Como en un polígono industrial, el ruido es el entorno ideal para la reproducción capitalista. En la imposibilidad de dialogar para llegar a acuerdos, el gobierno pertenece a los intereses privados. A mayor altavoz, mayor poder. La adaptación al ruido trae consigo la sordera. Es la estrategia opuesta al silencio impuesto por las dictaduras de […]
Como en un polígono industrial, el ruido es el entorno ideal para la reproducción capitalista. En la imposibilidad de dialogar para llegar a acuerdos, el gobierno pertenece a los intereses privados. A mayor altavoz, mayor poder. La adaptación al ruido trae consigo la sordera. Es la estrategia opuesta al silencio impuesto por las dictaduras de antaño. Un ruido ensordecedor puede ser aún más eficaz políticamente. Sobre todo cuando se asegura un oligopolio de la mascletá. El ruido goebbeliza la esfera pública, porque sólo destaca lo que dispone de mayores altavoces, lo que se repite más veces, más alto, más fuerte. La clave es la privatización de los medios sociales de producción de discursos y los espacios públicos de difusión e intercambio.
El ruido trae confusión. Impide el razonamiento. Impide la confrontación de ideas. Destruye el poder significador de la palabra, la cosifica, la convierte en puro significante. Ruido.
La maquinaria digiere todo discurso para excretarlo como ruido. Los altavoces de la clase obrera son muy flojos, apenas se oyen. Sólo llegan a escucharlos quienes se empeñan en ello, y siempre con un fuerte murmullo de fondo.
Necesitamos, pues, un poquito de silencio para poder empezar a hablar. Ese es el mayor sentido de una huelga general: apagar por un momento los altavoces, echar agua a las tracas. De lo más importante del mítico 14 de diciembre de 1988 fue la heroica acción de los trabajadores de televisión que consiguieron cortar la emisión durante el día entero. Sin embargo, si la huelga se reduce a fuegos de artificio en mitad del escándalo, es digerida y excretada por el sistema, se convierte en cagarruta ineficaz, agusanada de olvido.
Desde el momento en que la huelga general se integró como un coro más entre altavoces que no se apagan, perdió la mitad de su eficacia. En un canal, la huelga. En otro, el cotilleo. Aprietas un botón y hay una película. En dos o tres números del mando a distancia, las incansables tertulias de lacayos de los poderosos, que no se callan ni debajo del agua. Chillan la jornada de paro más que nunca las redes sociales de Internet, un gallinero inabarcable. Para que podamos ganar, la próxima tiene que traer un momento de tranquilidad, de freno, de silencio. De pánico para los mercados… porque se verán amenazados de democracia, imperio de la ley, estado de derecho, en el preciso instante en que hablemos de uno en uno ante los demás, en asamblea. Reculará el cáncer ante la quimioterapia más dura: el sosiego necesario para poder razonar y escucharnos civilizadamente.
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