Los políticos no se enteran. Persisten en tratarnos como incauta cábila de subnormales a la que engatusar con sus espejitos y cuentas de vidrio. En éstas, llega Rubalcaba, como recién aterrizado de no se sabe qué lejana galaxia, se desmarca en solitario por la izquierda como un Gento o un Gainza resurrecto, y nos bendice […]
Los políticos no se enteran. Persisten en tratarnos como incauta cábila de subnormales a la que engatusar con sus espejitos y cuentas de vidrio. En éstas, llega Rubalcaba, como recién aterrizado de no se sabe qué lejana galaxia, se desmarca en solitario por la izquierda como un Gento o un Gainza resurrecto, y nos bendice los oídos con soflamas reivindicativas que tratan de destejer, cuan Penélope de la hipocresía, todos los desafueros neoliberales que contribuyó a tejer en sus más de veinte años de pertenencia al ejecutivo. El astuto camaleón, en desesperada huida hacia delante, vira a rojo la camándula de su mudable discurso buscando beatificar su candidatura con una salmodia de promesas izquierdistas a guisa de carnaza para incautos, que armonizan, de paso, con el rubor avergonzado de más de uno de sus partidarios.
No cabe duda que sus propuestas de cambio, anunciadas con algazara de aleluyas y plagiadas de algunas de las reivindicadas por las plataformas ciudadanas que dieron lugar al 15-M, serían suscritas por todos los que deseamos un CAMBIO REAL en la política y en el sistema de valores de la sociedad española; pero en su boca, curtida de mentiras -como cuando los GAL-, afianzada de intrigas y añagazas, suenan a zanahoria, a cebo, a señuelo con que atraer a las urnas los votos que ellos mismos espantaron robándole al pueblo lo que a los ricos daban.
Las tunerías, jugarretas y argucias que jalonan una vida política consagrada a la defensa y afianzamiento -por vía socialdemócrata- del capitalismo, dejan en bancarrota la credibilidad de Rubalcaba. Aunque cambiara en las siglas de su partido la inservible «O» de «Obrero» por la «I» de «Indignado», no le valdría de nada. Su demagogia y su innegable participación en el acoso y derribo de todo lo público, ya sea la educación y sanidad, que ahora anuncia defender, como los aeropuertos, de los que no dice nada, pero a los que no le tembló el pulso para militarizar, están demasiado presentes como para caer en su trampa.
Sin embargo, como atraída por la seducción de la golosina alguna mente perezosa se verá inclinada a creerle, recordemos que en la conciencia del 15-M y en la propuesta de restauración del espíritu democrático, tiempo ha traicionado por este mismo personaje y otros de similar jaez, ondean como principio expulsar del poder a los dos partidos -PP y PSOE- que, bendiciendo la alternancia como suplantación de una verdadera alternativa política al Sistema, han venido encarnando la falacia de un pseudopugilato tras el que el Capital sigue dictando impunemente la injusticia de sus leyes. Así que, prometan lo que prometan, pregonen lo que pregonen, mientan lo que mientan, ni Rubalcaba ni Rajoy representan posibilidad alguna de cambio real en España. Tengámoslo presente -sobre todo los más jóvenes- a la hora de las urnas.
La cuestión se nos complica a los «indignados» por cuanto, en la otra orilla de las «Dos Españas», la cúpula de Izquierda Unida, con Cayo Lara de mascarón de proa, continúa vacando por las playas de la inopia sin acertar a quitarse la venda de contradicciones que le impide tomar auténtica conciencia de lo que ocurre.
Los expedientes abiertos a sus tres diputados en Extremadura, o el rufo acento de sus admoniciones, así lo indican y me hace maliciar que aún siguen operando «topos» de peso en el seno de la coalición. Topos, emboscados o quintacolumnistas del PSOE, que contribuyeron a hacer de IU una entidad aquejada de perenne hipertensión. Tristemente célebres fueron en este sentido, Diego López Garrido y Cristina Almeida, fundadores junto con Nicolás Sartorius, de aquella corriente crítica -léase traidora- llamada ‘Nueva Izquierda’ cuya felonía el PSOE recompensaría con cargos, carguitos y carguetes.
Hilvanan ambas cuestiones la semejanza entre el discurso de Cayo Lara y el Consejo Político Regional respecto a lo ocurrido en Extremadura y lo que aconteció en 1996 -cuando IU bajo la coherencia y honradez política de Julio Anguita consiguió su techo parlamentario con 21 diputados y 2.639.774 votos-, al negarse la coalición a poner sus escaños al servicio del PSOE, que los necesitaba, junto con los de CiU, para evitar el gobierno del PP. Desde dentro y desde fuera, IU, y en particular Anguita, fueron acusados de contribuir a «la derrota de la izquierda», de no querer formar parte de «la casa común» de la izquierda, etc., etc. Como si en aquella época ni en ésta el PSOE hubiera hecho el mínimo atisbo de gobernar con la zurda. En dicha tesitura, y pese al feroz vapuleo mediático a que fue sometido, Julio Anguita, el hombre de «programa, programa, programa», el que dijo que había que «ganar para cambiar, pero nunca cambiar para ganar», el político más honrado y lúcido que ha tenido este país desde 1939, se adelantó, saliendo al paso con su postura de firmeza y dignidad, a toda la tragicomedia, perdularia y circense en que se ha convertido la política.
¿Cómo se atreve Cayo Lara a condenar, en nombre de una fuerza política que, según él, se reclama de la izquierda transformadora y que pretende ser creíble, la coherente actuación de los diputados extremeños siguiendo la resolución tomada por sus bases?
¿En qué desván de despropósitos queda postergado su apomponado discurso de «Refundación» para aglutinar IU y toda la izquierda alternativa en torno a una propuesta política anticapitalista? ¿Es acaso el PSOE anticapitalista? ¿Es de izquierda, siquiera? ¿No es un partido enfangado de corrupción hasta las cejas? ¿No ha sido y es el bastión más productivo que ha tenido el neoliberalismo en España? ¿No sigue siendo el principal malversador del patrimonio público de este país? Es más, ¿no se hacía constar en el acta fundacional de Izquierda Unida, la evidenciada derechización del PSOE?… Entonces, ¿qué cuento es éste que se traen Cayo Lara o Gaspar Llamazares -la beatería política y prosocialista que desencadenó el hundimiento definitivo de la coalición- ungiéndose de cólera divina para expedientar o reconvenir a compañeros que lo único que han hecho es ser coherentes con el espíritu de la refundación de la izquierda no optando por ninguna de las dos derechas que se les proponía: la del PP o la del PSOE?
Desde luego, con estas medidas disciplinarias IU no contribuirá en absoluto a su ya precaria credibilidad. Tampoco quienes la gobiernan nos dejan muchas opciones: o son ineptos consumados, indignos del cargo que ocupan, o pronto los veremos sirviendo abiertamente en el PSOE, como tantos que antes hicieron en IU su artera labor de tapadillos. De cualquier forma, desde el espíritu del 15-M, estas cuestiones tampoco acreditan a IU como opción fiable para las próximas elecciones.