptar todas las poses. Y con el modesto profesionalismo de un saltimbanqui, de un intermitente del espectáculo, decidió mostrar a la cámara eventual de la posteridad su perfil más noble. No era, según él mismo, porque tuviera más aguante, y fuera más heroico que otros; sólo una deformación profesional, digamos, en circunstancias incongruentes que no habían sido previstas en el guión original.

Ese poeta, un excelente poeta, rechazó el pacto con el diablo, y volvió a pudrirse en su calabozo, a arañar el muro con las uñas, como lo hacen todos los prisioneros. Estaba condenado a muerte, pero sobrevino un terremoto, y el muro se derrumbó. Estaba libre, salió a la calle. Y pensó, como buen poeta que era: «¡Vaya, parece una novela, es por lo menos algún Alejandro Dumas celestial, el que está armando mi biografía! Debo a mis maestros, por cierto, un relato». Y confió al papel, con toda la precisión requerida, el secreto que le había confiado ese oficial, el agente de la CIA. Después de pasar un buen tiempo elogiando sus poemas, sus excelentes ideas, su valor y su bondad, pero viendo que el poeta no cedía, se negaba a someterse, a aceptar una carrera honorable una vez que la CIA lo hubiera sacado del lío, el policía le dijo: «nosotros le haremos saber a tu partido, por medio de la gente que tenemos dentro y por otros medios a nuestro alcance, insospechables, que toda toda esta información [que tenemos] nos la diste tú. Les diremos que antes de morir trataste de salvar el pellejo y hablaste, tricionaste, delataste a tus camaradas» [1]. De modo que los propios compañeros del poeta escribirían la leyenda de su infamia, y hasta podrían reivindicar la autoría del asesinato.

Pasó el tiempo, y ese poeta que naturalmente también era revolucionario, volvió a tomar las armas junto a sus compañeros, un grupo armado. La guerra duraba y duraba. En su juventud le gustaba divertirse, había pasado por todos los bares desde Moscú hasta Santiago de Chile, dejado a su paso sollozos, corazones partidos, y ganas de matarlo entre las más bellas, y también había leído mucho. Tenía también sus defectos: era insolente en exceso, en realidad, y había quien no se lo perdonaba. Y le dijeron: «hablas más de la cuenta, hablas como un agente de la CIA….» Constituyeron un tribunal militar, lo drogaron y lo asesinaron, a pesar de la protesta de otro comandante poeta, Eduardo Sancho. El poeta visionario fue muerto por sus compañeros, y su cadáver fue sepultado sin honores, como el cuerpo de un ser abyecto, de un traidor comprado.

El agente que le había explicado el plan secreto de la CIA recibió la noticia: quedó satisfecho, el crimen era perfecto. Pero la historia de los pueblos es algo que tiene que ver con la poesía, mucho más que con la miopía del manipulador que, por cierto, incluso en las novelas policiales, termina por ser desenmascarado. La obra del poeta se difundió como la pólvora, todos han escuchado la conversación secreta, todos han comprendido la maniobra, y el comandante del ERP, Joaquín Villalobos, el mismo que hizo fusilar al poeta, pidió perdón, reconoció su ‘error’. Ahora sirve al gobierno colombiano, un grupo de títeres en manos de Bush, al que le conviene que los colombianos se maten entre ellos, que financia a los paramilitares con sus asesores israelíes, para aumentar la matanza, para impedir que los campesinos defiendan su suelo y su ser, y la dignidad de su país: lo mismo que ocurrió en El Salvador, durante la larga guerra centroamericana en la que el consejero magno era John Negroponte.

Roque Dalton es aquél poeta visionario, el que era capaz de hacer reír a las piedras con su alegría, como tan bien lo estampó Eduardo Galeano, con su ligereza, con su saber prehispánico; era salvadoreño, del país más pequeño de Centroamérica, que lleva su nombre «como se lleva un destino» (según la visionaria Claudia Lars), capaz de salvar a otros países más grandes. Este año se han conmemorado los treinta años de la muerte de Roque Dalton, el 10 de mayo de 1975 [2]. Ya se está convirtiendo en el poeta nacional, el padre de su nación, y está bien así: todo el país reconoce su fuerza, hasta los mejores entre los conservadores, que lo han comprendido. Él rendía homenaje a otro sacrificado, el Indio Anastasio Aquino, rebelde precursor en los tiempos de la Colonia, terminando su poema con «Aquino, camino». ¡Ya le podemos decir a Roque roquedal! y se le está leyendo más allá de América [3].

En Palestina, un poeta ha tomado el relevo: acumula en su contra los motivos para que lo fulminen. Extranjero, políglota, culto, maestro esgrimista en los duelos verbales, y desdeñoso de la muerte, porque ha sido militar. Al principio, cuando se le empezó a leer a través de internet, muchos lo consideraban emocionante y divertido; ahora el Mossad [servicio secreto israelí, N.d.T.] lo tiene en la mirilla. Pero el Mossad es sabio, sabe lograr que otros realicen las labores sucias. Y una parte de la izquierda, interesada por la administración del antisionismo oficial, la que por encima de todo espera quedarse con el poder, cuando termine la guerra contra Bush, quiere la muerte inmediata del poeta, y apoya a los que le piden la cabeza: «Claro que sí, tiene talento, pero tiene dos nombres, dicen; sí, por supuesto que dice verdades, pero le gusta la buena vida, chillan; sí es un buen peleador, ¡pero seguro que trabaja para otros! ¡Es un cristólatra y un mariólatra, como un papista inferior! Dice que nació en una familia judía, pero es sin duda un falso judío, a pesar de lo que cuenta y sabe; además es un extremista antisemita, y ¡también … es un colaboracionista!» ¿La cacofonía aumenta de tono? A sus enemigos declarados no les queda más remedio que acusarlo del delito de proximidad: «tiene amigos que…».La falta de argumentos racionales contra una obra altamente racional parece ser un pozo hueco y fangoso a donde se tiran sucesivamente sus enemigos sionistas, cripto-sionistas, simples envidiososs, espíritus mezquinos, tcalculadores sin fe en la imaginación política.

Los admiradores de Israel Adam Shamir, estupefactos ante su audacia tranquila, le preguntan a veces cómo es posible que el Mossad todavía no lo haya hecho asesinar. Evidentemente, los aspirantes a policías en la izquierda hacen todo lo que pueden por ayudar a satisfacer ese deseo tan natural de los titulares del Estado racista de Israel; y el cumplimiento del trabajo sucio de la censura contagiosa es un preludio a una desaparición física aceptable, pero no han descubierto todavía para quién, exactamente, trabaja ese poeta, y se pierden en conjeturas. A falta de algo mejor, a medida que él complica sus cálculos, han difundido un rumor fácil: si el Mossad lo deja en vida, es porque es uno de los suyos.

Pero Israel Adam Shamir trabaja para nosotros, los que buscamos un mundo mejor y más justo. Su planteamiento es el siguiente : palestinos e israelíes deben y pueden vivir en paz en un solo Estado democrático, donde todos tengan iguales derechos. A partir de esta convicción, cada día más realista, es que ha desarrollado la deconstrucción de lo que llama «el paradigma judío», que sirve de esquema director al neocolonialismo que busca apoderarse de todo el Medio Oriente. Nos ha enseñado a reconocer las debilidades del enemigo, y en particular, su incoherencia. Gracias a él hemos comprendido sus maniobras para intimidarnos, y con la sabiduría del esclavo, ya entendemos que el amo embauca, que no tiene mayor superioridad que la que le otorgamos, y que ahora le negamos. En efecto, el Estado de Israel ha perdido la batalla moral. Los signos de su derrumbe son múltiples: así en el plano de las ideas, la adhesión de los intelectuales israelíes al post-sionismo, teoría de recambio que se presenta como el revisionismo autorizado de un sionismo definitivamente desacreditado. El post-sionismo reconoce los crímenes cometidos por Israel para usurpar la soberanía en toda Palestina histórica, y renuncia a justificarlos con una religión privilegiada: se une por lo tanto a la racionalidad universal. Esa retirada doctrinaria hace salir a la luz a los manipuladores que abusan de la población israelí: cínicos residentes en el extranjero, financistas que creen estar al abrigo de las turbulencias, intelectuales asalariados. Que se digan judíos, cristianos, musulmanes o ateos no cambia nada: el sionismo comienza a retroceder sobre la tierra de Palestina, la campaña por el boicot internacional del último Estado practicante del apartheid progresa, ¡es una buena señal!

Y aquí estamos para que se sepa. Nuestras armas son, como se dice en Francia, el teléfono árabe, y en Cuba «radio bemba»: el tam-tam de la Red. No podrán liquidar a Shamir en la oscuridad propicia, los que se aferran todavía al indecente suprematismo judío, verdadero muro vergonzoso levantado en Occidente para cegar a las personas de buena fe, con el chantaje de que si se pasan de cierto límite fijado por los sionistas convencidos, son antisemitas. Algunos, por conformismo, acostumbran abandonar a los que escogen el camino del riesgo, a los que hacen avanzar la libertad de reflexión, y se niegan a reconocer todo lo que han aprendido de Shamir (si se han dignado leerlo). Ahora, cuando la «Liga contra el Antisemitismo y el Racismo» (LICRA) ha logrado convencer a la justicia francesa de castigar duramente al editor marroquí de Shamir en Francia, es cuando se evidencian los mecanismos del asesinato «por proxy» y por etapas que procuran realizar ciertos servicios secretos. Por cierto, a Flaubert, Baudelaire y Voltaire también los tribunales franceses les hicieron la vida imposible……


[1] Cita textual, tomada del relato de Roque, con precisión testimonial, en Pobrecito poeta que era yo, novela, (EDUCA, 1976), p. 444.

[2] La revista salvadoreña Cultura le ha dedicado un número especial d homenaje que puntualiza las circunstancias de su muerte (Revista del Consejo Nacional para la Cultura y el Arte n° 89, enero-abril 2005). Después de su muerte, la represión aumentó, y la guerra duró hasta 1992, causando cerca de 80.000 víctimas. Los crímenes de los paramilitares desafían a la crónica: atacaron en 1980, como si hubieran calculado que ese país era demasiado pequeño como para que el crimen se viera de lejos, al arzobispo, Monseñor Romero. Sin embargo, el escándalo por su asesinato fue enorme. Pero habían calculado bien: nadie descubrió a los autores intelectuales con las manos en la masa. No les bastó con ese crimen: en 1986 seis jesuitas, entre ellos el filósofo universitario Ignacio Ellacuria, y su ama de casa, fueron asesinados al alba, en su dormitorio. El crimen fue enorme, pero siguieron acusando a hampones locales, fuera de alcance.

[3] En Francia se publicó una primera selección de poemas de Roque Dalton en 1975 (ediciones Maspéro); en 2003, salió la traducción de Poemas clandestinos (ediciones Le Temps des Cerises); en 2005 salió la traducción de la gran novela histórica y experimental Historias prohibidas del Pulgarcito de América, por Pierre-Jean Gourette (ediciones L’Harmattan).