No tenemos derecho a negar la identidad de mujer a otras que no han sido asignadas como tal al nacer
I cannot believe I am fighting this shit again
No me puedo creer que todavía tengamos que protestar por esta mierda
«El feminismo [desde Simone de Beauvoir] va contra el esencialismo. Saquemos conclusiones: una, igual que lo aprendo (las formas de ‘devenir mujer’) lo desaprendo. Dos, no estoy delante de una esencia. Semejante esencia no tiene por qué limitar mis capacidades públicas y políticas, ni lo que yo aspire a tener, ni mis méritos. Yo soy un ser humano como todos, en último término, comparto la idea de humanidad al completo, sin ninguna merma esencial, y tengo derecho a la mitad de todo. […] El feminismo es una teoría política de la igualdad, en qué, en la categoría Lo de ciudadanía».
No las llamaremos TERFs, las llamaremos reactivas. Hace un año aproximadamente pensé que esa reacción entre feministas españolas tenía poco recorrido. Hoy ya se me ha caído la venda. Con ayuda, aprendí que la cosa venía de lejos, que sectores del feminismo estadounidense y británico que se llama a sí mismo «radical» ya estaban gastando sus cartuchos para detener leyes de identidad trans y otras aspiraciones de inclusión en el feminismo de las mujeres trans. Ahora, a lo grande, se instala aquí con la colaboración de grandes figuras institucionales.
Pasado un año de atenta observación (pensando «no son tan importantes, no pueden llegar muy lejos» como hicimos con Vox, ¿recuerdan?), veo claro que el objetivo de esta reacción era separar al sujeto del feminismo de todos los otros (los «troyanos», los llama Amelia Valcárcel). Una piedra angular fue la reacción virulenta a la intervención de la activista transfeminista Sam Fernández en la Escuela de Otoño de Podemos, en octubre de 2018.
Llegados a este punto, he de admitir que lo que tenemos enfrente es mucho más grave que una disputa por el «sujeto». Coincidiendo con las celebraciones del Orgullo hace pocas semanas, tuvo lugar la consagración de la reacción en la XVI Escuela Feminista Rosario de Acuña. Todo en este foro apuntaba a identificar el troyano en el «transfeminismo» u, otras veces, el «generismo» o «activismo trans» (confunda usted términos, mezcle a gusto palabros sin ningún recorrido para que su disertación cuaje) y más de la mitad de los paneles daban vueltas a lo mismo: el feminismo es de las mujeres. Pero, acto seguido, se niegan a definir «mujeres». Se puede vestir de traje o de purpurina, pero ese discurso es absolutamente funcional a la ultraderecha que tenemos ya en las instituciones.
No diga «ideología de género», diga «teoría queer»
Cuando insisten una y otra vez en que el gran enemigo de la actual ola feminista es la «teoría queer«, rebaño la tapa del helado y suspiro. Las activistas y teóricas de lo queer vienen desde hace treinta años problematizando la idea del género, y proponiendo terrenos de batalla contra aquello que nos viene dado en la educación, la socialización y que construye el género en su conjunto. Hay enormes zonas de la teoría queer que se han mezclado felizmente con las aperturas discursivas feministas: problematizan la asignación cultural de unos valores en un sexo (que por haber nacido con equis genitales te toque ser la complaciente, el florero o la cuidadora de facto), y amplían el espacio de expresión del género.
Gracias al activismo y la teoría queer, muchas hemos visto cuánta verdad había en que el género se exprese, se actúe. Gracias al activismo queer, muchas de nosotras, mujeres absolutamente normativas, hemos visto abierto un campo de experimentación que no tiene nada que ver con el «deseo» sino con la «performatividad», para, precisamente, ser mujeres como nos dé la gana ser.
Algunas dirán que estos son logros del feminismo a secas, pero no los podemos separar del activismo de indiferenciación de los sexos. En sus luchas, han contribuido a la visibilización de identidades lésbicas y otras, aunque ahora se nieguen a reconocérselo.
Ese activismo de la identidad además no ha ido de la mano, ni por asomo, de una desatención de las reivindicaciones materiales del feminismo. Más bien, ha buscado políticas redistributivas para identidades diversas y, al cabo, para todos los cuerpos. Pero es funcional ocultar que las teorías queer no son únicamente identitarias.
Mientras las reactivas ven al enemigo en la teoría queer o «generismo», los que están un paso más allá ponen sus energías contra lo que llaman «ideología de género». Mientras unas se debaten contra lo que entienden como una usurpación de espacios, los otros tienen claro que enemigas somos todas, cis y trans. Lo que tienen en común es que ambos pretenden definirnos por nuestra biología y genitalidad. Suena peligrosamente parecido.
¿Qué es una mujer?
«¿Acaso no soy una mujer?», dicen que dijo la activista antiesclavista Sojourner Truth (1797-1883), en un discurso pronunciado en una convención de mujeres en 1851. Ella era negra y exesclava, yo soy blanca y nacida en un país colonialista, pero con ella me digo: «No me puedo creer que todavía tengamos que protestar por esta mierda».
Preguntar qué es una mujer es una trampa dialéctica. Dicen las reactivas: «No nos puede definir nuestra opresión». Con teoría queer o sin ella, no dejamos de ser mujeres. Abajo la opresión. Pero tampoco tenemos derecho a negar la identidad de mujer a otras que no han sido asignadas como tal al nacer.
Vivimos en un mundo estereotipado y contra él lucha el feminismo. Ella, Amelia Valcarcel, nos quería hacer sonreír con su alusión a Luis XIV y su idea de la moda. Perfecto: la moda y las marcas exteriores de género cambian con las épocas. A eso lo llamamos género y una buena parte del activismo reciente ha consistido en subvertirlo. Existen marcas de género y estereotipos en cualquier sociedad y los seguimos, generalmente, para que nos dejen en paz. Me sigo depilando los pelos de las piernas, y algunos días me maquillo. Si yo sigo las normas y estereotipos de la moda, ¿por qué no habrían de seguirlas las mujeres trans con tal de encajar y no andar respondiendo preguntas incómodas? Y, si no los siguen, ¿son menos mujeres por ello?
«¿Acaso no soy una mujer?», dicen que dijo una mujer negra que, a duras penas, era vista como mujer hace 150 años. Otra cita maravillosa de ella es esta: «Es la mente la que fabrica el cuerpo». En las manifestaciones proderechos trans solemos gritar: «No es mi cuerpo, es tu mirada». También a las mujeres cis nos insulta la mirada de la normatividad. Creo que no es tan difícil de entender, pero el alcance no es, ni de lejos, el mismo para ellas que para nosotras.
Pero es que troyanos, o patatas.
El transactivismo queer es misógino
De todas las piruetas discursivas que estamos leyendo estos días, esta es digna de parque de atracciones. En un reciente artículo de Anna Prats se puede leer: «Las mujeres no somos la feminidad, la feminidad debería abolirse y no celebrarse ni seguir perpetuándose».
¿En dónde y por qué la feminidad debería abolirse? ¿Es que somos mejores mujeres comportándonos con atributos masculinos, no sé yo, compitiendo, violentando? La asignación obligatoria de los atributos asociados culturalmente a la feminidad a las mujeres cis: eso es el género, y eso es la opresión. El hecho de que millones de mujeres en el mundo se vean obligadas a cumplir con un rol de subordinación, y la pobreza, y la reclusión en tareas para la reproducción social que ni son reconocidas ni retribuidas, y el ‘derecho’ que otros se otorgan a violarlas o machacarlas, eso es el género. Pero todavía estoy a la espera de que alguien me explique qué significa «abolir el género».
Pueden seguir existiendo los géneros (como existen en todas las culturas) sin que signifique opresión. Nada de ello entra en contradicción con la existencia de las mujeres trans y con su pertenencia al feminismo, en esta parte del mundo y en la Patagonia. Las mujeres trans no están obligando a nadie a perpetuar estereotipos, de hecho, ni siquiera ellas tendrían que hacerlo si no fuese por la presión ambiental, la misma que te impulsa a ti o a mí a maquillarte o llevar falda. Que lo haces, que lo hacemos. Nadie te lo discute, y seguimos luchando por la causa.
Me pregunto con sinceridad qué parte del activismo que busca que las mujeres trans sean reconocidas y asumidas en el feminismo puede cortocircuitar luchas concretas de distribución de la riqueza y eliminación de la opresión de las mujeres. En qué parte se encuentra la misoginia, salvo que no te guste que te digan que excluir a mujeres trans es discriminarlas. Y, como no te gusta que te lo digan, acuses de misoginia a quien lo hace. Este es un mecanismo que también vemos utilizar al enemigo.
El queerismo es amigo del proxenetismo y de la compra de bebés (y defiende la pedofilia, y la zoofilia, y la coprofilia…)
Como ya hemos recorrido varias estaciones, esta podría ser prescindible. Está al nivel de la denuncia de los «chiringuitos» que nos dedica la ultraderecha. Como los verdaderos enemigos, las reactivas intentan mezclar churras con merinas a ver qué cuela. Esto no es un cisma, esto es toda una declaración de intenciones con respecto al activismo feminista que está de lado de las mujeres trans, o racializadas, o prostitutas, o migrantes (algunas lo llamamos feminismo interseccional) y las reconoce como sujetos de derecho, no como objeto a salvar. No es que seamos mejores, es que no queremos dejar de lado ninguna voz ni ‘subrogar’ el feminismo en las meras instituciones.
Junto a las afirmaciones anteriores, una más igual de loca: los padres de los menores que se dicen trans les hacen reasignación de género de urgencia y corren a hormonarlos y solicitar cirugías. Alicia Miyares dejó esta perla; días antes escuché prácticamente las mismas palabras en boca de un miembro del Fidesz, el partido ultraderechista húngaro de Orbán, solo un minuto antes de blandir la carta de «les financia Soros». Si estas académicas son capaces de soltar los mismos discursos que la ultraderecha del país más derechizado de Europa, durante diecinueve horas de charla, y no se les cae el pelo del odio, esto ha de preocuparnos. Va de salud pública. Va de humanismo. Va de derechos distribuidos. Y quizá es momento de señalar algunos otros de sus memes, como que la aprobación de leyes de identidad no patologizantes va a abrir la puerta a que los hombres se hagan pasar por mujeres, etc, etc. Por ese camino, ya se ha desatado la deshumanización absoluta, sin ningún filtro.
Ahí ya está Vox feliz y relamiéndose los bigotes.
Vuelvo a la cita inicial. Es parte de la conferencia inaugural de Amelia Valcárcel en el foro gijonés. No podría estar en desacuerdo con nada de lo transcrito. A partir de ahí me habría quedado prendada. Lo releo y me imagino a las activistas e intelectuales trans Susan Stryker o Alana Portero enunciándolo, y es pura verdad. El feminismo es una teoría política de la igualdad que puede contener, acoger y promover los derechos de todos los sujetos que históricamente no han podido acceder a esa categoría de ciudadanía completa. Butler lleva muchos cientos de páginas escritas ahondando ahí. Mientras que millones de mujeres, en el mundo entero, aún no pueden acceder a derechos de ciudadanía completa y viven en riesgo constante por su vida, en nuestro mundo (con todos sus privilegios) no podemos accionar el freno de mano. Pero es más, no estamos «arriesgando» nada al incluirlas, mientras que sí arriesgamos nuestro feminismo y todas nuestras conquistas excluyéndolas.
Ninguna teoría se puede sostener, por último, borrando o anulando la existencia de las personas con las que convivimos. Sojourner Truth nos lo dijo con el racismo. No me es difícil imaginar que algunas reactivas objetaron que darle a ella derechos de ciudadanía se los quitaba a las blancas, pero mira qué lejos hemos llegado.
PD: El artículo referenciado por Valcárcel para contar la historia de Rosario de Acuña no se titulaba Ruge la caverna, como dijo, sino La jarca de la Universidad. Ahora bien, el lapsus ha venido al pelo.